Uno debe simplemente adaptarse a
ciertas cuestiones igual que la marea besando en ciertos momentos las rocas en
la playa para luego contentarse con esperar el momento en el que regresará a
manchar la falda pétrea, adaptándose a la forma de la superficie nueva tras los
años de desgaste que culmina con un templo a la arena ahí abajo que se une por
siempre al océano. Entonces el silencio apenas interrumpido por el oleaje que
rugirá en los momentos de gloria para apaciguarse durante las noches templadas
del estío, en tanto que en el invierno
desafía poderoso a la helada.
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