martes

Titán

Y él se va, transformándose  en algo más grande
que nuestra propia casa que guarda los ecos 
de las glorias pasadas, atesorando cada tanto
como si no quisiera dejar que su luz se aleje.
No bastará con colgar tu armadura
para que no pueda venir otro que la use,
un sitio con tu emblema no es suficiente
por tantas cosas que nos diste.
Un golpe hacia atrás al final del partido,
la Banda se queda en silencio,
una carrera contra el viento,
los merengues que se dicen grandes 
caen ante el Xeneize,
no pueden entender cómo es que hay tanta garra,
corazón y sangre Tana mezcladas con Plata,
simplemente esta vez la galaxia se ve engullida
por el universo azul y oro.
Al final las demás no son sino Ciudades,
que jamás podrán eclipsar la marca que tú 
has dejado en cada uno de nosotros 
Titán de la República Genovesa de La Boca.

Un lustro

Un lustro,
nada más que un instante
pero se nos ha pasado rápido.

La loba ha crecido
las canas pueblan parte
de nuestros cabellos,
todas marcas del tiempo.

Cada amanecer el temor
se agita en lo profundo,
partes en la mañana
volviendo cuando el sol baja
y recién ahí todo tiene sentido.

Cada sirena vuelve la espera
terrible, hasta que las luces
cambian ese sentimiento.

Te amo.

Vástagos

Primero esos ojos marrones
captaron nuestra atención,
después fue un ser pequeño
envuelto en una manta
enorme que la cubría 
del crudo invierno.
La tercera estrella apareció en 
el firmamento, trayendo el amanecer 
antes de que el sol saliera.
Cuando las tres titilaban
como fuegos ardientes
en el manto negro,
se produjo el eclipse
trayendo más oscuridad
por un instante.
Al disiparse un cuarto fuego
acompañaba a los otros tres,
como relojes que marcan el correr
de nuestras vidas mientras ellos crecen.

Para Morena, Julieta, Clara y Martiniano,
que me han hecho ver lo hermoso
de estar vivos. 

Voces

Descendió y sus pasos resonaron
sobre la calzada, mientras
se dirigía de regreso a su casa
tras una larga jornada.
Cruzó las casas conocidas del vecindario
y la luna resplandeció en el cielo
por última vez en la noche.
Una densa niebla recubrió las calles
que dejaba atrás, mientras gruesas nubes
formaban una cortina que hizo
más oscura aquella noche.
Primero fueron susurros lo que oyó,
luego voces salidas de la nada
y entonces sintió que no estaba sola.
La luna emergió en un claro en el cielo,
pero era roja en ese momento
y ella aceleró el paso mientras
el corazón era un tambor,
resonando en lo profundo.
Llegó a la calle en donde había pasado
las tardes de su infancia jugando
y echó a correr hacia la vieja casa.
Atravesó el jardín jadeando,
con el miedo cubriendo todo su ser
y la puerta rechinó cuando la abrió
para cerrarla tras de sí recostándose
contra ella en la seguridad del hogar.
Entonces al dar un paso hacia delante,
un grito se le escapó de la garganta
al sentir que caía en un abismo.
Luego el silencio reinó mientras
la niebla desaparecía despejándose el cielo
y la luna plateada recuperaba su control sobre él.
Donde debía estar la casa sólo había desolación
y en medio de ella una voz más se unió
a las otras en esa noche.

Y la bestia aulló quebrando la calma,
desatada al fin.

R.C.F.

Los minutos pasaban, las horas se hacían eternas
y en un mundo de fantasía nos sumergíamos 
todos los sábados, a las dos de la tarde.
La esquina aguardaba impaciente a que llegáramos
y entonces podíamos ser lo que quisiéramos,
todo lo demás quedaba postergado ahí afuera
mientras la tarde se escurría.
Un orco, un elfo y el hijo del martillo unidos,
correteando por esa tierra plagada de aventuras
y maravillas, la excusa para olvidarnos
de la facultad o del laburo.
Nuestra amistad ha sobrevivido a todos estos años,
mientras otras se han ido o quizá nunca fueron
realmente amistades.
Por eso nos volvemos a ver, aunque jugar sea
sólo la excusa, lo hermoso es que el lazo sigue
imperecedero como la llama de Anor, para que todos
esos sábados sean traídos de regreso por la brisa suave
que da contra la escollera de la Ciudad de Plata,
que parece desdibujarse tras la niebla que surge del mar.

R.C.F.: la sigla (acrónimo) de Romero, Carrara y Fiori. ¡Éste es un equipo!. 

Viento

Viento, llevátelas lejos a que conozcan el océano infinito y se disuelvan en medio de las olas, como una tormenta suave que se vuelve un arcoíris.
Eso es lo único que ha de perdurar de éste momento tormentoso, así que no te preocupes por algo tan insignificante.
Eso sí, respeta al trueno que anuncia que lo peor ha pasado. El relámpago ya golpeó y ahora puedes dejar de esconderte.
Piensa en lo pequeño que somos la próxima vez que te creas que eres lo mejor. 

Yo no quiero

Yo no quiero que el caracol me gane,
pero a éste paso vamos camino a eso
y hablo en plural para no sentirme solo
ya que parece ser que así estoy.
Quedamos los mejores dijo un amigo
pero al darme vuelta se había ido
a buscar mejores tierras.
Así es que me encontré resistiendo
el ataque de esas babosas con casa portable,
las que se van cuesta arriba impidiéndome
que las alcance poco a poco.
Su andar es como la del tiempo,
lento pero seguro te pasa
dejando secuelas en todas partes. 

Yo me voy

Yo me voy siguiéndolo a Pietro
tras esos charcos de la lluvia
entre matorrales y médanos.
Yo parto de aquí a recorrer esas
pequeñas cosas que tanto me gustan,
pero parecía que no me quedaba nunca tiempo.
Voy tras él, corriendo sin fatigarme
como cuando di los primeros pasos
y me pierdo en la inmensidad celeste.

Lobos en el hielo

Puesto de guardia.

Lo que me gusta de éste paisaje es que siempre se ve igual. Nieve, viento, frío, sólo un loco estaría a gusto aquí. Ocurre que ellos no ven la paz que he encontrado, tras tantos años de guerra en esos mundos de cenizas.
Únicamente el crujir de la nieve bajo mis pies, el viento de la mañana que me golpea para ver si aún estoy vivo y terminar con el efecto soporífero del lecho en donde ha quedado mi amor. 
Por lo visto somos dos, a futuro tres, los que no estamos cuerdos aunque no ha existido nada mejor que conocerla. Y ahora mientras me alejo hacia la vieja motocicleta, el café recién preparado aguarda a que ella lo beba.
Eso es otra cosa que compartimos, además del vástago que tenemos en camino y que aún estamos en la difícil contienda de darle un nombre.

Al pie de las montañas del norte.

“Hielo” dejó el cubil para adentrase en el bosque que nacía cerca de las montañas del norte, sus hermanos aguardaban en el lugar donde sus ancestros se reunían. El conclave fue breve, los más viejos decidieron abandonar aquel lugar y emigrar al sur, en donde vivían los Lobos de la Ventisca aunque habían perdido contacto con ellos.
Regresó a su hogar, por última vez, añorando los días en los que la caza abundaba y nada parecía anunciar que alguna vez algo los empujaría a emigrar. 

Pero el hambre saca al lobo del bosque.

Campamento minero.

La brújula está mal o acaso es que al cuervo se le congeló el sistema, aunque eso no debería pasar. El sistema magnético lo mantiene ligeramente elevado sobre el suelo, amoldándose al terreno, aunque no me salvaría de caer por un despeñadero. 
Y aquí la nieve suele ser una trampa, esconde las depresiones hasta que alguien tiene la mala suerte de caer en una de ellas. El campamento minero debería estar aquí, ni siquiera se ve la baliza de señalización desde la que he visto partir a las naves de carga. 
Tal vez esté un poco más al norte, cerca de la llanura congelada que marca el comienzo de ese vacío de hielo, montañas y nieves eternas. Nada crece ahí, el combustible se acabara pronto así que mejor no me adentro demasiado en ese terreno.

Llanura helada.

Sabía que algo andaba mal, pero nada los había preparado para el espectáculo macabro que los aguardaba tras dos días de marcha. Cientos de esos antílopes que había cazado durante sus días felices yacían destrozados en el medio de la tundra.
La nieve poco a poco cubría las huellas de la matanza, “Hielo” sabía que no existía un ser en su mundo capaz de efectuar aquello. Excepto los terrestres, ellos llegaron desde su lejano mundo azul en esas latas de metal y depredaron todo a su paso.
Oía la voz de sus ancestros resonando como una elegía, la tristeza lo invadió y entonces resonó el aullido como un cuerno de guerra. El resto de sus hermanos se unió a esa sinfonía, mientras la nieve seguía cayendo para ponerle un manto de piedad a la memoria de esos homicidios.
Luego todo fue silencio, apenas interrumpido por el jugueteo de los cachorros que parecían estar sustraídos a todo ese caos que rodeaba a la manada. 

Baliza.

La brújula no está averiada, el campamento minero ha desaparecido. Estoy en el lugar en el que deberían estar los depósitos de suministros. Aquí aterrizaban las naves de carga, la señal luminosa no me deja margen de duda.
Y para terminar de despejar las sospechas he lanzado una bengala que tras describir un arco se ha incrustado, dando lugar a que la nieve al derretirse despeje el suelo dejando ver un cráter.
Algo y no sé qué, ha provocado que los extractores de gas exploten aunque no me explico cómo no escuche la detonación. Tal vez toda la estructura estaba sobre algún tipo de falla o algo así, eso explicaría que se haya venido abajo. La falta de mantenimiento, la extracción excesiva de recursos, espacios que quedan vacíos debajo de las instalaciones hasta que se produce el desplome.
Todas hipótesis, nada firme, tendré cuidado para poder salir de aquí. Por suerte el cuervo tiene un sistema de navegación excelente o habría terminado hundido. No me lo explico ¿cómo pudo desaparecer todo así como así?.

Rastros.

Algo inquietó a la manada, los guerreros más expertos dejaron atrás al resto adentrándose en la depresión que se extendía ante ellos. Sabían que algo yacía allí, tal vez la respuesta a la falta de caza. Los restos de los antílopes llegaban hasta la entrada de ese monumento al impacto del gran meteoro, que convirtió todo aquel planeta en una desolación.
Pero ellos habían sobrevivido, cambiando de forma cuando fue necesario y olvidando que alguna vez fueron viajeros de un lugar que se había perdido en el tiempo. Ajenos a las guerras libradas por los que fueron sus hermanos, no tomando más de lo que necesitaban y desprovistos de toda codicia.
El viento no sonaba en aquel lugar, como si la depresión fuera otra dimensión pero aún en esa inmensa oscuridad podían verlo todo. Incluso aquello que se movía por debajo de ellos, desde donde llegó el ataque pero no los tomó desprevenidos.  
Eran como perros pequeños, surgiendo de las grietas en grupos de dos y lanzándose al ataque. Su número era lo importante, el tamaño en verdad era algo engañoso, pero los lobos del norte estaban acostumbrados a esas cosas.
“Hielo” dejó un tendal de enemigos en el camino aproximándose a lo que parecía un capullo invertido y sabiendo que de allí provenía el origen del mal, llamaron a su Madre quien hizo que toda esa depresión comenzará a sacudirse derrumbándose cuando los cazadores salieron de ella.
Sin embargo por algún motivo sabían que no habían acabado con todas esas criaturas.

De vuelta en casa.

Me he detenido en el viejo bunker, gracias a que el radar me indicó su ubicación. He tenido algunos inconvenientes para activar la puerta de entrada pero finalmente me he hecho con lo que vine a buscar. Creo que aún recuerdo como se cargan estás minas en el viejo cuervo, aunque nunca me gustó llevarlas porque me recuerdan demasiado la destrucción que en el pasado sembraban.
Y ahora he vuelto a casa, ella me estaba esperando con la noticia de que nuestro bebé está cerca. La tormenta también así que será mejor estar preparado, he activado las cercas eléctricas que hace rato dejé de emplear, demasiado confiado con los años pero es mejor estar prevenido hasta que sepa que fue lo que eliminó las instalaciones mineras.
Algo viene en la noche, lo presiento, como si se hubiera despertado un lado mío que hace rato dormía. El del último o tal vez uno de los últimos Lobos de la Escarcha. Irónicamente me encuentro en un desierto, uno helado no arenoso, el mismo lugar en donde mis camaradas perecieron.

Pesadillas nocturnas.

El calor era insoportable, el peso de la batalla aún peor, yacían varados en ese desierto infernal y las naves se habían alejado hacía tiempo.
Una tormenta de arena los alejó del lugar de la contienda, algunos simplemente se quedaron contemplando el sol que emergía y otros decidieron encontrar una salida.
Los enemigos, seres letales venidos de un lugar oscuro del universo, se limitaron a enviar pequeños grupos que atacaban a plena luz del día. 
Al principio el adiestramiento surtió efecto, trabajando en equipo como si fueran uno solo, pero pronto los agresores cambiaron las tácticas, surgiendo por debajo de ellos y diezmándolos de a poco hasta que se encontró vagando en el desierto.
El último miembro de la unidad de los Lobos de la Escarcha, aunque algo en su interior le decía que no era así. No supo cuánto estuvo en ese páramo desolado, hasta que lo encontró una nave de transporte que había tenido que hacer un aterrizaje forzoso.
Así es como terminó convirtiéndose en un exiliado y alejándose de toda esa guerra en la que había estado inmerso.

Despertó, algo andaba mal y la mente enviaba un alerta en medio de la noche. Tomó el viejo rifle, ligeramente modificado para poder manipularlo sin la pesada armadura de infantería.
Según el pequeño control manual que llevaba las cercas estaban perdiendo poder, algo se estaba comiendo la energía y comenzaba a hacer ceder las defensas.
Sacó a su esposa del sueño, cubriéndola con una manta mientras se dirigían hacia el viejo bunker. La puerta tardó en abrir, antes de sumergirse en el mismo pudo ver como una oleada de los enemigos que moraban en sus sueños se materializaban atacando el que hasta entonces era su hogar.
Se introdujo en el refugio haciendo que la puerta se cerrara con un chirrido que la tormenta de nieve engulló.

La última batalla.

No podían estar siempre encerrados, la pequeña fortificación contenía pocas provisiones y esto lo llevó a tener que tomar una decisión desesperada.
Tal vez si lograba dar con el cuervo podría intentar alejarse, aunque no parecía que hubiera un lugar mejor en ese desierto blanco.
Dejó a su esposa refugiada en el bunker, había dejado al vehículo en una pequeña instalación cercana a su casa, se arrastró hasta allí y lo que vio lo dejó pasmado.
Una de esos edificios de pesadilla por los que había visto salir incontables números de enemigos se alzaba ante sus ojos. Eso era lo que desapareció el campamento minero, de ahí venían los agresores.
Las cosas se veían peor de lo que eran, necesitaba salir de ahí de inmediato aunque con esas criaturas en el planeta no habría un lugar seguro.
Halló al cuervo cerca de donde se encontraba, activó el sistema de encendido y éste le respondió elevándose del suelo. Cargó las minas de ataque y comenzó la maniobra rumbo a la ciudadela, programó la nave para que siguiera el curso una vez que estuvo en dirección a la misma.
En eso una de las criaturas con las que soñaba la noche anterior vio sus movimientos y comenzó a emitir un sonido gutural. Al instante cientos se le unieron, comandados por otros que portaban unos aguijones de pesadilla y como si hubiera vuelto atrás el viejo rifle retumbó como un cuerno de batalla.
La sangre violeta cubrió el suelo mientras el cuervo iba hacia la guarida de las criaturas, sus enemigos lo rodearon aunque el seguiría peleando hasta el final.
Entonces lo que parecía ser sólo nieve se convirtió en una manada de lobos, que segó a los enemigos como si fueran insectos. El cuervo comenzó a introducirse en aquel capullo que parecía latir, accionando el mecanismo de autodestrucción y éste explotó junto con las minas que portaba haciendo que el suelo cediera hasta donde se encontraba el viejo soldado rodeado de colmillos.

Epílogo.

El espacio siempre me ha parecido un océano con miles de faroles perdiéndose en la distancia, la calma que lo envuelve, apenas se ve interrumpida por el sonido de los motores de la nave, me ha traído la paz que perdí en medio de la guerra.
El último miembro de mi escuadrón, es curioso como siempre pensé que era el único, desapareció en medio de la nieve de ese lejano planeta del cuadrante sur.
La base estaba destruida, al igual que la colmena de criaturas que pareció volar por los aires, tan solo el viejo refugio estaba intacto y nos costó mucho acceder a él.
Dentro no había señales de lucha, tan solo algunas provisiones y éste diario que he leído para conocer que le ocurrió a mi viejo camarada.
Incluso encontré un viejo rifle adaptado con una imagen de un lobo desgastada, clavado en la nieve.
Lo que no me explicó son las huellas, como la de los lobos de la Tierra pero más grandes y dos pares humanas que terminan donde empiezan las pisadas de una pareja de bestias junto a una más pequeña.
El espacio guardará el secreto supongo, mientras mi café se enfría de a poco. 

C2

I)

No se ve, mi laburo no se ve,
mi trabajo no se ve.
Ya se fue, la carrera ya pasó
y lo único que queda
es el recuerdo en la mente
de cada uno de los sujetos pedagógicos.
Es el rotulo de las instituciones,
al despojado de la libertad
lo llaman recluso,
al estudiante lo tratan de alumno
como si su luz fuera inexistente
y el adolescente es un individuo incompleto.
Estas no son más que formas de castigar
al otro, preparándolo para vivir en sociedad
o en las letrinas de ella.

II)

No todo está en el norte,
hay un mundo profundo afuera
si quieres ver algo más
que esa pantalla en donde
se juntan los sueños 
con la imaginación.
Existen otras canciones y lenguajes
así que no creas sólo en las cosas
que ves en esa caja tonta.
Abre tu mente 
no somos todos las mismas personas
con un único color.
Viaja
y verás la magia de nuestras tierra.
Pero si no quieres hacer el viaje
usa la tecnología para encontrar
otros puntos de vista.

III)

Quién afrontaría la tormenta
para poder llegar al otro lado 
de ese territorio, sin estar
realmente convencido de
que es necesario para poder
corresponderle a los que
dejan de lado un montón de cosas
para venir a estudiar.
Tanta burocracia no refleja nada de esto,
excepto el horario de entrada y de salida
que algunos dibujan exigiéndole 
a los demás que lo cumplan al pie de la letra.
Así que al pie de esta letra les digo ¡jódanse!
que yo sólo necesito al viento frío
de esta primavera extraña para salir
de mi casa, nada de andar pidiendo favores.

IV)

Podría decir muchas cosas de usted
y estaría hablando todo el día,
sin pausa a la vista.
Podría pero tendría que recurrir
a la mayoría de los adjetivos
que hay en éste universo
y ninguno baja de excelso.
Podría, pero que mierda,
si me basta decir 
que sos mi amigo
cosa de que no te quejes 
de que te incómodo.
Paso del usted al vos,
marca patentada por Romero
y conocida desde Puan
hasta la Ría de Ajó.

V) Parece ser.

Parece ser que con administrar la miseria es suficiente,
montando un circo cada tanto para mostrar las lisonjas
acompañado el desfile con el rostro del infeliz de turno.
Pasó el medioevo pero seguimos teniendo feudos,
es como si nunca aprendiéramos que somos más que 
simples contribuyentes que llenan las arcas
de una administración que nos hunde cada día un poco.
Pagando nuestro futuro con la hipoteca de los sueños
de aquellos que aún no han nacido.

VI) Aula 11.

Aula fantasma, virtualmente inexistente
aunque de tan etéreo algo ha de surgir
como las flores en el barro.
Siento como que mi trabajo no se nota
así que he decidido dejar una esquela
para que alguien se acuerde de esta división.
A veces el sistema se engulle todo,
cuerpos, almas, voluntad y sacrificio.
Lo único que queda son las burbujas 
en la superficie y las letras en el pizarrón
que se borran de a poco.

VII) Epónimo.

Recibió ese nombre por alguien que dio su vida
pero pronto sus habitantes lo olvidaron
y convirtieron aquella tierra de inmigrantes esperanzados
en la una letrina equiparable a una ciénaga.
Pero sin embargo, incluso en la basura crecen las flores
y es así como en un pedazo de papel amarillento
escribo estas líneas para mostrar que sigo peleando.

VIII) Oda a Ganímedes.

Sobre una roca olvidada suena una melodía triste,
abandonada como una rosa en un desierto
crece magnifica tras cada lluvia de estrellas.
Recuerda la batalla ganada a costa del amor perdido,
los viajes interminables buscando un nuevo horizonte
sin saber que lo que necesitas está al alcance de tus manos.

Sobre esa roca que sin rumbo va por el espacio
se desata una tormenta solar, pero la rosa permanece
impasible recibiendo los vientos interminables.
Aquí el viajero compone su oda para que el que llegue allí
tome conciencia de que existen otros que habitan el infinito.

IX) Lontananza.

Salió del bosque tras diez años,
un par de amantes y un hijo
que lo visitaba a fin de año.
Ya la ciudad no era la misma,
apenas podía reconocerse 
en esa extensión gris cemento.
Así que decidió aceptar la invitación
de un viejo amigo, alguien a quien
no veía desde mitad de los noventa.
El primer encuentro fue con asado
incluido, brindando a la salud 
de todos aquellos que se perdían 
en la lontananza.
Recobró junto al mar, en aquel lugar
de médanos bajos y maderos,
al ser que había perdido 
en medio de la civilización.
Un buen día se descubrió de nuevo
pintando los primeros rayos del sol
sobre una vereda de Ajó.

X) Eternamente.

Esperó, la tarde era brumosa y el viento lo golpeaba, 
de pequeño recordaba haber sentido algo así. 
Ahora simplemente el agua del mar lamía sus pies
descalzos, pronto los escalofríos cesaron
y sintió como dos manos suaves lo mecían
acariciándole sus canosos cabellos.
Así se perdió en el eterno mar azul.

XI) Sal.

La sal de un desierto helado,
columpiándome entre sueños  y esperanzas
que sangran por mil heridas.
Heridas que el cristal blanco
no deja cicatrizar,
pese a los nuevos intentos
un día atrás de otro.
Sal, lluvia blanca 
que quema todo
y me hace añorar el agua.
A eso saben esas promesas y tus besos,
cortantes como una tormenta boreal.

C1

4J.

El sol ya se fue,
vino la noche oscura
o eso pareció.

Hasta que la luna comenzó
a surgir desde el mar,
roja ella
como si la mano de Baco
la rociara con una copa
de vino, derramándose
éste por su superficie
hacia el océano infinito.

Marcaba al sudoeste
en donde uno de los Jinetes 
mora, pero nacía en el sudeste.

Justo ahí,
en ese lugar llamado Necochea
nos hemos de encontrar.


Arte.

El arte refleja a la persona, esa parte escondida llamada alma. Pero si lo prefieres, puedes darle otro nombre.

Total estamos para eso, para sacar una imagen de tres colores distintos que se mezclan dándole vida a un lienzo perdido.

Tres pinceladas, cuatro palabras que solas no dicen nada pero que en conjunto dejan la marca de los dos Gustavo.

Eso y el ojo del observador, que parece andar vagabundeando por la calle desierta acompañado de un perro lleno de canas.

Pero sólo está cazando historias, así que cuídate la espalda si no quieres notar como te has vuelto la tinta de otra obra maestra.

No hay nada como el arte, incluso en una pirueta de ese individuo que juega del otro lado del océano o en la palomita de un puma, existe esa expresión.

Desde un malbec hasta la entrada en un blog o incluso en esa extraña cosa de ciento cuarenta caracteres, hay arte.

Salud.


L.P.

Se va, a buscar otros mundos
dejando un vacío en éste,
retazos de una despedida
la ausencia empieza antes de tiempo.

Las risas quedan como las fotos
congeladas en el tiempo,
la memoria puede que las conserve
hasta el día en el que golpees a la puerta.

Entonces todo estará bien de nuevo
el rompecabezas completo,
en tanto veré las horas pasar
ocupado en otra cosa.


La lluvia.

Todas las palabras del mundo no me alcanzaron 
el día en el que me hiciste la pregunta más sencilla de mi vida:
¿cómo suena la lluvia?. 

Se siente como si todo estuviera en paz
cuando comienza a caer,
una tras otra traen la tempestad
cayendo gruesas gotas frías sobre los campos.
Un golpe seco,
el relámpago nos hace sentir indefensos,
el martilleo sobre el tejado
continua incesante.
El ejército no se detiene ante nada,
todo se vuelve más vivo cuando llueve,
las heridas de nuestros pasos
se cierran, mientras el viento frío
se hace sentir una vez más.
Ahora viene cálida
como los besos que me das,
mientras el mundo se ve cubierto
por la lluvia primaveral.


La niebla.

Apenas podía ver a unos metros, tal era la niebla que cubría la ruta por donde desandaba el camino a casa ese jueves por la noche.
Las farmacias estaban cerradas, las de turno misteriosamente se unían y él estaba con una gripe, acompañada de una receta que se había humedecido de tanto bajarse a ver en vano.
Antes de su casa recordaba que había una farmacia, así que decidió dar una vuelta a la vieja plaza que tantas veces cruzará de más joven, en las frías mañanas de invierno para poder tomar el colectivo rumbo al trabajo.
Al menos ahora tenía movilidad propia, si bien vivía solo, pero eso no le importaba. Un lecho caliente y a dormir todo el fin de semana para curar éste resfriado; tal vez cuando se recuperara podría beber ese vino que evocaba a las moras.
La farmacia estaba ahí, pero también se hallaba cerrada y no indicaba ninguna dirección de guardia, así que volvió a subir al vehículo para seguir su marcha resignado.
Tomó la diagonal, la que ya sentía el paso de los camiones y seguía mal iluminada, aunque con la condición climática de esa noche era lo mismo que nada; al llegar a una intersección vio salir de la nada a la mujer con el cochecito pero no pudo frenar a tiempo.
Le dio de lleno al carrito mientras trataba de detener el vehículo, pero éste resbalo  en la calzada húmeda y siguió su marcha; a la mujer se la tragó la niebla, él no supo lo que pasó hasta que se encontró frente al portón de su casa.
Había tirado a la basura todo lo que pensó que lo definía, la niebla se lo había engullido como a la vida de la criatura que esa noche el segó y sin embargo lo único que quería era dormir en el lecho caliente.
Curiosamente, como si una mano invisible interviniera, no tuvo pesadillas y el mundo se quedó en silencio, mientras él dormía todo el sábado y despertaba en la madrugada del domingo para descubrir en las noticias del viejo canal dos de la costa que la policía había detenido a una pareja que se dedicaba a fingir la muerte de su hijo en un accidente vial y robarle a los inocentes conductores.
Al parecer la mujer se resbaló en uno de sus atracos y su pareja comenzó a discutir con ella en medio de la calle, siendo apresados por la policía junto con un cochecito destruido.


La tormenta.

Él aguardaba entre penumbras a que ella regresara, la oscuridad de la noche tenía tonos grises producto del tabaco que recubría la atmosfera.
Sentía las horas pasar lentamente, marcadas por el sonar de las gotas golpeando el fondo de metal de la pileta de la cocina.
La tormenta afuera se anunciaba en todo su esplendor cuando al final la puerta de la calle se abrió y la mujer comenzó a subir las escaleras que la llevaban hacia el cuarto donde moraba.
Al ingresar a la habitación no se sobresaltó como si supiera de antemano que se encontrarían,
se limitó a extender la mano hacia adelante en lo que parecía un saludo y entonces el arma resonó sentenciante, arrancándole  la vida a su paciente visitante.
Tenía todo preparado para ese momento, arrastró el peso muerto escaleras abajo envuelto en la alfombra deshilachada y al terminar la fragmentación encendió pasiblemente un cigarrillo, sonriendo en lo que fue una mueca.
Entonces tras cargar las grandes bolsas en el baúl del vehículo se dirigió hacia las afueras del pueblo, dejándole la macabra carga, a su amante y cómplice, en medio de una casa apartada de la ruta que transitó una vez que se deshizo de él.
Llegó a mitad de la madrugada a su hogar subiendo una vez más las escaleras para poder zambullirse en medio de las sábanas, deseosa de descansar del pesado día que había terminado.
Algo se movió en las sombras cuando entró y dio un grito al verlo avanzar hacia ella con la mirada enloquecida, mientras él la tomaba por el cuello quitándole el aire.
Sintió que la vida se le iba mientras él le sonreía devolviendo la estocada en ese paso a la eternidad, paro luego dejar que el cuerpo rodara hacia la planta baja y se sentara a encender un cigarrillo en el viejo sofá en donde, cuando eran pequeños, pasaba las horas velando por la que ya no estaba.

Entonces, él aguardaba entre penumbras a que ella regresara una vez más, en esta escena repetida y gastada llamada vacío.


Los ríos se secaron.

Los ríos se secaron
el joven mar seguía allí,
otras formas cubrían el paisaje
nuevas aguas lo cortaban.
Se vio en el espejo 
de una de las tantas lagunas
y maldijo su inmortalidad,
que se había llevado
a todo ser amado
dejándole sólo 
recuerdos borrosos
como esas rocas 
que cada oleada alisaba.


Maldita modernidad.

Es miércoles, espero en el taller de reparación de dentaduras (léase consultorio odontológico) a que revisen la tomografía que traigo desde la mañana. 

A mi alrededor hay cuatro personas, una de ellas es el padre de la niña que desde hace una media hora grita como si le estuvieran quitando la quijada completa.

Cada tanto la doctora detiene su labor para pedirle que se calme, el padre mira el piso y cuenta las baldosas.

La señora a mi derecha consulta su celular, la de la izquierda hace lo propio, la que acaba de entrar repite la misma acción. Debe ser una forma de contagio propia de esta época.

Ahora el hombre se les ha unido, fuera de las obligadas buenas tardes no emiten ninguna otra palabra. No hay dialogo, sólo los dedos jugando sobre la pantalla táctil o el teclado, condición sin la cual no acepto usar uno de esos aparatos.

El padre se lleva a la niña, a la mujer a mi derecha le aplican anestesia y pronto me veo en la calle tras hablar con la odontóloga.

Una pareja discute sobre la cena de esa noche, hace frío y lo único que quiero es volver a casa. No somos más que extraños en esa vereda desierta. Una película de Chaplin tendría más diálogo.

Maldita modernidad.


Marioneta Maestra.

Se desperezó quitándose las cenizas que lo recubrían, la cabeza le dolía pero aun así tenía  que poner a trabajar a sus marionetas.
Jaló las cuerdas de las vidas que controlaba, las hizo bailar al compás de su música, cuestión de sacar provecho de la situación que se le presentaba.
Escuchó una risita que le pareció conocida pero enseguida lo olvidó, sólo había tiempo para conseguir que las marionetas lo beneficiaran.
La noche llegó, no sentía el frío aunque sabía que la luna nueva anunciaba una terrible helada para los habitantes del mundo que el regía desde sus hilos.
Entonces la risita se tornó una carcajada, sólo servía a un poder más grande, aquella a la que los libres llamaban emperatriz.

Ella tiró de la cuerda que gobernaba a su marioneta maestra y esta sintió como su mundo se volvía un dolor insoportable.
Al final se desvaneció mientras ella apagaba su cigarrillo en la cabeza de su esclavo, al otro día  tendría una jaqueca pero volvería a darle beneficios explotando a los que él creía sirvientes.
Dejó caer la colilla aún encendida y mientras se alejaba no notó que uno de esos prisioneros veía sus ataduras cortadas sintiéndose libre como nunca.

Un grito de batalla resonó en su alma mientras se alejaba de aquel lugar rumbo a la libertad.


Piscina.

Sus pasos retumbaron a través del salón
del desolado hotel, mientras descendía
por la vieja escalera.
Todo estaba a oscuras y desde afuera
la gris mañana no mejoraba las cosas,
con la escasa luz que se filtraba por
las hendijas de las viejas ventanas
de madera, consumidas por el tiempo.
Su agitado respirar parecía darle al lugar
la apariencia de la guarida de una bestia
que reptaba hacia la superficie.
Entonces se detuvo en seco,
cuando notó que algo más se alzaba
cerca de ella camuflado en las sombras.
Se movieron rápido, apresándola,
cayendo su bastón y retumbando en el piso
mientras los captores la arrastraban
hacia el fondo del establecimiento.
La luz le lastimó los ojos cuando salieron
al exterior contemplando el manto gris,
una gota helada del invierno le dio en el rostro.
Sintió que las manos que la sujetaban se aflojaban,
siendo arrojada por los aires hacia el mar
negro que ahora cubría la vieja piscina.
Las negras algas la recibieron como tentáculos
de un kraken sumergiendo a su víctima,
mientras su vida se iba en cada desesperado intento
por conseguir aire. 
Entonces vio una pequeña luz.


Pluma.

Esta noche en la habitación de la torre, el sacerdote tenía una visita inusual.
Lo habían encontrado en la costa y desde entonces ayudaba en las tareas de aquel templo emplazado en la pequeña isla.
Sabía que debía determinar quién era y de dónde venía el extraño náufrago.
Meses sin emitir una palabra desde que lo encontraron, nada que el vino añejado de su bodega no pudiera sacar.
Sin embargo llevaban horas jugando ajedrez y bebiendo sin alteración alguna.
Un relámpago ilumino la escena y por un instante se vislumbró el mar, que como un testigo
mudo siempre estaba ahí.
El extraño musitó su nombre, aunque el estallido de la tormenta lo eclipsó por completo.
Hablaba pausado, el sacerdote apenas entendía, sus dedos movían las piezas, su mano izquierda le suministraba más y más vino.
Mencionó una torre desde donde podía ver el mar, muros blancos con un enorme ojo de buey y el sol resplandeciendo abajo sobre el espejo.
Vio naves llegar y partir, voces de niños que poblaban el aire, a los cuervos venir tras las ejecuciones.
Su relato se detuvo, pareció descansar, pero luego con un movimiento derramo la tinta que el sacerdote tenía sobre la mesa.

Un movimiento más y el rey del sacerdote estaba en jaque, tomó la pluma con la que éste  escribía y acercándola a la vela dijo:
_ El sol derrite la cera, padre.


Réquiem.

Todo es silencio y es paz ahora,
aunque las lágrimas que vertemos
hielen, duelan, tanto como
el invierno que ha venido sin otoño
de por medio para erradicar éste
verano de tu partida.
Las imágenes, risas y momentos compartidos
duelen como un estilete en el alma,
¿el tiempo cura o es la mano invisible que
mitiga el dolor?,  mientras alguien
nos recuerdan que los que se han ido
están en cada paso que damos.