Un médico devenido en futbolista
acababa de encontrarle una cura a la enfermedad del portero, privándolo de su
afección al clavar un puñal en la red contraria.
La panacea en tanto quede tiempo,
criarse en la jungla requiere habilidades para sobrevivir a las inclemencias de
la civilización.
Él las había sintetizado en patear
con eficacia un balón hacia la portería, los minutos pasaban y la enfermedad
parecía ceder.
Pero no había tiempo
lamentablemente, el árbitro pitó el final, una derrota que no tenía cura, las
defensas afiebradas habían resistido hasta el último segundo.
Eso transmitía la pantalla, una
victoria que desataba la alegría en una parte del estadio y la desazón en el
resto.
Era cuestión de esperar al siguiente
encuentro, esperar, de eso trataba todo esto. Algunos esperan que el juez se
apiade y lo termine. Otros esperan el alumbramiento, la llegada de una nueva
vida al mundo y esto ocurría mientras veíamos el partido.
La pequeña se negaba a llegar
todavía, un poco más mamá, primero la gloria, después salgo a escena.
Soy la heroína de esta historia, mis
dedos congelan el tiempo cuando aprieto el brazo de papá.
Soy la luz que le da nuevo brillo al
mundo, la luz de la esperanza que llega en medio de gritos.
Soy Clara, la que ha marcado a fuego
tu tiempo, la vida misma que resurge después de haber menguado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario