Una tarde cualquiera del ’99 en Mar del Plata, la dueña de ese espacio fuma impasible. El tiempo se detiene sobre el cigarrillo que se consume.
Abajo, en la esquina de San Luis y 3 de Febrero, el Negro Jara asiste a una mujer que ha tenido un accidente.
Para mí, el mundo se ha borrado por completo y ajeno a lo que ocurre a mí alrededor observo en la pantalla a la marea verde.
Durante minutos que parecen eternos, chocan contra un muro celeste y blanco. En el centro de esa escena, hay un hombre vestido de azul. Da juego, una y otra vez, como esperando que los de verde crucen la línea que defienden los del sur.
Pero eso no pasa, lo que era un final cantado de pronto no se cumple. El árbitro hace sonar su silbato, los de celeste y blanco se abrazan. Los de verde yacen cabizbajos.
Lo imposible ha ocurrido. Es el principio de la historia, la única referencia que tenía yo del rugby era por Juan. Y curiosamente lo cruce volviendo de la facultad, un par de minutos antes de presenciar ese accidente deportivo.
Así empezó todo.
Año 1999: Los Pumas le ganan a Irlanda, bancando una eternidad contra la línea del in-goal.
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