La presencia de la estación de
servicio rompe la inmensidad de la noche pese a que no he extrañado en nada la
compañía de los otros que duermen ahí afuera, el sujeto de la playa viene con
un rostro conocido invadido por un sueño que enturbia sus sentidos. Los
movimientos son automáticos, qué carga, completo, el golpe seco al detenerse el
chorro que se bombea desde las entrañas (las mismas que lo tuvieron
prisionero), importe, cobro y a la nave otra vez. Lo que viene es el café, agua
y uno de esos sánguches sellados hasta el descarte o su consumo aunque nunca se
sabe en el borrón de las fechas equivalente al desgaste que llevamos con
nosotros. No está el lucero cerca al recibir la segunda bocanada de esa
madrugada, a unos pasos en la oscuridad yace otro punto luminoso cuyas
pantallas se encuentran encendidas esperando que vengan a vaciarlo o recargarlo
según el caso. La sed también afecta a esa expendedora de pasajes a la
felicidad según los hedonistas, no más que un boleto que enseguida se desvanece
con el correr del viaje hasta dar de nuevo con la necesidad no obstante
idéntico resultado. La segunda presencia apenas la noto al introducir la
tarjeta, corriendo un sudor frío sobre la sien que se congela antes de reventar
contra el piso que ha desaparecido pese a seguir estando ahí abajo. El papel
calentado por esa tinta que no se ve romperá el hechizo, los billetes yacen en
alguno de los bolsillos, el plástico es cargado igual que las deudas del pasado
pero no iremos demasiado lejos.
—Aún hay crédito por lo visto
dirá él.
—¿Perdón?
—Todavía no se ha terminado el
recorrido hombre, venga y mire en este monitor moderno. En la oficina no tenía
uno así de manera que he copiado el diseño con unos cuantos ajustes.
En efecto, miles de cuentas
aparecían ante la vista de ese extraño usuario al que la helada no lo hacía
tiritar a juzgar por la manta liviana de tono rojo que colgaba sobre sus
espaldas.
—Como verá algunos de estos
registros ya tienen mucho tiempo así que será mejor moverlos a otra sección.
Acto seguido desapareció la
numeración en cuestión aunque enseguida otra surgió.
—Y ahí está de nuevo,
languidece, mengua y crece llenando el vacío de la anterior.
Entre la jungla de números en
blanco alcance a vislumbrar algo que me aterró, no eran nada más que cuentos de
trasnochados sino fechas que encabezaban esa base de datos cuyo operario me
sonreía benevolente.
Incluso una que conocía bastante
bien, viendo en retrospectiva cada momento lo que resultó en agotamiento de mi
memoria que se retiraría a darse una larga siesta después de aquello.
Me encontré alejándome hacia el
vehículo que me llamaba igual al casco de la barca desde la que creo haber
caído en otra vida, una sirena inversa permitiendo que me aleje de las fauces
que no existieron.
—Aún hay crédito
repitió en forma de susurro. Pero la humanidad no lo sabe, sigue avanzando
apresurada temiendo que el tiempo la atrape y es su pasajero constante con cada
hálito.