Al regresar por la ruta arreciada por la tormenta debió colocar las balizas y reducir la velocidad dado que el aguacero había borrado por completo el camino, lo sentía no obstante debajo de los pedales de la máquina que lo conducía a su casa apartada del resto de la civilización. Horas antes, su amigo se asomaba por la ventana tirándole una mirada desaprobadora respecto al sonido de la corneta del último mundial que hizo sonar. Aquel hombre se calzó sus anteojos de sol, contempló que estaba más oscuro de lo que pensaba y al ascender al vehículo mencionó el paraguas que le faltaba.
Horas
después se encontraban viendo la cortina que el cielo le había arrojado al
mundo sobre su osamenta, a una mujer paseando al perro por la costanera y al
torrente hídrico que se buscaba al océano ahí cerca en un gris rematado por el
blanco de las olas rompiendo rumbo al sudeste. Volvió a su casa tras dejar al
amigo saltando del pavimento a la vereda con el adminículo negro recién
adquirido, despidiéndose una vez más hasta dentro de un instante (pésimo sería
saber que esta es la última vez).
Su
casa apareció no sin antes haber atravesado la olla formada en la encrucijada de
calles de barro y cemento, dirigiéndose al interior seguro en donde sus afectos
aguardaban. Pasó la siesta en medio del fresco que regalaba aquella tarde del
final de la semana, hasta que decidió volver al mundo de los vivos abandonando
a un Morfeo somnoliento. Notaría entonces que la chapa delantera de la nave blanca
no estaba, supuso que con toda el agua que caía en su incursión a Mar de Barro
debería haberse ido con la correntada.
Difícil
precisar, no obstante le vino a la mente aquella hondonada que los críos
cruzaban descalzos y regresó allí buscando un rastro imposible que el viento ya
había disfrazado. Uno de sus vecinos le dio la pista del paradero de aquel
pedazo de identificación que no valía salir a buscar apurado, pero lo hizo ya
que en el medio pretendía ver el desenlace de la tragedia entre Triperos y
Sabaleros. Atravesó las calles repletas de las manchas que el deseo concretado
de la lluvia les dejó, a perros que se amontonaban en las rejas uniéndose a los
demás que le ladraban a un meteoro que aún no llega y a los sonidos de la brisa
una vez que la calma vuelve. La mujer cuyas chancletas resbalaban en la tierra
lo guió un par de cuadras más hacia la salida, tornando con su búsqueda a la
vez que la pesadez de la humedad se acumulaba en el ambiente.
El
encuentro ya estaba 1 a 0 en Rosario a favor de Gimnasia, el héroe de aquellos
instantes convertía a los demás en villanos necesarios para la historia que se
contaba en la pantalla. Del lado opuesto, aquel considerado el enemigo a vencer
fallaba en su máxima de romper el cero y así llevar el asunto al alargue. Cinco
años antes, con un marco distinto, el ahora proclamado enemigo abría la cuenta
una tarde de domingo después de que lloviera el día anterior obligando a
posponer el encuentro. Por ironías del fútbol, la vida es un ámbito más
extenso, el sujeto cuyo remate pegó en el palo en la final de vuelta ahora se
volvía la figura salvadora marcando el gol que no fue.
En
medio de los dramas canalizados en el balompié el mundo no se termina allí y existe
la posibilidad de revancha, la oportunidad surgirá dado que se trata del fútbol.
Colón volverá.
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