¡Atajó Gatti!
Aquel tercer match no alcanzó para resolver la disputa del final, el campeón defensor dio pocas ventajas al igual que su retador de ese momento que vestiría de blanco para el encuentro decisivo en Uruguay. Los minutos se escurrieron como las fuerzas entre el barro que fue cubriendo de a poco el terreno de juego, tornándolo en una batalla en la que la tiza dio paso a la pierna fuerte. El pitazo del juez del encuentro resonó por las viejas tribunas que guardarían entre sus ecos los nombres de aquellos que lograron la hazaña, comenzando a construir una historia que no tiene techo y sí, un inmenso cielo pleno de estrellas. Mudos quedarían los hinchas del equipo de la Ribera cuando el primer remate desde los doce pasos fue devuelto por el poste, con el portero rival jugado al otro lado, aunque enseguida el árbitro mandó a que se vuelva a ejecutar y ahí el corazón le volvió a latir a más de uno. Así llegaron al último remate con los gritos acallados ya que se podía sentir en el aire la inminencia de la definición, siendo el ejecutante Xeneize reemplazado por uno de Cruzeiro que cubierto también de barro se acercó al área custodiada por cierto Loco que portaba dicha condición hasta en el buzo de golero. Aquel sujeto de vincha había venido desde Carlos Tejedor, en el oeste de la Provincia de Buenos Aires, que para algunos habitantes de otras partes de la Argentina es idéntica a la Capital Federal. Pasó por el Bohemio, los Triperos, la contra, el Lobo de La Plata y finalmente recaló en su lugar en el mundo en donde empezaría a agigantar su imagen y sus locuras, por supuesto. Aquella noche del 14 de septiembre de 1977 él levantaría junto con sus compañeros de equipo el primero de los enormes pilares que forma la historia de Boca Juniors, aunque en ese momento no lo sabía, pese a que algún hincha entre las gradas del Centenario le pedía a la virgencita que el remate del oponente se fuera al Río de La Plata en lo posible. El último ejecutante del campeón reinante era un defensor zurdo, que llegó hasta el maelstrom demarcado por un rectángulo mayor y otro interno en donde las esperanzas zozobran. Fue hacía el balón que en el aire se desprendió de toda la mugre que lo rodeaba como un diamante traído a la luz, luego de la eterna oscuridad del cosmos y de la tierra negra que lo arrulla. El esférico, a diferencia de las ocasiones anteriores, no encontró la red de contención sino las manos enguantadas de un adelantado a su tiempo que más que arquero era jugador de campo. La radio recubierta de la estática soltó un rayo de sol en la voz de José María Muñoz quien una década y media antes, en otro contexto, entonaría un grito parecido aunque cambiando al protagonista:
—¡Atajó Gatti, campeón de
América Boca!
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