Se jugó un sábado, por esas cosas de tener que ir a naufragar al día siguiente, con bombos, platillos y el sobre dentro de la urna. Pues bien, el domingo se trasladó un día antes en un estadio repleto y con ambas parcialidades. Lo que ahora es una mera postal, destruido el espectáculo por culpa de los bárbaros que se sienten por encima de los demás, sólo se ven los colores de un equipo en las tribunas. Pero ese día un Monumental vestido de rojo y blanco con unos tonos azules y amarillos en una de las bandejas, asistiría a la última función de Diego en lo que sería un baldazo de agua fría. El gordo no salió a jugar el segundo tiempo, cambios de por medio apareció un pibe llamado Riquelme que heredaría esa número 10 que le ha quedado grande a varios, después habría tiempo para las despedidas en el Templo de la contra. En ese momento el partido estaba 1 a 0 a favor de local, más la pérdida del líder hacía pensar en una debacle para los visitantes pero esto quedó atrás enseguida. El Huevo empató las cosas, hizo desaparecer el cero del marcador con una definición ante Burgos y a empezar de nuevo, la frutilla del postre vendría un rato más tarde con el primer gol de Palermo al rival de siempre. 1 a 2 en un rato, después aguantar, el 10 seguía en el vestuario convencido ya de que no le quedaba más que dar excepto decir adiós. El mismo que hace un rato varios le han transmitido al que puso el empate.
Pero después, después el campeón sería River con un empate ante Argentinos Juniors de nada serviría la goleada de Boca ante Unión. Hasta ahí todo igual, un año más tarde empezaría otra historia igual que siempre. A la larga la marea cambia.
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