El fútbol argentino es una muestra de lo que somos como sociedad, sobre todo a la hora de sacar ventaja a cualquier costo.
El otro, nuestro ocasional oponente, es un enemigo al que hay que vencer cueste lo que cueste.
No importa si es familiar nuestro, si no lleva los colores de esa trituradora de carne que son los clubes hay que destrozarlo.
Incluso si está en el piso seguimos pateándolo, no sea cosa que se levante y de la tribuna nos traten de blanditos.
En tanto se mantiene entretenida a las personas con el opio que supone éste espectáculo circense, la clase dirigente del fútbol que es una prolongación de la política se disputa los espacios de lavado de dinero.
El fútbol tapa todo incluso una mala decisión económica, semejante a ciertos anuncios relacionados con fechas históricas que sirven para distraernos de los problemas reales.
Es como mirar el balón con el cerebro obnubilado por el narcótico que supone el balompié, mientras la bola va corriendo y el tiempo también.
Lamentablemente.
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