Mario
despertó en la soledad de su cuarto contemplando a los planetas en suspensión
sobre su cabeza, giro un instante la misma para notar que las primeras luces de
aquel sábado de invierno se filtraban por la celosía e impulsado por un resorte
etéreo se levantó calzándose las pantuflas con forma de perro San Bernardo. De
los nueve planetas, aunque la profesora de geografía dijo que a Plutón lo
degradaron por petiso, Marte era el único que había recibido el impacto de un
asteroide que bajo la forma de una paloma invadió el recinto durante la mañana
del día homónimo como forma de ironía cruel. La alimaña fue espantada con un
artefacto de última generación llamada escoba, quedando como resultado de la
gresca con la señora Ares (madre de Mario) una taza sin un asa que debió ser
arrojada a la dimensión del descarte, dos cuadernos de dibujo que volaron por
la ventana siguiendo a la invasora y un reguero de lapiceras semejantes a
lanzas abandonadas en el campo de batalla. Ahora el anteriormente Planeta Rojo
era un bollo sobre la mesa de trabajo, Mario encendió la luz que tenía en un
rincón junto a sus historietas y comenzó a desenredar la maraña. Alisó el papel
con sumo cuidado, ya que estaba visiblemente gastado, sabiendo que los
habitantes imaginarios de ese globo carmesí no volverían a tener un hogar, tal
vez habrían ya emigrado al cinturón de asteroides que representaban las bolitas
de tergopol pintadas de marrón. Le pareció notar por el rabillo del ojo un leve
destello de los propulsores de aquellas naves atestadas de marcianos
visiblemente enojados, aunque su condición de gente pacífica les hizo
reflexionar enseguida sobre la idea de tomar represalias contra la Constelación
de Zurita. Regresó a la contemplación de la hoja ya con su forma original,
recorriendo las líneas de las noticias que encerraba aquella página convertida
una vez en astro. La crónica de una guerra de palabras entre los mandatarios
del globo era descripta ahí por el año 2000, precisamente el primero de enero,
época en la que sus padres aún no se conocían y él decididamente no estaba por
aquí. El cambio de siglo y de milenio, más allá de que algunos amarillistas
negaban tal situación, no representaba una mejora en las relaciones
diplomáticas de las naciones que seguían resolviendo sus disputas igual que en
eras arcaicas. El Y2K no había ocurrido, los relojes resistieron el paso de
1999 al 2000 sin retrotraerse a comienzos del siglo anterior. El caos
vaticinado se quedaba en un amague con la civilización siguiendo en su lugar,
increíblemente temerosa de cuestiones que el conocimiento debería haber
descartado y recurriendo a cábalas para evitar la mala suerte. Casi un cuarto
de siglo después contemplaba la locura del pasado con el registro de una hoja
que fue planeta primero para volverse despojo luego. Acorde con el horóscopo
tocaba nuevamente el año del dragón, de ahí que comenzara a plegar la lámina
una vez más hasta darle la forma de aquel réptil ancestral y colocarlo en el
sitio que poseía el extinto planeta. Lo sopló, hecho lo cual se largó escalera
abajo rumbo a la cocina que yacía en silencio amortiguados sus pasos por el
calzado mullido que vino en el cumpleaños anterior. Tomó una taza de repuesto
sirviéndose el café que su padre acostumbraba a beber alrededor de las ocho de
la mañana en los fines de semana, hasta que en el recipiente quedaba un trazo
que se dedicaba a interpretar. Volvió a la comodidad de su habitación para
encontrar que la bestia en efecto ya estaba invadiendo otros planetas con la
intención de dejar su sello en ellos, de ahí que en Júpiter los rayos no
pararan de volar hacia el espacio infinito provocando un efecto semejante al de
las luciérnagas en las noches de verano apacibles. Las rocas del viejo cinturón
vagaban por la bóveda impactando sobre las superficies de los astros para emular
a las esferas de plata que Mario contempló en una sala de videojuegos, sitio al
que su padre iba antes de ser adulto y aburrirse con los demás. Uno de aquellos
bólidos pasó a través de un agujero negro emergiendo en otra dimensión de aquel
espacio hogareño y destruyendo machimbres y tejas para perderse en la mañana
que estrenaba los primeros fríos obligando a los eternautas a salir debidamente
abrigados. Aquello le pareció bastante normal dada la naturaleza de su mundo en
constantes conflictos, dedicándose a sorber de a poco el líquido negro mientras
su creación usaba los anillos del mayor de los planetas como autopista. Lo
perseguían los antiguos pobladores del mundo color de arcilla equipados con
vehículos adquiridos en las rocas voladoras, los jovianos montados sobre rayos y
los neptunianos en olas terroríficas. Pese a toda la agitación esta cesó al abrir
la mañana definitivamente, la que trajo una visita al cuarto hallando al
pequeño aún durmiendo y la taza bajo la gotera de la canilla. El dragón de
papel ocupaba su lugar en la recreación del universo, soñando con poder lanzar
una bola de fuego para verla perderse en el horizonte. Sin embargo dicho acto
le estaba prohibido dado que se consumiría no dejando más que cenizas grises
que caerían sobre la alfombra para hacerles compañía a las pelusas. Al
despertar, el pequeño Mario, encontró a su padre ocupado en contestar correros,
mensajes de diversos grupos, contenido sin sentido alguno más que hacerle
perder el tiempo a uno. Por su parte mamá se había ido un rato antes a
encontrase con sus amigas de la secundaria aprovechando que podía huir de las
obligaciones semanales, las que en su infinita compasión le otorgaban un
respiro. Pero sabían que volvería a la celda autoimpuesta, así que las acciones
estaban bien protegidas por un ejército de adultos marchando a cumplir la tarea
asignada la mayor parte de sus vidas. En la hamaca con las cadenas oxidadas
Marco contemplaba al sol debilitado por los meses en los que se ajan las hojas,
el último sonido de un grillo que ya sin orquesta improvisaba a capela en la
fusión final del ciclo. La ventana de su recinto yacía abierta con las cortinas
exhibiendo sus vestidos en la pasarela, asomándose a ver al mundo que apacible
aprovechaba el sábado para visitar el oasis en él que encerró su alma e
hipotecó la existencia. Entonces el dragón de papel descendió de esas alturas y
le habló por vez primera:
—Ves,
mis líneas son de tinta aunque cuentan la historia de otros que ya han pasado
por aquí. Soy la crónica de una época antigua ante los ojos del presente,
mañana seguiré siendo pasado junto con hoy. ¡Qué rápido que olvidan!
—Mi
alma clama escapar de la condena que los adultos impusieron a los adultos,
desde que el tiempo tiene el significado que los hombres le dieron. Siento que
los días se desgranan siendo necesario aprovechar el instante dado que no
regresará.
—Mientras
hablamos mi tinta se borra de la misma forma que la sangre que corre por tus
venas, que sea tu elección aquella en la que las jornadas se consuman igual a
mi último aliento.
Y
entonces, habiendo hablado por última vez, el dragón lanzó una bola de fuego
que lo convirtió en pavesa ante los ojos de Mario que ya no era tan pequeño.
Consumió su vida en un aliento final, devolviéndole el calor al sol que guardó
el recuerdo de aquel ser diminuto.
Así
es cómo alberga mi calor en estos días que escribo, siendo que encontré una
salida a la cadena perpetua invirtiendo mi tiempo en letras que son versos
candentes protegiéndome de la inclemencia de un mundo sin empatía.