Ay Flavio, ay, desearía que tu estancia en los Campos Elíseos sea interrumpida un momento para detener a la masa bárbara que hoy asola nuestro tiempo, pese a que cada tanto nuestros onagros arrojan un poco de luz sobre esa inmensa oscuridad que se llama ignorancia.
De este lado de la orilla aún encontramos algún alma que nos ayuda en la tarea de que esto llamado cultura no se pierda entre las deformaciones de las letras y los neologismos, pero muchas veces son más las frustraciones que los momentos de esperanza.
Una runa de los magiares traída a esta época, un poco de trabajo que muestra esfuerzo individual, oasis en el enorme desierto por el que vemos a los del interés superior mofarse de los intentos de aquellos que parecemos una distopía en su universo de instantes.
Pero aquí estamos mi buen Flavio, no todo está perdido.
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