Un loco, todos los locos
El puesto de arquero es en verdad para gente muy particular, no hay de hecho una labor en todo el mundo que requiera de las condiciones exigidas para desarrollar la tarea que es siempre riesgosa y muchas veces sujeta a toda clase de vilipendios. El portero, para empezar, está confinado a un área marcada de blanco en una suerte de afrenta al césped verde e impoluto, no pudiendo salir de ella bajo maldición de perder la posibilidad de meter la mano. Sí, el guardameta es el único que supone una violación a las reglas de la competición dado que puede andar así como así inmiscuyéndose en cuanto altercado se presente. Si hubo un antes sin los cuidapostes la verdad la humanidad no lo recuerda, dado que enseguida surge la figura de la Araña Negra para quitar cualquier duda al respecto. Pero eso era antes, cuando los encasillados en el sitio más importante de cualquier cancha de fútbol que se precie de tal simplemente no podían abandonar el recinto asignado como si fueran reclusos confinados a celdas alejadas de la luz y del sonido de los estadios. Fue ahí que apareció cierto hombre, al que apodaron el Loco, que se atrevió a jugar de líbero llevándole así la contra al entrenador que pretendía innovar con tal sistema. Los arranques de locura no fueron la única cosa que hizo en su afán de romper moldes, reglas y estructuras que un puñado de gente sin humor estableció lejos de cualquier catedral futbolera (hasta el lodazal en él que jugamos de chicos). También optó por usar vestimentas coloridas desentonando con el uniforme negro de antaño, saliendo lejos de su lugar en el mundo para arrimarse al otro sitio semejante dado que él había nacido nueve. En esto también fue un adelantado, más que Rodrigo Díaz de Carrera y que cierto arquero del sudoeste de la provincia que acostumbraba a llegar al sonar de una vieja Citroneta amarilla que estaba ladeada hacía al lado del acompañante. Suscitó, por supuesto, las condenas de los mandamases que finalmente se terminaron rindiendo dado que a este Loco no hubo quien o que lo curase, ni siquiera perder la pelota ante el eterno rival y terminar con un gol más recibido, ¿pero acaso esto detendría más adelante a Higuita? Como los locos no tienen cura, otros que vinieron después copiaron el modelo y lo refinaron con tiros libres y penales incluidos. Pero hubo un antes, un tiempo inmemorial para los que nacieron hace poco en él que únicamente tal condición era distinción de un único sujeto al que apodaban el Loco por todo ello.
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