La niebla aún no se ha despejado pero él ya camina sabiendo de memoria el recorrido, la brújula no le hace falta actuando por instinto. Chirria la puerta que lo transporta a su torre de guardia rotando el anuncio para que los extraviados sepan que alguien los ha de socorrer ante la necesidad acuciante. La persiana se despereza entornando los faros ante el resplandor de la mañana, en el teatro celeste el sol le envía una misiva al viento que se ha ido a la ría lejana. Sorbe el tesoro de un manantial de madera, cuenta los instantes con cada llegada al final de ese pozo de hierbas interrumpiendo su meditación la alarma de la madera al ser abierta. Las migas de las gracias quedan sobre el mostrador para terminar esparcidas en el suelo, los recibos en cambio van a una bandeja fría ocupando su sitio de privilegios. Un rayo le da la señal de salida cruzando la vía desierta para perderse entre el caserío, sus esquelas llevan cuentas dado que la escritura ha sido olvidada. El vacío para los que no pueden cubrir sus necesidades ante el alud de obligaciones con los números en contra, siempre en contra. El vehículo todo terreno lo aparta del problema, deja en las calles su imprenta igual a una serpiente que huye de la civilización. Aguarda que el carguero pase con su movimiento cansino y su eterno peso sobre los hombros. Dialoga frente a un espejo con el cajero, su jefe, aquel repartidor desatento y con el responsable de transmitir las quejas, lo dejan solo a eso de las catorce horas teniendo que cerrar el balance del día. Sin mirar vuelve a casa, a la atmósfera tan conocida que le llena el alma desde la cocina llamándolo.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
jueves
lunes
Torre
Nunca
me fui, una parte se quedó en este sitio esperando el regreso. Incontables son
las ocasiones en las que he tenido que pasarle cerca a la enorme torre
ignorando por completo que el acceso, el conjuro para regresar a estos muros
estuvo siempre en mis manos.
La
inscripción en un cajón viejo de una parte lejana de este edificio incitando al
retorno de aquellos que se han ido habiendo dejado tal vez la parte más
importante de su existencia, del mejor momento de la vida de una persona cuando
es un verano interminable previo a ese otoño en el que las responsabilidades lo
terminan machacando.
Los
rostros cambiaron, la fisonomía se alteró, sin embargo por fuera sigue siendo
la misma cara de piedra y dentro está el corazón cálido, el centro de esa
mazmorra que recordamos. Las noches con únicamente el sonido de los motores de
fondo, la vieja sala de videojuegos devenida en gimnasio, los ascensores que
van y vienen, pero en particular el chasquido que emite ese único montacargas
que ya no lleva a nadie.
Sin
embargo, el día anterior al subir cada uno de esos escalones sin oposición
manifiesta se sintió alagado por la visita aunque fue momentánea y el visitante
ni siquiera se detuvo a tomarse una de esas verdes infusiones sobre los
peldaños. Pero lo reconoció, era suficiente con ello, de la misma forma que el
hombre detrás de la barra preguntando si se acordaba su nombre.
Éste
es un hasta pronto, no me iré en medio de la noche como la vez anterior sino en
plena luz del día. Las calles podrán haber cambiado, los locales alrededor,
pero la torre ilimitada sigue ahí esperando, emitiendo ese sonido que
únicamente los náufragos que hemos vivido en ella entendemos.