miércoles

Creta

Veo, a mi madre regresando tras la larga jornada de ausencia con una sonrisa cuya copia capto en el rostro de mi hermana la que en silencio viene a darme un abrazo y las transgresiones de ese enano que se ha sumado a asomarse al mundo oteando la calle que se volvió cálida bajo la tarde de noviembre. Del otro lado juegan a la pelota, uno de ellos lleva una camiseta azul con el número siete colgando en la espalda que gambetea a medio equipo contrario hasta ser interceptado y producirse la nube de polvo. Después los empujones, el tiro libre cobrado que culmina en un zapatazo a quemarropa haciendo que al del medio de la barrera le duelan las costillas una vez que se terminó el compromiso. Una botella de ese veneno traído del otro lado de la galaxia pasa de mano en mano, después es el éxodo dejando desierta la plaza que fue convertida en estadio cuando no en pista de despegue de sueños de pequeños que se unen en esos juegos interminables o eso parece desde este lado de la calle. La terminal duerme al lado de los árboles, hamacas y areneros que en las jornadas tórridas atrapan los rayos de la bestia, dejándole suficiente provisión de calor a los monstruos de cuatro patas que buscan un poco de abrigo de tanta patada diaria cruzando la calzada que no está invadida por tanto asesino al volante. Las luces se encienden al irse la principal, las personas se aprestan para las despedidas jugando uno como nosotros con los restos del recipiente de la ponzoña que el viento hace circular por entre las dársenas y que con suerte terminará en el canasto de los residuos si alguno se acuerda que esa es parte de su legado. Todo ello repetido día a día como una película sin sonido, excepto las muecas que pueblan los rostros de los personajes que descubro en completo silencio desde la llegada de mi nave a estas tierras extrañas en las que la mayoría habla otra lengua.

domingo

Horda

El capitán orco de la selección de lanzadores de rocas, deporte semejante al rugby excepto por carecer completamente de reglas, se dirigió hacia el altar en el centro de aquel asteroide desde el que a fuerza de cascotazos lograron dominar el cuadrante asignado de forma totalmente aleatoria ante la explosión de su mundo natal luego de que una disputa entre clanes no pudiera solucionarse de otra forma que no fuera a los golpes. Alguno le dio de lleno con el hacha al polvorín principal que venían almacenando con miras a darle impulso a su catapulta intentando llegar a esa estrella diminuta en la que creían estaba Grokk, el forjador del universo rojo y árido en él que lo único verde eran esos seres que ya habían conquistado cada palmo del planeta. Dejó la ofrenda al pie de la deforme escultura observando esos dos ojos que refulgían sobre el rostro tétrico, sintiendo una sensación de vacío total al tiempo que era engullido por la presencia que permanecía atrapada tras esa dimensión pétrea para devolver apenas los huesos petrificados que continuaron agrandando el osario. El grito de júbilo cundió entre las filas de los ejércitos vencedores, coronando a un nuevo jefe de guerra que zarpó enseguida con un puñado de elite en el primer asteroide que les pasó cerca, dirigiéndose a jugar el clásico en la mismísima Gimli que resplandecía en esa noche eterna aunque cada tanto la divinidad con nombre de martillo hacía sonar su mazo rasgando la bóveda en un fenómeno que los moradores de las montañas entendían como buena señal. Borrados ambos soles de un manotazo, la luna no daba la cara, la noche se cubría de refucilos que generaban los versos de los bardos acerca del día que no llegaba nunca, de los invasores de piel verde siendo mantenidos a raya a cuenta de unas cuantas descargas y de ese eterno héroe que desde la cima observa el horizonte buscando a algún mago perdido. Luego la bocanada, la respuesta de una chimenea allá abajo en el calor del hogar que duerme todavía en la estación del invierno aunque en la brisa nocturna se puede percibir a algún heraldo de aquella que viene despacio haciendo que el hielo se vuelva lágrima y con ello  florece el fresno en él que descansa sin saberlo un mundo demasiado confiado.

jueves

Fuegos fatuos

La oscuridad pintó el cuadro, la humedad se instaló sobre los muros y al viejo humano no le quedaron ni los huesos al tornarse polvo que el tiempo barrió de un plumazo notando que las pertenencias quedaban en esa dimensión que abandonaba. Ahora no era más que un fuego fatuo con el presuntuoso nombre de alma ascendiendo por entre las cuestas para encontrar que delante había otra subida empinada que llevaba a un escalón más. A veces escuchaba voces que aguardaban al doblar en uno de los recodos encontrando el vacío y la promesa incumplida que se renovaba instantes más tarde para darse de bruces con la realidad de ese mundo construido a su imagen. Pensaría en ello eones más adelante, podía percibir que en ciertos momentos se repetían los pleitos ante sus ojos no sirviendo que girara para otra parte como acostumbraba a hacer cuando se sentía superado por la situación. Una voz lo llamaba desde una casa que él mismo derribó, la pelota picaba en la tierra negra para pincharse como un globo ante un mar de alfileres acaparando su atención para dejar pasar el detalle del can que lo observaba desde una loma lejana. Aunque eso de cerca o lejos es relativo cuando de repente chocás contra la materialización de los pensamientos, temiendo que esas ideas se vuelvan algo terrible que se esconde en un sector de la memoria con el rotulo de inaccesible aparte del sistema antisaqueo. El frío recorre la espalda o el lugar en él que ella se encontraba, por más fogata que enciendas el único calor que recibirás será él de algún recuerdo propinado por aquellas que siguen al otro lado del espejo en un mundo de luces y sombras que acechan. Aguardan poder extender esas garras gélidas, acariciando sin que lo sepan las facciones de esa presencia que se aja bajo el faro eterno aunque también ese tiene fecha de vencimiento pese a que han creado uno que podría suplirlo con una duración de unos dos minutos. Misma fracción que se nos otorga para andar por entre los vivos y tanto vivo que piensa adueñarse del último lugar rumbo a ese paraíso de plástico, con paladines que portan la cura dentro de las vainas fulminando con un espectáculo de rayos cualquier intento de meterse sin tener la entrada. La loza es lustrada un instante antes, después vienen los tributos a la carne que no está, las fotografías arrojadas para que la correntada se las lleve directo al templo que no es tal dado que no hay divinidad posible excepto la ausencia. La monotonía del silencio ante la impuntualidad de aquel que solía vagar cerca de uno, avisando tarde que no vendrá y mejor acostumbrarse a la idea de no volver a verlo excepto tal vez por el rabillo cuando uno huye de esos demonios que ha creado pretendiendo que no ocupen el páramo que se extiende por todas partes.

martes

Huellas

Con los años comenzaron los temblores y la danza de fantasmas que se desvanecían como el humo del cigarrillo que acompañó su soledad, el mundo exterior únicamente podía ofrecerle una presa más que agregar al montón de recuerdos vueltos tormentos. De repente se hallaba hablándole a una pared blanqueada recientemente que volvía con el correr de los meses a traer de regreso las huellas, el yunque sobre el que las memorias eran martilladas quedando el rastro carmesí sobre las yemas. Los pañuelos descartables no contenían huella alguna apilándose uno atrás de otro en el cesto que borboteaba ese mar rojo cuando la noche opresora exprimía los recuerdos iniciando el juego de sombras y terrores que se terminaba al amanecer, cuando no el sueño conciliador que derivaba en pesadilla desatando el llanto, los gritos y la angustia. Vagaba por entre las sombras de la mañana evitando al sol que como una lupa gigante se dedicaba a escrutar sus pasos dejando marcada sobre la acera el rastro que el tiempo seguía, fiel sabueso de la persecución que no cesaba aunque se presentaba morigerada. Recordaba demasiado a menudo uno de sus encargos, el portón se deslizó despacio sobre el riel, el objetivo pintaba una ventana apoyada esta sobre dos caballetes cuyas patas eran irregulares. El viento jugaba a mover aquel objeto mientras el pincel se deslizaba sobre las vetas que renovaban su tono, la mancha roja quedó sobre las mismas seguida del cuerpo inerte dando de lleno con el piso no sin antes sonreírle a su victimario. Ni siquiera dejó a un lado el trabajo que desarrollaba en esa mañana cercana a la primavera, el can pequeño se quedó contemplando el hilo que se esparcía sobre el camino zigzagueante y en un acto alocado lo levantó llevándolo en el bolsillo contrario al silenciador. Creció eso sí, aunque de pequeño le movía la cola a las sombras que rodeaban siempre la existencia del segador contemplando las pesadillas a plena de luz de este que hallaba consuelo en las botellas vaciadas demasiado rápido. Un día ganó el pasillo superando la escasa resistencia de una puerta entreabierta y corrió por la calle de la marejada directo al verde campo al otro lado de ese océano de asfalto, consiguiendo cobijo en una casa pequeña cuyos moradores sobrevivían pescando ranas en los canales cubiertos de totoras. A su segundo amo le llegaría la hora no sin antes encontrarse nuevamente en la casa esa, con las ventanas reluciendo y el rostro conocido con la sonrisa a flor de piel esperando debajo del alero. Tocaba ponerse al día, esperando que un ladrido conocido anunciara el regreso de ese otro integrante de un rincón del cosmos. 

jueves

Escenas suprmidas, 6

Veía al mundo fragmentado, la marca en su anteojo izquierdo se le asemejaba a una grieta. Una suerte de calle que separaba las veredas, de un lado los que estaban de acuerdo, del otro los que estaban de acuerdo pero en otra cosa. El tema era determinar en qué estábamos de acuerdo, porque cualquier diferencia llevaba a ponerle una etiqueta al que era distinto. Una forma de intolerancia que se hacía viral con tanto dispositivo electrónico al alcance de la mano, nada de encontrar una forma de cruzar esa Estigia. Eres de la otra idea, sos un enemigo más al que abatir y así las horas juntos se volvieron silenciosas, era cuestión de no herir susceptibilidades. No hablar de fútbol, religión o política, no hablar de nada aunque con tanta intolerancia se hacía difícil. Unos piensan que tienen razón, otros concluyen que los demás están equivocados. La mañana previa a este descubrimiento se había levantado y por centésima primera vez los lentes fueron al piso. Notó más tarde que el lado izquierdo estaba cruzado por una línea. Así que empezó a ver las cosas divididas, eso le recordó a la sociedad en la que vivía. El otro cristal estaba entero, pero las posiciones intermedias eran tan mal vistas como las opuestas. Se cambió de equipo, se convirtió en Isca sin darse cuenta, ahora es un pagano, un hereje al que hay que erradicar como si de cucarachas se tratara. Ya no siquiera es un hermano, un amigo, tu vecino, un desconocido virtual al que injurio y violento. La fe ciega da la razón, todo uniforme, cero diversidad. Basta con decir buenos días, ese único gesto es suficiente para que el otro se irrite. A usted le parecerá que es un lindo día, obviando la formalidad del saludo, pero en la realidad en la que estamos veo medio difícil que sea un buen día. ¿Qué le hace pensar que es tal cosa? Seguro usted es uno de los que votó a la causa de todos nuestros males, dado que estos males son recientes como la fotografía de ese otro impresentable que acaba de salir sonriendo al lado de la parrilla. La culpa de todo lo que pasa, todo, un concepto tan absoluto como el mismo tiempo, es de ese sujeto y su séquito de acólitos del mal que se esfuerzan por hacer todo de la peor forma posible. Antes por lo menos nos daban una parte del botín, era un autosaqueo pero botín al fin. Cualquier justificativo es bueno con tal de no responder a ese buen día, ahora aquel que usó esa frase trillada yace en un rincón de la panadería esperando pedir unas migajas de ese producto y finalmente poder llevarse su vergüenza a otra parte. Dejo aquel lugar victorioso, le he dicho a ese individuo lo que pensaba y puedo sentirme satisfecho. Si los míos fueran los que manejaran éste pueblo otra sería la situación. Al momento de cerrar la puerta la sonrisa se me ha vuelto una mueca, el sindicado como el objeto de mi ira ha pronunciado otro improperio peor al primer buen día. Ha pedido un kilo de pan, como se ve que a este le sobra la guita. ¿Cómo hará para conseguirla sin trabajar? Que yo sepa ese no labura, seguro debe ser otro mantenido. Tengo que ir al cajero y ver si me depositaron el incentivo, algo es algo mientras sigo con esta licencia que se renueva periódicamente dado que con esta situación económica el estrés me ha mermado las fuerzas.

Escenas suprimidas, 5

Quedamos en vernos algún día pero ese mismo no figura en el calendario, sería una especie de treinta de febrero raro y esperanzador. Sería lo que no fuimos nunca, los besos que no nos dimos, las palabras que guardamos esperando que el tiempo las apacigüe, los gritos acallados en medio de la oscuridad del olvido. Basta ya de eso, basta de tener que sentirme así para saber cómo es lo contrario. Es una inmensa fortuna perdida en cosas que no tiene sentido, tal vez esto sea lo único bueno al fin de cuentas. Una madrugada eterna pudiendo deletrearle al mundo un pensamiento bien guardado, para qué dejarlo escondido si sólo significará una enorme pérdida. Para qué seguir encasillado en algo que no te gusta, déjalo todo de una buena vez y lánzate a ese océano que te aguarda mandando una nueva ola a cada segundo. Sumérgete nadando hacia el ocaso porque ahí está el sol iluminando la otra parte de tu mundo que quiere seguir brillando bajo él, bracea hasta que no puedas más para entonces continuar flotando, un poco más y estarás en la orilla iluminada. El viaje habrá valido la pena, de costa a costa, de la luz a la luz, la oscuridad es para los que tienen malos pensamientos, los buenos hay que sacarlos a la luz para ver si perduran o mutan en algo mejor. Mejor compartir una idea que dejarla muriendo en un tintero digital, mejor escribir empleando el tiempo que tenemos para ello, el capital invertido en la forma adecuada, nada de perder segundos, minutos, horas, pedazos de vida en un tonto rompecabezas. A inventar los nuestros dejando que los demás jueguen con él, a saborear esta pequeña victoria llena de luz y esperanza. El tiempo es eso, poner un poco de verde, naranja y blanco en el cielo, mezclar los colores, ensuciarnos de tinta, dejar las letras escritas y no escondidas en un rincón, arrojar el paraguas, caminar bajo la lluvia, mojarnos para resurgir, mojarnos de lágrimas y de risas. Un brindis a eso con el agua derramada, dos veces por si acaso. Dos veces.

miércoles

Ennio

Cómo decirte que sin la música esas serían otras historias más, tornadas películas mudas a color con los momentos cumbre vueltos mera intrascendencia y los personajes un relleno innecesario, bien puede uno imaginar otros momentos con tan sólo esos sonidos envolviendo las penumbras pegándole una patada a la oscuridad de este momento de despedida pero también de eterna trascendencia mientras alguno se detenga a oír esa obra sin letras que besa el alma.

 


viernes

Día 101 (Búnker)

Día 101: todo se parece demasiado como si fuera una paleta de un único color que recubre los días, sin ver en el horizonte la llegada de la terminal volviéndose únicamente estaciones que se repiten en variantes de quince jornadas. Algunas notas de color contradicen el unísono gris, como el taller de bicicletas al otro lado de la calle que se ha despertado de este feriado interminable comenzando a girar el mundo cada vez que los pedales mueven la cadena.

Día 73 (Búnker)

Día 73: lo más extraño son esos encuentros lejanos del cuarto y quinto tipo, un extraterrestre no lo habría entendido al arribar al planeta para encontrarse que la humanidad ni siquiera se percató de la llegada. Apenas le dirigieron una mirada desde atrás de las cortinas, alguno sacó el celular intentando tomar una fotografía sin mirar en lo que para el de afuera sonó a ofensa, apenas quedó un rastro de la nave al despegar anotando en la bitácora que en ese globo azul la gente es apática. Adentro hay olor a pan, por fuera la misma miseria revelándose e intentando que la libertad apresada se rebele contra tanta limitación bajo la excusa de la pandemia. Eufemismo, pandemia, todo aquello que el agua muestra cuando ha bajado son las vejaciones constantes con la obra que vino en forma de demostración quedándose en lo que pudo ser, poder puro desatado y cargando en las valijas. Las conexiones, el café al costado del camino, el timbre de salida, esos rostros cómplices, todo borrado en un instante incluida la calle arenada a la que el viento le permite conservar el aspecto liso. Apenas un papel del verano que quedó atrapado entre las cortezas finalmente logra llegar hasta la puerta de esa oficina, topándose con el cartel de cerrado. Las tablas son esculpidas con el rostro del mandamás, que va a menos irónicamente, con alargues indefinidos de la situación para no tener que admitir que esto es un desastre dado que ya vendieron todos los boletos que se compraron a precio abisal. No hay suficientes tubos para todos, la nave se va a pique dado que los remiendos no alcanzan, bombardeo mediático con rótulos de alarma que denotan la urgencia constante y la sensación de que no existen otros males. Alguien grita acción de fondo para encontrarse con que la única que quedó haciéndole compañía es la piba de la iluminación, cuya cabellera ondea al viento de regreso a casa.

Día 70 (Búnker)

Día 70: otros quince más anunciados un rato antes de la medianoche, cosa de que no duela tanto y el mismo repertorio desplegado en esa comunión de todo está bien. Los enfermos andaban por los ciento y pico diecinueve días atrás, ahora pasan la línea de los setecientos simplemente porque han medido un poco más. Es como pisar sobre arenas movedizas con la idea de que es terreno firme, los imbéciles de siempre salen a sostener el estandarte de los saqueadores con la ilusión de vivir en el mundo Alfa por encima del autoproclamado primero. El bombardeo mediático te lleva a quedarte anestesiado con los horarios alterados, semejante a ese clima loco que hace salir brotes en la confusión de que es la primavera. En medio de ese adormecimiento general se cuelan los mismos movimientos de épocas mejores procurando llevarse lo que haya quedado en el fondo del tarro, con esas uñas mugrientas que se asemejan a una garra arrancando la poca carne de los huesos pelados del pueblo que ciego ha vuelto a la guarida de la monstruosidad. Inoperantes al extremo reciben poderes inconmensurables, charlatanes vestidos para la ocasión se pasean delante del ojo cuando por atrás nos ponen el calmante que ha de aplacar cualquier rebelión. Moviéndose por un recinto de dos por dos con la suerte de que el estómago no le haga ruido, peor aún que no existan voces más pequeñas reclamando la ración diaria a la que responderle con un hambre compartido. La libertad no es más que un título carente de contenido cuando se aceptan cada uno de los actos que han conducido a este camino, las consecuencias de una fiesta en la que la anfitriona se rajó sin pagar la cuenta regresando una vez que el botín fue escondido detrás del sésamo.  

Día 51 (Búnker)

Día 51: aunque llevamos cincuenta días dentro del bunker sin salir fuera del pago, ese asado quedó lejos, el disco guardado y no hay música que permita celebrar la ocasión, la última postal de los estudiantes deambulando se tornó blanco y negro. Las horas se volvieron un montón de bloques que se apilaron, lo que vivíamos únicamente los sábados y domingos se ha venido a instalar en el resto de la semana alterando las costumbres como es el hecho de que haya olor a pan recién hecho. Una mano trabajosa le da forma a nuevos cuencos, las grietas le marcan la necesidad de perfeccionar ese arte y no cesar en su intento de no perder la cordura al ver que alguien se robó otra hoja del calendario, aunque pronto notará que es su otra mano la que arrojó el pequeño rectángulo en una bolsa a la que se destinan todos esos materiales combustibles. La estela de la horneada de ese sábado allá por marzo le viene a la mente, tanto calor en torno al horno de barro y un grito desaforado anunciando que la pelota besaba la red en otra imagen que ha quedado como de una época lejana. Los chistes en mitad de la semana, los viajes repetidos pero que ahora son algo increíble de imaginar siendo que la mayoría de esos hábitos deberán ser cambiados a juzgar por las circunstancias que envuelven al mundo entero. Aunque decir mundo es hablar de un todo en este momento en el que la igualdad que tanto se reclamó en los últimos setenta y cinco años viene bajo la forma de una calamidad, que no distingue entre norteños y sureños u oriente y occidente. Homogeneiza en el espanto y el vacío, puertas adentro la vida sigue intentando volver alguna buena mañana a que el sol te acaricie el rostro aunque el invierno venga incluido en el paquete. Ya se anuncia, descuenta los días rápido y empieza a calentar pidiendo pista aunque suene contradictorio, anunciada su presencia por esos mensajes que en esquelas se lleva el temporal dejando desprotegidos a los árboles.


Día 44 (Búnker)

Día 44: llueve, así ha estado las últimas dos jornadas y tiene poca pinta de querer terminar a excepción de esos rayos de sol que aparecieron antes de que la luz perdiera la pulseada con la noche y viniera la calma de ese momento del día. Aunque la tranquilidad en las calles apenas interrumpida por un auto que le da a la loma de burro de lleno y sigue con su viaje, es una postal de todo esto. En algunos sitios han abierto los portones permitiendo que las bestias, nosotros, salgamos a estirar las piernas y redescubrir lo qué hemos perdido aunque esté ahí afuera riéndose entre los ladridos de los perros que navegan esos ríos de tosca y barro. Las primeras pruebas parecen mostrar la agitación de querer llegar todos al mismo tiempo a la línea de largada, a falta de arco el violín trae mansedumbre a las fieras que contemplan los enormes vitrales equivalentes a espejos de colores y no dudan en caer en las garras. El monstruo las extiende, aguarda en las esquinas para llevarse a la oscuridad a algún desprevenido dejando una marca sobre las piedras brillantes y tras esto alguno vendrá a sentarse ahí sin sospechar que la mancha no es falta de limpieza, sino exceso de confianza. Los demás, unos pocos, se mantienen lejos de todo ese bullicio que ha regresado con un sinfín de puertas que quedaron mal cerradas y otros aprovecharon la ocasión para hacerse con el botín magro en estos tiempos. Tal vez sería mejor dejar a esas pobres almas atormentadas deambular con más criterio que todos estos que en la desesperación hacen lo contrario a lo que debería ser, luego vienen las ausencias y nuevamente los canes deambulando solos perdiéndose para envidia nuestra en la próxima esquina que yace lejana a estas alturas. La ola aún no ha caído, las defensas deben resistir o será un desastre por acá que se sumará a los que están al otro lado de la pantalla, un poco más cerca y finalmente en la vereda de enfrente sabiendo que cruzará lo habiliten o no deshaciendo todas esas limitaciones que no frenan a nadie para que irónicamente ahora se pida el respeto de esa norma que duerme en un cajón. Presencias virtuales, rostros viejos y nuevos, voces que se mezclan, sonidos que desean salir del encierro aunque esto no suene tan raro en este momento en el que el viento ha retomado el control de la escena. El frío vino para instalarse finalmente, el verano se fue rápido con declaración de enfermedad y este otoño se deshoja raudo diría Romero, oteando por la ventana al linyera que ve los barrotes que encierran a todo el mundo en tanto el otro lucero mira esa flor creciendo sin prisa. Todo está en calma.


Día 38 (Búnker)

Día 38: la escena se remonta a comienzos de los años ’90 y a un grupo pequeño de alumnos en torno a un equipo reproductor, la cinta deja oír esas voces que están grabadas en cada milímetro de su recorrido con las risas entre estación y estación. Mastropiero aparece tras la presentación del hombre con la carpeta roja iniciando la composición sin saber que él es parte de la misma, uno deja en el arte destellos de su alma que equivalen a la mayor trascendencia a la que puede aspirar el ser humano. El adelantado llega antes que el resto de los aventureros, dándose porrazo tras porrazo sin alcanzar el objetivo excepto por desatar las carcajadas del público en tanto la cinta corre de izquierda a derecha hasta que finalmente logra hacer hincapié y firmar la rendición. El aula se vacía, la anécdota queda metida en la cabeza poblada de rulos y se desata en el viento, volando igual que esos rizos pero regresando más adelante para que la broma siga presente. Excepto en este momento, ahora tiene un peso infinito producto de la partida acaecida luego de andar peleando contra el portador de la máscara de muerte que se apodera de la carne más no de alma y ella ya ha cumplido la última función, marcar en la roca de la existencia ese nombre al que se asociarán inevitablemente las risas y las lágrimas. Los dos rostros que ahora han de servir de salvoconducto aunque tal vez el viaje no sea tan solitario y parco, a la huesuda le vendría bien reírse un rato pese a que los demás puedan verla aterrados hasta que la barca toque la orilla contraria iniciando el camino a luz infinita.

Mundstock se ha ido pero su arte queda, tanto como los temblores después del trueno.


Día 28 (Búnker)

Día 28: noto como una relajación, como si esto ya hubiera pasado y no nos fuera a ocurrir a nosotros que estamos en la tercera dimensión alejados de las enfermedades del consumismo que lleva a todo el mundo, o aquellos que pueden, a comprar un montón de cosas que no necesita y ahora lo único que falta es tiempo. Las barreras están preparadas, eso dicen, pero en otros lugares con mejores recursos han tenido un ascenso tan vertiginoso de la línea con picos que parecen estiletes metiéndose en la carne que es la de la humanidad entera, ¿qué carajo podemos hacer aquellos que nos encontramos en el fondo del estrato social y con un estigma mundial que apuesta a reducirnos a meras cosas? Lo único que nos queda es ganar algo de ese oro precioso que son los minutos en los cuales se retrase aquello que se presenta como inevitable, aún espero que las capas rojas vengan con sus armaduras y sus símbolos de seres superiores a salvar esa paz precaria en la que vivíamos tributando con pedazos de nuestra existencia y después hagan la película. Sin embargo, odio tener que admitirlo, somos ciegos en campos minados habiendo olvidado que primero era necesario medir la cantidad de explosivos que existían ya bajo nuestros pies y la falta de ello llevará a la nave a chocarse con uno de esos tantos artefactos, desencadenando las explosiones en masa para que al silencio lo sigan las coronas con flores marchitas cubriendo las llanuras. Tras setenta y cinco años cambió el mundo para venderse en una versión estilizada de la misma basura, metiendo el consumo que viaja en primera clase pero también con los turistas y así es fácil que cualquier cosa se esparza. Los vigías miran hacia otra parte escondidos detrás de trajes que podrían calmar el hambre del continente vuelto el basurero del mundo, con filiales en cualquiera de esas cloacas a las que le venden las series de sus miserias y agradecidos pagan las suscripciones. La pandemia no venía incluida dentro de la lista de enfermedades a ser tratadas, las potencias siguen viendo la manera en la que el ganado tribute marchando a un comedero previamente contaminado y que el resto se sofoque. Los cráneos planean la manera de contener el problema con muros que parecen papel mojado igual que en otros momentos, con ancianos agolpándose en las puertas de esas instituciones que hipotecan los sueños y recibiendo papeles pintados, los de verdad desaparecieron en una especie de conjuro de propios y extraños. Y ahora esto, la misma inoperancia que se traduce en unos lugares en salvar a un puñado implica matar rápido a aquellos que pueden quitarle esa hogaza, que guardarían en una caja recubierta de diamantes únicamente para descubrir al mendrugo verdoso que debería ir a parar a la cesta arrojada con ese veneno de plástico al comedero de quienes hurgan entre las sobras llamadas basura, buscando eso que llaman esperanza.

Día 24 (Búnker)

Día 24: lo peor todavía no ha llegado pero alguno ya se porta como si la tormenta hubiera pasado, las cifras en otras partes se cuentan por miles pero acá eso sólo aplica a los que deambulan sin tener en cuenta dónde pisan. La distancia se volvió cercanía para aquellos que nos rodean, dejando a un lado las precauciones nos metemos en el campo minado pensando que ya terminó de detonar y queremos probar esa libertad que se volverá la perdición de la mayoría. O tal vez se trate de una ilusión, de la confusión producto del encierro autoinfligido que lleva a algunos a quitar el cerrojo saliendo presurosos a la calle como si la batalla se haya terminado. Incluso veo en los ojos de aquel al que cruzo una especie de asombro ante la máscara que cubre el rostro del que viene del otro lado de ese bulevar arrastrando los dos carros rojos, que se quedan a dormir bajo el alero recibiendo la descarga de la noche que ya comienza a hacer sentir el frío como anticipo de la próxima estación. Las notas aguardan tomar el tren que las devuelva a los remitentes de esos trabajos en la distancia, los escritos salen a la luz, la estufa trae cierto calor pero los pensamientos siguen más allá de esos alambrados detrás de los que nos refugiamos. Un poco de aire en la mañana ajustando los postigos, otro tanto en la tarde con el café a mano y el perro que regresa a ver los motivos de esta estadía tan larga, hasta a ella se le hace extraño que el sábado se haya extendido al resto de la semana en una especie de invasión que esconde otras intenciones. Los escritos se volvieron audios, ellos publicaciones y luego el posteo, las partidas conectaron con aquel al que no vemos demasiado, las llamadas acortan distancias pero el temor sigue latente aguardando que esto se desencadene como en otras partes del mundo en los que los muros eran más altos que nuestras defensas desesperadas. Aparte de los ventajeos de siempre que creía se quedarían afuera, pero enseguida salió alguno a justificar el asunto en la urgencia y las renuncias fueron por abajo nomás, el pez gordo siempre eludiendo el anzuelo. Sin mencionar a aquel cuya condena se aligeró con alguna causa que no se le aplica a todos por igual, según el nombre y el domicilio de notificación en un lugar inexistente mayores las posibilidades de largarles un poco la soga hasta que nos olvidemos que estaban tras los barrotes. La memoria se pierde entre tantas malas noticias y pasos en falso que son eso, falsedad pura de parte de quien debería estar cuidando al rebaño en lugar de seguir sacando ventaja y ver la manera de seguir lucrando sin mover la osamenta para partírsela bajo el sol.

jueves

Día 20 (Búnker)

Día 20: un sábado eterno, ayer las imágenes se asemejaban a que alguien hubiera abierto el grifo liberando la pestilencia sobre todos ellos que por incautos y por necesidad se agolparon en la calle. Las filas interminables, la desorganización puesta sobre la mesa y adiós a tantas precauciones después de catorce días desde que arrancó la cuarentena dichosa. Las muertes que se suceden, las que vendrán, el mundo que responde tarde y qué esperar del tercer planeta dentro de la tercera roca si no las muestras de los desastres que se pretenden esconder atrás de cortinas de papel. Lo que no pudieron las declaraciones y pactos de la posguerra en cuanto hacernos iguales realmente, lo está logrando la pandemia. No discrimina, no le importa lo poderoso que te creas o lo débil que seas, vendrá a golpear la puerta pero nadie escuchará el llamado sentándose en la mesa junto a tus problemas de cada día que son más o menos la misma porquería que los que pensaba eran importantes y se meterá en esa bocanada incluyéndote/incluyéndome en la lista. El tiempo dirá si hemos de sobrevivir, si veré de nuevos gran parte de esos rostros cuya fotografía descansa sobre la bandeja de la impresora que emite el mismo sonido lastimero de siempre cuando las palabras saltan de la pantalla al papel. Las sonrisas se pierden en un julio de hace dos años que parecen miles de millones de eones por no decir los días previos a los que viene a cubrir una salida y partida del globo solar semejante a esas grabaciones en las que todo se acelera, la ropa se seca enseguida teniendo apenas el trabajo de quitar las espinas que se clavan en la piel igual que tales recuerdos. Días difíciles estos, de aulas vacías y de ausencias que alguien siente pegando como piedras levantadas por la máquina que cercena el pasto igual a las vidas de aquellos que no supieron ver venir al enemigo hasta que finalmente empezó a cobrarles el canon con cada respiro. La secuencia se repetirá mañana deseando que en esta lotería no le toque a uno pero otros no serán tan afortunados si eso ocurre, flamea el fuego de nuestras existencia en medio de una tempestad que no detendrá ningún chasquido, escudo o armadura quedando la vulnerabilidad de cada ser humano expuesta como el corazón arrancado y puesto sobre una mesa de metal esperando que esa presencia omnipresente se apiade girando rápido el mundo para pasar a mejores momentos. Por ahora el ritmo cansino de las manecillas que en ocasiones se atascan es lo único que parece moverse, hasta las hojas han dejado de agitarse cuando la noche viene a poner su manta encima de nuestras cabezas.

Día 14 (Búnker)

Día 14: dejé atrás el portón corredizo, la seguridad de este rectángulo que nos ha cobijado las últimas semanas con más fuerza que los anteriores cinco años y recorrí una calle casi desierta a excepción del perro que salió al encuentro con el ladrido aflorándole de la garganta hasta ser llamado a cuarteles de otoño. Después vino la avenida, el aviso que bajaba desde el cielo, algunas almas deambulando por las calles, la puerta del supermercado a medio abrir y el chango propio que me acompañó hasta el interior. El de la carnicería no usaba barbijo, las cajeras y los explotadores del comercio sí al igual que el tipo de la verdulería cuyas manos se encontraban manchadas por la tierra que envuelve a alguno de los productos. Recorrí las góndolas esquivando presencias, la distancia sin embargo se achicaba desde el otro lado desandando pasillos y efectuando el recuento de víveres para terminar cargando veinte kilos más en envases azules además de las verduras. Los billetes recibieron una ración de desinfectante, el plástico se agotó hasta nuevo aviso, el sendero de vuelta fue bastante más tortuoso que a la ida deteniéndome unos instantes para cambiar la carga de posición y continuar por la calle más silenciosa que antes. En la reja actuó el desinfectante, debajo del alero y en los picaportes, la ropa terminó en una bolsa oscura, antes de esto las zapatillas sobre un trapo impregnado de lavandina, el agua cubrió los brazos quedando el olor ácido en el ambiente así como en la vereda que rodea la casa. Luego la lluvia sobre la cabeza, la mesa que antes ocupaba el jardín en los días cálidos sirve de plataforma de depósito del contenido que ahora suelta el changuito, previo paso por la aduana que la desinfecta y tras ello los vegetales han ido a parar a la conservadora que actúa como pileta finalizando con el escurrido de cada una de las piezas. Las manos enceradas pueden finalmente sorber el mate a la sombra, el mundo afuera sigue contando los días del encierro con mensajes que se escuchan hasta entrada la noche dado que muchos aún lo desoyen. El que se acercó buscando golosinas, el sujeto de afuera viendo espantado la máscara que portaba, las dos mujeres saludándose con un beso y otros dos dialogando en medio de la calle, el contraste lo puso la cara de enojo de la veterinaria que mantuvo la distancia. Los recaudos han sido tomados, no sé si serán suficientes pero es lo máximo que puedo hacer cayendo en varios momentos en la paranoia de la extrema limpieza y el temor a dar el siguiente paso fuera de este marco en el que pintamos una parte de la historia que en otros lugares es un punto rojo producto de la sangre que han dejado los que pelean en el frente de batalla.

Día 10 (Búnker)

Día 10: esa voz anónima llega traída por el silencio que hay en la calle, apenas interrumpido por el mensaje y algún que otro graznido. No pensaba que escuchar la lluvia anoche me fuera a reconfortar, sin embargo tampoco concilié demasiado bien el sueño hasta que el mundo desapareció despertando con el reloj anunciando dos horas y media menos que la realidad. Una llamada entró, otra salió al rato, voces que siguen lejanas igual que esas imágenes que llegan desde afuera aunque alguna refiera a un sitio no tan distante como Pinamar y la misma disnomia de siempre que se ha acentuado ante la urgencia del caso. Mensajes en rojo y blanco, alertas, urgencias, últimas noticias que dejan desubicadas a las que tenían hasta hace un rato ese rótulo volviéndolas viejas en los partes cada treinta minutos igual que a las cifras de enfermos. Cada tres días el número se ha duplicado aunque ayer se disparó la cantidad de casos, incluso ya no ha respetado a los que parecían los más vulnerables y se dedicó a expandirse en franjas etarias más jóvenes. No hay corona valga la ironía que proteja a los poderosos de la enfermedad que extendió su fúnebre crespón sobre el mundo, dejando el adiós en la puerta que se cierra en el rostro de aquellos que ya no verán a esa presencia que en solitario se va. No es que haya una diferencia en el hecho de pasar de largo en cuanto a irnos solos pero las palabras finales y los besos se han tenido que quedar apretujadas con la impotencia haciendo un nudo en la garganta, para eso no existe medicina alguna excepto la mitigación del tiempo. Otro día discurre en soledad, pese a que algunos tenemos la suerte de no estarlo del todo sigo con esa extraña sensación de fatalidad rondando cerca de la boca del estómago, una suerte de calambre pos carrera de resistencia de esas que se quedaron lejos en la adolescencia. Un par de fotos de un sábado antes de la final en Rusia son como maderos flotando después de que el acorazado se ha ido a pique y lamento las pocas palabras de afecto que les he dedicado a los involucrados en ese rectángulo repleto de sonrisas. La voz que viene del bulevar parece sacada de una película de ciencia ficción, los ladrillos se han mojado como en cada otra tormenta, las canaletas gotean esas lágrimas que alguno ahí arriba soltó y los brotes verdes se extienden en medio del camino que las invasoras de negro se empeñan en mantener abierto como canal de comunicación. Las ruedas aguardan a un costado del sofá poder besar algún día las toscas, el pavimento y las líneas que marcan el rostro de la calle en la que los únicos dueños son los perros que van y vienen, siguiendo con esa extrañeza de encontrarse tan a sus anchas ante la escasa presencia de seres humanos que de pronto se han marchado igual que los restos finales del verano. 

Día 8 (Búnker)

Día 8: la brisa golpeaba ese rostro al montar la bicicleta sobre la calle cuyas piedras pequeñas se estrellaban contra los rayos del carruaje que ahora junta polvo en un rincón de la casa, las noches se siguen viendo estrelladas pero hay demasiado silencio incluso para este lugar que se precia de dicha cualidad. El móvil pasa al atardecer con la sirena enloquecida alumbrando un poco los costados, las almas no vagan fuera del cerco a excepción de algún que otro perro que sabe interpretar esa calma que se ha extendido como un manto sobre la tierra habitada pero temerosa. No hay bombas en el cielo, tan solo es otro ataque etéreo que se cobra nuevas vidas y pone en la fila a varios que parecían en un momento invulnerables, mensajes por doquier en la distancia que ya asusta un poco. Voces que se extrañan metidas vaya a saber uno dónde, esperando que oigan la advertencia en lugar de seguir por el camino de siempre que ahora yace abandonado agrietada un poco más la vereda. La loma en la que los pinos le marcan el territorio al asfalto, la diagonal bajo un sol que sigue dándote un abrazo en eso de abrasar y ellos tres que se han separado ahí por diciembre sin la oportunidad de deambular una vez más por allí. Tras esto la calle de arena, el consultorio con el cartel de advertencia por si alguno no se ha percatado del asunto, un teléfono que sirve en casos normales y el susurro entre los hilos de alambre del terreno baldío que ha comenzado a ser limpiado aunque los siguientes trabajos deberán esperar a que el capítulo termine. Vuelta a la casa, al lugar del que generalmente huimos por rutina o por voluntad propia, paredes que escuchan con atención esas palabras de aliento que vienen desde los rincones del cosmos y siguen flotando en la noche en la atmosfera de la paz que se ha instalado por vez primera en la tierra. Aunque la batalla, una de las tantas de esta guerra, se siga librando mientras los defensores tratan de que las grietas que han comenzado a aparecer no se vuelvan un desmoronamiento. Aguantar un poco, las manos que se encuentran lejos suman su esperanza a esa metáfora, deseando que el contador no ascienda demasiado deprisa porque sino vendrá el desborde del río sobre los valientes defensores. Anónimos ellos, posiblemente los hemos cruzado incontables veces pero nuestra atención estaba en la ida apresurada o la vuelta lenta cambiando juntos de colectivo a bondi para distanciarnos con apenas un par de cuadras, ciertos lugares frecuentamos sin conocernos nunca. Ahora las vidas que penden de un hilo llamado incertidumbre son puestas bajo su ala protectora, los rectángulos de los alambrados rodean la construcción que acusa un lustro desde la inauguración y el postigo se da de bruces contra la pared a la que el pasto recién cortado manchó en señal de protesta. Sangre verde, si fueras la única que se derramara sería todo más sencillo. 

domingo

Día 6 (Búnker)

Día 6: el mensaje baja desde los altavoces, un miembro por familia, la fila a un metro de distancia, las tres de la tarde marca el final del horario de compras y el comienzo de la restricción, la patrulla dobla en Luro rumbo al bulevar iluminando por un instante lo oscuro de este asunto. La llamada del otro lado del océano, de un lugar remoto que apenas puedo ver en un mapa y ese rostro aún más lejano con un cuarto de siglo encima desde la última vez. Los camiones desfilan, el adiós será solitario con una plegaria que se pierde entre las paredes del refugio, la foto se marchita igual que la vida tras el avance de la plaga y la falta de conciencia, la reacción tal vez salve a alguno pero las cenizas quedarán flotando en la oscuridad. El único fuego que realmente debería haberse quedado en una metáfora de alguna historia vieja, traída en un tomo que ilustra la batalla final entre el héroe y la serpiente que lanza el veneno desde su trono dorado. No hay recurso que pueda frenar el embate, de haberlo el poderoso se quedará solo para descubrir que quien lo cuida afuera del domo se ha ido debilitando hasta que ya nada le llegue y entonces tendrá que unirse al resto, a los meros mortales que aguardan la suerte en la ruleta producto de todos los que no sienten empatía alguna por los demás. La oscuridad sobre la vieja civilización es el ocaso aquí, estirando el rayo final de sol el momento de que finalmente las sombras vengan y tal vez esas empalizadas resistan un poco ganando días para reducir los daños. El problema sigue estando en el boicot interno, aquellos que no han guardado su lugar tomándose esto como si fuera un fin de semana eterno y deambulan por la vía pública, la disnomia no podía quedarse fuera del espectáculo que se desarrolla desde hace días. Lejanos tiempos los de viajar hasta San Romano, recorriendo el camino a la orilla del mar que se encuentra más lejos aún, una postal pegada en algún rectángulo de los que forman el alambrado agitada por el viento y descolorida por Febo que ha vuelto. Tras la supresión de las horas apretujadas la salida un par de minutos para levantar provisiones sabe extraña, una especie de sueño que en cualquier momento mutará a pesadilla y esos dos faroles que han pasado indagando accidentalmente sobre una nueva bolsa de desperdicios que ha sido dejada como mensaje de existencia. Luego la repetición, las ventanas que recibieron la luz de la mañana yacen cerradas aguardando la caricia del rocío, todo se ve normal excepto la sensación del principio que apenas puede ser diluida por el hecho de estar ocupado esculpiendo ideas en el teclado, cosa de dejar algún registro de todo este pandemonio.