I
Es
una noche demasiado tranquila, tanto que ni el viento ha salido a compartir su
música con el mundo de los durmientes. A eso de las dos de la mañana mientras
César, sereno del matadero Meet Loaf, hace su ronda habitual y procura no ceder
al sueño que envuelve a los demás mortales escucha los cristales hacerse
añicos. Lo que sigue luego mientras él permanece estupefacto es una estampida
aldebariana, pero eso no es lo que más le llama la atención sino que a la
cabeza del tropel y montado en un enorme toro negro un hombre al que ha
conocido los últimos diez años lo maldice desde arriba. César sabe que si lo
deja ir se quedará sin empleo, así que toma el viejo y oxidado 38 apuntando a
la pasada, el tiro roza al jinete en uno de sus ojos pero no detiene la marcha
de aquellos cascos.
Suena
la alarma, como una sirena maldiciendo a esos barcos que se alejan en la
oscuridad y entonces se desata la persecución. La policía sigue el rastro de
los animales hasta los acantilados que caen sobre el mar y allí desaparecen,
César es despedido antes del amanecer, el frigorífico quiebra en menos de un
año y el sereno toma al alcohol como un náufrago a la deriva.
II
Busco
entre los recortes de viejos diarios casos parecidos, es la única forma de no
perder el juicio por todo aquello que me ha tocado vivir. Apenas podía mantener
el cuarto en el que moraba antes cuando tenía trabajo y ahora soy un paria, un
desterrado en mi propia tierra con un único objetivo: encontrar al carnicero
que se escapó con todos el rebaño. Pero no hay demasiadas pistas, tan sólo
reportes vagos de personas con menos facultades mentales que las mías. Eso y un
marinero que dice haber visto una manada ingresando en una cueva cuando la
marea estaba alta.
La
única pista, así que he tenido que conseguir unas cuerdas para poder bajar en
ese lugar cuando la marea amenazaba con cubrirlo del todo. Mi impaciencia era
demasiado grande, los cascos ligeros no eran sólo aquellos toros alejándose en
la noche y despertándome en un mar de transpiración.
Nada
de reflexiones, el carnicero debe pagar y antes de que el mar cubra aquel lugar
un rayo de sol marca una pequeña hendija en la roca ancestral. Pequeña que te
vuelves grande dejando que pueda atravesarla y no dar crédito a lo que veo.
III
Algo
va mal, no puedo seguir haciendo esto. El último ternero me suplicó prácticamente
y aun así lo sacrifiqué para que otros puedan rendirle tributo a Baco. Pero esa
larga noche no dormí, desperté demasiadas veces del mismo sueño y sentí la
marca del tridente en toda mi alma. Tenía que hacer algo así que ese día esperé
a que ingresara hasta la última bestia, aguardé y cuando quedamos solos como
tantas otras veces decidí emprender la huida siguiendo la constelación de
Tauro. El sereno sería un problema, lo maldije por el ser el carcelero de esas
almas y como respuesta me quitó un ojo.
Pero
ahora que he encontrado el camino de regreso a los dominios de mi Padre, el mar
se ha corrido para dejarnos ver el pasaje a su reino y finalmente llegar a ese
llano de pasturas eternas. El mar lame mis pies mientras contemplo la manada,
eso y un barco que se acerca a nuestras costas.
Odiseo
ha venido disfrazado de cordero para poder llenar las bodegas de carne fresca,
pero mi buen amigo el sereno los ha espantado usando uno de los truenos de Zeus
que aún conserva en ese 38 “Thunderlord”.
“Aquí en los
campos de Poseidón, yo el de muchas palabras, vigilo que los humanos se queden
en el mar”.