Al Gaucho de Madariaga
cuyo reloj sigue latiendo en una intersección,
presente y futuro más allá del paso por esta vida
así como las cenizas del final.
Entre cañadas yace el puente viejo,
alejado de la ruta por la que ignorantes pasamos
hasta chocarnos con el de la barba
que nos recibe con los brazos abiertos.
Sol y sombras,
las araucarias se elevan como torres
para ver la luz arriba
dejando la frescura en la plaza
en la que corretean los locos que aún no saben.
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