El mar tiene esas cosas, a veces simplemente se guarda sus secretos y otras te los arroja en la cara.
O en éste caso a tus pies.
Di de lleno con un náufrago en medio de la playa brumosa, era tan espesa la niebla pero igual de silencioso el paisaje.
La vieja bicicleta voló a un costado, el pobre diablo yacía desmayado y lo arrastré hasta la cabaña.
Me llamaron loco por construir en ese lugar, inadaptado por vivir fuera de la sociedad.
Así que aticé el fuego y me dormí, soñé con criaturas monstruosas que moraban en lo profundo.
Una de ellas se había perdido, sus hermanas venían a reclamarla al reino de la tierra.
El golpe de la puerta al ser abofeteada por el viento me despertó, mi visitante se había marchado y mi bicicleta con él.
Seguí el rastro que dejaba en la arena de la playa, hasta las inmediaciones del barco hundido.
Allí encontré mi medio de transporte y alcancé a ver una imagen que la niebla desdibujaba en medio del mar.
Un enorme barco se alejaba, mientras por estribor el esquife era cargado.
Rumbo al sur se iban, flameando en lo alto el pabellón moderno de los piratas.