Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
jueves
Kcymaerxthaere, un universo paralelo que puedes descubrir viajando por toda la Tierra
El avión descendió entre las montañas de la Tierra del Fuego produciendo una sacudida que a más de uno le generó problemas gástricos, teniendo que dejar de lado el ataque programado a la centolla. La ciudad de Oshovia alternaba turistas como días soleados y nublados, los veinte grados del primer domingo fueron una exageración para la mayoría acostumbrada a temperaturas más bajas. El clima variaba rápido con vientos que sorprendían a los viajeros al cruzar las esquinas, nubes gruesas cubriendo el cerro de Susana y la bruma que hacía desaparecer de un pincelazo los picos más lejanos. Aún así decidieron aventurarse hacia la Laguna Esmeralda, teniendo que conseguir el calzado necesario ya que el ascenso planteaba sus exigencias. La camioneta blanca los pasó a buscar el martes temprano, integrándose al grupo de expedicionarios que provenían de distintas partes del mundo e intercambiaban mensajes en idiomas varios. Depositados en la entrada al Valle de los Lobos el contingente comenzó su periplo atravesando el bosque de lengas, provistos de un alfajor y una manzana envueltas en papel madera con el logo de la compañía: una hormiga equipada con los pertrechos de un legionario. La lluvia comenzó su canción siendo hamacada por las hojas de los árboles que jugaban con las gotas, hasta que estas se escurrían como lágrimas. Había leído que la presencia de hormigas era una rareza en el lugar, acostumbrado a tener que verlas invadir su casa pese a las precauciones que acostumbraba a tomar. Cruzaron una pasarela sobre la turba contemplando una enorme pila que le llamó la atención, parecía un antiguo basamento hecho con carbón fósil. El grupo en tanto ya dejaba la senda de madera para adentrarse en el segundo tramo de bosque, iniciando el ascenso de doscientos metros hasta toparse con su objetivo que parecía querer alejarse más y más. Se quitó los guantes acercando la mano desnuda a aquel monumento de la naturaleza, alcanzando a ver a una minúscula vigía con el fusil incluido justo antes de ser engullido por una colosal fuerza. Cuando despertó estaba rodeado de himenópteros enfurecidos, que sostenían diversas armas semejantes a la de los humanos justo frente a su rostro. Por algún motivo había quedado más pequeño que sus captores, siendo conducido por ante el tribunal del hormiguero que se ocupó de leer los cargos: destrucción de hogares, alevosía por el uso de agua hirviendo, empleo de veneno que las asesinadas confundieron con un dulce y puñetazos sobre las desprevenidas trabajadoras. Cincuenta mil años de trabajos forzados en el cementerio debajo del nido, siendo armado con un pico para luego ser llevado al sitio de su condena comenzando con la tarea de cavar los nichos. Cientos de ellas venían a diario para ser depositadas allí con honores, pétalos de rosas y malvones, condecoraciones con hojas rojas de lenga a las más valientes en la interminable labor de cruzar por el mundo de los humanos. Descansó un rato al lado de un manantial que le proporcionaba el medio para saciar la sed, él que a la larga le daría la fuente de escape al derrumbarse las paredes por una crecida en las montañas y ser arrasada la prisión. Se encontró cubierto de barro siendo observado por el guía que le dedicó un sermón por salirse del recorrido, olvidando todo ello al estar frente a la salamandra y un guiso de lentejas.
miércoles
Último verano
La ciudad nos dejó ir después de encontrarnos tras estar perdidos entre sus laberintos de locura y concreto. La ruta se abrió sin oponer resistencia a excepción de los restos de alguna presencia sumada a los reclamos de los desamparados. La playa nublada nos recibió junto con otros extraños quedando las huellas marcadas en la arena, con varias hogueras encendidas en el último episodio de paz. La chimenea soltó la sinfonía bajo su alero teniendo de recompensa el fresco de la noche estrellada. Un tren pasó con sus luces espantando a los insectos, levantando el polvo de la tosca que se asentó sobre las sandalias bajando al centro por esa calle de los adioses.
Celosía
El mundo se desvaneció al compás de los ladridos lejanos y la sierra invadiendo a la madera, la celosía entornó sus ojos dejando que un único rayo pasara para pegarle al sofá naranja volviéndolo el sol artificial que contempló un instante ese durmiente.
Océano, 01/05/2021
Cada vez que volvemos ellos están ahí aunque en ciertos casos son sus recuerdos dado el episodio de partida por tiempo indeterminado. Las casas al costado del camino contienen historias de esos que le hicieron frente a las inclemencias cuando los pastores aún no juntaban el rebaño y el sonido quedó lejos en la noche, aunque basta con esperar a que la helada caiga para sentir dicha interpretación una y otra vez con más o menos público. La obra ha de reiterarse pese a que los concurrentes sean cada vez menos, los álamos detectan el llamado sacudiéndose el frío al agitar sus ramas cuyos mensajes fueron enviados y forman una capa debajo.
Madariaga, 24/04/2022
Al Gaucho de Madariaga
cuyo reloj sigue latiendo en una intersección,
presente y futuro más allá del paso por esta vida
así como las cenizas del final.
Entre cañadas yace el puente viejo,
alejado de la ruta por la que ignorantes pasamos
hasta chocarnos con el de la barba
que nos recibe con los brazos abiertos.
Sol y sombras,
las araucarias se elevan como torres
para ver la luz arriba
dejando la frescura en la plaza
en la que corretean los locos que aún no saben.
domingo
Cómo enfrenté al dragón
DE CÓMO ENFRENTÉ AL DRAGÓN Y NO ME FUE SEGÚN LO PLANEADO
Aparqué, si es
que el término puede ser usado, a mi colosal montura sobre la vía llamada Santa
Fe e imbuido en una enorme esperanza, aunque el estómago reflejaba un pavor
ahogado, entré en esa mazmorra en busca de mi presa (ignorando que dicha
condición estaba por cambiar). Algunas almas extraviadas me contemplaron
azoradas, sus ojos enloquecidos por la luz repentina de la antorcha así como la
brillantez del yelmo coronado de crines. El viaje se tornó interminable, hasta
que por supuesto concluyó, perdiendo la noción de los escalones que eran unos
doce, y me encontré en la guarida de la bestia (en su corazón más
precisamente). El entrenamiento me indicó que no estaba ahí, nada más quedaba
esperar contando las horas en la cadencia de una gotera hasta dar las tres mil
seiscientas. La vibración bajo los pies, luego el soplido en el túnel, la luz
más tarde, un aldeano que huía asustado y mi hacha de dos cabezas incrustada en
uno de sus miles de ojos que se hizo añicos. Después silencio, paz, caí en las
entrañas de la bestia conociendo la eternidad. El monólogo lemniscata terminó
por aburrirme abriendo los ojos a la luz, las sombras quedaban atrás,
descubriendo la prisión acolchonada de un blanco infumable.
—Al fin se
despierta, ¿sabe quién es usted?
—¿Me pregunta
por qué no lo sabe o nos conocemos y ya se olvidó?
—Lo primero.
—Ah, no me
acuerdo.
—¿Y qué
recuerda?
—Venía por la
campiña con mi fiel corcel, que no tiene nombre por si pregunta, admirando el
paisaje hasta que los rugidos de la bestia eclipsaron el canto de las sirenas
llenando de pesar nuestros corazones.
—¿Nuestros, usted
y quién más?
—Yo y el
caballo, el burro por delante es su frase de cabecera.
—Veo que la
sigue al pie de la letra.
—Sigo
entonces. ¡Huían cual bellacos los osados viajeros, desperdigados igual que
hormigas en un vendaval, hojas que se secan, migas arrojadas a los pájaros,
mierda tirada al río sin contemplaciones por los pescadores, entrañas de un
ritual…
—¡Basta!, he entendido
la alegoría del miedo que lo afectaba a usted y a su montura.
—A la montura
no, me dijo que ahí no entraba ni por joda señalando la caverna de la
serpiente.
—¿Por eso fue
usted solo?
—Claro, ¿quién
más se atrevería?
—¿No llevaba
escudero?
—Por favor, el
único que lo utilizó se la pegó contra un molino y creía que era un gigante.
—¿Y usted
piensa que ahí abajo hay un dragón?
—Sí, es la
deducción más lógica.
—Claro,
lógico.
—Prosigo, dado
que está de acuerdo. Bajé a los avernos cual Hércules descendiendo en búsqueda
de Cerbero, de paso rescaté a Teseo que se las tomó sin decir gracias
repitiendo el mantra "Debo cambiar las velas, blancas por negras ¿o eran negras
por blancas? ¿Yo qué sé?"
Vino después
de un rato largo así que sin dudarlo le clavé el hacha en un ojo, pero el
desgraciado me engulló y ahora aquí nos encontramos, ¿qué me cuenta extraño?
—En primer
lugar usted no fue tragado por una bestia.
—¿No?
—Segundo, no
es ningún caballero.
—¿Pero mi
armadura, el yelmo, el penacho en honor a Leónidas, el hacha y la montura?
—No es una
armadura lo que porta sino un disfraz de cotillón, como mucho un cosplay.
—¿Cotillón?,
¿acaso estoy en las Galias?
—Bastante
lejos de ahí aunque acá cerca están plaza Francia y la pizzería París.
—¿Paris, el troyano,
sigue vivo ese hijo de…?
—No, claro que
no y encima es un mito.
—Troyano,
jefe, troyano.
—Tercero, su
montura es una bicicleta y la encontraron sin ruedas en la entrada a la
estación once.
—Bandidos
seguro han sido, en cuanto me recupere iré al rescate.
—Cuarto, el
dragón es el subterráneo.
—¿Sub qué?
—Quinto, su
hacha es un inflador y rompió el vidrio cayendo de bruces sobre el piso de un
vagón. Ahí lo encontraron.
—No entendí
nada de lo que dijo, mi voluntad me hará prevalecer, mi señor está conmigo,
primero será el dragón, luego quién sabe qué.
—Lo que es
seguro que acá estará un tiempo en observación.
—¿Acá, qué es
acá, qué significa observar?
—Esto es en
neuropsiquiátrico Sigmundo Claudio y usted es nuestro paciente.
—Braulio,
Raimundo Braulio, Caballero de gracia magistral.
—Veo que tiene
título, soy el doctor Magno, Alessandro Magno.
—Claro, usted
es Alejandro el Grande y no me cree la historia del dragón.
—No se
preocupe, tendrá un amigo acá que dice ser Napoleón. Se llama Marcelo, le
agradará.
Dicho lo cual
se fue y me dejó solo.
Inspirado
en el cuento “El dragón” de Ray Bradbury.
Carta a un amigo
Estimado
Palenciano: ya nadie escribe por este medio así que me ha parecido un buen
momento para romper el maleficio del tiempo que se ha puesto excesivamente
consumista.
Lejos han
quedado las calles de la simpleza, las noches de probar estrategias y esos
tipos arriesgando su vida mientras nosotros nos lastrábamos los grisines. O la
búsqueda de esos antros de buena vida en los que te daban un puñado de
felicidad consistente en diez fichas. Pues resulta que ahora intentan venderte
lo último de lo último que es más de lo mismo pero cambia la generación que lo
adquiere sin chistar entregando el sudor del futuro que se disfraza de tarjeta
de crédito o certificado de esclavitud si prefiere un eufemismo. Raros aquellos
que no cargan con dicho documento, bizarro dirán los modernos sin saber lo
valiente que se debe ser para no caer en las trampas del laberinto diseñado
para que ninguno salga. No hay Asterión como tampoco ovillo que nos permita
salir ya que la prisión es mental de forma tal que la llevamos a todas partes. Hasta
nuestros sueños son grabados de manera de vendernos aquello que no necesitamos
pero creemos lo contrario siguiendo con la adoración de estampitas que les ha
resultado a algunos bastante bien en estos dos milenios y contando. El espía
que se encuentra con nosotros jamás podrá descifrar el mensaje que hoy escribo
dado que no sabe el significado del lenguaje que empleo y desconoce el método
elegido. En caso de que accidentalmente lo descubriera recurriré a los glifos
sobre la coraza de los vagones bastando con que usted siga su rastro en
bicicleta así no queda registro alguno de la proeza que le encomiendo. De ser
considerado un loco recuerde que lidia a diario con el repartidor, el cajero y
el jefe, todos ellos tienen algo de familiar pero seguimos intentando descubrir
qué. La misión creo yo no presenta mayores inconvenientes siendo que es un
avezado en el arte de cruzar la vía para entregarle las cuentas a más de uno,
muestra clara de que la correspondencia ha sido degradada pero no el oficio en
sí. Al recibir la epístola observe la expresión de su compañero, seguro ha de
respirar profundo cavilando el asunto para concluir con estas palabras.
—¡QUÉ CARAJO
ES ESTO!
La ausencia de
signos de interrogación obedece a que la Remington no los tiene completos en
una clara muestra de inculturación, forma bonita de llamar a la invasión del
anglicismo.
Atte.
PGF
jueves
Palenciano
La niebla aún no se ha despejado pero él ya camina sabiendo de memoria el recorrido, la brújula no le hace falta actuando por instinto. Chirria la puerta que lo transporta a su torre de guardia rotando el anuncio para que los extraviados sepan que alguien los ha de socorrer ante la necesidad acuciante. La persiana se despereza entornando los faros ante el resplandor de la mañana, en el teatro celeste el sol le envía una misiva al viento que se ha ido a la ría lejana. Sorbe el tesoro de un manantial de madera, cuenta los instantes con cada llegada al final de ese pozo de hierbas interrumpiendo su meditación la alarma de la madera al ser abierta. Las migas de las gracias quedan sobre el mostrador para terminar esparcidas en el suelo, los recibos en cambio van a una bandeja fría ocupando su sitio de privilegios. Un rayo le da la señal de salida cruzando la vía desierta para perderse entre el caserío, sus esquelas llevan cuentas dado que la escritura ha sido olvidada. El vacío para los que no pueden cubrir sus necesidades ante el alud de obligaciones con los números en contra, siempre en contra. El vehículo todo terreno lo aparta del problema, deja en las calles su imprenta igual a una serpiente que huye de la civilización. Aguarda que el carguero pase con su movimiento cansino y su eterno peso sobre los hombros. Dialoga frente a un espejo con el cajero, su jefe, aquel repartidor desatento y con el responsable de transmitir las quejas, lo dejan solo a eso de las catorce horas teniendo que cerrar el balance del día. Sin mirar vuelve a casa, a la atmósfera tan conocida que le llena el alma desde la cocina llamándolo.
lunes
Torre
Nunca
me fui, una parte se quedó en este sitio esperando el regreso. Incontables son
las ocasiones en las que he tenido que pasarle cerca a la enorme torre
ignorando por completo que el acceso, el conjuro para regresar a estos muros
estuvo siempre en mis manos.
La
inscripción en un cajón viejo de una parte lejana de este edificio incitando al
retorno de aquellos que se han ido habiendo dejado tal vez la parte más
importante de su existencia, del mejor momento de la vida de una persona cuando
es un verano interminable previo a ese otoño en el que las responsabilidades lo
terminan machacando.
Los
rostros cambiaron, la fisonomía se alteró, sin embargo por fuera sigue siendo
la misma cara de piedra y dentro está el corazón cálido, el centro de esa
mazmorra que recordamos. Las noches con únicamente el sonido de los motores de
fondo, la vieja sala de videojuegos devenida en gimnasio, los ascensores que
van y vienen, pero en particular el chasquido que emite ese único montacargas
que ya no lleva a nadie.
Sin
embargo, el día anterior al subir cada uno de esos escalones sin oposición
manifiesta se sintió alagado por la visita aunque fue momentánea y el visitante
ni siquiera se detuvo a tomarse una de esas verdes infusiones sobre los
peldaños. Pero lo reconoció, era suficiente con ello, de la misma forma que el
hombre detrás de la barra preguntando si se acordaba su nombre.
Éste
es un hasta pronto, no me iré en medio de la noche como la vez anterior sino en
plena luz del día. Las calles podrán haber cambiado, los locales alrededor,
pero la torre ilimitada sigue ahí esperando, emitiendo ese sonido que
únicamente los náufragos que hemos vivido en ella entendemos.
Testo 1
Sventola, senza paura,
è buio e tu tremi
nel vento della mezzanotte.
Il cielo dorme in te,
celeste e bianca la notte non arriva
perché nel cuore è il sole.
Trentadue raggi aspettano
il ritorno della memoria persa,
quando Apollo aprirà gli occhi
del Popolo che dorme alla sponda
del rio di sangue.
Gli anni passano senza cambi,
la signora cieca non ascolta
le voci mortali,
inni di tutti quelli che
hanno catene mentali.
martes
En la torre ilimitada
Por supuesto que no lo esperaba, encontrarse nuevamente recorriendo los interminables pasillos sin más defensa que el presente para salir al encuentro de los recuerdos que asaltan los caminos directo al salón de Acuario que yace sellado. A cal y a canto pero todos los días de estos dieciséis años se han vuelto apenas arena que algún maestranza avezado se ocupará de hacer desaparecer, echándola a la calle. El final del mes no se encuentra visible todavía, el carro con el equipaje ha sido enviado a un depósito desde donde no se lo trajo de regreso comprendiendo que la última carga era él mismo. Los rulos debieron ser sacrificados para afrontar las tormentas de altamar que alejaron la nave a costas desconocidas, lejos obviamente del calor de ese fuego tan conocido que sólo puede asemejarse al hogar primigenio. Con un rollo de pergaminos que daban cuenta de historias creadas entre esas paredes cuyo símbolo es el fuego del conocimiento así como la melancolía de tener que dejarlo todo para ingresar en la jungla azul. Volvió varias veces pasando cerca, observando los resplandores que despedía la cima comunicando un mensaje ininteligible para la mayoría excepto por esa parte que le gritaba desde lo profundo. Los cabellos se le agitaron una última vez antes de desaparecer por completo sin detenerse a considerar el asunto, a veces ni siquiera le prestaba atención a la maraña negra que le poblaba el rostro en una señal de rebeldía y seguro de descuido también. Mutaron sus versos a cuestiones un poco más profundas, el encierro hace reconsiderar aquello de lo que uno se ha visto privado sin que se pusiera a hacer promesas dado que la libertad fue encarcelada además de todo atisbo de originalidad. Únicamente el tiempo tenía la fórmula para derribar la bruma, sarrasón que crece devenida en niebla de guerra para así ignorar los peligros conjuntamente con las maravillas no reuniendo el coraje que se necesita para emprender la expedición. Así fue que se encontró caminando una noche de domingo rumbo a la fortaleza cuyo portal estaba de par en par esperándolo, dentro el clima conocido con los acólitos en torno al altar de piedras emitiendo un movimiento de reconocimiento al ver al extraño que se acercaba. Volverían a la mente los nombres de ellos antes de que estos se presentaran, con el sonido de una taza de café que quitaría el resfrío producto de la intemperie notando que hasta el almidón traería los recuadros de esa historieta borroneada. Las calles de alrededor mostraban los impactos de la década y media aunque en el corazón de la mazmorra el asunto era bien diferente, seguía la escultura de madera en su sitio riéndose de las paredes que exhibían pintura renovada aunque para Luigi junto a la barra no sea más que un cambio en los manteles. Solitario jinete has vuelto a casa para escapar de la lluvia, habiendo caminado en ella, hallando la fuente de todas estas letras justo en cada mácula, mota y píxel hasta formar la imagen que te muestra sonriendo.
viernes
Un lugar en los sueños
El avance sobre el manto de silicio es lento la mayoría de las veces aunque al sonar la sinfonía del sudeste la ira no se contiene para nada llegando hasta la base de los eternos vigilantes, hijos de los pastores de granos que han sido curvados sin mano visible. Del otro lado la calma invade el largo pasillo hasta toparse con la arteria de tosca que sigue bordeando el muro buscando a la fuerza eterna lejos de la jungla verde, al sur del infierno glauco yace Océano con su fisonomía apenas alterada. La primaria que sirve de plataforma de lanzamiento para la mayoría, la secundaria recientemente instalada, la delegación que se mudó a una esquina, la plaza con el busto desgastado y los enormes canteros en cuya cercanía los eucaliptos se alzan. La avenida con nombre de mujer te arrastra hasta el monolito que sirve de advertencia sobre las trampas que las corrientes encierran, tragándose a los bancos que realmente son de arena por más que confiado el náufrago piense que ha llegado a tierra. La postal de la nave zozobrada se deshace en tonos blancos y negros que ilustran las páginas de una de las crónicas sobre un pequeño trozo de cielo, túnel que conecta los mundos cruzando por el seno de arena. El arroyo es el emisario de la bestia que se alza majestuosa con los cultivos floreciendo, la mano de los creadores es invisible pero puede ser apreciada en las largas noches del invierno accionando los engranajes para que el escenario esté listo a tiempo. En ocasiones diferentes parecerá que se ha puesto a dormitar con apenas el lomo terroso emitiendo un suave movimiento, hasta que la sangre fluye rauda por cada una de las sendas moviendo al resto que se reúne en torno a una tabla. Por allí cerca se encuentra el antiguo hotel que ha ido perdiendo su lustre, la muralla con retazos de alambre al haberse caído, algunas habitaciones que siguen en pie, el enorme salón con las herramientas y la máquina de soldar que transforma la atmosfera en reunión de luciérnagas. Afuera está el campo, el mundo desconocido fuera de los límites que se frecuentan que alcanza hasta una estación de tren que espera en vano y la postal de los silos cuyas vías se pierden entre los matorrales. El vigilante trepa sintiendo crujir los escalones de madera que a veces se desarman teniendo que arreglar el asunto, alguna protesta de parte del propietario que decide sacrificar aquellos vetustos apagándose en una estela que surge de la boca negra sobre el tejado. Revisa constantemente el perímetro buscando posibles recovecos por los que los invasores nocturnos se presenten, su vigilia es sin embargo permanente siendo que las horas de luz pueden traer varios sustos. Siente el aroma de la sal en el aire aunque jamás vea al mar, a los cazadores de tesoros de las profundidades cruzar ataviados de una caña así como el hilo con la trampa de metal que se ocupa de rajar entrañas rindiendo a la presa. Ya en la mañana el regador pasó temprano pero el efecto es pasajero al elevarse la calina, teniendo que restregarse los ojos con el consiguiente estornudo para convencerse que debe buscar la sombra del pasillo y de paso el almuerzo. Los demás dormirán pero le tocará vigilar sin más elementos que aquellas herramientas otorgadas al nacer, el rastro del café viene de la cocina perdiéndose en la oscuridad al igual que los sonidos silenciosos que cubren aquellos recintos. Verá al retornar a la empalizada al propietario dialogando con el hijo cuyos rulos son una corona, inspeccionando el cerco nuevo colocado en otra extensión del dominio de la familia para poder acumular ciertas sobras de los quehaceres diarios. Pasará el estío pero únicamente para tener que pegar la vuelta, la repetición de sucesos con los interpretes un poco más viejos poniendo en escena a la vida que es ausencia en su extremo. Las caras jóvenes partirán para tornar con una mochila de edades habiendo abandonado el lecho que seguirá esperando utilicen dicho camino para hacerle una visita, incluso los recibirá poniéndose el mejor de sus ropajes para que se unan a la monotonía onírica. En más de una oportunidad vendrá algún invitado no queriendo entonces parecer maleducado así que irrumpirá en la sala produciéndose la presentación formal, mejor estar bien informado de las intenciones de los extraños de forma de no tener sorpresa alguna. Pero a la larga quedará solo con la pareja recibiendo noticias del exterior en cuentagotas, acumularán sus días en granos de arena que formarán nuevos guardianes para una vez que hayan partido a buscar otras dimensiones. Así atravesarán la costa provinciana pasando por acantilados, médanos, caletas, perlas y playas perdidas a los ojos del mundo que en momentos determinados descubre esos paraísos intentando en vano curarse la locura de la repetición. La serpiente azul se presenta cubierta de líneas blancas, pero en muchos instantes exhibe las señales de peligro que son desoídas por los que vagan en un estado febril de locura intentando alcanzar pronto un punto en el lado opuesto a costa de reventarse en millones de fragmentos. Galo les dará cobijo teniendo que volver a contar una vez más los defectos en las defensas, no hay lugar seguro sin importar cuan lejos se vaya uno conforme se repite el denominador común de tener a otros cerca. La plaza con sus faroles le brindará diversas opciones en sus ratos de ocio, memorizará la secuencia de edificios para no extraviarse consistente en escuela, banco, iglesia y municipio, sonándole todo ello familiar. El puerto es un asunto nuevo, amarillo y naranja cubren las carcasas de las embarcaciones con diversos símbolos incluido el de un enorme tiburón que viene con su casaca puesta haciendo rebuznar al toro que observa desde atrás de los hilos al hereje meciéndose sobre la ría sin que puedan querer entenderse. La procesión de estibadores se reitera en la descarga de la pesca que huirá por la colectora rumbo a la ciudad enorme allá a la vuelta de una curva, resonando el paso de los ejes sobre la loma de burro que de paso agrieta las paredes. Acompañará al hijo de la misma forma que hizo con el padre, sin los cabellos de otras eras en la sesera aunque la voz es inconfundible pudiendo ser también una confusión de su memoria que pone en dicho sitio imágenes del pasado. Se acordará entonces que se puso un tanto viejo debiendo realizar chequeos para sí tras varios lustros descubriendo a un enemigo que no ha visto llegar a pesar de todas las precauciones, el crepúsculo se instala en la luz del verano sin posibilidad alguna de salvar la prisión de carne.
De la misma forma que llevamos al viejo nos ha acompañado él, viéndolo irse rápido después de la agonía del calor agobiante sobre una plancha de metal hasta depositarlo entre la graba que la sequía mantenía rígida. La muerte es terrible, la ausencia mucho peor esperando por error que te asomes por la ventana buscando a mamá como cada mañana invitándola a sentarse bajo el alero o quizás al resguardo del fresno, no más mover con el hocico el plato amarillo dando cuenta de la última migaja, sólo correr en búsqueda de papá hasta el lugar de la fusión del firmamento con su espejo de abajo conformando el unísono. Por ahora cualquier encuentro futuro queda supeditado a los mensajes en los sueños.
A Papá y Shu.
sábado
Hogar en el mar
Hay una casa en medio del mar pero los barcos no han dado jamás cuenta
de ella, los ojos humanos únicamente ven las maravillas que dicen crear
ignorando cualquier otra cuestión obnubilados por el bombardeo de imágenes que
dejan a la conciencia sepultada. A su playa sólo llegan ciertos viajeros aunque
el hogar lo ocupa únicamente uno, abriendo en ocasiones la puerta para
contemplar el rostro esperado al que la marea forma con la arena como argamasa.
No son los ojos que busca, del color de la miel al derretirse, tampoco sus
movimientos delatan esos hábitos conocidos tras medio siglo de estar juntos
teniendo que aguardar ahora en el confín del mundo para que una tarde le traiga
la recompensa. Otras almas pueblan esas costas pero su puesto de observación
requiere de atención durante toda la jornada de sol, la luna es un recuerdo vago
pese a que ha sabido de algunos que atravesaron una temporada en la oscuridad
hasta conseguir la redención. Les quita a las tejas lo que parece ser el musgo
pero no es más que un reflejo del paraíso verde que yace debajo, nadie se
detiene a contemplar el espectáculo en la inmensidad celeste al tener la cabeza
siempre viendo hacia el ombligo. Casi nadie, los dos locos sentados en un café
han atisbado en un reflejo del sol a la obra que se les fuga a todos los otros
iniciando los planes del viaje que no ha de ser más que una transición al mudar
el cuerpo a lo etéreo. El sorbo final del café ya sabe a frío, la rutina se
deshace al entrar en ese contacto fugaz que quiebra a la semana en el miércoles
con las protestas del jueves ante la presencia de siete días sin resarcimiento alguno.
Dichos instantes no son más que un bálsamo en el lomo para tener que volver a
cumplir la condena impuesta, logrando apenas un puñado de trastornados salirse
del rol asignado para mirar como un meteoro a la enorme trampa azul que espera
se zambulla en lo profundo. En tanto en la isla imaginaria no hay ningún estruendo,
ni siquiera los rayos que yacen más abajo perturban la paz de aquel sitio cuyos
moradores se funden en un cuadro eterno mezcla de cielo y oleaje engullidos los
demás tonos ante la monotonía de los colores. Visto desde acá pueden aparecer
ciertas nubes, cúmulos que se desharán del traje para tornarse en los heraldos
de una tormenta que baña a los depravados contentados con repetir sus días en
una esperanza falsa llamada tiempo infinito. Luego vendrá el sol como siempre a
limpiar los restos de la matanza hídrica siendo que la manchas deben desaparecer
de una buena vez si bien la labor continúa porque los réprobos no se quieren
dar por vencidos. Los espera la cárcel de esta época que se presenta con la
fachada de la libertad pero no es otra cosa que una celda elegida libremente,
con las cargas impuestas que son la sentencia de condena teniendo que
encerrarse para estar rodeado de desconocidos que harán algo parecido para no
ser menos. Por detrás del ocaso se esfuman tales conductas con el sueño siendo
el último reducto del libre albedrío, dejándonos el sabor agridulce de aquello
que está al alcance de las manos pero se evaporará al sentir la alarma
llamarnos para cumplir con la tarea. Aunque la carne se resista hay que sortear
el obstáculo de las penumbras siendo que el tirano dorado ha regresado a sacarnos
de las lucubraciones que se nos aparecen más adelante en una curva, cobrando
sentido el hecho de largarnos a cualquier parte no contando para nada con la
intención que no deja que viremos hacia un lugar diferente ya que fuera de esos
hilos de metal hay un mundo que se moviliza. Mientras el vigía parece que ha
hallado en la lejanía a la destinataria de su dedicación a este asunto de barrer
la marejada notando que se alisa el campo de juego en un azul insondable,
semejante al de sus ojos jóvenes con los trigales en las alturas resplandeciendo
de la misma manera que al conocerse. Anda allá en el infierno de pastizales que
adornan las cañadas, recorriendo el cerco que la mantiene en los límites de su
cordura ante la añoranza de tantas partidas juntas que en el lado opuesto son
reencuentros.
lunes
Bajo la superficie
Bajo la superficie los
sonidos saben lejanos con los miembros suspendidos habiéndose ido el peso del
mundo a alguna galaxia lejana, los pensamientos se vuelven burbujas que de a
poco emergen en el espejo que también recibe a las naves pequeñas. Un golpe sobre
la misma se convierte en un anillo más que se une a los generados por seres
parecidos, sin que ello inquiete a aquel que permanece es estasis con el eco de
otras escenas hasta que es uno con el universo. El silencio ocupa cada rincón con
apenas unos pasos ligeros afuera, tal vez una que otra caricia al igual que los
proyectiles de agua que obligan a resguardarse a la humanidad. La voz en una
cadencia repetida habrá de acompañar al que no ha llegado todavía, que en una
oda a dicho instante trascendental repite la primera de todas las figuras al
sentir el frío invadir su ambiente abrazando sus manos a las piernas que
encuentran calor. Ello sin contar los besos que recrean el descanso de los
primeros días a un costado de la fuente blanca que le otorga fuerza a quien aún
no ha puesto un pie sobre este mundo, pero muy adelante en una curva del
infinito se levanta desprendiéndose las lágrimas de su ropaje hasta que se
aleja dejando un reguero sobre el camino que lo devuelve al calor del mundo
arrastrando una silla para poder contemplar al sol irse dado que el muro ya lo
perdió de vista.
jueves
¡Chau!
La
última marca es de la moharra al ser alzada la bandera en el acto de despedida
tocando el cielo en una suerte de extensión de las manos, tras la entrega de
los pergaminos se produce la diáspora quedando apenas los fantasmas en el aula
de arriba a la derecha justo contra la calle. La dispersión deja el vacío
presente con la margarita deshojada en medio de la calle que es apenas una vía
en esta ocasión, lo relevante se ha marchado para regresar en repeticiones de
instantes con otras personas interpretando a un personaje parecido. Incluso al
momento de la vuelta al polvo de toda la edificación seguirán sonando sus voces
pese a que ocupados en los ruidos inútiles no se le prestará atención, pasando
de largo aquella que ha de traer la apoteosis sin las cadenas que la ataban que
yacen oxidadas con el viento susurrando entre los eslabones.
lunes
Charly
El patio se quedó vacío denotando esa partida que no será definitiva, siempre existe un momento de reencuentros aunque sea en los sueños que albergan esas partes del alma que vamos perdiendo entre las risas y el dolor. Se ha ido a contemplar la fábrica de rayos y truenos cuyo vigía le resulta familiar sólo que esta vez no caerá en el truco de dejarse llevar lejos, seguirá sus pasos hasta el borde del cielo en él que se despeñan las lágrimas formando al océano de abajo que moja los pies del viejo Antonio.
sábado
Dios opera en un cajero
La presencia de la estación de
servicio rompe la inmensidad de la noche pese a que no he extrañado en nada la
compañía de los otros que duermen ahí afuera, el sujeto de la playa viene con
un rostro conocido invadido por un sueño que enturbia sus sentidos. Los
movimientos son automáticos, qué carga, completo, el golpe seco al detenerse el
chorro que se bombea desde las entrañas (las mismas que lo tuvieron
prisionero), importe, cobro y a la nave otra vez. Lo que viene es el café, agua
y uno de esos sánguches sellados hasta el descarte o su consumo aunque nunca se
sabe en el borrón de las fechas equivalente al desgaste que llevamos con
nosotros. No está el lucero cerca al recibir la segunda bocanada de esa
madrugada, a unos pasos en la oscuridad yace otro punto luminoso cuyas
pantallas se encuentran encendidas esperando que vengan a vaciarlo o recargarlo
según el caso. La sed también afecta a esa expendedora de pasajes a la
felicidad según los hedonistas, no más que un boleto que enseguida se desvanece
con el correr del viaje hasta dar de nuevo con la necesidad no obstante
idéntico resultado. La segunda presencia apenas la noto al introducir la
tarjeta, corriendo un sudor frío sobre la sien que se congela antes de reventar
contra el piso que ha desaparecido pese a seguir estando ahí abajo. El papel
calentado por esa tinta que no se ve romperá el hechizo, los billetes yacen en
alguno de los bolsillos, el plástico es cargado igual que las deudas del pasado
pero no iremos demasiado lejos.
—Aún hay crédito por lo visto
dirá él.
—¿Perdón?
—Todavía no se ha terminado el
recorrido hombre, venga y mire en este monitor moderno. En la oficina no tenía
uno así de manera que he copiado el diseño con unos cuantos ajustes.
En efecto, miles de cuentas
aparecían ante la vista de ese extraño usuario al que la helada no lo hacía
tiritar a juzgar por la manta liviana de tono rojo que colgaba sobre sus
espaldas.
—Como verá algunos de estos
registros ya tienen mucho tiempo así que será mejor moverlos a otra sección.
Acto seguido desapareció la
numeración en cuestión aunque enseguida otra surgió.
—Y ahí está de nuevo,
languidece, mengua y crece llenando el vacío de la anterior.
Entre la jungla de números en
blanco alcance a vislumbrar algo que me aterró, no eran nada más que cuentos de
trasnochados sino fechas que encabezaban esa base de datos cuyo operario me
sonreía benevolente.
Incluso una que conocía bastante
bien, viendo en retrospectiva cada momento lo que resultó en agotamiento de mi
memoria que se retiraría a darse una larga siesta después de aquello.
Me encontré alejándome hacia el
vehículo que me llamaba igual al casco de la barca desde la que creo haber
caído en otra vida, una sirena inversa permitiendo que me aleje de las fauces
que no existieron.
—Aún hay crédito
repitió en forma de susurro. Pero la humanidad no lo sabe, sigue avanzando
apresurada temiendo que el tiempo la atrape y es su pasajero constante con cada
hálito.
domingo
Mangia
Harold Fondue nació en el patriótico barrio de Boedo en el seno de una familia de fabricantes de chocolates, lo que le valió varios dolores de cabeza en relación su nombre al punto tal que a los dieciséis años durante un viaje a Uruguay, en tareas de reparto de los productos comercializados, optó por no regresar su casa al otro lado del charco. Se empleó como ayudante en un pequeño diario de Canelones manifestando que era mayor de edad, los pormenores de la maquinación han quedado perdidos en las sombras de esos años. En su periplo por tierras charrúas tuvo la posibilidad de asistir a Don José Omar Valenciano Varela en la cobertura del clásico entre tricolores y manyas, en un estadio Centenario que tenía el privilegio supremo de poseer la primera final del mundo con las consecuencias ya conocidas. El sitio estaba a reventar, la cacofonía se extendía de un extremo a otro de la capital escuchándose para envidia de algunos en la ribera opuesta dado que no había fútbol debido a una huelga de fabricantes de pelotas. El ya veterano periodista cubrió otros encuentros famosos, aun muchos contaban que se quedaba dormido antes del inicio despertando con el alarido gutural que sabe casi a la primera palabra pronunciada. Recolectaba entonces información de los asistentes al encuentro con testimonios de ambas parcialidades, lo que le llevaba un tiempo precioso dejando pasar los momentos más relevantes del encuentro como eso tiro libre que se va alto desparramado al portero aparte del que recibe el impacto en la tribuna. Sin mencionar la pelea en el mediocampo que culmina con varios lesionados que se toman alguno de sus miembros heridos de muerte no obstante apenas ser rozados, generando el amontonamiento de los rivales en pos de cobrar venganza. Se sentaron en uno de los peldaños del campo de batalla con la salida de los dos equipos en un enfrentamiento que se prolongaría por las décadas siguientes haciendo que un hervidero sea un espacio polar. Las almas allí congregadas le rezaban al mismo dios pero éste parecía tener colores diferentes el día de hoy dependiendo de la versión que se contara, el joven aprendiz guardaba en la retina de sus ojos un cuadro de epopeya que se le adhería a la piel ante tamaño espectáculo. Ni siquiera sintió algo así en esos cruces entre santos y quemeros que acallaban las tardes del domingo hasta ese alarido en el que el victimario metía la primera puñalada no obstante a lo que la víctima podría bien cobrar la ofensa, con la herida borbotando ira pura. Arrancó el match, el cronista registró la hora del comienzo en aquel domingo de agosto que el otro testigo recordaría a colores pese a la idea errónea de que todo ha sido en blanco y negro en una suerte de acromatismo. El primer tiempo se iría sin nada reduciéndose el griterío para el final de la primera mitad, Harold registraba lo ocurrido en unas series de notas aunque el lápiz en varias ocasiones encontraba la explosión de las minas de trazo en trazo hallándolo ocupado en ello hasta sentir el pitido iniciando el segundo tiempo. Aquel que no se dio por enterado fue su compañero que continuó roncando apoyado de vez en cuando sobre la pierna del boedense que ya no escribiría nada a excepción del instante cumbre de destrucción del cero con un remate bajo, produciéndose la detonación en la garganta además de los abrazos. Ahí Valenciano Varela se incorporó mirando anonadado la escena, hasta que bajó la ola desde lo alto de la tribuna apaciguando todas esas voces vueltas susurros. Minuto veintinueve anotó sobre el papel garabateado siendo observado por el aún somnoliento Javier Omar que inició la búsqueda de sus apuntes, notando que estos yacían un puñado de escalones más abajo empezando con el rescate. Recibió un par de pisotones aparte de la ignorancia general descubriendo que el mundo estallaba a su alrededor yendo a parar su nota muy lejos ante los festejos del segundo gol. El pibe, mientras tanto, observaba momentos antes el arranque descomunal del perpetrador de la primera gloria quedando los oponentes atrás viendo la llegada de lo inevitable ante tantas paredes que se caían hasta encontrar el objetivo cuyo guardametas perdería incluso la boina. Sin embargo no coronaría la hazaña cediendo la estocada a alguien más que sellaría el marcador en un 2 a 0, con las consecuentes imágenes de júbilo de la hinchada carbonera para dar paso al silencio del epílogo en plena retirada de los concurrentes. Pudo rescatar al jornalero después de unos instantes, lo halló cabizbajo con pedazos de pequeñas hojas sumadas a la desorientación en los sucesos recibiendo la mano solidaria del otro que lo invitaba a levantarse para dejar ese lugar ya vacío. Se bebieron una copa juntos antes de emprender al viaje de vuelta al pago, aprovechando el veterano escritor dicho momento para armar el rompecabezas con la colaboración de su compinche de viaje que finalmente dormía apacible. La mañana siguiente repartieron la publicación intitulada El Heraldo, una única página plegada en cuya portada se veía como destacada la partida dominical firmada por J. O. V. Valencia y un tal Lorenzo Fernández adoptando un seudónimo glorioso.