viernes

Ñ

Las demás letras sufren de calvicie por exceso de uso aunque en la época actual sería más bien por haberlas olvidado sustituyéndolas con otras que no suenan igual, el problema es que las pronunciamos mal generando una confusión enorme en la que el orden del abecedario se ve alterado. Sin embargo ella mantiene su cabellera flotando en el viento como nave insignia de esto que se llama lengua, dejando a un lado las abominaciones que son las sombras apenas en torno a un fuego agitándose en la tempestad. Las formas oscuras tienen como lienzo a la pared de esa caverna desde la cual los petroglifos se han rebelado mutando a palabras, la revelación es tal que las personas empiezan a darle nombres a su realidad la que cambia por completo. Dejan entonces de ser extraños cubriendo el sitio que habitan una atmosfera hogareña en la que los niños crecen sin sonidos guturales, pasado cierto tiempo el reloj corre semejante a una cuerda que se va cubriendo de ñudos alcanzando un tamaño considerable antes de cortarse. La hermana mayor hace las veces de ñaña cuando no de madre aunque no llegue a alumbrar nunca descendencia, viendo sus días languidecer hasta volverse polvo de ese mecanismo que es finito. En el mañana los ya adultos, con la niñez en un cofre abandonado, se han esparcido por el mundo que deja de ser desconocido aunque el llamado de la casa sigue sonando en la noche invernal metiéndose con la invasión del agua en esa zona ribereña para luego retroceder con la manada de pinzas. El actor principal es un tacaño consumado, le destina poco y nada a las cuestiones afectivas intentando resolver los problemas de otros que confían en su sapiencia aunque muchas veces sabe menos de lo que muestra. Sin embargo a su orilla llegan los restos del naufragio, los pedazos de historias con almas aún aferradas a la carne solicitando una y otra vez asistencia al igual que un pedigüeño que no tiene un hábito mejor arraigado. Por ello esta pausa entre tanto papelerío que esconde posibilidades de salvarnos de ser los siguientes en zozobrar, aunque nos hemos vuelto isleños que miran con pavor al océano que supone la vida.


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