Pese a los años la marca sigue ahí disfrazada de recuerdos pero con forma de estigma en fin, cómo olvidar esas tardes de domingo en que la batalla surgía de una radio llegada a través de un camino de toscas con estadía en Copetonas incluida. O el último mundial que tus ojos contemplaron de principio a fin, la carrera loca para fundirnos en un abrazo el día de ese penal que no se fue a las nubes o la noche del 3 a 2 al Taladro cuando parecía que se nos escapaba. El silencio luego de un 4 a 6 en nuestras narices, chau invicto, chau punta, campeonato, una obra maestra de terror. Y la tarde muy apacible conversando con tu hijo apoyado en el marco de esa ventana que sólo existe en mi memoria que empieza a mostrar ciertos baches, es eso o simplemente el hecho de que cualquiera acumula tonterías así que mejor dejar espacio para cuestiones importantes. Como cada 10 de septiembre a la medianoche en el que cumplimos años juntos pese a que el último festejo fue hace más de veinte años, imposible olvidar ese pequeño detalle que es mejor que andar con aniversarios fúnebres. Tu presencia parece agigantarse con el paso de los días, los cabellos cenicientos, el cigarro que te sigue como si fuera un perro al que tuviste la osadía de sacar de la calle y las manos enormes repletas de marcas, una guerra, un viaje al exilio, las acequias de Vicopisano, la Ribera, Lanús, el taller de bobinados, el sur de la provincia y el Océano infinito igual que las líneas que puedo recordar aunque muchas están ahí en la niebla esperando salir durante la hora de los sueños. Deambulando con las sombras para ser sacudidas por el respirar profundo de la Negra en el garaje, saliendo en cuenta gotas como ese reloj que controla la caída del agua en el depósito aún más oscuro y sirve para empezar a contar ovejas. Luego será cuestión de acordarse si apareciste en uno de los tantos sueños riendo mientras la nave llamada Ana se acercaba al puerto que dejaste atrás medio siglo antes.
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