Viajando al sol
Dejó atrás el edificio vetusto cuya pintura reclamaba ser renovada, atravesando el yermo que presentaba aquí y allá algo del pasto calcinado por el calor del verano que se fundía ahora con el otoño más y más. La ciudad lo despidió impidiéndole avanzar más rápido, con sus eternos semáforos así como los ciclistas y peatones que cruzaban por cualquier parte. En algunas calles los pinos levantaban el asfalto con sus raíces burlándose de la urbanización de los humanos, la naturaleza se colará por una hendija incluso aunque el paisaje sea de puro concreto. Alcanzó la entrada al pueblo, dejando atrás el bulevar en cuyo centro los pinos se mecían suavemente. Aguardó a que el sujeto apurado pasará perdiéndose en la serpiente zigzagueante, cuyas líneas blancas y amarillas lucían desgastadas. El paisaje conocido lo recibió, las cámaras con una finalidad recaudatoria, los conductores que buscaban el lado opuesto de la carretera para hacer una fila más en sus vidas en aquel coloso que proveía casi de todo. Excepto el tiempo, eso no se puede pagar con moneda alguna pese a que los que deciden digan lo contrario para engañar al vulgo que los eligió por descarte. Curva, contracurva, badenes, semáforos, todos los obstáculos desaparecen en el espejo retrovisor a la vez que la tarde cae con el sol debilitado en su último asalto y así las sombras vienen a ganar la pulseada. Los restos de algún animal que no fue afortunado al cruzar sirven de cena para los caranchos que descienden desde su reino de los cielos a picotear la mortaja, como si fueran las aves negras que de un bufete provienen. La recta final yace frente a los ojos del cansado conductor que avizora el viernes justo a la vuelta de la siguiente curva, la necesidad de yugarla toda la semana para cubrir los gastos de los días anteriores la verdad no parece nada atractivo pero así son las obligaciones que uno se autoimpone. La luz mortecina dibuja una continuación del camino sobre los campos en donde la sequía abunda y por azar, aquel navegante sigue derecho al astro que comienza a desaparecer persiguiéndolo para ver por qué se esconde de la humanidad. Perdido en sus elucubraciones seguirá en aquella recta etérea que le resultará una salida de sus rutinas, sin notar que se aleja más y más del globo azul. Venus lo verá pasar sin mensaje de amor posible y Mercurio no le dará aviso alguno, llegando al centro de la cuestión para toparse con su destino. En la cara que el sol no le muestra al mundo yacen sus demonios buscando víctimas que sacien su sed, cayendo así aquel viajero del éter en las fauces de las bestias que destruyen el auto dejándolo a merced de los colmillos que despedazan la carne para así liberar al alma que consumen soltando los despojos en el vacío. En la Tierra ha llegado la noche, los fuegos fatuos sirven de mensaje de despedida de aquellos consumidos por la noche y sus hijos que se arrojan sobre la cara en penumbras del planeta.
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