A esa imagen en blanco y negro en un potrero
cualquiera dónde sea que alguno se tome la molestia de hacer rodar al balón,
con las camisetas de diversos tonos y blasones unidos por un puñado de letras
cuya pronunciación alcanza cual eco cualquier recoveco incluso en sitios tan
diferentes, pero en los que la lengua de ese ajedrez de movimientos continuos
se ha instalado. Las escenas que quedan tras el último concierto son una
alternancia de blanco y negro, con alguna pincelada celeste y blanca entre
tantas camisetas amarillas soltando al ave de presa que hace trastabillar al cancerbero
de verde, incrustando la perla en la red de un estadio italiano. De idas y
vueltas entre amores y odios que no terminan de ponerse de acuerdo yace la
persona, el ser cuya existencia se deshace en esta época de pérdidas profundas
en la que aquello que hemos querido se empieza a quebrar en millones de pedazos
cómo ese cristal cuyas líneas llevan a los infiernos. A los profundos pozos en
los que la persona cae al pasar de las privaciones en su máxima expresión a la
plenitud del éxito y del fracaso, el oxímoron que no puede dejar de presentarse
en tanto seamos sangre, huesos y carne. El niño con la inocencia reflejada en
la mirada habla a través del tiempo para luego volverse una sucesión de viñetas
a color con una función de sábado en la que dice adiós, aunque no se haya ido
del campo de juego jamás y ello lo lleva de regreso a esa llanura verde en la
que seguir librando la batalla. Hasta el último momento excediendo cualquier
ideología, algo bastante extraño en este tiempo de despedidas, volviéndose más
que una leyenda al abandonar esa prisión que se ajó lo suficiente. Maradona es
una metáfora de las luces y las sombras del ser humano, de esa gloria esquiva
para muchos y las miserias siempre presentes. No hay forma de tener una cosa
sin la otra en el caso de él, aunque todo ello queda de lado reduciéndose a una
corrida fantástica desde atrás del círculo central.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
miércoles
D10
martes
México
DUERME
Ya todo es silencio,
el último borracho se ha ido a dormir,
las luces que indicaban una alegría
tras otra se han apagado y ahora sólo
queda la paz de la noche.
En el mundo de los sueños esas borracheras
se vuelven burbujas, en las cuales
se manifiestan diferentes fantasías
las que se van a desvanecer al amanecer
cuando el sol surja por detrás del caserío
con tejas españolas.
Una vez que esto pase la bruma marina se
habrá disipado y las sierras recuperarán
su silueta, igual a la de los humanos
que despiertan después del sopor de la
noche y de las copas.
CUAUHTÉMOC
Cuauhtémoc espera a que el Coyote
le traiga el último poema, a través
de Tacuba.
Y es que sus espíritus viven en cada
uno de los rincones del valle,
incluso debajo de los adoquines
que se alzan donde estaban las
antiguas calles.
En cada parte hay un poco
de ellos dos.
LOBO
Aún es de noche, una suerte de viaje en el tiempo dado que allá en el pago ya salió el sol. El coyote se aleja gritando un adiós, un lobo negro aguarda en los verdes campos ahí en la ría. Ya el sol se había puesto tras las colinas del valle cuando los pájaros emprendían vuelo.
Y las bestias mal educadas e ignorantes festejarán haberle puesto fin a la sociedad, apedreando al distinto hasta volverlo una masa sanguinolenta para así darse cuenta que estamos hechos de lo mismo.
RESMA
Una resma de hojas por un puñado de pesos, las líneas han de formarla los versos de este relato. Varias lapiceras con un poco de tinta, igual que el resto de la sangre que aún me queda. Esto y las migajas para las palomas sobre el viejo tejado español, así empieza esta historia sobre alguien que lo tuvo todo para luego dejarlo atrás.