A un costado de la transitada autovía yace la vieja posada con su fachada intacta y el corazón en el interior ardiendo bajo la forma de una salamandra lustrosa, una copa de vino y otra de agua sacian la necesidad de reposo tras tantos viajes. Las fotografías de Carlos Gardel adornan el santuario del alguna vez coleccionista, épocas que se mezclan de manera tal que el océano del tiempo seguro está metido en el asunto y garabatea sus líneas inentendibles sobre el borde de la copa cuyo contenido carga por la boca rumbo a las entrañas.
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