Luz, un haz que corta las tinieblas de tanto intento por cercenar la vida, más se resiste esta a dejarse llevar por la corriente y al final ha de crecer. Pasos pequeños iluminando el nuevo día, un regreso a aprender lo qué es vivir al quitarnos el saco de la rutina y ventilar la casa, brote verde que se eleva rumbo al cielo en el que las estrellas duermen vigilando el sol nuestros pasos. Luz danzando en la cara de la oscuridad, desgarrándola hasta enviarla a algún rincón olvidado justo detrás de la sombra de la taza de té abandonada a su suerte. Aunque alguno recordará que sigue ahí esperando la caricia de la esponja, el agua fría que elimina impurezas y luego el reposo en el que la noche se aloja, hasta que el repasador destierra a la última de esas alimañas oscuras. Luz brillando por todas partes, gritos de niños bajo la mañana del otoño un sábado cualquiera o el martes tras la escuela, en esta tarde en la que ella ha venido mirando con ojos curiosos las raíces blancas que penden del mentón rocoso de uno, bebiendo de la fuente cálida de su madre. Los dos responsables de traerles una cuota de esperanza a este mundo, un grano más de arena en la interminable batalla.
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