viernes

Fragmento del libro El buche

El padre Gervasio observó en las penumbras de la habitación al último rayo del sol que por fin se las tomaba, dado que bastante caliente había estado aquel día no pudiendo asomarse ni siquiera una vez al patio a ver el estado del jardín ya que al entornar la puerta el condenado astro enfocaba el reflector, sobre su cara por lo que esta se encontraba de un tono carmesí. Y el resto del cuerpo blanco, de idéntico tono a los turistas de la segunda quincena de febrero que venían a aprovechar la resaca del verano a alguna de las locaciones de la costa atlántica. A Trigales lo pasaban de largo aunque siempre algún extraviado caía preguntando por la playa más cercana y las respuestas diversas que recibía, entre ellas de por qué no se alistaba en la marina para irse a avistar nuevas tierras, hacían que confundidos se apostaran ahí cerca en alguna fonda o pulpería devenida en alojamiento que nunca faltaba. Así fue muy conocido el caso de un habitante de la ciudad que en la locura de llegar al mar, confundió cualquier espejo de agua con aquella obra magistral de la naturaleza (aunque su acceso se le antojaba demasiado salado al sacerdote) y recitó frente a una docena de vacas, ocho ovejas y varios teros una frase que resuena todavía en el tiempo: ¡Thalassa, thalassa! Enseguida llegó la furgoneta de sanidad y procedió a llevarse a aquel sujeto al nosocomio más cercano, aunque se quedó mirando por la ventanilla la costa que se le alejaba cada vez más. Los rumores dicen que el individuo en cuestión se encuentra maquinando planes en el Neuropsiquiátrico Muñoz bajo la atenta mirada de un médico conocido como Alejandro el Grande, que suele dejarlo todo para irse a beber un café en la esquina siendo abordado por un sujeto sumamente molesto y cargoso. En fin, el cura se encontraba resignado en aquella habitación en la que el único ventilador movía el aire caliente tornando en un sauna la pieza pero bien sabía él de las pruebas impuestas así que soportaba estoico. La toga le recubría la cintura mientras sentía al mundo derretirse a partir de su cuello, imaginando que algún desgraciado al otro lado de la pared se encontraba subiéndole la temperatura a este baño del cual se negaba a salir. Y entonces una sombra se proyectó sobre el ceño fruncido, ahogándole el grito ante la bocanada de aquel vaho que se le atascó en la garganta.

—Mario, ¿qué carajo hacés acá?

—¿Cómo qué hago?, si nunca me fui y blandió ante la cara estupefacta de su interlocutor un vaso a medio llenar con los hielos desapareciendo en tiempo récord.

—Ya veo, hace dos días me contaste el cuento del tío y te tomaste el borgoña, el malbec y hasta el agua que le pongo al perro. De cómo combatir a las hormigas nada, ni señales del método que conocés como si fuera un tabú.

—Disfruto mucho de nuestras charlas, en especial si vienen acompañadas de una buena bebida.

—Ya veo, ¿cómo entraste a esta habitación si tengo yo la única llave?

—Ah, nunca me fui.

—¿Y el juzgado?, ¿y tus obligaciones?

—Pueden esperar, aparte el único que viene todos los días es el abogado German Malamorte.

—Ah, la esposa viene seguido a confesarse por él y por ella. Además de todos los clientes que tiene.

—¿Y qué cuenta la contadora?

—Secreto de confesión.

—Pero che, yo te informo sobre los pormenores de los expedientes que manejo y vos no largás prenda.

—Sos abogado en el fondo, ¿recordás?

Alighieri miró el vaso ya vacío y agachándose sacó de debajo del banco una conservadora repleta de hielo.

—¿Te sentís cómo en tu casa?

—Sí, además el hielo me ayuda a pensar.

— Las copas dirás.

—También.

Ambos hombres se quedan en silencio, sus rostros se desdibujan en aquella niebla que no cede aunque afuera hace menos calor que ahí adentro y tal es así que los santos en la cocina se trasladan a la plaza que yace vacía. Salvo por el Tero que ha estado buscando información en su banco de datos favoritos: él de la siesta.

Adentro el juez de paz y de guerra se dispone a soltarle a su amigo el método mesopotámico para combatir a las hormigas.

 

—Allá a lo lejos, muy atrás en el tiempo y tornando al polvo del desierto en granito que regresa a las rocas yace Babilonia y allí el más sabio de los reyes que alguna vez haya pisado reino alguno (de lo contrario no sería rey, se lo llamaría príncipe, jefe de gobierno, Kaiser, César, Julio César, Julio Iglesias…).

—Ya te entendí Marito, seguí con el relato mejor.

—Seguro Gervasio, decía que era Babilonia y ahí estaba el bueno de Hammurabi con su códice siendo tallado en la roca. No cualquier roca sino una que el especialmente designó a dichos fines, la que debió ser reemplazada en más de una ocasión dado que los andamios de la época se vinieron en banda y aplastaron a más de uno. Al final optaron por esculpir aquellas leyes con la lápida aún encima de los que no habían hecho a tiempo de salir rajando y por supuesto fueron rajados de esta vida.

—Un poco de consideración por esas almas, está bien que seas un desalmado, abogado y juez (no necesariamente en ese orden) pero no es para andar por ahí pisando la memoria de… ¿cómo dijiste se llamaban?

—Babilonia, Ger, Babilonia.

—Ah, sí, Babilonia.

—Pues bien, estaba Hammurabi contemplando su obra y enviando a sus escribas a tomar notas para repartir aquellas reglas a lo largo del reino. Estos partieron como heraldos del gran rey a los rincones más recónditos de la Mesopotamia y que te cuento que se encontraron con un entrerriano de pura casualidad.

—Ajá, ¿ya empezaste a delirar? ¿Te cayó mal el Tempranillo que te bebiste a las 9:35 mientras yo estaba persiguiendo a un convoy de caracoles a paso firme?

—No, por favor. No es ningún delirio dijo Alighieri sorbiendo como aquel que tiene todo el tiempo y la paciencia del mundo en dicho instante. O sea es un borracho perdido. Lo cierto es que un buen amigo mío, que se dedica a la crianza de cabezas de ganado y a actividades similares, se topó una vuelta en sus viajes por Europa con una tablilla de terracota de pura casualidad.

—Sí, ¿se la entregó el mismo Hammurabi?

—No, por favor. Resulta que a él le gusta el trabajo tanto como a mí y así iba de ciudad en ciudad…

—De bar en bar dirás.

—Lo que es lo mismo, conociendo las costumbres del viejo continente y en una de sus tantas partidas de naipes un turco le apostó la misma.

—Ajá, lo que se dice una coincidencia.

—No sé si la ciudad se llamaba así, lo cierto es que aquel extraño sujeto perdió la apuesta y el patrimonio de mi amigo de aquella noche se incrementó a una tablilla.

—O sea que perdió todo lo que apostó antes.

—Exacto, el riesgo merece la pena en contadas ocasiones. Como esta en la que te cuento una historia extraordinaria, disfrutás de mi compañía y yo de este buen vino. Por una cuestión de prioridades me puse al final de la lista.

—Sí, lo noto.

—Pues bien, Luis Alberto se percató de aquella reliquia al volver a la Argentina y ahí empieza el tema.

—¿Quién?

—Mi amigo, se llama Luis Alberto pero le decimos Negrito.

—Claro.

—No, es al contrario.

—¿Y, habló con Hammurabi en persona?

—No, por supuesto que no. Ya estaba en peregrinación a verlo a Marduk cuando esto ocurrió. Lo cierto es que Luis Alberto leyó aquel documento que era un mensaje de un tiempo distinto, de una cultura lejana y traído al corazón de América por un manotazo del destino que juega a las cartas con las vidas de los demás.

—Qué poeta che.

—Por supuesto, de tantos casos uno aprende algo. Sigo con la historia, Luisito detectó enseguida que el mensaje era importante y se fue a ver a un experto al otro lado del charco.

—¿Volvió a Constantinopla?

—No conozco dicha ciudad, ¿me la recomendás?

—Sólo se puede llegar montando en un proyectil turco.

—Sí, la historia que me contás la debe haber escrito el Barón Münchhausen.

No lo conozco, ¿jugó con el Kaiser?

—No, con Julio César.

—Ah, por eso no me sonaba.

—Pero seguí che, cruzó el charco y…

—Fue a Uruguay a ver a otro amigo que se especializaba en escritura antigua. Raimundo Caseres y Tempestades.

—¿Le dio el pronóstico del tiempo al menos?

—No, mucho mejor.

—¿Le tiró la suerte leyendo las líneas de las manos?

—No.

—¿Le dijo cuándo se acaba el mundo?

—No, le expresó que no entendía un joraca qué decía en las tablillas y que seguro era una imitación comprada en un bazar de poca monta. O un rallador antiguo.

—Yo pensé lo mismo, también podía ser el teléfono de algún extraterrestre o del mismo Marduk. A lo mejor lo atendió su secretario, viste que las divinidades suelen estar ocupadas.

—Qué poca fe che. Luis Alberto no se iba a volver de la Banda Oriental sin respuestas y así es como terminó en Canelones.

—Buen provecho.

—Igualmente soltó Mario, probando la pasta que preparó el sacerdote. Allá en las tierras de Canelones contactó al erudito local, Javier Omar Valenciano al que encontró casando mariposas y simulando la red necesaria.

—Tengo un buen amigo que es especialista en casos de locura, se llama Alejandro y lo apodan “El Magno”.

—Así que aquel sabio charrúa estudió el pedazo de roca dándolo vuelta entre los dedos regordetes y finalmente soltó una respuesta.

—¿Cuarto acolchado para dos?

—“Es un receta para espantar hormigas dadas las recientes invasiones sufridas por las crecidas del Tigris y del Éufrates. Es necesario pescar cuatro peces y enterrar sus cabezas en los puntos cardinales del reino”.

—Fantástico, ¿ya hicieron la telenovela?

—Basta Gervasio, tu falta de fe no concuerda con tu profesión.

—No es una profesión, es un hábito y tan viejo como el mundo.

—Fueron los romanos.

—Pensé que dijiste Babilonia.

—No, los romanos dieron lugar a las dos profesiones que nos unen: vos cura y yo cuervo.

—Estos romanos, no tenían nada que hacer. Miralo a San Expedito, vestido de soldado.

—En fin, la famosa tablilla contenía las instrucciones para espantar a las hormigas y ese es mi consejo para vos.

—¿Cuál? Hace días que espero uno y obtengo más respuestas de las plagas que afectan a mi jardín que de vos.

—A veces sos pesimista Gervasio.

—Sí y en otras tantas ocasiones prestamista dado que te presto el vino, la litera para dormirte una siesta, los canelones, el whisky, etc., etc., etc.

—¿Tenés más vino che?


miércoles

1998 O ¿QUÉ DEMONIOS HAGO CON MI VIDA?, ¡POR LA HORDA!, CAPÍTULO 2

 


Las coincidencias mi buen videojugador no existen, las decisiones que uno toma a lo largo de su corta vida (oxímoron en plenitud) llevan indefectiblemente a un camino específico y al resultado detrás de él. El azar no tiene absolutamente nada que ver, es una sucesión de pasos plenos de dudas y de certezas en menor medida, que construyen un camino único cambiando por completo el paisaje. Así, él alguna vez alumno se encuentra sabiendo que las dos materias que debe le impedirán iniciar la facultad en el año que entra y ya es tarde encima para meterse a inscribirse salvando así la pérdida que en realidad no es tal (aunque su espíritu adolescente le dice lo contrario dado que es inseguro y temeroso). Deberá luego de dar aquel par de asignaturas quedarse a la espera de que el período para registrarse se abra, vendrá entonces la luz a aclarar la situación que en el mes de abril le suena deprimente dado que en el invierno de Océano hay pocas ocupaciones y la verdad la amenaza de la pala le ha generado el impulso que necesitaba: derecho a Mar del Plata y a la carrera de derecho (cosa de no torcerse, para ello está la formación cuervacea). Pero antes hay una luz que viene bajo la forma del más grande ordenador alguna vez visto: el Pentium 233 MMX con 32 MB de RAM, disco de 2,5 GB, monitor KELYX de 14” (pulgadas nene), lectora de CD cambiada luego por una de DVD (además multiplica), un ratón haciendo juego con el teclado rústico y los parlantes, todos ellos Genius (el pad empleado para el mouse con la publicidad de Atomlux en blanco sobre fondo azul) y el primer sistema operativo que me cayó bien: Windows 95.

La excusa es llevar a cabo un curso a distancia de Word 97, detrás del cual se encuentra la fundación Romay bajo el nombre “Formar: educación a distancia” y cuyo examen puede ser enviado mediante un disco de 3 ½ a la Ciudad de Buenos Aires. Así el período de frío, gélido de verdad y no como ahora que es más acorde a la falta de temple, se pasó volando llegando la primavera en la que su heraldo se materializó con un pequeño disco de 600 MB repleto de juegos. Sí mi buen lector, acá los enviados de Mercurio vienen todos con esa epidemia que la generación anterior a la X criticó dado que jamás la entendió. El combo se completa con el Game Boy Pocket que porta el cartucho del Mole Mania (creado por Shigeru Miyamoto y hermano menor de Mario y Luigi), juego que entra en mi top 10 de los mejores exponentes de todo aquello que alguna vez he jugado (decir el mejor de todos los tiempos es propio de tontos así que únicamente hablaré de lo vivido). Es así que aterrizan en el disco duro una versión del Daytona USA, uno de navecitas cuyo nombre la verdad no recuerdo y el FIFA INTERNATIONAL SOCCER (él cual ya había jugado tres años antes en la SEGA MEGADRIVE, siendo el nombre de la empresa un acrónimo también). Pues bien, ahí me encuentro viendo la segunda generación de juegos de PC dado que la primera que he podido observar (y jugar) fue la de DOS (curioso que el dos sea el uno). Está es la antesala de lo qué vendrá, matizada con mucho arcade de fulbito que por supuesto incluye títulos como Soccer ’92 (Footbal Champ), Seibu Cup, Goal II o el Goal de Jaleco (el mejor exponente futbolero de NES o Family Game, lejos), Virtua Striker, ISSS (el padre del Pro Evolution, pequeño), la serie Super Sidekicks y varios de ellos jugados en un sitio con nombre de tormenta que abría únicamente en los veranos: Santa Rosa. Lugar de reunión obligatoria en todos los estíos de nuestras vidas, sitio que se fue adaptando con el correr de las décadas llegando a tener su propio cíber café con varios títulos ya mencionados y otros que se agregaron como el GTA San Andreas o el Vice City (época de juegos enteros sin todas esas mierdas modernas que incluyen desembolsos de dinero hasta la siguiente versión a la que únicamente le cambian el número). Sin embargo me estoy adelantando, retornando a los años noventa el final de los mismos venía con bombos y platillos así que en noviembre tocó anotarme finalmente en el Complejo Universitario cuya cafetería fue demolida (la última imagen al haber ido a buscar la constancia de no tener deudas en la biblioteca es la de un rectángulo semejante a un tocón, la construcción ya no estaba ahí simplemente). Mar del Plata me recibiría con los brazos abiertos y un montón de fichines escondidos en antros que después pasaron a mejor vida (una constante en la sociedad consumista argentina) pudiendo acceder a muchos títulos con una montaña de créditos dado que seguíamos en el 1 a 1. La cuenta debería ser saldada así que la burbuja nos detonó en la cara comenzando a notar el aumento de los precios un día a la vez desde hace veintidós años y contando. No obstante, en aquel momento de cambios profundos y desarraigo hasta que las raíces se asentaron, metiéndose MDQ en los poros con sus calles, ruidos, olores, la sal que te pega en las fosas nasales y te saca de paseo, el ventilador gigante en la intersección de San Luis y Pedro Luro con San Martín capeando la tormenta (de hecho su capa flamea). El Barco encallado en dicha esquina cuyo nombre ha cambiado pero la inscripción en su muro da cuenta de que sigue ahí, la vieja fuente convertida por el tiempo, la peatonal a la que le hicieron una cirugía metiendo la fibra óptica en sus entrañas, el local de Musimundo en donde podíamos escuchar canciones probando el disco antes de adquirirlo (algo parecido a lo qué describe Jordi Sierra i Fabra en una entrevista auspiciada por BBVA). El cuaderno de Tom y Jerry con la frase que inicia la cacería, los primeros versos que no riman igual que la vida, la dedicatoria de compañeros de pensión, el descubrimiento de las Geocities de Yahoo ya desaparecidas (y eso que eran virtuales), el nombre de guerra: Warcraftega surgido de la fusión del nombre del juego y la palabra estratega, abreviado luego a wtega. La facultad de derecho a la vuelta de la esquina, el supermercado reciclado en otro oficio más adelante, el almuerzo en bandejas de metal semejante a las que usan los presidiarios en las películas (éramos eso básicamente), los horarios de desayuno, almuerzo y cena, el pan duro que acompaña al cuenco de sopa en donde está grabado el emblema del conocimiento y la voluntad (la tea y el rayo, el trueno ya ha sonado así que seguro usted está carbonizado), los amigos nuevos que serán los de toda la vida según una mujer llamada Mariana, los pasillos repletos de voces, los mismos corredores vacíos siendo visitados por un náufrago ya entrado en años, las caras de todos los días devenidas en rostros que se borran, los comentarios de cierto santiagueño sobre el mate lavado, las noches en las que el viento te golpea la ventana para que no puedas dormir (de jodido nomás), la pequeña computadora blanca que se ha venido conmigo desde Balneario Reta en la que jugaré hasta el hartazgo pero también crearé, el Hotel Provincial vaciado por su explotador, el municipio que le otorga la concesión nuevamente, la Cumbre de las Américas, la Contracumbre, la destrucción a lo largo de la Avenida Colón de parte de Quebracho, la implosión de los edificios en torno a las fuentes actuales del casino, la torre recién pintada, el tique por un valor de tres dólares firmado para retirar el sánguche y el refresco, los congresos, las fuentes enormes que contienen el pastel de carne, la instalación de un tablero nuevo en el Anexo (lugar de ubicación de los estudiantes), el 11 de septiembre, el helicóptero al que varios aluden cuando él que gobierna no es una nacionalsocialista, Eduardo diciendo que no es un presidente débil, de paso le devuelve a los ahorristas lo que se le canta (los saqueos cesan por arte de magia). Después, la soledad de que los amigos se vayan dado que se terminó la beca y el ermitaño que vive metido en sus juegos, libros, apuntes de estudio, música procedente del Winamp y los escritos que se multiplican. Todos antecedentes inmediatos del blog una década más tarde del año al que remito, con creaciones que contienen mucho de lo antes racontado (lunfardo puro creado de la unión de raccontato y recontado, la versión en español de dicha palabra). Después de todo jugar sirve para escribir mejor, aunque a la larga los escritos ocupen todo el tiempo ocioso que se torna productivo según los críticos especializados. Simplemente le he dado al mundo lo qué exigía pero sin dejar de lado realmente las pasiones, el fuego de toda la existencia humana desde que el lenguaje se volvió oda y origen de cualquier forma de arte. Incluso los videojuegos. 


RTS, ¡POR LA HORDA!, CAPÍTULO 1

 


Es el año 2000, el Y2K no ha ocurrido, las máquinas no han retrocedido hasta el 1900 sino que nos hemos mandado de cabeza en el nuevo siglo y milenio. Hay motivos para celebrar entonces, en Corea se desarrollará ese año la primera World Cyber Games siendo el puntapié inicial para los llamados deportes electrónicos que más de veinte años después están por todas partes, sin embargo hubo una época primigenia en la que se jugaba al Starcraft (primo hermano del juego que nos trae a estas líneas), Counter Strike, FIFA (al juego real y no a los torneos del mundo más amañados que concurso literario), Age of Empires y varios exponentes más (de hecho sólo me interesa uno de ellos, sin ánimo de querer ser parcial). El fenómeno tendría un rey y sería aquel videojuego lanzado en 1998 por la Ventisca, considerado un deporte nacional en la República de Corea (eso explica que los cíber café hayan sobrevivido allí aunque con otros agregados del tiempo). Sí, eso en lo que usted joven gamer está pensando y tiene las siglas idénticas a reírse a carcajadas así que sepa que llegó después que los de la arcaica edad dorada.  Lejos de la República de Corea yace Mar del Plata, la Perla del Atlántico, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Ahí me encuentro cursando mi segundo año de experiencia como estudiante, dado que he decidido convertirme en un cuervo de las tempestades (por una módica suma, por supuesto) y hasta el momento le he puesto a la PC únicamente juegos de fútbol. Ya la colección comienza a expandirse entre muchas copias (iguales a los originales pero más baratas rezará un cartel de TARINGA, antes del meme y la sarta de tonterías de las generaciones posteriores). Pero no será por mucho tiempo dado que algo ocurrirá, ¿será acaso qué madure pronto?, ¿tal vez decida dedicarme a la filosofía con la panza llena?, ¿acaso es mejor dejar de ser hincha de Boquita ahora antes de que vengan las imposiciones de la moda y las gallineadas?, ¿el nuevo siglo, año y milenio, me han cambiado de alguna forma? No, nada de eso, absolutamente lejos de la realidad dado que en la habitación de enfrente de la pensión de Luz y Fuerza yace un sujeto bastante particular. Se llama Javier Omar, usa ambos nombres dado que esto lo convierte en más particular aún, pero le podemos decir Xavi ya que anda mirando la campaña del Valencia (¿y eso qué tendrá qué ver?). Por cierto, contra para el Real (él único que merece tal condición) y gol de Raúl González, un delantero temible, un depredador del área, Cañizares le sale con aquel buzo rojo y blanco quedando desparramado para que el 3 a 0 sentencie la cuestión. Lo que ninguno de nosotros sabe es que la cura para el Merengue yace en el Río de la Plata, tratándose de dos trogloditas desconocidos que se apellidan Traverso y Matellán (no salís en la foto R7). Me he ido por las ramas, ¿dónde estaba?, ah, sí, hablando de ese individuo de señas tan notorias que por ausencia de casualidad se ha puesto a instalar un juego que recibió de las manos de Yisus HammerHand. Ya el FIFA 2000 va a pasar a mejor vida siendo reemplazado por soldados antiguos que intentan destruir una fortaleza persa, el asunto no marcha bien dado que mueren enseguida (eso les pasa por no usar armas de asedio). Ante la necesidad surge la exigencia, nunca mejor dicho Yandros, así que el ratón descansa para que en el teclado sea la hora de meter un código, clave, cheat, chetos (qué importa, che). Por arte de magia y de la palabra clave: photon man, unos soldados provistos de armas láser (acrónimo cuyo significado es luz amplificada por la simulación de emisión radiactiva y traducida por un sujeto que toma todo literalmente). Cayeron las defensas, los elefantes, los aldeanos, los choborras del machimbre y así fue que conocí al Age of Empires (el primero, así que el número 1 me lo ahorro dado que sería redundante, injustificado e intrascendente). Un juego de Estrategia en Tiempo Real (ETR por la conversión de la sigla RTS al cagastellano y aseguro que mis fuentes son todas fidedignas). Para explicar qué corno es esto es necesario retroceder ocho años atrás (a 1992 y no cuatro bienios desde el corriente año o el período alterno) hacia comienzos de la década de los noventa (la mejor lejos, de nuevo llegaron tarde enanos). En esa época yo tenía trece hermosos años, Westwood era un estudio independiente y no estaban los de EA molestando aparte de cerrar cual Microsoft a otro de los monstruos de entonces (ESO). Pues bien, Madera del Oeste o Bosque del Oeste (como sea) sacó Dune II, juego basado en el universo de Frank Herbert quién inmortalizó la frase: “Cuando escribes de verdad te concentras en una sola cosa: escribir” (al cuerno el dinero y las editoriales). Pues bien, Dune II sentó las bases de los RTS en cuanto a la recolección de los recursos necesarios, el árbol de habilidades (no una línea genealógica sino los edificios y mejoras necesarias para poder ampliar la base), la niebla de guerra (si en este momento no ve más allá de sus narices es debido a que no hizo la mejora en la Sala de los Cazadores) y una serie de elementos más (el autor se cansó de enunciar y no quiere recurrir al etcétera dado que es un vago). Pues bien, Westwood lo hizo (de paso la música es del genial Frank Klepacki, autor de varias odas videojueguiles y del himno de los juegos de estrategia: la Hell March) sentando los cimientos de un género nuevo cuya popularidad creció a lo largo de los siguientes diez años hasta que dejó de ser una salida comercial y aparecieron juegos para gente sin paciencia (de eso también carecen pequeños). Sin embargo, dos años más tarde, en noviembre de 1994 (23/11/1994) la anteriormente Silicon and Synapse y brevemente Chaos Studios pasó a llamarse Blizzard o la Ventisca para los amigos (aunque no hay nada gratarola). Lanzaron bajo este sello la primera de sus creaciones que relataba el encuentro entre los Humanos de Azeroth y las Hordas Orcas (no es una campaña en contra de la caza indiscriminada o para liberar a Willy Vilas). El juego se llamó simplemente Warcraft aunque es un nombre compuesto (por dos palabras, estás lento gurí) e incorporó los elementos de Dune II además de darle una identidad propia: oro, madera, los peones no se defienden, existe la niebla de guerra, cada unidad de los Humanos tiene un equivalente en los Orcos con algunas pequeñas variantes: arañas en vez de escorpiones, demonios en reemplazo de elementales, lluvia de fuego en vez de veneno reciclado para los Zerg, curación, esqueletos, armadura impía, etc. (un cliché dicha palabra abreviada). Tres tipos de escenarios y lo más relevante: la posibilidad de fajarnos en el multijugador para dos dementes que quisieran apretar el CTRL además de arrastrar el mouse para que las unidades se muevan (es 1994 che). Dado que llegué a esta versión una década después, de puro fanático nomás, pues dicha opción no pudo ser explotada pero se encontraba presente y ello es un punto a favor para el naciente universo que reúne elementos de Dungeons and Dragons, Warhammer, George R. R. Martin y el más famosos de los J. R. (vos no Román, nunca): Tolkien. Así que todos los elementos estaban sobre la mesa, sobre todo los tolkienianos, como ingredientes de una receta que iría agregando sabores hasta derivar en la mayor de las obras maestras: Warcraft III.

 


jueves

El Profesor Rivera

El sujeto de esta historia se presenta en las gélidas mañanas de clase portando una campera gastada y como frase de cabecera el hecho de que el frío es un estado mental. Fuera de su conocimiento sobre agricultura aquel hombre del que sólo conozco el apellido, dado que es una época muy distinta a esta en la que no hay respeto alguno y es necesario que un gladiador moderno les imparta lecciones a los pibes, siempre tendrá una historia para contar. Nos hablará de la inundación que provocó que recorriera la extensión del campo con un hidrodeslizador o los restos del anterior propietario del terreno en donde edificaría su casa como muestra de que el mundo es un inmenso osario. Diría el Jefe Seattle que uno no debe escupir en el suelo dado que sus ancestros están allí. Hasta la fecha de la noticia de su partida no supe el nombre de pila de este personaje que marcó los días de varios allá en el ISA de Copetonas, siempre será el Profesor Rivera para mí aunque se llamara Jorge. Qué estés en paz viejo maestro.