28 de noviembre del 2000: Boca Juniors vs. Real Madrid

Aquel equipo formado en el invierno de 1998 salía de memoria, otra que él de 1943, habiéndose unido las piezas por obra y gracia de un sujeto venido de los fortines que ya sabía de andar derrocando gigantes (o eso dicen los que están al otro lado del océano).

La formación que viene a la mente era la siguiente: Córdoba; Ibarra; Bermúdez; Samuel; Arruabarrena; Serna; Cagna; Basualdo; Riquelme; Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo.

El 9 y el 7 venían de enemigos irreconciliables pero en el universo xeneize encontraron una amistad, el apodo de Titán dado a Martín no sólo lo vincula al viejo Karadagian sino a la mitología griega en la que los titanes eran 12.

Doce, el centro del universo al que fueron a parar estos héroes que una tarde de agosto arrancaron en Caballito el tren que no se detendría hasta la cima del mundo, final contra otra escuadra verde también para la conquista de América y más allá (disculpen los demás).

Si Martín es el Titán a Guillermo Marcelo Araujo lo apodó Chapita, dado que el Chapa era Suñé (le clavó un tiro libre a Filliol en la final del Torneo Nacional de 1976 en cancha de Racing).

Atrás la defensa se mantuvo impasable hasta el final del segundo campeonato ganado en forma consecutiva (Clausura ’99) probando sus armas en la siguiente Copa Libertadores del año 2000 a la que Palmeiras llegaba como el campeón.

Boca pasó la fase de grupos con una recordada goleada al Blooming y la noche del Chango Moreno cuya estrella se ha unido al resto de la bóveda azul que yace sobre la cabeza de los herejes.

Nacional de Ecuador, River Plate con derrota en Belgrano (perdón, Núñez) y victoria 3 a 0 en la Bombonera mediante los goles de Delgado, Riquelme de penal (en el festejo aparece Sergio Gendler detrás del arco de Bonano) y Martín Palermo que volvió esa noche después de un año de mierda: tres penales errados frente a Colombia jugando en la Albiceleste y la lesión frente a Colón de Santa Fe, aunque esto no lo libró de marcar su centésimo gol en primera división.

Entró ese 24/05/2000 para sellar la historia y dejarle al hijo preferido de la casa una herida que no han conseguido cerrar (pese a ser una moda los últimos años y sin contar la paliza del 09/11/2025).

Gol de Martín, fin del partido, Boca a semifinales contra el América de México y un 4 a 1 acá en el Templo para ir al Estadio Azteca que presenciaría una batalla colosal una vez más.

Los de amarillo se pusieron 3 a 0 complicando el asunto con nueve minutos de tiempo regular, pero un instante más tarde llegaría el córner y el cabezazo bombeado de Walter Samuel decretando el 3 a 1 final y el pase de Boca a la final.

Allí aguardaba el Palmeiras, una historia que se repetiría en eso de toparse con el Verdão. Empate acá, Arruabarrena mediante e igual resultado allá en un partido no apto para cardíacos. En Brasil decían que estaba todo definido, todo excepto por el viejo técnico que sabía de estas batallas y así la cosa se fue a penales.

Convirtieron Guillermo, Riquelme y Palermo (no fue la única revancha que

tuvo), Córdoba le atajó los disparos a Asprilla y a Roque Junior. Bermúdez definió la contienda para levantar el trofeo veintidós años después del otro Boca: el del Toto Lorenzo.

 

Aunque no vine hasta acá a hablar de estadísticas, de hecho todo esto es irrelevante excepto para servir de preludio para ver a dónde llegamos luego de estas peripecias. Estaba en Mar del Plata para este momento irrepetible en la historia de Boca Juniors y el fútbol argentino, recuerdo aún el gesto de Carlos Bianchi al culminar el encuentro de ida en casa pidiendo calma.

La arenga en el vestuario con casi todo el Morumbí gritando en contra y el silencio tras el remate final del Patrón.

En la pensión en la que me encontraba había mucha gallina dando vueltas, que venían de ganar dos campeonatos seguidos y se había embriagado antes del tres a cero y la cruda realidad.

Sin embargo, esto también es inverosímil siendo que no estoy aquí escribiendo esto dos semanas antes del evento que me ha dado la idea. La razón es más grande que Plumas Unidas del Río de La Plata y Palmeiras, que habían quedado atrás de hecho en el derrotero del Xeneize rumbo a recuperar el trono.

El motivo es el cotejo con el Real Madrid, un encuentro que estaba lejos en el calendario luego del 21/06 de dicho año y comenzado el Apertura 2000 el asunto quedó un poco a un lado. Pero estaba, la chances que nos daban eran pocas o ningunas, aunque luego de la hazaña en tierras brasileras había una luz de esperanza.

Ya lo dijo Valdano: el problema para el Real Madrid es que Boca muchas veces consigue lo que quiere o algo así. Y así fue, saltados los once al campo de juego el temor se deshizo por obra de un equipo solidario que no le dio margen al contrario sabiendo quién estaba enfrente.

En la semana previa Bianchi probó con una táctica simple: Matellán lo marcaría a Luis Figo (el Pesetero) y cuando el luso lo superase Traverso debía despejar el balón. Simple.

Samuel, Arruabarrena y Cagna se habían ido, Diego sería el único que regresaría para ser campeón del mundo en el 2003.

Aquel 28/11/2000 Boca Juniors saltó al campo del Estadio Nacional de Tokio con Córdoba; Ibarra; Bermúdez; Traverso; Matellán; Serna; Battaglia (él solo tiene más títulos que las Gallinas del Belgrano); Basualdo; Riquelme; Delgado y Palermo.

La vieja radio de un gran amigo como Javier Omar nos sirvió para seguir el encuentro, aunque en el segundo tiempo Víctor Hugo mandó el partido al aire en unas pantallas que tenía en el programa Desayuno.  

Los golpes en la puerta me sacaron del mundo de Morfeo en él que me hallaba olvidándome por completo del match que arrancó a las 6:10 de aquel martes de noviembre, apenas tuve tiempo de salir al pasillo de la pensión del 13 de Julio cuando Javier gritó el primer gol de Palermo. Minuto dos, Matellán se la pasa a Delgado que arranca habilitado y centra para Martín que entre los defensores bate a Casillas. El grito de los dos es respondido con una puerta que se abre y una voz que nos manda a callar, llevándonos aquel aparato infernal escaleras abajo.

Allí está el salón que los estudiantes usan en la época de los parciales, aunque sirve también para esconder sillas destruidas por la furia de Valenciano cuando le empatan el encuentro a Boquita los brasileros.

Nos sentamos, casi ahí nomás viene la recuperación de la defensa de bostera dándosela a Román que le manda un pase a Martín que a la carrera se saca de encima a su marcador y la cruza. 2 a 0, seis minutos del primer tiempo y la alegría que nos desborda. Ahí no hay proscripción, los que no entienden de las pasiones futboleras no comprenderán tampoco el momento que vivimos.

Es cierto que después descontó Roberto Carlos, pero ese día no tuvo amigos, excepto por la cantidad de carajearas que bajaron desde las tribunas embanderadas de azul y oro. La defensa aguantó de la misma forma que un medio campo combativo, aunque en los pies del Torero estuvo la mejor versión de una escuadra forjada dos años y tres meses antes de aquel cotejo. El pitido del árbitro colombiano dio por finalizado el encuentro cubriéndose las calles de Mar del Plata de azul y oro, como no podía ser de otra forma (y el resto de Argentina).

Sólo Boca Juniors es capaz de tales epopeyas, sólo Boca nomás, sin ideologías y sin religiones. Nuestra piel tiene el color de la noche y en su centro un sol.

¡Viva Boca Carajo!




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