miércoles

D10

A esa imagen en blanco y negro en un potrero cualquiera dónde sea que alguno se tome la molestia de hacer rodar al balón, con las camisetas de diversos tonos y blasones unidos por un puñado de letras cuya pronunciación alcanza cual eco cualquier recoveco incluso en sitios tan diferentes, pero en los que la lengua de ese ajedrez de movimientos continuos se ha instalado. Las escenas que quedan tras el último concierto son una alternancia de blanco y negro, con alguna pincelada celeste y blanca entre tantas camisetas amarillas soltando al ave de presa que hace trastabillar al cancerbero de verde, incrustando la perla en la red de un estadio italiano. De idas y vueltas entre amores y odios que no terminan de ponerse de acuerdo yace la persona, el ser cuya existencia se deshace en esta época de pérdidas profundas en la que aquello que hemos querido se empieza a quebrar en millones de pedazos cómo ese cristal cuyas líneas llevan a los infiernos. A los profundos pozos en los que la persona cae al pasar de las privaciones en su máxima expresión a la plenitud del éxito y del fracaso, el oxímoron que no puede dejar de presentarse en tanto seamos sangre, huesos y carne. El niño con la inocencia reflejada en la mirada habla a través del tiempo para luego volverse una sucesión de viñetas a color con una función de sábado en la que dice adiós, aunque no se haya ido del campo de juego jamás y ello lo lleva de regreso a esa llanura verde en la que seguir librando la batalla. Hasta el último momento excediendo cualquier ideología, algo bastante extraño en este tiempo de despedidas, volviéndose más que una leyenda al abandonar esa prisión que se ajó lo suficiente. Maradona es una metáfora de las luces y las sombras del ser humano, de esa gloria esquiva para muchos y las miserias siempre presentes. No hay forma de tener una cosa sin la otra en el caso de él, aunque todo ello queda de lado reduciéndose a una corrida fantástica desde atrás del círculo central.

martes

México

DUERME


Ya todo es silencio,

el último borracho se ha ido a dormir,

las luces que indicaban una alegría

tras otra se han apagado y ahora sólo

queda la paz de la noche.

En el mundo de los sueños esas borracheras

se vuelven burbujas, en las cuales

se manifiestan diferentes fantasías

las que se van a desvanecer al amanecer

cuando el sol surja por detrás del caserío

con tejas españolas.

Una vez que esto pase la bruma marina se

habrá disipado y las sierras recuperarán

su silueta, igual a la de los humanos

que despiertan después del sopor de la

noche y de las copas.


CUAUHTÉMOC


Cuauhtémoc espera a que el Coyote

le traiga el último poema, a través

de Tacuba.

Y es que sus espíritus viven en cada

uno de los rincones del valle,

incluso debajo de los adoquines

que se alzan donde estaban las

antiguas calles.

En cada parte hay un poco

de ellos dos.


LOBO


Aún es de noche, una suerte de viaje en el tiempo dado que allá en el pago ya salió el sol. El coyote se aleja gritando un adiós, un lobo negro  aguarda en los verdes campos ahí en la ría. Ya el sol se había puesto tras las colinas del valle cuando los pájaros emprendían vuelo.


Y las bestias mal educadas e ignorantes festejarán haberle puesto fin a la sociedad, apedreando al distinto hasta volverlo una masa  sanguinolenta  para así darse cuenta que estamos hechos de lo mismo.


RESMA


Una resma de hojas por un puñado de pesos, las líneas han de formarla los versos de este relato. Varias lapiceras con un poco de tinta,  igual que el resto de la sangre que aún me queda. Esto y las migajas para las palomas sobre el viejo tejado español, así empieza esta historia sobre alguien que lo tuvo todo para luego dejarlo atrás.