sábado

R

I)

Arde el fuego,
más leña es arrojada,
el metal se calienta,
se limpia de impurezas.
La espuma blanca
se desliza por el borde,
el recipiente yace frío,
un río rubio la recorre.
La noche ha caído
sólo las brasas viven 
y el río rojo se desata.
Fuerte aroma,
flores y metal
forman éste vino
que se añejará en 
el mejor barril del mundo,
cuando lo beba brindando 
por los tiempos que se fueron.

II) 

No más que una burla a la sociedad,
formando parte del sistema 
para ser revolucionario
pero lo único notorio es una felatio
sobre los cerros de Sodoma.

Gasta el tiempo de los otros
que el tuyo vale oro,
no hay cosa peor que esperar 
a alguien impuntual.
Parece que el ágape
se volvió un almuerzo de camaradería,
total los demás son meros peones
manejados con un control remoto universal.
No me condiciones con tiempos
que tengo tantos compromisos,
aunque no esté comprometido
más que con la almohada día a día.

III) 

Abraza la vida que llega
aunque te parezca un castigo,
abraza esa vida tanto como puedas
ya que es una continuación de la tuya
y al final cuán mala puedes ser
por haberle dado a éste mundo
un par de retoños que se ocupen
de cuidarlo para mejorarlo.
Así que esta es mi declaración de paz
para con vos, todo yace olvidado ahora
y perdonado como debió ser 
hace tanto tiempo atrás.
Supongo, nunca es tarde.

IV)

No quiero envejecer con un expediente,
que mi sangre no sea tinta secándose
en un rincón oscuro de un escritorio,
pues la lluvia de septiembre ha llegado
y con ella todo se renueva.
Incluso éste método vetusto de leer,
escribir, leer, imaginando que en cada
esquina habrá una historia
para contar aunque sea breve.
Todo es posible entonces,
incluso esas son las cosas que quedarán
las que ahora parecen lo contrario,
imposibles, pero que la tinta invertida
en éste universo no dejará nunca de brillar
cada vez que alguien vea estas líneas
y pueda soltar su imaginación
como nos soltamos en los sueños.

V)

Teníamos un juego en la secundaria,
cada uno tiraba una palabra
que fuera más grande que la del otro.
A la tierra
el mar,
a éste el cielo,
al manto celeste
el universo
y el infinito era el resultado
de nuestra contienda.
Sin embargo,
creo que el tiempo
lo abarca todo
mi estimado belga.
Tiempo es algo que invertimos
cada día, pero no nos damos cuenta.
Tiempo y distancia recorrida.

Tiempo.

VI) 

Comencé a escribir
y la idea cobró vida
sobre la pizarra gastada.
Pronto me vi envuelto en ella
como si mis pensamientos
tomaran forma a cada trazo
de la tiza y por ello me he 
quedado toda la tarde
dándole forma a esta 
nueva locura.

VII)

Del jardín de las Hespérides
vertimos en nuestros vasos
un poco de aquel fruto,
mientras la tarde se iba apaciblemente.

El viento soplaba sobre la Ría de Ajó,
su brisa nos había despedido
cuando el hielo enfriaba aquel
mar anaranjado que destapamos.

La última vez fue tras sumergirme 
en las aguas del Nahuel Huapi,
en una época que ha quedado
tras la niebla de eso 
llamado recuerdos.

VIII)

Hace tanto, demasiado tal vez
por eso de la lejanía y haber emprendido
el viaje en lo que ha sido un pestañeo.
Así que éste viernes pasado
me desayuné con un beso de mi vieja,
una frase socarrona de mi padre 
y mateamos bajo la luz del sol
con la Negra yendo y viniendo
con esa rama en su boca.

IX)

Hoy no es un día cualquiera,
lo se pese a la rutina
y a esa repetición de acciones diarias.
Hoy son cien años de tu nacimiento,
lo cual hace tu ausencia más grande
viejo tano.
Te extraño,
uno se acostumbra lamentablemente
a la falta de un ser querido.
Se acostumbra
pero lo que se siente no se elige,
así que seguirás presente.

X)

Naciste un día después de la gloria,
esos dedos pequeños 
se extendieron obligándonos
a permanecer aquí,
como si una fuerza colosal
nos atara para siempre
a éste mundo,  perpetuando
el momento tras esa cortina gris 
llamada tiempo.
Te he de llevar por siempre
atrapada en mi alma,
mientras los días en el calendario
se deshojan y tu correteas
por ahí, más allá de la costa de plata.

I

I) 

El jamás había tenido un salón de escudos,
sólo mesas extrañamente bien dispuestas.
Una gran cantidad de toneles
almacenaban vino, cerveza e hidromiel,
para tener aseguradas las tardes del invierno.
Si llegaban con malas intenciones
encontraban a un anciano de barba blanca,
recubierto de cicatrices
que siempre tenía a mano un blasón
y una espada que nunca parecía
haber dejado de lado,
incluso cuando dormía
soñando con la tierra de acero.
Y alguna que otra mujer
montada en un corcel, radiante
como la armadura que portaba.

II)

Los orcos estaban enloquecidos,
el Jefe se había marchado hacía demasiado
a la luna de miel en lo alto de la montaña
y parecía tener intenciones de no volver.
Al final enviaron un emisario,
éste retorno gordo y feliz,
parecía ser que ella lo sobornó
atacándolo por el estómago.
Esto no podía ser dijeron los chamanes
y mandaron a un grupo nutrido 
a protestar a las puertas del bastión
del lobo y la nieve.
Ella los recibió con sartenes, palos y toneles
vacíos que los mandaron a todos cuesta
abajo, en donde los curanderos
tuvieron que recomponerlos.
Cuestión de esperar a que el Jefe
bajara a impartirles ordenes
y guiarlos de nuevo hacia la gloria.

III)

La noche se  extendió 
como una mano siniestra,
tapando los ojos de la víctima
mientras su amante recubierta de plata
se adueñó de los sueños del mundo.
Él se acercó a la fogata
cansado de deambular,
le pesaba el escudo, la espada
y la batalla que dejaba atrás.
El anciano lo vio venir
pero no pareció inmutarse,
apenas se veía su rostro por
debajo del sombrero de ala ancha.
Extendió su mano
acercándole la copa,
que bebió previamente para
demostrar que no había intenciones
ocultas en ella.
La tomó de un trago,
se sintió fortalecido,
le contó cómo sus hermanos
habían caído uno a uno en combate
y que ese destino le era esquivo.
La espada forjaba su vida,
marcando una senda roja como el vino
que bebió antes de cada batalla,
el salón de los escudos
se había llenado de vacío,
sólo él quedaba como testigo del pasado.
El anciano se incorporó
cargando la lanza
y señalándole el camino,
el guerrero lo siguió 
a través del bosque yendo a dar
con una enorme puerta.
Entonces escuchó las voces,
demasiado conocidas de sus hermanos
y supo que había vuelto a casa.

IV)

El gigante despertó,
se sacudió la escarcha
avanzando por el jardín
hasta la fuente,
sumergiendo sus manos en ella,
haciendo desaparecer el hielo.
Respiró profundo y exhaló,
su aliento corrió las nubes,
el sol brilló de nuevo.
Las flores, las plantas, 
todo lo marchito
cobró vida en un instante,
el invierno se iba al fin.
Una mariposa se posó 
sobre sus hombros,
tan pequeña, tan grande él,
rió a carcajadas.
Las nubes llegaron trayendo
una cálida lluvia que dejó
todo el paisaje aún más vivo,
mientras el gigante se movía
lentamente entre los campos,
resurgiendo la vida a su paso.

V)

Olfateó y el olor a leños
le llegó desde el medio del bosque,
ahí estaban los hombres
cuyo rastro encontró al caer la noche.
Al menos sabía hacia dónde dirigirse,
dando un rodeo para evitar el peligro
escondido en esos seres invasores.
Avanzó hacia el rió con paso ligero
hasta llegar al claro y detenerse a beber,
La sed, un desierto de sal, le había
castigado la garganta todo el trayecto
y ahora una oleada fresca la apagaba.
Entonces percibió que algo se movía
en la noche, por el cielo,
un graznido lo alertó
y los pelos se le erizaron
mientras veía hacia el interior del bosque.
El viajero apareció ante el
y se detuvo observándolo,
por debajo de un sombrero de ala ancha.
Una espesa barba le caía sobre el pecho
mientras en su mano sostenía lo
que parecía un bastón
demasiado largo.
La luna emergió entonces de la tormenta
que cubría el cielo y un destello
escapó de la punta de aquel supuesto báculo.
La sensación de peligro desapareció de súbito
de todo el cuerpo del lobo
y se convirtió en una calma que lo recorrió.
El anciano entonces reanudó su marcha
cruzando el rió y alejándose en la oscuridad,
acompañado por la enorme bestia.

VI)

Jugaban sobre la colina
el hijo de un caballero,
la criatura, cría de dragón.
Escamas negras cubriéndolo,
ojos dorados alertas
a los movimientos del pequeño.
El tiempo cubrió una década
y media, actuando los dos
como uno solo, un arco y 
una saeta aprestándose
a ser lanzada hacia el cielo.
Los aldeanos vieron llegar
al joven corriendo, dando gritos
y clamándole al dios del trueno
que fulminara a la bestia.
La aldea fue cubierta
por una nube negra,
huyendo sus pobladores
hacia el otro lado del río.
El joven siempre había querido
una espada como la que encontró
forjada en la herrería,
el dragón se calzó
la malla de mithril
y ambos partieron
por el camino hacia el ocaso,
mientras el sol se ponía.
Había otros lugares
que pillar cuando el astro
volviera a surcar su reino celeste.

VII)

Desde el espacio 
las balas caen cerca,
pero me pierdo en lo profundo
del azul rumbo a una noche eterna.

El humo de las armas
se mezcla con el de los cigarrillos
en ese bar de mala reputación,
en tanto la angustia me invade.

La lluvia sigue cayendo
pese a que he encontrado un refugio
mi alma danza en ella,
como si hubiera encontrado allí
la razón de mi existir.

En una lluvia de fuego
he quedado envuelto,
buscando en el cielo
un resquicio por donde escapar.

VIII)

Dos aves de la lluvia
una roja como el fuego,
la otra azul como el cielo,
se unieron sobre ese viejo
roble a la orilla del camino
de la comarca.
Sus vástagos llevaron
el fuego de su madre,
reclamando el cielo de
su padre una vez más.
Cuando el tiempo pasó
los dos quedaron solos
en el nido que vio partir
a cada uno de sus hijos,
mientras el atardecer
era cubierto por la noche.

IX)

El mensaje rezaba: “los viejos están por salir, llámalos así arreglan para volver.”
Marcó el número de su amada, el teléfono comenzó a sonar.
Una voz suave le respondió: “amore, ya salieron para allá. Te espero acá. No te preocupes.”
Cortó la comunicación enviando un mensaje de texto para que ella se quedara tranquila.
En tanto, Laura dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y culminó con la tarea de poner 
las baterías nuevas en el audífono.

X)

Escribía
letras garabateadas,
ocultas en un cofre
al lado de la chimenea.
Su abuelo
atizaba el fuego,
viendo quemarse las cajitas
como naves hundiéndose,
dejando sólo el papel plateado.
Le habló del avión,
cuando éste cayó y
como las arenas se
lo tragaron en un instante.
Le contó del día en el que
la fortaleza se precipitó
sobre la montaña
y el único testigo cruzó
un mar de zarzas
para poder sobrevivir.
Recordó el hambre en la
nieve, apretujándose
junto a sus camaradas
y a los que cayeron a
su lado en el frente de batalla.
Vio la nave con nombre
de mujer dejar atrás su tierra
y a un pedazo de ella
recibirlos al otro lado del océano.
El invierno siguió su curso
mientras el titán destrozaba redes.
Un día nos separamos,
una nave cruzó el cielo hacia
la estrella de nuestros ancestros.
La otra se dirigió hacia
la costa de plata, en donde
la torre aguarda en medio
de la niebla su llegada.

B

I)- El viejo.

El viejo mira el horizonte,
ve pasar las cometas en el cielo
y espera el cambio en la marea
para que el océano le traiga noticias.
El viejo armó una cadena 
a la que sujeta las pesadillas de éste mundo,
para que esos bajitos tengan dulces sueños.

II)- Correspondencia.

Recibí una carta de la tía Agatha, refugiada en algún lugar de la costa Atlántica y sin dudarlo dejé caer el pincel con el que trataba de infundirle vida a las tablas gastadas de nuestro pequeño hogar. Tuve que perseguir al viejo cartero por las calles de tosca, hasta dar con él y reclamarle la dirección del remitente que había quedado borroneada en el sobre.

Es así como me encontré tomando el último colectivo hacia el paraje conocido como Piñamar, llegué en la noche y tras dormir en los bancos de metal me dirigí con un pequeño mapa rumbo al lugar en donde debía vivir mi tía.

Encontré un cartel desvencijado en el que aún podía leerse “Hércules y Telón”, sin lugar a dudas estaba allí. Agatha se apareció, tan activa como siempre ha sido en su vida y al verme me entregó una escoba.

Comenzamos quitando las agujas de pino que caían sin cesar sobre el camino de lajas, luego siguió la expulsión de las arañas de altillo, el éxodo de los colchones hacia un costado de la casa para que el sol los secara mientras la tía los golpeaba uno a uno.

Finalmente me instale en aquel lugar en ese fin de semana de marzo, durmiendo con el sonido de la lluvia y despertando con la vieja Remington sonando en la mañana.

III)- Hola, dije.

Hola dije,
pero la bruja se espantó
sería por la antorcha que llevaba
para poder alumbrar el camino
y no caer en una ciénaga.
Sería eso o acaso se trataba
de un aquelarre, no dándome 
tiempo a decir más que hola.
Ya se habían ido todas,
únicamente quería saber
cómo llegar hasta la caverna
en dónde mora el ermitaño
llamado Marco.

En fin, otra vez será.

IV) La mar.

Me sumerjo,
todo queda atrás
mientras la calma me envuelve.
El agua borra todo rastro,
en medio de la espuma
me libero de las impurezas.
El mar me golpea al salir,
el frío corta y el viento se
hace sentir aunque no me importe.
No me puedo contentar con
sólo pisar la arena mientras
el llamado se hace sentir.

V) Granito.

Leyó hasta que su espíritu fue invadido
por una paz eterna, sintió la suave caricia
del viento y el incansable movimiento del
océano allá abajo.
Pronto se volvió la roca misma,
deteniéndose a descansar sobre él
las aves en su migración hacia climas 
más cálidos. 
El sol acarició su rostro rocoso,
mientras ahora podía leer en la existencia
de cada ser que habitaba ese mundo
ignorando por completo a los demás.

VI) La armadura abollada.

He tomado la vieja gorra azul y amarilla
desgastada por el tiempo, 
el sweater rojo que aún brilla pese a los años,
un par de botines de trabajo duros
como roca y los pantalones de vaquero
que ya rozan lo vetusto.
Todo el conjunto se ha convertido en
mi armadura de antaño, tan sólo me ha
faltado la lanza que alguien le prestó
a nuestro vecino, quien ignora que
se trata de un arma legendaria.
Así y todo me he dirigido al garaje
en donde la última pieza me aguarda
oculta a la vista del resto del mundo,
el antiguo vehículo ha dejado lugar
a mi corcel, negro como la noche sin luna.
Juntos hemos emprendido el viaje
hacia un horizonte que nos garantiza
sólo una cosa, lo nuevo que vendrá mientras
vamos hacia adelante.

VII) Se quema (dulce).

¡La manzana se quema, la manzana se quema! 
gritaban los tenedores.
Traigan agua clamaban las cucharas de madera.
O arena por favor, repetían desesperados los cuchillos.

Pero no había caso,
la manzana pasó de roja a acaramelada
y puesta en un plato de cerámica con 
dibujos para la ocasión,
los contemplaba a todos divertida.

¡Al fin soy dulce, 
lejos queda la acidez de la mañana
y esas naranjas envidiosas!.

VIII) Los viejos.

Cuando comienza a caer la tarde el enorme perro sube a la montaña de escombros y se queda mirando hacia el sudeste, a la espera de que su visitante llegue.
El Anaranjado viene maullando desde lejos, para que el Negro pueda oírlo y comienza el ritual, deslizándose entre las patas del can.
Cuando el gato se cansa de que éste lo de vuelta mientras juegan, se aleja cuesta abajo fuera del alcance de la soga de su compañero.
En cierta forma nuestros viejos (padre y madre) se parecen al can que espera la vuelta de los hijos que se han alejado por uno u otro motivo, atados a la tierra que los vio nacer.

IX) Viviendo.

Diez más, ¿qué más da?, debo emerger
abajo no hay nada, sólo el fuego apagándose
en lo profundo de los abismos.
Estaciones de batalla, las compuertas se cierran
y traen una muerte hermética.
Debo salir a la superficie, un esfuerzo más
no he de quedarme aquí con los demás.
Asirme al madero no, morder la putrefacción
y escupirla lejos para vivir de nuevo,
nada de sobrevivir en estas aguas
tan solo domar las olas para alcanzar
la orilla que otros han abandonado.

X) 29.

Saturnino Segundo González esperaba en la estación llamada Purgatorio, el Manchado lo acompañaba como tantas otras veces. Se había puesto a tallar un caballo en un pedazo de madera que encontró sobre el andén.
Leopoldo Álvarez Martínez  hacía picar el balón de cuero, alguna vez fue un enorme portero pero luego cayó en desgracia.

A Leopoldo la economía lo destruía, demasiado dinero despilfarrado y para colmo de males su único hijo enfermó, requiriendo una operación costosa.
Así que la necesidad terminó triunfando sobre el amor a los colores, un penal fabricado sobre la hora contra el eterno rival, expulsión y gol de los contrarios.
Al arquero lo recordarían toda la vida por el campeonato que les obsequió, pero su hijo viviría.

Lo de Saturnino se reducía a una muerte en una pelea allá por la zona de Ranchos, salió en defensa de un amigo y alguien pasado de copas terminó finado.
Los dos compartían el mismo destino, la espera para ver que boleto les tocaba. 

La pelota rebotaba sobre las viejas maderas, el caballito tallado estaba casi terminado y en eso llegó el guardia reclamándole los boletos.
Como por arte de magia aparecieron en sus manos, el hombre de negro los cortó y los guio atrás de la estación a un enorme tren azul que esta ocultaba.
Antes de emprender el viaje los tres, Saturnino, Leopoldo y el Manchado, vieron un enorme número 29 grabado en uno de los laterales de la locomotora.
El tren emitió un sonido, como el de una trompeta de un serafín y se dirigió cuesta arriba, hacia la luz.

El guardia tomó el caballo tallado, emprendiendo el regresó a su puesto.

XI) Humanos.

El hombre comenzó esta guerra desde la copa de los árboles, viendo a los demás como insignificantes. Ansió el fuego que poseían y se dispuso a arrebatárselo en el nombre de una causa noble, la propia.

La mujer lo bajó de la cima, manteniéndolo unido al hogar con consejos y caricias, aunque nunca pudo dominar por completo el ansía de la batalla.
Así el hombre se volvió padre, amante y esposo apagando su sed en el seno del hogar. Pero al regresar la inevitable confrontación, partieron de a miles dejando atrás a sus familias.

Entonces la mujer tomó la lanza y el escudo.

XII) Patricia y el Lobo.

Sin una brújula emprendió el viaje, a buscar los tesoros de un horizonte lejano. Sólo necesitaba el norte y al sol haciéndole compañía, su fiel Lobo se sentaba en la popa mientras ella con un catalejo oteaba lo que le deparaba la vida.

Su esquife se convirtió en un trasatlántico llamado Esperanza, sintiendo como el oleaje y la lluvia le acariciaban el rostro, aunque nunca pudiera oír la lluvia sabía que la conocía.

Y así, la capitana y su fiel compañero se alejaron por el mar infinito.

XIII) R.M.Z.

Sin querer he tomado algo tuyo y he de admitirlo para que no creas que soy un vil ladrón.
Todo me ha quedado claro ahora o al menos lo que necesito entender, es como darle un poco de sabor al asunto para cortar con tanta amargura.
Has roto los moldes desde las estructuras y aclarado aquello que estaba oscuro, nada se traspapela en el mundo que creaste.
Si hace falta, improvisas tu discurso pero con tu imagen no hacen falta presentaciones.
A la facultad le sobran cuervos y le faltan tipos capaces.

Al célebre e ilustre Profesor Ricardo Miguel Zuccherino.

XIV) Fragmentos.

Tengo el alma fragmentada en pedazos, regiones que guardan un poco de cada lugar que amo.
Del hogar en donde nací hasta las calles del Pueblo, la vía cercana a los galpones, la primavera en la perla atlántica, la tierra de un gigante y la costa en el este.
La existencia silenciosa de una flaca loca, las correrías de una loba negra y las ocurrencias de una ahijada compradora.
Todo me lo han quitado, pintándome el alma con sus colores y no dejándome ni zona gris. Eso es esta vida, pintar las piezas y armar el rompecabezas.

XV) Monstruo.

Hay un monstruo durmiendo en mi persona, que asola mi alma y desata una tempestad sobre los que amo. Es una bestia malvada, encerrada en una celda de tiempo y frustración, es mi parte menos noble y lo que me vuelve un ser irascible.
Es todo aquello que no quiero ser, pero para poder lograrlo he de aceptarlo primero.

XVI) Malamorte.

En el cartel se leía: “Doctor Malamorte, honesto tres cuartas partes del día”. Él no estaba para curar enfermedades, si para currar con algo al que llamaba ejercicio profesional. De 08:00 a 14:00 hs. era deshonesto, el resto del día criaba a una familia como cualquier otra persona.
Puenteaba colegas, serrucho en mano se quedaba con cosas que no eran de él y siempre repetía: “la ley me ampara”.

Lo irónico fue cuando alguien en un juzgado pidió: “Malamorte, José. Sucesión”.

XVII) Justa composición.

No diré que soy inocente, ni que juego limpio. Tal vez debería haberme dedicado a otra cosa, pero aquí estoy tratando de que esta máquina funcione. Pese a que sé que triturara sueños y vidas, no es más que una moledora de seres humanos disfrazada con la idea de justicia.
No existe tal cosa, al menos no entre el conjunto de papales que los hujieres cosen. Es así, el sistema judicial parece ciego, sordo, mudo y cuadripléjico, mientras un montón de inútiles se excusan detrás del retraso de eso llamado “administrar justicia”; y otros tantos sacan provecho de una madre, un padre, un puñado de hijos e hijas en la calle, un violación detrás de otra.
Maldita idea de justicia, es tan solo injusticia y materialismo con formalismos. Sacos y corbatas para ejecutar vidas.

E

I)

Anoche llovía suavemente
repicando las gotas sobre 
la canaleta del tejado.

Una Verónica dijo que la lluvia
es una bendición, bajo esa tormenta
dos amantes se besaban.

La otra Verónica dice que cuando llueve
trae buena suerte, tal vez sea cierto
pese a que las dos no se conocen.
Sus palabras sólo pueden encerrar verdad.

II)

Éste rostro no parece el mismo, unas pinceladas del tiempo lo han alterado ligeramente.
La belleza se ha ido aunque nunca fui muy agraciado en éste tema, pero esto es un exceso más parecido a un abuso.
Cada emoción deja sus huellas en el registro, las que se reflejan sobre el rostro cansado igual a la playa tras la sudestada.

III)

Era una mancha gris en medio del mar, pasando desapercibida para los navíos, recubierta por la bruma.
La isla tenía dos caras, una de vida, verde resplandeciente, otra apagada en su zona más elevada, en donde las pasturas desaparecían para dar lugar a las rocas que formaban un lecho suelto debajo de los pies del pastor.

Las huellas del ganado que faltaba desde la noche anterior lo llevaban hacia la zona árida, moviéndose rápido entre las piedras, acostumbrado a perseguir a los lobos que azolaban a sus rebaños.
Pronto encontró el rastro de los invasores claramente marcado en la arena que nacía al pie de la montaña,  del otro lado de esta zona gris.

El navío dormía sobre la playa mientras unos cincuenta guerreros practicaban sus habilidades con espadas de madera.
Se habían detenido a buscar agua, llevándose lo que encontraron a su paso. Las lanzas resplandecían clavadas en la arena cuando el joven se acercó.

Uno de los griegos lo confundió con un sirviente y le dio un balde, indicándole un pequeño manantial. Regreso entregándoselo, el guerrero dio un fuerte trago y el agua del mar lo hizo atragantarse.
Se volvió encolerizado hacia el sonriente pastor, arremetiendo contra él. Lo esquivó rápidamente rodando hacia un costado, el griego era lento con la armadura  encima.

Sus camaradas se acercaban contemplando el combate, un hombre lleno de cicatrices contra un pastor desarmado.
Cargó de nuevo contra él y éste le hizo una zancadilla cuando el gigante erró el golpe.
Trato de levantarse recibiendo un baldazo en medio de la cabeza y eso fue todo.

El pastor señaló las vacas, los griegos rieron, la tierra se sacudió.
Huyeron hacia su nave cargando al vencido, los dioses estaban furiosos.
El joven tomó las dos vacas comenzando la vuelta a casa, el volcán de la otra isla retumbaba a veces y toda la cadena montañosa se sacudía.

¡Qué supersticiosos resultaban los extraños!.

IV)

Y así eran las tardes en el pueblo, esperando que llegara la hora de que el equipo saltara al campo de juego para pegarnos los dos a la radio y rogar porque esta vez no nos llenaran la canasta.

A veces el equipo se iba a jugar afuera y en ésa época madrugábamos para poder seguirlo, siempre en la distancia ya que jamás ninguno de los dos piso ese recinto sagrado y dulce.
La voz del relator sonaba como un canto de batalla mientras la hinchada le hacía de coro, un gol en contra y toda la desilusión se nos filtraba en el cuerpo.

Cuántos campeonatos vimos perder antes de gritar victoriosos,  cuántos gloriosos equipos pasaron antes nuestros ojos y se fueron por una senda llamada derrota.
La pasión nos mantenía ahí en cada comienzo de temporada a la espera de que esta fuera la vencida. 

Y un día llegó el viejo, o al menos así le decían, todo cambió radicalmente,  como si el entendiera el mecanismo de la bestia dormida.
Nuestros rivales caían como moscas, los pasábamos por arriba y nada nos detenía: primero el torneo, después la copa, después merengue y a casa victoriosos;  éramos el trueno, el viento y la lluvia. 

Un solo corazón frente a los desafíos, pasábamos furiosos por donde fuera y ellos caían rendidos; las copas que nos habían sido esquivas tantos años ahora llenaban nuestras vitrinas, dulce gloria dorada.

Fue un domingo de junio cuando él nos dejó, nos dejó y se fue a la estrella de nuestros ancestros; tres días más tarde en tierras extrañas los dioses estuvieron con nosotros y los santos ausentes, cuando el estandarte pasó victorioso frente a ellos.

Nada de jugar bonito, una estocada y se cayeron como fichas de dominó; supe en ese momento que él lo estaba viendo aunque ya no estuviera a mi lado. 
Sentí su presencia como en tantas otras veces y una lágrima se me escapó por la tristeza; y esa no fue la última vez, porque julio se volvió un mes hermoso en pleno invierno.

V)

Llovió toda la noche,
la mañana llegó
barriendo el sol la cortina
de nubes, entibiando la tierra.
Las gotas de la tormenta
reflejaron un mar de colores
sobre cada flor en las praderas,
mientras el viento las mecía
con la brisa.
Pasó entre ellas
agitando un manto rojo,
moviéndose con gracia
por el sendero oscurecido
la noche anterior.
Una de las gotas del roció
eclipsó el brillo del sol reflejándola,
obligándolo a ocultarse.
El día tenía una nueva luz moviéndose
de aquí para allá entre las flores.

VI)

Trató de atraparla, dando manotazos
mientras la perseguía por el jardín reverdecido
después de la lluvia de septiembre,
la mariposa era un arcoíris desplazándose
majestuosa fuera de su alcance.
Un rayo de sol lo cegó aterrizando en
medio del cantero de margaritas,
tomando una para deshojarla
mientras reía viendo las nubes
convertirse en juguetes y mascotas,
hasta que el cielo se oscureció.
Su madre lo tomó en brazos,
dándole un chirlo por haber
pisoteado el jardín de su abuela.

VII)

Los encontró,
blanco y negro
huyendo del frío,
por siempre vigilando
nuestra casa.
Corriendo por el tejado,
pasando la posta
a los que vinieron después,
jugando con la bestia negra
durante el atardecer.
Un espejo en el que vernos,
tanta fidelidad incluso
al final cuando partieron
hacia las estrellas,
desde donde vigilan
los pasos que damos
los que quedamos
para recordarlos.

VIII)

Allí no nieva, sólo es una ilusión, porque en lo profundo siento que he cruzado la frontera como tantos otros. 
La loba ha venido conmigo cuando ella se presentó, sonriéndome y le devolví el cumplido, espada en mano.

No es que tuviera otra opción, en ese momento su fúnebre crespón llenó el cielo de naves de guerra, negras y frías, pero sólo sentí el calor de mi acero antes de emprender la batalla final. 
Así que dama mía, solitaria y errante, hoy te devolveré el gesto, no esperes que pida compasión pues esta no es sino otra gloriosa batalla. 

Si te quedan dudas mira el blasón insigne, cubierto de marcas, un mazo y un cuervo en el centro, esta es mi señal, la que me ha guiado por éste sendero, la que me llevará hacia otra contienda, pero por única vez seguro de que aquí sólo existe la gloria, el rencuentro y espero, suficiente Malbec. 
Ven mi loba, busquemos a nuestros hermanos entre estos salones de acero que se abren detrás de la tormenta que la dama oscura desató.

IX)

Por qué he de padecer todas estas lágrimas
que las páginas terminan secando,
pero cuando alguien abre el libro
por primera vez vuelven a surgir.

No son varias vidas como piensan otras obras
es una sola y me ha tocado una que ya no quiero,
lo único de heroína que hay en mi
es el dolor de cabeza tras haber caído en
las garras de esa maldita adicción.

Me desangro, anhelando un amor
pero tú, mi autor y mi dios
sólo me das dolor amarillo
envuelto en un mar de tiempo 
y tinta seca.

X)

En la esquina de Ajó, entre la Ría y Tuyú, ocurre una situación muy extraña. Hay un lugar en donde el trabajo (también llamado laburo) es un misterio.
La gente parece estar haciendo de todo, menos laburar. Los empleados desaparecen sin aviso, las empleadas mecen a los vástagos de otras personas mientras se intenta una conciliación.

Un hombre habla solo, cuenta los pasos que da hacia adelante y luego salta para atrás escapándole a la puerta de entrada.
Otro individuo se ha ido de pesca, indagando la cantidad de agujas que caen de los pinos e intentando hallar una de color violeta. Tal vez porque le recuerda al vino que bebió la noche anterior.

Eso sí, a las dos de la tarde se almuerza sin excepción. No importa lo ocupado que estén o si no están allí, el almuerzo tiene la atribución de traerlos a todos de regreso.
Y hasta alguno se queda relojeando a los demás para poder pasar el último pedazo de pan sobre los restos de la salsa. 

Luego es la hora de volver a casa, un merecido descanso.

De regreso a Océano

Disfruto cada segundo,
desde el momento en que
avisto la entrada,
hasta ver el mar
ese eterno espejo de
nuestras vidas, besando
la arena de la playa de Océano.
Los sonidos familiares de la infancia,
los afectos, nuestros pasos
sobre la tosca, el rocío de la 
mañana y el sol del verano
que se precipita hacia el otoño.
Todo un conjunto de sabores
y esperanzas que se funden
como la leña con el fuego.
Aquí soy feliz.