jueves

Seis tiros

No le agradaba para nada tener que llevar esa carga que se distraía ante la menor oportunidad, debía vigilar los movimientos de sus eventuales víctimas a la espera de que le dejaran un resquicio por donde ejecutar su oficio. Era ingrato pero necesitaba vivir a costa de los demás, sus crías aguardaban en un lugar que sería cómodo para cualquiera excepto para ellos que se sabían marginados en ese mundo que pasa deprisa a diferencia de otras épocas. Todo lo cuestiona, exhibe las mejores imágenes pero deja afuera a la mayoría por no ser dignos ante los ojos de los dioses perecederos que limitan su podio a algunos cuantos nomás. Un poco de verde, el agua corriendo aunque podía estancarse sin que les preocupara mucho y el sustento necesario para mantener a la familia al recibir la orden de salida dejando la paz de ese lecho tan conocido. Sin embargo los asesinos se escondían en el mismo lugar que ellos llamaban hogar, aguardando para dar cuenta de muchos más que sus escasas víctimas en la comparación de las profesiones. La mala fama la tenían ella y su descendencia, malditos de cualquier manera que se los viera así que para qué andar intentando ir contra la corriente cuando esta puede hacerte ganar pese a los insultos de los vecinos que se esconden en las noches, temerosos de algo más grande aunque nunca lo hemos visto desde este lado del cerco. Somos libres, proscriptos sí, pero libres y esa es una aspiración para aquellos que dicen ser los dueños del mundo aunque cualquier enemigo diminuto los terminará enviando al osario común desde que pusieron un pie sobre la superficie proclamándose eternos, enseguida vendrá el corte demostrando lo equivocado de esa conclusión. Su compañero a todo esto había dirigido su atención a la pared marcada que pensaba escalar, era un buen punto de ingreso aunque ella consideraba que la ventana entornada resultaba una mejor posibilidad. Incluso el detector de intrusos se encontraba descansando después de una noche de mucho trabajo, sabían de la importancia del grupo a la hora de tener éxito en ese atraco y también de la disminución significativa en sus filas cada vez que acometían a dichos fines. Pero nadie guardaba los registros de esa epopeya, las únicas vidas importantes eran las que se proclamaban tales constituyendo todo lo demás un desperdicio de información siendo innecesario el registro. Así que revisó el arma, los seis cilindros estaban listos, la munición preparada, los músculos tensados aguardando el momento de lanzar el ataque repetido a lo largo de las horas experimentadas en esto de chupar la sangre. Logró el objetivo no así su compañero que estaba en la escena de relleno, recibiendo un golpe que lo dejó desparramado sobre la vereda justo al lado de un pequeño hormiguero anteriormente víctima de la máquina de podar. Sus hijos agradecerían ese sacrificio, la distracción que le permitiría salir indemne incluso esquivando esa andanada de gas que los espirales escondían. Descansar un poco, mojarse las patas en la charca, evitar a los submarinos verdes y regresar a un nuevo encuentro que podría ser el último, aunque dada la expectativa de vida eso no le importaba. Su legajo rojo sería una mancha sobre la epidermis aunque los aguijones ya hubieran penetrado, era en cierta forma una especie de victoria pese al mamporro omnipresente llegando a acabar con el perpetrador. Su sirena era menos molesta al acercarse en la oscuridad que todas esas alarmas sonando en el exterior, pidiendo ayuda vaya uno a saber para qué en tanto aquí adentro el ventilador gira manteniendo frescos a los contribuyentes a los que les solicita menos aportes que cualquier otro recaudador de carne y huesos.  En las estadísticas hablarán de ese día lluvioso seguido de una invasión que obligó a los turistas a abandonar las reposeras, la sombrilla y las ojotas, la playa despejada finalmente con las olas invadiendo la pista de tejos cuyos discos se fueron a flotar desatando la indignación de aquel que los dejó al percatarse de lo caro que saldría un juego nuevo.