Cinco minutos antes mientras Laura elegía con qué acompañar aquella velada, una madre retaba a su hijo quien no cesaba en su asedio a la góndola de golosinas.
El viento costero apuraba el paso de los habitantes de aquella ciudad, mejor buscar refugio de la borrasca que llegaba desde el este.
Pero eso a ella no parecía importarle, pasó al lado de la mujer quien se empeñaba aún en mantener a raya a su pequeño vástago.
Se sentó fuera del viejo cine, la ventisca agitó sus cabellos y antes de que pudiera darse cuenta la botella de gaseosa estaba rodando por debajo del vetusto banco.
En ese instante una mano pequeña se apoderó de uno de los chocolates que estaban sobre la banca, mientras Laura de espalda trataba de recuperar el envase que parecía una barca zarandeada por el mar.
Dos transeúntes advirtieron esto, pero no se detuvieron y mucho menos ella que tras recoger la botella se encaminó hacia la sala del cine.
Le entregó el único boleto al acomodador y se perdió en las fauces de la bestia roja, la última función de la noche era con subtítulos.
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