Los monstruos tienen piel, carne y huesos,
están a nuestro lado aparentando ser normales pero afilan sus garras en las
sombras esperando el crepúsculo para ya no tener que seguir escondidos. Salen
bajo la luna a quebrar las existencias de otros reduciéndolas a fragmentos de
lo que iba a ser una vida plena, la víctima sangra sin que se note porque el
zarpazo ha llegado a lo profundo del alma y no hay reparación posible.
Únicamente el tiempo mitigando el daño físico, pero la mente te golpea con el
recuerdo de la agresión agravada con la publicidad de la misma en torno de
sorna por parte de los que eran tus iguales aunque no dudaron en lastimar sin
remordimiento. Amparados por el silencio de los que te rodean, tal vez un
comentario en un muro que contiene las marcas de los hechos como arañazos
implorando que el tormento cese. Luego no hay nada, apenas el despojo de mi
humanidad expuesta como un nervio a las inclemencias de vivir en esas
condiciones. El fuego y los tormentos son sólo metáforas para asustar a los otros,
a los impíos no los afecta en nada cubiertos por la inacción de los que no se
ocupan cuando deben y salen de garantes de los profanadores. La muerte de la
sociedad cuyas reglas se aplican en extremo protegiendo al victimario, matando
el alma de la víctima a la que ya le robaron el cuerpo. Las marchas culminan
con los desechos, si hubiera sido al revés nos aniquilarían rápido para
demostrar que fue justicia pero la palabra es tan vacía como un texto de quien
no pasó por los círculos del averno. La instancia es apenas un manojo de
papeles en el que el perpetrador es el actor clamando una indemnización por las
injurias y el señalado aquel que lo ha perdido todo sintiendo el vacío
profundo. El peor de todos ellos, la pérdida del alma.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
lunes
Agridulce
Nunca me he ido realmente y el café que me
acompaña lo sabe, hemos tenido esa conversación de nuevo en torno a la loza que
encierra al mediterráneo oscuro en el que el banco blanco se hunde dejando las
aguas dulces. La cuchara ha emitido un sonido argentino al ser golpeada contra
el borde dejando las gotas que de contrabando pretendía retener. Luego descansa
sobre el plato blanco, haciendo juego con la mañana fresca empieza a dormir
hasta que la despierta el grifo. Ambos irán a la siguiente batalla, la plateada
obrará de catapulta que envía los proyectiles de cristal a recorrer el océano
que sirve de teatro para la charla compartida por un rato y después de
plataforma de lanzamiento de los sueños que pueden volverse realidad. Aunque
sea uno sólo que logre cruzar la tormenta desatada, esquivando los peligros
ocultos por ausencia de faro alguno aunque los ojos sobre la superficie vigilen
sin descanso. A la larga se relaja dejando que la tibieza se vaya, el fondo
resulta cálido y luego la sensación de frío igual a salir de entre las olas.
Por eso la metáfora de loa agridulce que puede tener algo de salado también,
las mismas sensaciones que al recorrer estas calles antes de que las invadan los
apurados de siempre. Un par de billetes viejos cuidan la tabla sobre la que el
recipiente sigue vacío y entonces llega esa nave brillante en la que los náufragos
son trasladados a tierra firme. Más tarde tocará volver a hacerse a la mar, ahí
seguiremos con este tema.
Ría
Poniendo la mente en otra parte mientras el
cuerpo sigue adelante, la inmensidad del viaje se presenta como una boca enorme
en la que el mar penetra con olas pequeñas por el momento. Se mecen los sueños
sobre la cubierta llena de vida que recorren ese tramo, luego como los
cangrejos con la marea han de separarse. Dejan la playa desierta cubierta de
agua que emula al tiempo que se termina, vuelta a los traslados buscando
mendrugos y vino que se pica rápido, apenas fue in instante esto de asomar como
las lisas para despedir al transeúnte. Tras ello el sol se pierde entre las
nubes que le sirven de telón, cosa de no mostrar que sigue cobrando por la obra
en otra parte ya que no le alcanza para llegar al final del mes. Un beso a los
barcos que flotan esperando el momento de regresar hasta la baliza que yace
abandonada, el musgo la acompaña a recibir todos esos besos que la corriente le
da. Tapa con un cálido rayo los restos de las barcas que apenas son armazones
de un pasado que se ha vuelto, ría, biguá y venado fundiéndose con el paisaje.
Pastizal y talas emergiendo entre el barro, arenas blancas repletas de
guijarros lamidos por la espuma que arriba en dotaciones pequeñas. Un sonido
espanta al morador de ese lugar, apenas las voces de aquellos que se apiñan a
babor para poder contemplar al último de su especie que escapa de las miradas
indiscretas.
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