Una
mole que resuma burocracia, las ovejas que se apartan del rebaño de los
domesticados deben ser homogeneizadas y retornadas a las vías en las que la
sociedad aguarda un comportamiento acorde a las exigencias: nacer, estudiar sin
chistar y trabajar con la cabeza gacha. Al traspasar la puerta, la única
entrada y salida ya que las ventanas presentan gruesos barrotes despintados,
uno se vuelve en parte del unísono no distinguiéndose de los demás excepto por
el uniforme blanco que genera pavor en su neutralidad. Los internos conservan
los restos de su vida en el mundo encadenado, sujetados a las paredes del
monstruo de cemento por la prisión de su mente en la que el único guía conserva
algo de cordura para poder sacarlos del laberinto. Las prendas los distinguen
entre sí aunque no hay diferencias al estar dentro de los muros en donde los
gritos del silencio son acallados, el golpe de la frente sobre el pedazo de
pared descubierto resuena como un trance hasta que alguno de los enfermeros
acomoda al paciente en un sitio mullido y lo deja en el cuarto brillante
reducido a un bollo humano en una esquina. El médico atraviesa los corredores
en un crepúsculo cuyas sombras comienzan a agitarse preocupadas por no poder
atraparlo en la red, de hecho ya consiguieron que otros se les unan pero éste
parece mantener la mente a salvo y oculta en profundidades abisales. Abre la
puerta interior de su celda amoblada con un pequeño escritorio, deja salir el
vaho del encierro y enciende el primero de los cilindros cuya columna de humo
se pierde en el cielo. Este se ha puesto su vestido gris anunciando la
inminencia de la lluvia que volverá al otoño en un heraldo del invierno, no hay
hojas en los árboles de las calles ni movimiento alguno excepto las ramas
clamando piedad a su dios que yace ausente y no ha dado parte de enfermo.
Cierra aquel hueco en la pared para decidirse a visitar a los reclusos,
cruzándose con dos enfermeras cuyos rostros son desdibujados por la noche
instalada eternamente entre los corredores mal iluminados. Se ajusta el botón
de su guardapolvo dejando fuera las manos para poder calentarse en la única
estufa que funciona, justo en la entrada a la sala en la que los internos se
pasean sin rumbo fijo y se topa con su ayudante. El joven practicante tiene los
ojos rojos del mal sueño, resaltando esto aún más la tez pálida en la que se
han dibujado profundas marcas una vez que uno ha visto el abismo demasiado
tiempo y no se apartó lo suficientemente rápido. Nota Alex entonces una especie
de temblor que bien podría ser del frío calando hasta los huesos o en el peor
de los casos la insoslayable verdad de que la demencia tiene una víctima nueva.
Nadie está absolutamente cuerdo para el galeno, ni siquiera los que piensan que
son normales que dejan escapar alguna que otra muestra de neurosis en la
ansiedad por parecer lo más saludables entre café y café. El elemento que
acompaña en su soledad al profesional cuyas teorías son puestas a prueba en
cada jornada y descubre que no están equivocadas, sin querer pecar de soberbio.
El
monstruo de cemento encerraba a aquellos cuyas mentes estaban perdidas en un
limbo obligando a sus defensas a tratar de controlar la situación, las paredes
blancas transpiraban humedad que se mostraba aquí y allá con el
descascaramiento de los muros. Las sombras no obstante permitían esconder el
resto del paisaje ajado que pasaba por supuesto las inspecciones, después de
todo era suficiente con tener a cada uno en su celda y listo. La sociedad,
suficientemente descarriada, no se podía permitir que aquellos extraños seres
tomaran las calles y volvieran su locura en la norma acatada por los demás como
la nueva costumbre. Sin embargo, no todos los desequilibrados estaban
contenidos en aquel asilo siendo que la mayoría andaba codeándose con el sol en
la superficie bastando que probaran su adhesión al sistema con el diezmo
tributario y electoral. Eran ciudadanos modelos aquellos que en filas
semejantes a una horda acudían cada uno de los días designados a romperse el
lomo en un cuarto oscuro, en el mejor de los casos y en el peor bajo una helada
asesina que no perdonaba a los desamparados. El grupo reducido, pese a que
éramos todos uno sólo, se dedicaba a deambular entre los recovecos de la mente
vuelta concreto congregándose en la sala general contigua a la sala de servicio
poblada de sillas de diferentes orígenes. Vestían los pacientes de diversas
formas si bien el sitio tenía la facultad de convertirlos a todos en parte de
una masa, una especie de síntoma de la enfermedad que en silencio los invadía y
llegaba arrastrarlos a un lugar sin cerrojos ni barras de metal. No hay salidas
excepto que uno pueda fabricarla pero ello parece improbable dado que el
carcelero es también el prisionero y se anulan mutuamente. Para esto se
encontraba allí aquel que mantenía su razón fuera del alcance de las
desviaciones, semejante a una roca sobresaliendo de la inmensidad del océano
que se tragó al resto de la isla con los durmientes incluidos. Descendía a las
profundidades cual Sigfrido en búsqueda de la guarida de su presa, sabiendo que
se podía volver en parte de la hueste retenida en el recinto si se descuidaba
demasiado. Un hilo conductor le permitía saber dónde se hallaba en las
penumbras de la mente, regresando la guía a la maraña propia y registrando el
suceso en una agenda roja que mantenía el color en este universo de
confusiones. Contemplaría durante su recreo al enorme fresno en el centro del
único patio que el edificio presentaba, dejando escapar a sus náufragos en
naves amarillas que se desvanecían en el horizonte. La colilla fue aplastada
sin contemplación pasando a integrar la lista de pérdidas en el peregrinaje a
los avernos del alma, sabiendo que su guardia concluiría al fin para buscar
calor en su pequeño hogar.
A
sus 12 años, 3 meses y 2 días, conoció el Templo y la razón por la cual había
nacido con la azul y oro en la sangre. Los demás por supuesto podían hacerse
hinchas de ciertos equipos, todos los otros, pero de este se nace y así será
hasta el fin de los tiempos en los que el balón se pinche para ya no perforar
red alguna. Estaba detrás del arco de La Bombonera observando el encuentro
entre el local y Banfield, que inauguraba aquel torneo de 1974 con un rotundo
triunfo para el Xeneize (por si faltaba mencionar que hay varios vinculados a
este tema que son sus hinchas). La crónica de la época dirá que Marcelo
Trobbiani en dos ocasiones, Carlos María García Cambón y Miguel Alberto Nicolau
de tiro libre, sellarían la paliza de parte de los de La Ribera. El tiro libre
precisamente del último de los mencionados arruinaría al pobre arquero del
visitante, que resultaba ser Ricardo Antonio La Volpe y que cuatro años más
tarde llevaría la dorsal 13 en el Mundial de Argentina. Como todo lo que
ocurrió en los años setenta lleva una marca oscura esta no podía ser la
excepción, ya que el campeón sería San Lorenzo de Almagro en un campeonato con
treinta y seis equipos. Es anecdótico el resultado en sí, pero es traído a este
racconto debido a que todo está unido por un hilo invisible en él que
necesariamente el personaje debe formarse a partir de aquello que vive.
Únicamente así se puede trascender hacia más allá de los límites para lograr
cierto tipo de equilibrio, negar el resto de los acontecimientos tornaría la
descripción selectiva y parcial, una abominación que no puede tener cabida
entre las líneas que resultan al contar una historia. El joven Alex no dejaría
de ir a la cancha en cuanta oportunidad tuviera, con su abuelo y su padre que
lo precedieron en el nacimiento del sol y el cielo justo antes de que
aparecieran un montón de advenedizos a reclamar una gloria que ya fue Bostera
pero deben denostar dicha situación manifestando que son lo más grande. Lejos no obstante de dicha realidad, con
versiones que son modas y un montón de aprovechadores que salen a gritar
campeones en medio de una helada que anuncia su llegada. La escena del
principio es a todo color, a diferencia de la monstruosidad descripta al
comienzo que debe ser pensada en blanco y negro dado que no le cabe un tono
mejor. Si le resta alguna duda vendrá el recuerdo del compañero de saga de
Nicolau, llamado Rogel, a deshacerse de lo que quede una vez que hayan sido
recibidos por el primero que se ocupaba de cortar el asunto por lo sano. No
menos que ser atrapado por una soberbia patada de Pernía con pisotón y
escupitazo que ameritan la expulsión, eso se gana por no ser de Boca. Los
contrarios descubrirían que uno de los suyos yacía desparramado, un tres
seguro, exigiendo explicaciones pero la respuesta era siempre la misma:
—Acá
no pasó nada.
Al
director del neuropsiquiátrico Muñoz le gustaba tener todo en orden, incluidas
las entrevistas con los posibles profesionales a los que mandarían en
expedición a las mentes de los demás y olvidando de hecho la propia. Abría la
puerta de su despacho a las 8:10 de la mañana una vez que el café terminaba de
realizar el milagro, quitarle la almohada del rostro que lo llamaba a seguir en
el mundo de Morfeo con todas sus maravillas y espantos. Precisamente una de
dichas manifestaciones se hizo carne, al observar el pasillo que creía vacío,
en la figura de Alex al que ya había visto demasiadas veces. Lo atajó un día
mientras huía a almorzar en un restaurante que se hallaba a dos cuadras del
hospital, lo interceptó al encontrarse reunido con otros médicos en el colegio
de psicólogos y casi lo termina echando al toparse con él un día de compras con
su señora (mas en este caso lo terminó sacando del bodrio que suponía ver una
vidriera tras otras en clara señal de que nada de aquello podía ser adquirido y
ya). El directivo movió la cabeza en tanto entornaba los ojos sintiendo aún en
sus fosas nasales el aroma de la sustancia negra que lo mantenía atado a una
madera en medio de tanta vorágine, aspiró hondo dos veces y dejó entrar al
postulante en lo que ya consideraba era la mañana completa. Conocía
perfectamente los planes que tenía a la vista pero hasta el momento había
preferido centrarse en otras cuestiones, siendo que lo contrario implicaba
desarrollar una labor ardua y la verdad estaba demasiado tranquilo con el puesto
que no le presentaba mayores retos a la vista. Excepto, claro está, aquel joven
sujeto que portaba sendas cadenitas en el cuello y en su muñeca derecha, lo que
siempre le llamaba la atención al ser una persona conservadora. No dejó que su
interlocutor abriera la boca, apenas hubo un apretón de manos y la cuestión
quedó zanjada.
—El
puesto es suyo, empieza mañana a las 6:00 horas y no quiere saber de usted de
nuevo antes de las diez de la mañana.
La
sonrisa de Alex fue todo lo que vio, abandonado el despacho para que el jefe se
derrumbara en su sillón pensando en la lejanía del fin de semana y lo fría que
estaba aquella habitación cuyo único consuelo yacía tan helado en una jarra
manchada por la borra.
—¿En
qué estaba pensando? ¿Cómo se me ocurre meterme en un lío así? Mejor lo llamo y
le digo que me arrepentí o alguna otra excusa barata.
Se
asomó nuevamente al pasillo para hallar la sala atestada de sus citas, a la
secretaria haciendo que trabajaba y la verdad se le fueron las ganas de ver por
dónde se había ido aquel invasor dado que únicamente conocía el camino a su
reducto.
La
tarde del sábado le dio un respiro a la ciudad de Mar del Plata con un abrazo
del sol al final que jugaba a saltar por la Peatonal San Martín y la calle
Belgrano, encandilando a los transeúntes que iban con dirección a Independencia
con sus ojos únicamente asomados al frío. La librería renovada los recibió en
una esquina, el viejo local sirve para cuestiones administrativas con su
hermoso patio siendo vejado por los elementos y el café de la esquina de
enfrente mirando sin preocupación alguna. Alzó el tomo de Foucault con su tapa
negra rematada con letras rojas, las cadenas estaban más fuertes que nunca en
la portada. Le recordó a momentos lejanos, a los ojos siempre alertas de las
instituciones totales con sus casilleros bien delimitados situación esta que se
repetía en el trabajo, la prisión y la escuela. El neuropsiquiátrico era apenas
uno de los casos que podía dar como ejemplo de las teorías a las que un mero
dibujo lo remitían, pese a que en una época las internas que no presentaban
deterioro en el rostro (que demostraran la existencia de una enfermedad) habían
logrado simplemente largarse sin oposición alguna. Enseguida el panóptico que
dormía en los albores de la década del noventa envío a su fuerza represiva a
devolver al corral a aquellos que ocupados en realizar desmanes fueron
arrastrados a la sombra, uno puede elegir el sitio en el que dejar la mayor
parte de sus energías en forma voluntaria (por la fuerza) o bien por la fuerza.
Dejaron el calor de los anaqueles regresando a las primeras penumbras del
crepúsculo encontrándose con la diagonal en la que los artesanos empezaban a
desmontar sus puestos, una estatua de lucha grecorromana mostrando el
sometimiento y Cristo cruzando descalzo la calle con la temperatura lo
suficientemente baja para que no pase desapercibido. Pese a esto la mayoría no
miraba a la figura desgarbada dirigiéndose a la oscuridad que surgía detrás de
los pasos de aquellos que buscamos cobijo del viento impiadoso, una atmosfera
tibia nos recibió al meternos en aquel bar en la unión de las dos avenidas. El
hecho no pasó desapercibido para el viejo psicólogo aunque después la
conversación se fue hacia niveles diferentes, la noche nos envolvió al
emprender la vuelta al refugio en él que la piba a cargo de la recepción le
preguntó con un total descaro si la palabra zurda va con S. La anécdota anduvo
dando vuelta con los viajeros pidiendo ser incluida en una esquela por lo
menos, la que será soltada en la próxima primavera una vez que desaloje la pila
de notas inútiles que se atrincheran sobre el escritorio no queriendo saber
nada con el frío que vino a visitar la ciudad.
La
escuela se encontraba sobre la Avenida Nazca, en el barrio de Flores, siendo
uno de los tantos recuerdos que la memoria debe traer a estas páginas dado que
si no nos encontraríamos con un sujeto sin orígenes. Es idéntico el caso a
dibujar el árbol desde el tronco omitiendo a las raíces, hasta el sol tiene una
historia en la que surgió para calentarnos viéndonos desde lejos. El acoso
escolar por su parte también se remonta a un punto en la historia, las
costumbres traídas desde la casa e impartidas como una instrucción obligatoria
se reflejan en determinados actos. En el caso de estudio hay un aula en el
Instituto Domingo Faustino Sarmiento, repleta de pequeños alumnos (con todas
las luces) observando el dibujo de la maestra en el pizarrón negro cuyas líneas
serán blancas para resaltar el contraste. La calma de la clase es interrumpida
por las risas producto del comentario de uno de los menores, el objeto de la
agresión es uno de los pares que se convierte inmediatamente en blanco de los
demás. La denostación del otro tiene diferentes formas, su pensamiento, la
manera de vestirse, el club del que es hincha, el hecho de que no sea seguidor
de ninguna escuadra, cómo habla, sus rasgos físicos y estos son precisamente
los que generan las agresiones en el momento de la historia que se cuenta. En
el tiempo actual se registran diversos hechos que son apañados por los
encargados de velar por los bajitos, con paños fríos en donde es necesario una
intervención mayor y así se justifica la doctrina de desviación. La justificación
viene enseguida a proteger al victimario ignorando al desdichado que permanece
en un rincón apartado de la manada, aunque en el supuesto presente la cuestión
no fue así. Un golpe en la mandíbula dio por tierra con el agresor invirtiendo
los roles, ahí hubo una reacción del sistema intentando averiguar los motivos
por los qué había ocurrido tal hecho de violencia. La pobre humanidad del
agredido se recobraría con un poco de hielo, a su compañero lo sometieron a una
intervención quirúrgica para corregir la separación de sus orejas. Antes de
poder retomar las lecciones dio las disculpas, quedando zanjada la cuestión a
la vez que el año tocaba a su fin para que el verano limpie la memoria. Ello no
obstante únicamente implicaría alejarse del evento, pero ciertas sensaciones se
agarrarían de los recuerdos para resurgir al recibir una llamada de teléfono
que daba cuenta de un suceso similar. No era precisamente en una escuela sino
en la calle, unos cincuenta años más tarde, con uno de los dos involucrados que
no soportó la amenaza de aquel que dobló mal en aquella esquina y fue estampado
en el frío piso de marzo. Las disculpas sirven pero sería mejor no tener que
pedirlas, ojalá nunca hubiera sucedido.
El
5 de marzo de 1982 ingresó a cumplir con el servicio militar, él mismo que
trece años más tarde sería abolido, menos de un mes después estallaba la Guerra
de Malvinas y los conscriptos quedarían acuartelados a la espera de ser
convocados al frente de batalla. Se encontró en algún momento con el llamado
pero éste resultó ser un error más, dado que había solicitado prórroga y de
todas formas se lo citaba a servicio, conociendo de parte de su interlocutor el
hecho de que en más de una oportunidad se citó a personas fallecidas. Al final
tuvo que ir, su padre y su madre quedaron en casa con la angustia en el corazón
desde antes de que llegara el 02 de abril del corriente año y muchos ya no
volvieran. Una medalla troquelada servía para identificar el cadáver colocándola
debajo de la lengua del soldado caído, la otra parte sería entregada a la
familia con la manifestación de forma del servicio a la patria y la soledad del
cuarto al que el morador ya no regresaría. Tras cincuenta y tres días de estar
acuartelado en Campo de Mayo le tocó el traslado al Hospital Militar Central en
la calle Luis María Ocampo, Barrio de Belgrano. A dicho sitio regresaban los
heridos con los horrores de las batallas y sin poesía alguna que pudiera ser
compuesta por un bardo, vio a un soldado con los dos miembros inferiores
mutilados, un combatiente que quedó ciego por la explosión de un mortero, otro
cuya mano fue arrancada por una granada y los restos mortales de alguien que
cabían en una caja un poco más grande que la utilizada para los zapatos. El 19
de junio de 1982 era la fecha señalada para ser llevado a las islas, la
convocatoria le hizo entender el significado del pedazo de metal que colgaba de
su cuello siempre frío pese a estar debajo del uniforme. Cinco días antes cesó
el combate, trece meses después de comenzar la COLIMBA (Correr, Limpiar,
Barrer), culminó su periplo habiendo ya entrados en los 21 años y a ocho meses
del retorno de la democracia. Una suerte de esperanza de que algo podía
cambiar, aunque como ya sabemos el período en cuestión presenta un montón de
falencias que comienzan por no admitir las formas crueles de que una persona
desaparezca de los registros excepto a la hora de solicitarle el cumplimiento
de la carga electoral. Ahí dejan de ser unos NN para convertirse en ciudadanos,
con su realidad repleta de pobreza, hacinamiento, desnutrición, deserción,
violencia en distintas formas y la ausencia del poder que intenta ser
conservado a cualquier precio. Incluso haciendo trampa, poniendo a herederos
sin idoneidad alguna y mintiéndole a los habitantes de este suelo que creen aún
en la existencia de un Mesías que porta la camiseta de su partido favorito no
aceptándose disidencia alguna a menos que el jefe lo permita. Volver en
divinidad a la figura de una imagen gris y blanca, es una estupidez.
Seis
años antes, en marzo de 1976, la primaria había tocado a su fin y el plan de
los egresados era irse de campamento a Tandil, posibilidad que quedó truncada
debido a que ninguno de los padres autorizó dicho viaje debido a los hechos ya
conocidos de la última dictadura en Argentina. Los egresados planearon entonces
una fiesta en la escuela que incluyó la adquisición de cierta máquina de
fotografía: Kodak Brownie Fiesta. En los días previos el joven Alex había
tenido tiempo de jugar con la máquina (esto es lo que la mayoría de los
progenitores piensan) repitiendo los pasos que creía haberle visto realizar a
su papá, aunque no tenía absoluta certeza y esto la verdad no le importaba. Ya
había quitado la cubierta trasera, rompiendo la banda de escala hasta que el
rollo se deslizó en el orificio de la parte inferior del soporte asegurándose
de que la película quedara firme. Regresó la carcasa posterior a su lugar
deslizando el seguro que impediría se desarme el artefacto, aunque nunca estaba
muy seguro de esto, girando la perilla hasta que el número uno estuvo centrado
en el visor. Ahí comenzó a tomar algunas muestras: pájaros en los árboles aún
con hojas, el asfalto quebrado albergando a un hilo de agua de la lluvia de los
días previos en él que las aves bebían, las baldosas de la vereda de diferentes
tonos mostrando un poco de la visión del mundo de cada morador en él y la
pelota desgastada de tanto usarla en el frontón que lo esperaba en la entrada
de casa. Por la noche fueron los cuadros de ese momento, papá y mamá enfundados
en sus trajes de gala junto con el resto de la familia, el abuelo que cambiaba
el brazo con el que sostenía su cabeza para dormitar dado que su siesta fue
interrumpida, sus compañeros con las señas del avance de la pubertad en el
rostro y el maestro que tuvo la idea de la salida a las sierras pero el asunto
quedó trunco. Era como una postal del calor que restaba entre el frío oscuro
que invadió a la sociedad, con la mente puesta en el próximo mundial que era el
árbol tapando al resto del bosque dado que la idiosincrasia autorizaba éste
tipo de pensamientos. Finalizó el almuerzo con la campana del final que los
ponía en la edad difícil, esta en la que hay varios cambios invadiendo al niño
que ya deja de serlo y se separa definitivamente de aquellos que lo trajeron al
mundo. Ahora es su mundo, su vida que resplandece en la primavera de los 14
años bajo la sombra de los edificios de la urbe y el brillo de la felicidad en
los dos faroles. Se han diseminado en el viento como las semillas, buscando
puertos nuevos y costas que les permitan sentirse realizados con la plenitud en
el pecho sin importar los años. “La luz que brilla con el doble de
intensidad dura la mitad del tiempo” (Blade Runner).
El
02 de junio de 1978 se inició la XI Copa del Mundo de Fútbol, algo inédito en
el país dado que anteriormente la habían organizado Uruguay, Brasil y Chile,
pero también una forma de tapar las monstruosidades del mal llamado Proceso de
Reorganización Nacional. La sociedad por supuesto estaba en otras cuestiones
dado que mientras no le tocara a alguno de ellos bien podía la cuestión
continuar así, semejante en demasía a acostumbrarse a los hechos de violencia
del día a día en las décadas que vinieron y contemplar el asunto con una total
indiferencia. La pelota seguía rodando, ocultando los alaridos de las víctimas
que dejaban de ser personas para convertirse en desvanecidos cuya identidad era
negada y la existencia con ello. Ya la secundaria había comenzado para el
futuro galeno, un título que no está escrito pero sin embargo se reserva en
algunos casos puntuales para los que no se apartan de su mortalidad a la hora
de atender a un paciente. Mientras, el joven se encontraba en la absoluta
pavada de la adolescencia navegando en un mar de tonterías y dedicando horas
eternas con el grupo de amigos, la pelotita, la piba que le gustaba y la vecina
de la misma edad que cruzaba por la otra vereda en el bien sabido camino de
casa a la panadería sin apartarse de dicha senda. O esto es lo que creerían los
adultos, los de esa época y los de esta, creyendo poder contener a la explosión
hormonal con una suerte de conjuro que alertaba de las consecuencias de las
relaciones humanas sin considerar su propia historia. Absolutamente todos hemos
pasado por lo mismo, las limitaciones impuestas a partir de la crianza deben
ser puestas a prueba de la misma forma que un crío arrojando una pelota para
descubrir la existencia del espacio. La gravedad hará el resto del trabajo
hasta que aquel que se arrastraba ahora se yergue sobre sus dos miembros
vacilantes intentando que la charla de los mayores se vea interrumpida por tal
acontecimiento. La falta de consideración a dicho evento histórico, hasta
Napoleón fue un bebé, hace que pueda experimentar con la existencia del límite.
Comenzando por abrir todas las cajoneras a su alcance, irse derecho al primer
tomacorriente que encuentre, tirar del tubo del teléfono oyendo el sonido
ominoso que emite y la música de las teclas lo que será conocido al venir el
choclo en el siguiente mes. Se columpia con sus dos columnas sosteniéndolo
hasta que un dedo es aplastado por la hoja de la puerta que se cansó del
maltrato, soltando un llanto desgarrador a la vez que cae de rodillas. Ahí
viene su madre al auxilio, consolándolo sin saber que esta vida nueva ha
descubierto el límite y los riesgos de chocarse con él mismo. El surgimiento
del síntoma si lo reprime y la consecuencia en caso de pasarlo por encima,
dejando la señal de la curva peligrosa patas para arriba como sus progenitores
más adelante al notar que se llevó el automóvil marcando los neumáticos en el
asfalto.
“Caso
M:
la paciente de este registro médico ha manifestado que cree ser la Virgen María
y que ha recibido la orden del hijo de Dios de matar a sus hijos a los fines de
lograr la salvación del universo, acto que ha llevado a cabo con éxito (hasta
lo macabro puede revestir dicha condición). Los síntomas de la paciente son
coincidentes con una escisión total de la personalidad en la que la misma
escucha voces que le ordenan realizar algún tipo de acto, es decir una
esquizofrenia como clase de psicosis. El cuadro en cuestión requiere de control
médico permanente, medicación (Halopidol) y no se recomienda para nada la
externación del sujeto dado que reviste un peligro para los demás. No reviste
características de psicosis catatónica aunque no se descarta el electrochoque,
debiendo tener sumo cuidado con el bloqueo de los neurotransmisores cerebrales
dado que el estado de delirio en la única forma de comunicarse que tiene con el
exterior”.
Alex
dejó a un lado el libro rojo en donde había realizado las anotaciones
comenzando a tipear el informe en una Olivetti Studio 44 adquirida en un remate
de artículos de oficina, siendo que una PC estaba fuera de su órbita económica.
Destacó la alteración en el rostro de “M”, quedando marcado en el inconsciente
el rostro del policía que acompañó en el traslado a la autora del hecho y que
previamente descubrió la escena del crimen. Parecía no estar precisamente en
este plano actuando tal vez por algún instinto de deber que lo llevaba a tener
que completar cómo sea la labor encomendada, aún a costa de su propia cordura.
El profesional vio algunas señales en su cara que denotaban no sólo el
cansancio sino las primeras líneas de la ruptura con lo normado, poniendo en
tela de juicio todo aquello que le habían enseñado para vivir en sociedad y que
se reducía a los pedazos de niñez envueltas en un lago carmesí. Sin dejar de
lado a la otra víctima colateral que era el padre de las dos vidas cercenadas,
los abuelos, tíos, primos y amigos que simplemente tendrían un agujero en su
existencia que nada repararía. La mujer por su parte era inimputable, aunque la
verdad esto pasaba a ser una anécdota siendo que no había manera de reparar el
daño causado y el médico trataba de mantener en esta dimensión lo que quedaba
de un pasado teñido de ausencias. Respiró profundo como cada vez que una
situación lo estresaba dejando al bastardo refugiado en su trinchera, yéndose a
recorrer los pasillos que ya conocía como a las líneas en sus manos después de
los treinta.