Una resma de hojas comprada con los últimos billetes que le quedaban en el bolsillo, luego se haría a la mar en medio de esa jungla de edificios que no tenían nada parecido al océano excepto la sangre que se derramaba todos los días intentando parecer una sociedad civilizada. Pero estaba lejos de eso tanto como las lágrimas del creador cayendo sobre los rascacielos, para encontrar el concreto debajo y luego simplemente desaparecer. Aunque a veces se filtraban por una hendidura haciendo crecer un pequeño árbol que se elevaría al cielo, la leyenda urbana dice que un día ese monstruo verde eclipsará al edificio más alto marcando el final de los tiempos del ser humano. Pero por ahora esto parece lejano, la ciudad alberga los desechos de la humanidad en una inmensa pila de restos que ocupan cada hendija que se encuentra sin morador. Se produce para luego tirar volviendo a adquirir un nuevo boleto al paraíso, un pedazo de material que no logrará pasar la Estigia en el descenso hacia el otro lado. Pero de qué lado me hablan, si acá llegó el organismo salido de ese lago de agua salada para alzarse sobre los demás seres vivos en una especie de autoproclamación en divinidad, empezando por las pinturas en las cavernas hasta alcanzar su máxima expresión con la fotito de cada momento en el que se respira. Luego el silencio, los anónimos son cada vez menos, el resto parece excesivamente concentrado en un juego de espías e indignaciones. No hay nada peor que saber que al otro, contacto, le está yendo bien cuando la basura empieza a apoderarse de nuestra realidad. Así que el tipo que laburaba en la papelera no prestó atención a ese vagabundo que dilapidaba sus últimos ahorros en un montón de hojas vacías, a quién carajo le podían importar esas cosas en este momento de digitalización. Ni siquiera se percató de lo gastado de los billetes, el buen día se quedó sin llegar a buen puerto, luego el sonido del timbre en la puerta cuando el náufrago se alejó y ese fue todo el contacto humano que recibió. Lo demás serían mensajes virtuales sin señales de humo, aunque el incendio estaba ahí latente esperando que los homo sapiens le arrojaran un poco más de leña a los fines de poder comenzar a arder. Sería tarde cuando las sirenas comenzaran a sonar, la última esperanza de evitar el arrecife yacía huyendo calle abajo con un montón de papel inmaculado y una sonrisa semejante a una mueca. Él más que nadie comprendía el rumbo que sus hermanos habían tomado, así que simplemente se dedicaba a intentar dejar grabado en alguna parte un mensaje de despedida que en realidad era la marca de su existencia, escribo porque existo. Respiro en la profundidad de esos campos blancos, siempre nevados hasta que la tinta viene a derretirlos volviéndolos un bosque literario que se esparce rápidamente. Finalmente, en el acto de cierre ese verde prado se queda atrás en tanto encaramos la siguiente obra buscando ocupar las rajaduras que se extienden por todas partes de esta estructura decadente que recibe el nombre de sociedad. Parece ser que he llegado tarde nuevamente para quedarme afuera de la obra que ha de desarrollarse sin mí como protagonista, previa paga de los tributos necesarios a los fines de acceder a este universo monetario que nos deja un par de gotas de agua para sobrevivir. Lo necesario sumado a una resma que pierde su virginidad de a pedazos, lo que tardo en mancillar el blanco puro con estos brazos de metal forjados en un lugar remoto. -
Tuvo en un tiempo alguien que lo cuidaba, las imágenes eran ahora fugaces dado que los años se dedicaban a amontonar los recuerdos en una especie de biblioteca que carece de cuidador y un buen día la sala llena de luz se cubrió de tinieblas que danzaron sobre esos manuscritos que contenían viejas escenas. Una foto de la escuela, un paseo por la montaña, la espuma agitada por el viento en una orilla lejana, vida cubierta de grises y blancos, el negro mejor dejarlo para otro momento. Julio había sido docente en otra época que recordaba vagamente, es como si al momento de darle la baja atravesó un límite imaginario perdiendo la noción de cuántos días, meses, años, estuvo convertido en una especie de zombie que poco a poco se fue quedando solo. La humanidad abandonaba a sus viejos detrás de costumbres bien estudiadas, pobrecito el abuelo que ahora necesita cuidados especiales y seguro no un poco de la memoria de aquellos a los que crió. Pero eso ya era una estación de paso, él se había largado antes del amanecer llevando el viejo maletín junto a otra sobreviviente que aún tenía todos los dientes en su lugar. Ahí ya veía una ventaja de parte de la señora de verde, aparte de que sus brazos eran incansables en tanto alguien estuviera dispuesta a trabajar a la par de ella sin importar el lugar en el que se encontrara. Pidió un café en un bar llamado “El Averno” ahí cerca de un campo de fútbol, el cual resultó más agua que otra cosa pero peor era el líquido que lo recibía todas las mañanas durante más de un cuarto de siglo en la otrora estación escolar. Las teclas empezaron a emitir un sonido de lamento en la medida que la primera historia salió al escenario, luego simplemente se calentaron y los viejos reumas de metal se fueron alejando. La concurrencia de aquel lugar se componía de beodos, solitarios y náufragos de la urbe, así que pasó bastante desapercibido el tiempo que estuvo ahí creando la primera de esas viñetas en tanto el sol se iba dejando el cuarto sumido en una luz trémula. Tal vez por esas épocas lo único que tenía un tembleque era el último rayo del sol despidiéndose, aunque pronto las mañas se le fueron pegando y le costó más darle a la tecla. El paso de los vagones por las supuestamente interminables estaciones de la existencia, hasta que se produce el descarrilamiento y simplemente se es uno más en ese camino de olvido en tanto los rostros se desdibujan. Aunque las manos recordaban la manera en la que esa locomotora debía ser conducida, inmediatamente el teclado despedía una sinfonía que iniciaba allá a lo lejos en el pueblo del nacimiento. Entre los cardos y las aves despegando al atardecer, algún corte en el suministro eléctrico cualquier día que se les antojara mientras el cardo hacía escapar a su simiente en una nave que se trasladaría al campo vecino. Justo ahí del límite entre Océano y Las Avutardas, habría de crecer en todo su esplendor con los colores de un atardecer ventoso pero también con la las espinas que simbolizan los rayos de la tormenta. Vuelta a los comienzos, a la época de quedarse jugando en la calle hasta entrada la noche sin más contacto que el de otro ser humano, carne y huesos, lágrimas, alguna eventual raspadura en las rodillas, tarde de potrero pero también de rayuelas. Alguno se ha olvidado la piedra en el quinto casillero, tal vez encontró una manera más fácil de llegar al cielo y escapó con el secreto bajo el brazo, igual que la pelota desinflada que marcó el final del partido.-
Allá a lo lejos, en medio del campo de Las Avutardas hay una antigua casa abandonada y sujeta a la mano inclemente de los elementos. Se puede observar su fachada desde el actual camino asfaltado que atraviesa lo que antes eran campos de pastoreo, varios kilómetros después yace la herrería dejada a su suerte. Los hierros que formaron la estructura de los galpones cerealeros surgieron del corazón de la fragua, ocurrió lo mismo con las vías del tren que ya no viene más y con la estación convertida ahora en centro de información turística. Pero regresando a la casa de la cual sólo quedan tres paredes, había una bomba de agua en el fondo por medio de la cual accedíamos al tesoro oculto en las entrañas de la tierra, es cierto que no se trataba únicamente de agua sino que en varias ocasiones cuando se asentaban las partículas de arena podíamos observar pequeños restos de caracoles de la época en la que esos enormes lagartos poblaban éste mundo. Incluso imaginábamos que en las cáscaras que yacían en el fondo del balde de metal se podían distinguir las formas de algunos de esos dinosaurios, como si la naturaleza en un intento desesperado hubiera transmitido ese mensaje para luego llamarse a silencio. Eso hasta que la nube de polvo se asentó, entonces le extendió la mano al sol y este se la besó luego de la larga noche de la reconstrucción, al fin un brote, luego otro, el verde se esparció por el mundo encontrando un límite en el océano. Pero por debajo también hay vida, en las profundidades del agua las corrientes emulan al viento haciendo que la vegetación se balancee y de esa manera no extrañe la época en la que se encontraba bajo el ardiente cielo. De un golpe volvemos al momento de la victoria, el agua fría nos reconforta igual que el pecho materno y sentimos una sensación de liberación. La tierra nos deja beber de sus entrañas, nadie excepto una madre hace eso por cualquiera de los que estamos aquí y es por ello que necesariamente siempre hay un vínculo con todas esas sensaciones. La memoria puede empezar a fallar, pero el afecto recibido perdura como un rescoldo ardiendo en medio de un aguacero, a esto no le puedo sacar una foto así que lo único que queda será describirlo de la mejor manera posible. Las rocas que el mar arroja cada tanto en uno de sus ataques de ira son viejos carbones que finalmente se apagaron, dejando una huella que se deshace de a poco pero también marca una lección: alguna vez fuimos las brasas, el fuego y el calor en medio de la agitación. Luego pasamos a la etapa de la serenidad, las partidas en todas direcciones como chispas que surgen de una fogata cuando aceleramos el proceso de ignición con un secador de pelo abandonado por alguno al que el cabello le dijo adiós, igual a las semillas de esa planta perdida en el corazón verde. La casa quedó en silencio, los dos viejos dormían desde varios años atrás en un lugar cercano un par de curvas más adelante. Pero la entrada al santuario acuático sigue intacta, pude usarla una vez más cuando aún tenía gente que se preocupaba por uno y encender un cigarrillo en tanto mis nietos disfrutaban de ese brebaje, luego vino la inquisición bajo la forma de una nuera iniciando el viaje de regreso. Ahí me di cuenta que era necesario huir de ese mundo de limitaciones, usando la imaginación a cuenta de la cordura dado que aquí son todos normales, buenos ciudadanos y que se demuestre lo contrario.-
Llevaba pocas cosas consigo, una pipa que heredó de su tío, el tabaco comprado antaño aunque siempre sabía a nuevo, la máquina y un despertador al que generalmente le encontraba las baterías arrojadas en los tachos de basura. Una pila de libros le servía de almohada, aparte de cubrirse con ellos en las noches de invierno rogando que el fuego encendido con la basura que se arrojaba de la civilización no se apagara. Un café pagado con las monedas juntadas en uno y otro lugar, la lluvia podía pasar si había un puente o un alero cercano que permitiera ver el espectáculo hídrico. Los ciudadanos que aún podían pagar las rentas del omnipresente mandamás, corrían intentando eludir sin éxito las balas de agua que caían impiadosas. Luego todo quedaba rejuvenecido, excepto la miseria de los de abajo muchas veces barrida por la correntada para que se tornara un poco menos que antes. Ahí dejaba la chimenea portátil, ocupando el tambor vacío al que previamente había inclinado para poder desalojar al agua, una pila de esas obras encontradas le servía de silla e iniciaba la continuación de la obra inconclusa. Marcaba las hojas con la fuerza que le quedaba, las líneas de tinta se llevaban el resto de esa energía aunque no tenía noción de ello, una tecla a la vez se drenaba la fuerza en un intento desmedido de dejar las huellas en alguna parte. Es que se llega a la edad de pasar desapercibido, en otras épocas sería una mera carga así que mejor seguir adelante, los demás estarían ocupados en resolver el rompecabezas y repartir las sobras con una presunción de fallecimiento. Poco le importaba su condición fiscal, firmar certificados de supervivencia era una tarea intrascendente, lo único realmente importante era invertir su capital más preciado en escribir. La existencia se justifica en las letras, en cualquier forma de arte aunque nadie esté viendo el esfuerzo o simplemente se detenga a criticar la labor que implica dedicarse únicamente a crear. El sol brillaba al otro lado del puente, en las horas de mayor calor se sacaba el sobretodo para ponerse a leer obras de artistas olvidados y pulir un poco más el lenguaje. Las horas pasaban, los sueños del mundo exterior se atascaban en rutinas de trabajo, en colas interminables para conseguir un sánguche y en la ira contenida cuando al llegar a la línea de cajas ya se pasó el horario para obtener el suministro de alcohol. Pero a él eso no le importaba en lo absoluto, podía conseguir algo de comida entre los despojos de la rotisería abarrotada de clientela pero también de otras visitas. Ratas y cucarachas proliferaban más allá de la avenida principal, un mundo viviente se escurría por debajo del asfalto usando las alcantarillas como un subte a todas partes, si se conseguían evitar las trampas rústicas o el gas asesino. De la misma manera los seres sin techo sobrevivían, siendo corridos de todos los lugares públicos como si fueran alimañas para terminar en los loqueros disfrazados de asistencia social. Los censos no los reflejaban, estaban en una especie de dimensión paralela en la que todavía se leía y se creaban lenguajes inentendibles para los normales. Oía muchas veces hablar dormido a su vecino inmediato, un tipo de la calle que no recordaba nada excepto el día en el que vivía para luego olvidar en la siguiente mañana. Los gatos también moraban por ahí, tal vez por eso las ratas se mantenían lejos aunque las cucarachas llegaban planeando hasta la cubierta del único libro intacto. Las andanzas de un caballero español devenido en paria, el mismo destino que vivía el escritor que cada tanto trataba de conseguir un precioso botín a costa de varios improperios. Pedazos de pan duro, restos de la pasta en una bandeja de plástico, la verdura que aún estaba verde y algún pedazo de carne con hueso que terminaba en poder de los felinos. En la otra punta estaban los vagabundos de la raza canina, el viejo les daba de beber el agua cortando bidones abandonados en los fondos de los supermercados y usando la fuente ilimitada de una canilla de plaza. De esa forma todos ellos saciaban la sed interminable, a cuesta de los palos de la seguridad representada por las fuerzas del orden que escondía a los golpes las privaciones de muchos. Incluso así seguía escribiendo, las historias que volvían de repente al amanecer y era necesario dejar el sueño para abocarse a ello.-
Recordaba el primer día de clase, los rostros de sus compañeros estaban borrados en esa historia, lo que le quedaba era una sensación de frustración producto del resultado de esa jornada. Un intento de dibujar círculos que culminaba con la hoja perforada, los demás lo veían raro ya en ese tiempo. Es como que los otros justifican su existencia en el espejo en el que se ven, intentando evitar el hundimiento a toda costa para detenerse bajo la luz del sol a contemplar como al que quedó atrás se le cae con todo el peso del sistema. A mediados de ese año sería calificado por debajo de la media, no había un gráfico que demostrara esto pero su padre se hizo a la idea de que no pasaría el primer año. Una mancha inaceptable, incluso podía percibir el gris que se le había puesto el guardapolvos contrastando con el blanco de sus compañeros que miraban hacia adelante con un atisbo de triunfo y soberbia. En esas horas de angustia aparecería una solución, en tanto el padre hablaba con la directora la madre se ponía en contacto con una joven docente que se ocupaba de los niños de ocho y nueve años. Tomó al pequeño bajo su tutela por encargo de los padres, para que la nave con nuevo timonel evitara el arrecife y comenzara la aventura. Las páginas de esas viejas novelas se iban abriendo rápido, las letras recubrían ciertos campos amarillos y la imaginación reinaba en lugar de los fracasos. En los años siguientes fue su maestra de grado, incluso al final de la primaria le sugirió que se dedicara a escribir aunque Julio en ese tiempo no tenía una idea concreta de lo qué las palabras pueden lograr. Al final de cuentas no las valoraba tanto en ese momento, así que debieron pasar décadas antes de que finalmente se decidiera a pulir el método para sí mismo y ya no por encargo de otros. Atravesó por entre las tormentas de los siguientes años, viendo naufragios lingüísticos y a la prepotencia reemplazando lo que en otras épocas eran valores. Ahora a los vivos sólo les quedaba el acto de enterrar a sus muertos, todas las demás responsabilidades se reducían a encerrarlos en depósitos de personas bajo el eufemismo de asilos. Sin embargo el auxilio que requerían tanto él como los demás era a los fines de que sus pares no los olvidaran, aunque nadie oía ese llamado. Al menos nadie excepto los perros, que se mantenían cerca incluso en las épocas de las tormentas cuando otros abandonaban el barco corriendo temerosos aunque no sirviera de nada. No hay manera de protegerse de aquello que viene desde el agua o el cielo, la tierra no era un lugar seguro antes y mucho menos ahora luego del abandono al que se somete a los que la trabajaron.-
Debajo del puente corría el río de un negro espeso, poca vida quedaba en su interior otrora lleno de la misma, ahora vuelto un montón de agua que se alejaba rumbo al mar a llevarle el veneno que en la ciudad producían. Aún algunos pibes dejaban correr las barcas de papel que terminaban hundiéndose en medio del turbio espejo en el que la humanidad no se miraba, escondidos los pecados de generaciones de arrojar desechos a cualquier parte con la esperanza de que la correntada los haga desaparecer. Pero el monstruo seguía esperando en lo profundo el día en el que vendrá a cobrarse tantas ofensas juntas, metiéndose por cada grieta en la que la estupidez del hombre ha dejado abierta las venas de la tierra y volviéndola una tumba definitiva. Hasta entonces solamente era el agua que corría hasta la siguiente parada, un océano lleno de desperdicios pero que todavía mantenía a sus moradores originales encerrados a la espera de que el hierro se volviera costra. La costra una cáscara que se desprende y las bestias entonces liberadas para poder cumplir con la venganza de la más antigua fuente de vida. Cada barco de papel lleva un mensaje esperanzador con el fin de retrasar ese día final, incluso los más fervientes creyentes evitan enterrar a sus muertos con las uñas largas. Los de la calle, Julio entre ellos, tienen esta costumbre bien arraigada pese a la poca simpatía que las señoras con enorme poder adquisitivo le tienen, ellos se cortan las pezuñas cosa de no darle impulso a todo este asunto oscuro. El resto que haga lo que quiera, de todas formas esto ya es inevitable y en algún momento vendrá el enorme barco cargando todos los errores, horrores y pecados que nos serán arrojados encima. Luego el silencio absoluto, ni siquiera el viento soplará sobre la tierra finalmente en calma, así que mejor aprovechar el instante de contemplación y quedarse con la idea de que las barcas llegarán a destino demorando la conclusión. Ya el sol empieza a largar sus sombras ahí en donde los rayos no llegan, es la hora de los seres del atardecer que preceden a la misteriosa oscuridad. Cuando la gente del mundo exterior piensa que es la hora de irse a dormir, los que viven alejados de la comodidad de esas torres empiezan a danzar en las penumbras. En las calles menos iluminadas se arma el enorme colectivo de almas que buscan algo con que calmar el hambre, las bolsas negras equivalen al oro negro o a un momento de calor cuando su contenido es volcado en los barriles de metal, en los que se genera el fuego purificador. A veces las fuerzas del orden salen a evitar éste tipo de manifestaciones, tributo a Prometeo, invocando el auxilio de los carros hilarantes aunque es tanta la basura que se usa de carbón que a la larga ellos también regresan a lo seguro de sus fortificaciones. Entonces como hormigas retornan los dueños de esos lugares, los únicos que realmente tienen algo que les es propio y conservan en tanto las demás son ovejas de corral. La libertad atada a meros tributos no es más que una fantasía, pero aquí en las calles ella ocupa el único altar existente en las manos de cada una de esas almas.-
En bicicleta, por el camino de tosca rumbo a la secundaria, el alba aún no llegaba así que mejor darse prisa no sea cosa que por llegar tarde terminara con alguna sanción que venía en forma de escarmiento. Las demás personas allí reunidas contemplaban el castigo en espera de poder pasar al salón más acogedor, pero eso era una mera ilusión dado que las siguientes horas se exprimían los cerebros hasta hacerlos reventar. Entre sus pertenencias llevaba un viejo diccionario envuelto en una bolsa de tela, el que al parecer de la profesora de lengua estaba demasiado descuidado y cubierto de polvo. Ella no podía entender que para llegar hasta la institución era necesario atravesar unos quince kilómetros de lunes a viernes, evitando varios peligros entre los que se encontraban los pozos escondidos por las sombras que en más de una ocasión dieron por tierra con el biciclenauta. El traje de presidiario quedaba todo manchado aparte de las rodillas marcadas y esto podía dificultar el resto de las tareas, pero con el paso de los años el pequeño piloto lograría simplemente ser un nombre más en una planilla más fría que las madrugadas de invierno en la que los campos se veían blancos y las sanguinarias avutardas se refugiaban a la espera del sol de las nueve de la mañana. Entonces se dedicaban a reclamar el aire así como el suelo que les pertenecía, expulsando a las demás aves que no integraban su estatus. Ello hasta la llegada de las golondrinas, ahí a las aves locales no les quedaba más remedio que ceder su lugar en el alambre y resignarse esperando que el otoño les devuelva el privilegio perdido. En tanto el año calendario seguía su curso, las pruebas, trabajos y exámenes sorpresa se acumulaban tornando tediosa la existencia de quienes lo sufrían. Sería una utopía concebir a un sistema inspirado en una fábrica que deje de ser una mera línea de ensamblado, con divisiones conforma a la etapa de desarrollo del producto y guardia cárceles que cuidaban recelosos las funciones asignadas. Cada uno de ellos había pasado por la fusta del procedimiento de adoctrinamiento en el que las opiniones diferentes eran signo de estigma, mejor que no pensaran demasiado no sea cosa que se les ocurra quitarles su posición. A soportar las pesadas cargas ahora, mañana y siempre, nada de andar quejándose o enseguida vendría la reprimenda, educando para el conformismo de tener un cacho de tierra pero sabiendo que el señor feudal entrena a otros que habrán de sucederlo bajo la forma de una elección obligatoria. Debidamente arreglado el resultado entre los dos más poderosos, igual a una lista de honor que apestaba a reconocer los éxitos de pocos y el fracaso del resto. Delgada línea entre estar dentro o ser de afuera, ahí no existía distinción alguna entre el origen de una persona, simplemente se trataba de una reducción de promedios. Los demás se encontraban fuera del sitio de privilegios, cruel enfermedad de saberse en el ranking para luego caer en las fauces del infierno y del olvido llamado diciembre.-
En su tiempo docente no olvidaría esto, simplemente tendría la mirada del alumno sobreviviente que no aprendía la lección que pretendieron inculcarle y mucho menos repetiría los hábitos. Sin embargo al panóptico omnipresente le interesaba mantener el orden de las cosas, con lo cual atosigaba a los docentes con planillas, notas semanales, informes, reuniones sorpresa, inspecciones, más planillas, interrupciones reiteradas y todo en pos de lograr que la cabeza del curso estuviera debidamente controlada. Luego vino el cambio de frente, se redujeron los manuales de orientación para los dicentes y se les siguió exigiendo a los docentes de la misma manera de antes. Antes el punto era controlar a la manada que llegaba con una absoluta carencia de conocimiento, ahora se reducía a reconocer que efectivamente venían con cultura debajo del brazo y por lo tanto el profesor no estaba en condiciones de imponerles nada. Pero por las dudas dejaron las viejas grillas de posicionamiento disfrazadas de notas, que no eran más que una forma de control para que nada cambiara. Nada permitía filtrar el caudal de tareas que directa o indirectamente alguien que recorriera un aula tenía que cumplir, mayor cantidad de trabajo a cambio de la misma suma. Por su parte los defensores de este tipo de labores llenaban sus arcas con la perpetuidad al mando del gremio en cuestión, llevando reclamos y discursos trillados en las manifestaciones que únicamente marcaban la intención de no laburar de parte de algunos. El resto que siguiera soportando el peso como las columnas de una enorme casa en cuyo comedor cabían pocos, pero la horda iba detrás apuntalando el poder con un lenguaje bien aprendido y permisos para no asistir a sus lugares de trabajo con el certificado expedido por algún conocido. En tanto el ya no tan joven maestro se ocupaba de resolver la falta de material de sus oyentes, aunque en algunos casos simplemente estaban ahí porque era el único lugar con un techo y un poco de calor. El tiempo tornaría esto en algo crónico, repetido hasta que se gastó tanto como la hoja del anteriormente alumno el primer día de clase, una suerte de enfermedad que estaba hasta los huesos del cuerpo social. A nadie le interesaba que esto cambiara, era mejor dejarlo todo como estaba y convencerlos de que ante todo poseían derechos que debían ejercer cada dos años. Luego podrían regresar a sus vidas, nóminas de esclavos sin cadenas que vagaban hasta donde la soga los dejaba como un perro en un corredero al que la cadena le aprieta sin asfixiarlo. Alguien tiene que cuidar el castillo de posibles intrusos y tributar al mismo tiempo, los únicos exentos de esto son los que lo han perdido todo para sólo conservar la habilitación electoral.-
Conoció en la adolescencia a quien sería una especie de mentora, aunque de manera involuntaria pensaría ya más grande, meramente era una profesora de informática con una enorme fascinación por un equipo del fútbol apodado como Los Gauchos. Aunque sus detractores que lucían otros colores alternaban la primera y segunda vocal para desprestigiar las gloriosas hazañas de esa escuadra, en una conducta que se repetía con otros componentes en gran parte de la civilización platense. Pues bien, Zulma era una especie de navegante en ese mundo imaginario que es el ciberespacio aunque el término no se le podía aplicar en aquella época. Ella sería la que abriría la puerta del caos, la ventana hacia un montón de datos que se almacenaban en inmensos discos que no tenían fin alguno. Simplemente con unos cuantos años de clase lo hizo amar hasta el olvido aquella forma de expresión, saltando entre mazmorras y caracteres que generaban una respuesta en el cursor siempre titilante de la pantalla naranja. Luego llegaron versiones mejoradas, nuevos sistemas operativos que permitieron un mejor trabajo sobre todo para los que buscaban volcar ideas bajo la forma de textos. Al final ella se fue de la escuela dejándole un recuerdo imborrable, había aprendido mucho en ese corto tiempo y el resto sería una cuestión de probar. Prueba y error, no alcanzar el resultado deseado se traduce en volver a probar de otra manera, hasta que se llega al objetivo deseado. Sus manos iniciaron el recorrido de ese teclado cuyos resortes lucían nuevos, luego el tiempo los fue endureciendo llegando a la necesidad de cambiar incluso el ratón. El viejo diccionario fue reemplazado por versiones en línea, aunque esto es algo que no logró que otros alcanzaran por estar inmersos en conductas y épocas diferentes. Los últimos años de su carrera recordaría los cambios que se habían suscitado de manera rápida, cuestiones que antes tardaban décadas ahora se producían en un instante. De pronto sus nietos tenían al alcance bibliotecas enteras aunque preferían ir por otros caminos, desde luego que esto no se notaba al principio aunque también la pantalla servía para entretenerlos. Tarde notó que esto se volvía un estándar, los últimos estudiantes lo veían como un resabio del pasado al que pronto olvidarían. Dado que estaba en los primeros años de la secundaria, al llegar al ahora sexto y último año, simplemente no recordaban su rostro así que la jubilación sirvió para ponerle un final a esto. Aunque enseguida notaría que se encontraba fuera del mundo, por poseer demasiados años y ninguna utilidad.-
Los golpes se coordinaban sobre el encadenado, habían usado hierro del catorce a los fines de que no se viniera abajo fácilmente aunque al viejo Marco le pareció una exageración haber tomado semejantes precauciones. Tampoco le resultaba agradable ver como esa parte del pasado se deshacía con los mazazos que propinaban sus dos hijos a la antigua construcción, las escaleras que debió sortear a los fines de encontrar a su hermano inerte se deshicieron ante sus ojos aquella última mañana. Apenas quedaba algo reconocible del hogar de sus padres, un pequeño cuarto que servía de depósito era la única parte aún en pie aunque ya las venas de la destrucción se extendían hacia esa parte también. Ahí tomó la maza de cinco kilos dándole el golpe de gracia a la estructura que se derrumbó plegándose sobre sí misma como un libro que se cierra finalmente, incluso ya tenía los tonos amarillos de las obras viejas. Así las cuatro paredes se redujeron a cascotes, ya nada quedaba excepto los recuerdos y ese murciélago que voló buscando refugio en medio del mediodía de una jornada veraniega en la que finalmente los dos laburantes se fueron al mar. Ahí calmaron la sed de la piel con el agua del océano para luego quedarse almorzando en un viejo balneario que les sirvió de refugio, incluso ahora podía sentir el calor del sol sobre la piel y el brillo cegador en los ojos. La arena y la sal se secaban producto de esa luz inmensa, permitiéndole apreciar una especie de espejismos cada vez que miraba hacia el oeste hasta que el globo se ocultó en el mar. O al menos es lo que quiso que creyeran aquellos mortales que se desplazaban ante sus ojos, pidiendo su presencia en el invierno pero maldiciéndolo durante el estío. Las contradicciones de la humanidad, tirar abajo la cuna en la que crecieron para luego lamentarse frente a los escombros e intentar recuperar lo que ya no está. Los médanos siguen ahí, tal vez los habitantes que fueron sus amigos y compañeros en los primeros tiempos tengan un poco más de soga cuando finalmente venga el avance definitivo de las aguas. Por ello los pobladores más longevos llaman al lugar por su nombre original, incluso las lápidas muestran esto en el sector más antiguo del cementerio que se encuentra a unos pasos de Las Avutardas y en el que pese a las diferencias se han hermanado un montón de historias. Ahí el viento susurra sobre los pinos, cuando una aguja finalmente cae al suelo le cuenta una historia nueva a la flor joven del cardo que todavía ignora que igual que el ser de la noche ha de irse lejos a buscar un hogar nuevo.-
La ciudad era inmensa, una metrópolis que había secado todos los ríos y lagos para poder asentar sus cimientos continuando expandiéndose hasta donde la vista se perdía. Enormes edificios se alzaban como los pilares de una obra infinita, culto al ego de los hombres que debía ser admirado incluso por los dioses que ahora habían sido sustituidos por imágenes de la carne humana exhibiendo cada momento personal. Las tormentas podían apreciarse desde los enormes cristales de los pisos más altos, era como tocar los dedos de aquella divinidad escondida detrás de un montón de efectos climáticos. Viento, truenos, relámpagos, destellos y temblores, todo por un precio accesible a cualquier bolsillo que pudiera pagarlo e incluso frecuentado por quienes buscaban una experiencia más allá de los alucinógenos que la mayoría podía conseguir. Todos los miércoles se organizaban enormes procesiones hacia la torre mayor, desde la cual podían apreciarse estos fenómenos como lo último de lo último en entretenimiento para los ciudadanos de aquella urbe. Para los habitantes de los barrios marginales apenas se apreciaba la luz roja en lo alto de la mayor de aquellas atalayas, el resto no eran más que rumores acerca de lo que realmente existía en la cima. Algunos escritores surgidos de esas ruinas humanas diseñaron historietas sobre la presencia de una cofradía de héroes que en último momento salvarían a los humanos, las que fueron empleadas por el titiritero siempre presente a los fines de generar sentimientos nacionalistas. El uso de símbolos patrios, estrellas y escudos se adaptó a aquellos guiones, tornando a esos personajes de las afueras de la sociedad en emblemas que serían seguidos por millones. Viajero del éter que combatía contra los lobos del hombre, uniendo a las masas a los fines de alcanzar un objetivo común, mentes adoctrinadas por la imagen del bizarro que atraviesa los campos infectados de conflictos y sale victorioso, enarbolando la bandera del todopoderoso Estado que sólo exige sacrificios alcanzables. Los creadores de héroes se mudaron a casas suntuosas, alejados de la contaminación que había en las afueras producto de las sobras que los del centro arrojaban sobre la periferia. Desde allí volvieron a ese personaje marginal en un ser que negociaba la paz mediante sutiles aprietes a cambio de unos cuantos créditos, justificando el proceder de la clase de muy arriba que se llenaba los bolsillos no sólo con contemplaciones de tormentas sino con monedas que se obtenían de cualquier manera. Debían seguir al personaje, fuera cual fuera la dirección que éste tomara o fenecer en el olvido, siendo escupidos por la cadena propagandista por no cantar el himno de la sumisión en el momento conveniente. Hasta las oficinas del gobierno estaban impregnadas con esta idea, mostrando una enorme imagen de aquel ser al que se seguiría a cualquier precio o mejor aún, por la debida cantidad hasta lograr la unión de todos los pensamientos en sólo un propósito. Nada de libre albedrío, la objeción de conciencia implicaba tener a la misma atada a las líneas argumentales que se distribuían en cadena con el héroe de fondo y el recuerdo de que los días más felices nos fueron asignados por un poder superior. El resto se callaba la boca en tanto le tiraran algún hueso, marchando detrás de un montón de criminales sin que importaran realmente los delitos cometidos. Sólo el triunfo del plan sistemático sobre los deseos de sectores menores a los que compraron con el tiempo, en tanto los adoradores buscaban a los desviados en esas oficinas rellenas de historias que poco importaban.-
Al principio se ubicó en una de las pequeñas habitaciones de un vetusto edificio, parecía que una enorme paleta de colores se había caído desde el cielo e impregnado esas paredes con diversos tonos. Amarillo, naranja, verde, rojo e incluso rosa sobre las chapas dobladas como consecuencia de los elementos, los pasillos eran una mezcla de oscuridad y humedad. En las penumbras podían apreciarse una serie de vapores que se escapaban de cada uno de esos hogares, generando la sensación de que los antiguos moradores aún vagaban por esos lugares. En las tardes calurosas se mezclaban todos los aromas posibles, originando una densa niebla que no era más que vapor condensado entre los pisos de aquel lugar y haciendo difícil la respiración. El humo de los cigarrillos negros iba acompañado del tango, los mates y candombes rioplatenses, aparte de la mezcla de términos al juntarse tanos y gallegos. En esa época Julio vivía allí, los fondos que colectaba al trabajar en un laboratorio de edición de películas le permitían sostener sus necesidades básicas, eran las épocas de la censura previa a toda la digitalización que hizo caer las barreras permitiendo que circulara cualquier material posible. En su ámbito de trabajo lo habían etiquetado de raro, en el sentido moderno que se le asigna a la palabra bizarro, menos de una semana de estar viendo negativos y ya el solo hecho de haber definido las películas de la diva del momento como una porquería le hicieron ganar el mote. Incluso cargaría con alguna que otra culpa cuando alguno de sus compañeros de laburo le mostraría las nuevas filmaciones que estaban por ser cortadas, estrenando ciertos equipos que generaban un mejor sonido y escuchándose los gemidos hasta en la parte trasera del edificio. Su jefe se encontraba en ese momento observándolos desde las penumbras, el otro fue más ligero y se largó a tiempo para evitar la reprimenda. Julio simplemente se dedicó a escucharla mientras la filmación seguía en un bodrio de repetición del argumento y culminaba con un montón de equinos huyendo de una tormenta, ya para ese entonces la tempestad había pasado. Entonces regresó a sus labores sintiendo como alguno de sus vecinos más próximos le dirigían ciertas bromas, a la larga sería olvidado el incidente aunque no sin antes propinarle un par de magullones a uno de ellos. Luego ya nadie se metería en su vida, desde ese instante pasaría desapercibido hasta que en algún momento desapareció sin dejar rastro alguno. Excepto por los pedazos de películas cortadas, las notas garabateadas en hojas de un bloc húmedo y unos cuantos lápices que tenían la punta muy cerca del final del recorrido. Aunque mientras estuvo por ahí, un par de décadas apenas, se dedicó a cortar las partes feas de las filmaciones como quien mantiene un árbol con las ramas más altas pero le quita las inferiores para que crezca con fuerza. Se descubrió entrando en los treinta sabiendo que el cuento de los veintitantos era ya una mera ilusión, aunque lo que realmente le empezó a hacer ruido fue el nacimiento de su primera sobrina. Dos dedos pequeños que apretaban una mano gigante como la de su hermano, luego los gritos sosegados por un abrazo caluroso y los pequeños labios buscando el pezón, baluarte último de la energía con la que el nuevo sol abrirá sus ojos para iluminar las sombras de los que se encontraban en esa habitación.-
Pero pronto el hermano partiría con la motocicleta y la familia en la parte trasera, cruzando hacia las tierras charrúas para perderse rumbo a lo profundo de las tierras de color preto, en las que ya no se hablaba la misma lengua materna con variantes. Un cambio completo de cultura sintiendo sin embargo que se es extranjero, aunque no esté el reproche visible se ve en ciertas costumbres arraigadas aquí y allá. Uno no es más que el pajuerano que ha venido de alguna parte más al sur, encima con otros condimentos culturales que vienen a darle más color al asunto y volverlo un tema que siempre se encuentra a flor de piel. Aunque al viajero eso no le importaba demasiado, en menos de dos meses se encontraba laburando y echando raíces como habían hecho sus abuelos, tratando de alejarse de los hábitos mal aprendidos en “la America dei pappagalli” para fundirse un poco cada día con esos extraños. El apellido fue lo último que sobrevivió, hasta ser reemplazado por uno de origen luso y mimetizarse con el resto de la población aunque la sangre siempre termine bombeando el molino que alimenta las pasiones. Por ello a la larga ha de salir a la luz el pasado, los de acá ven a los de allá con cierta desconfianza y lo miden desde ese lado. El de agitar un pañuelo con los colores amados, sin importar que los insultos le sean propinados a alguno que podría ser familiar lejano o simplemente un amigo al que no se ve hace mucho, pero todo vale con tal de marcar las diferencias. No son estas puentes que han de unirnos lamentablemente, más bien sirven para justificar las barbaridades diarias en una especie de fundamentalismo crónico que no se termina nunca. Esos que se han quedado despotrican contra los que se volvieron, sin ver más allá de sus propias limitaciones a la hora de percatarse de que no son sino una parte de lo mismo, pero por si acaso mejor diferenciarse. Ninguno es autóctono, tal vez para encontrarlo deberíamos irnos hacia el pasado, muy atrás hasta los barcos que arrojaban a los marginados de ese satélite al que todavía vemos y tomamos como ejemplo, aunque muchas veces nos percatamos de ciertas deficiencias que no son tapa de ninguna revista. Varios siglos más adelante se seguirán adorando a esos falsos ídolos o tal vez no, pero el ego siempre tendrá un lugar reservado para desterrar todo aquello que no sea bonito y lujoso. Desde el que está abajo hasta la cumbre, el dedo señala a los inadaptados y se ríe de ellos en tanto toma decisiones, él que puede, a los fines de mantenerlos sometidos. Y para ello no hay mejor fuerza de choque que aquel del mismo lodo, el que por unos cobres es capaz de arrancar el alma convencido de que esto es posible. Del sudoeste y del noreste, la posición geográfica no es la única diferencia pese a todos los hechos que nos unen en cierta forma. Tanto como la vieja moto capitaneada por una desconocida, un híbrido que trae recuerdos de otros tiempos y que en este punto ha regresado a encontrarse con un tío viejo.-
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