martes

Eácida

Los guijarros yacen gastados

de tanto que el mar va y viene,

contempla apoyado en su cayado

al oleaje llegar hasta las costas.

Sus brazos aún guardan la vigorosidad

de antaño aunque ahora sólo vela

por unas cuantas cabras que son

su tesoro más preciado.

 

Anoche encontró a un viejo amigo

que volvió como un mendigo

a sentarse a su mesa y recordaron

otras épocas mientras la noche discurría,

incluso sus nietos estuvieron oyendo

las historias de Odiseo hasta que el

alba se hizo presente.

 

Allí su visitante decidió volver a la mar

en aquel ajado navío que ha visto mejores

momentos y el pastor lo vio perderse en

el horizonte de regreso a Ítaca,

un poco de nostalgia tal vez por no haber

acudido a la batalla en Ilión

pero tan sólo fue un momento.

 

Después de todo las historias no la hacen

únicamente los héroes en armaduras bruñidas,

también las personas comunes con nombres

olvidados realizan acciones que resuenan

más que diez mil guerreros cargando

contra una muralla.

 

Es así como finalmente se alejó de la playa

llevando a una de las pequeñas crías de

su rebaño que se había extraviado,

su nombre tal vez no resuene en los mares

del tiempo pero a él eso no lo inquieta.

 

Y sobre los muros de la eterna Troya

Héctor ve a sus hijos crecer.

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