XXXVII)
Camina hermano mío
emprendiendo la larga marcha,
la que tantos conocen
pero muchos han ignorado
manteniéndola en un rincón oscuro
de la existencia.
El viento hincha la vela
cruzada por un relámpago,
la lluvia vendrá a despedirte
en el puerto que ahora dejas atrás
en éste viaje.
El fuego arde eclipsando al sol,
quien ha decidido irse contigo
para iluminar tus pasos
cuando cruces por el puente.
Entra,
que una de las puertas espera
a que te reúnas con tus hermanos,
golpes de espadas y escudos
resuenan tras las paredes de acero
mientras tomas tu lugar.
Incluso el guardián ha dejado
a un lado de su puesto un sitio
en donde los tambores yacen
esperando la caricia de tus martillos.
Él tenía dos martillos
que sonaban como uno,
uno de los Reyes se ha ido
hacia la morada de los dioses.
El galope de las valquirias
es acompañado por el trueno
y el relámpago para llevarte
a donde debes estar,
mientras aquí nuestros ejércitos,
el tuyo, el de cada uno de los otros tres,
entonan en tu nombre
un viejo himno de batalla
para que tu recuerdo no se borre
como tantas otras cosas.
Has sonar los tambores
hermanados con tus mazos
cuando la batalla llegue
y el cuernos nos convoque
para la última carga
bajo la luz de la luna,
al aire levantados nuestros aceros
como uno solo.
Guarda un lugar,
uno para cada uno de nosotros
y pídele al bardo que aún no
componga mi canción.
Todo llegará mi hermano
y entonces nos veremos
en los salones del Valhalla,
mientras procuraré que tu recuerdo
sea el de los martillos
desatando la tormenta
junto a los otros Reyes del Metal.
XXXVIII)
La hierba cruje
debajo de sus pasos,
el hombre ha marcado
su propiedad con hilos
de acero y engaños.
La laguna de su infancia
yace seca ahora,
las ramas de los árboles
se inclinan para llamarlo
hasta ellos, añorando
esa época que se les fue.
La arboleda te da la bienvenida
en la vuelta a casa,
los pinos son instrumentos
del viento en esta
noche de retorno.
Cada piedra de la casa
tiene una lágrima, una risa,
manos de nuestros seres
que se han ido y están.
El mar guarda la memoria
del tiempo en el que
aun no existía el muro
de arena y llegaron
a plantar las semillas
que hoy florecen.
Vidas enteras,
sacrificio y voluntad
unidos en cada uno de ellos
mostrando las marcas
de las dos manos gigantes
la historia que heredamos.
XXXIX)
La lluvia te hechizó,
suave lavó tus heridas
y el relámpago se hizo oír
para sacarte del sueño.
El viento te recordó
que estabas vivo
y listo para la batalla,
cuando dejaste el lecho cálido
para salir a enfrentar a ese mundo,
en donde las personas
se mueven presurosas
a calmar los deseos materiales
mientras esos dedos pequeños
te mantienen por siempre aferrado
a seguir peleando.
XL)
Es hora de partir
como si estos días
fueran segundos,
pétalos blancos de la rosa
que se marchitaron.
Cuando estoy lejos te extraño
añorando el momento de volver,
las noches frescas de verano,
el invierno al lado de la salamandra
mientras la leña crepita y nos bebemos
ese vino en memoria de los que
han tomado otro camino.
Cada vez que vuelvo aquí
siento como todas las cosas
se ven pequeñas al lado
de estos momentos,
en los que el Pueblo
te da la bienvenida.
Las calles siguen contando las historias
de los que hemos estado aquí de pequeños,
en esas cálidas tardes de verano
cuando mi abuelo fumaba en la entrada
de la casa que yace imperecedera
en los recuerdos.
El viento susurra nombres que no pueden
ser borrados y que el mar, viejo guardián de éste
mundo, trae de nuevo a la orilla.
Las horas pasan, el fuego de la estufa se agita
igual que el que llevamos dentro y que nos mantiene
unidos por siempre al lugar que hemos amado
desde antes de llegar a él.
XLI)
Un último sorbo y lo dejó a un lado,
ya se había vuelto a enfriar.
Tomó todo el equipo y se levantó
yendo hacia la otra parte de la habitación
donde se encontró con ella a medio vestir.
La reprimenda no se hizo esperar
así que disculpas de por medio
el salió de aquel cuarto y se dirigió
hacia la pesada puerta de metal
que daba al patio.
La lluvia caía con fuerza sobre
todo la ciudad mientras
encendía un cigarrillo
y veía al cielo gris.
Pensó que ya se le pasaría a ella
el enojo de haberla visto así,
después de todo él ya estaba adentro
no tenía por qué llamar.
Terminó de fumar y la colilla voló
hacia la tormenta mientras él se metía
en su cuarto dispuesto a dormitar.
Pronto el sueño lo invadió y se encontró
tras una cortina azul que se agitaba,
la hizo a un lado y contempló la escena,
un mar de cuerpos entre quejidos,
ella contemplando el cielo.
La escena cambió de pronto
aunque siempre hubo una constante,
aquella mujer se repetía una y otra vez
pero su acompañante era distinto.
Un golpe lo despertó
la pesada puerta de metal se había cerrado
dándole final a la tormenta.
Se desperezó y camino hacia la
salida de su cuarto bajando por las escaleras,
viendo la ciudad mojada a través de la ventana.
Cruzó el salón oscuro contiguo
y cuando emergió de la oscuridad
un pensamiento le rondó en la cabeza,
tanto problema por entrar sin avisar.
XLII)
Desearía que puedas oír la lluvia caer,
no estar alejándote de mí cada día
un poco más, para que el viaje que
haces cada mañana no me encuentre
un amanecer viéndote partir para siempre
Desearía poder ser el que alguna vez fui
antes de que esos dos ojos azules
me envenenarán de la forma en que dejé
que lo hicieran y me volviera la bestia
que soy en éste momento.
Desearía ser el que alguna vez fui
cuando partí del lugar que más amo
en éste mundo y me fui a lo largo de
la costa, la misma que nos unió en
su momento y en la que descubrí que
eres el amor de mi vida.
Desearía tomarte cada noche no temiendo
que el abismo que creé se vuelva infranqueable,
perderte es algo que me aterroriza y me deja
sin voluntad, mi escudo ante la tormenta.
El camino se ve oscuro en éste momento
y espero poder encontrar la luz,
al igual que daría cualquier cosa porque
escuches esas gotas repiqueteando sobre
el tejado del hogar en donde vivimos.
XLIII)
Y he llorado
a la hermana que se me fue
perdida en el deslumbrar del sol,
a esos ojos inocentes
que no podré ver nunca más.
Lejos quedan las tardes juntos
cuando el tiempo era nuestro,
parecía que todo se había detenido
en cada palabra y bocanada.
Lo único que existe ahora
es un viejo lobo que huye de la lluvia,
mientras la memoria se burla detrás
de esta noche violeta.
XLIV)
Talando
a golpes de martillo,
el elfo no tiene lugar
desde dónde tirar sus
flechas traicioneras.
Hacia arriba en la roca
los dragones caen,
los hijos de la montaña
blanden sus mazos precipitándolos.
La oscuridad cede ante
el poder del relámpago,
la codicia del humano
se pierde en las cavernas
bajo la montaña,
laberinto gigante,
tumba de los malvados.
Los hijos de la montaña
no tienen piedad,
escudo y martillo
echando al invasor
para luego seguir
esculpiendo la roca.
Tus armas de asedio
no te servirán
la piedra late quebrándolas,
y al caer el sol se cubre
la atmósfera de un
dulce olor a tabaco.
XLV)
Llegó a su casa cansado del día
encontrándose a su paso,
por el pasillo oscuro,
con cuatro ojos dorados
que lo aguardaban.
Buscó algo en la alacena
y les dio de comer,
una era blanco como
la nieve que se anunciaba,
el otro atigrado
desvaneciéndose en la fría noche.
Los días se acortaron
se volvieron grises,
con los pocos rayos del sol
ellos volvían.
Ahora eran cuatro aguardando
mientras preparaba el almuerzo
a mitad de la semana
y el aire se llenaba de aromas.
Entonces al abrir la puerta
el atigrado estaba ahí,
los demás guardaban
la distancia precavidos.
Al menos con ellos sabía que esperar,
fuera del muro lo aguardaban
senderos demasiados desconocidos
aunque siempre seguía por
las mismas calles.
XLVI)
Nota: se lee desde abajo hacia arriba.
y las consecuencias solo afectan a terceros.
te permite hacer lo que quieras
Después de todo el dinero
y ya no necesitas de nadie.
viendo con seguridad al futuro
el tintineo te hace pasar las horas
pero careces de conciencia,
Nombre santo el del lugar
con el que entra a tu refugio.
y el placer viene a ti
mientras otros hacen la tarea
para seguir con tu vida
Éste lugar es perfecto
circula por la calle caliente de verano.
un cigarrillo mientras la gente
sólo te sentarás a fumar
No harás nada
asegurado compartir el lecho.
siga girando y tengamos
de ella depende que la rueda
que esta ocasión es muy importante,
Trata de no llegar tarde
XLVII)
Estaba aquí cuando los mayores
aún no existían,
sus retoños se esparcían
por todo el lugar.
Cuando uno de ellos
era pisado, sus raíces
buscaban la luz
para cobijarlos.
A veces no sobrevivían
la llegada del invierno
o la mano segadora
del hombre.
El enorme pino,
agitadas sus ramas
por el viento, se estremecía
ante cada vástago caído.
Cada tanto algún incauto
trataba de grabar su superficie,
las raíces eran como enredaderas
más de uno fue arrojado al piso.
Los menos afortunados
probaron los enormes brazos,
quien les creería que aquel
enorme árbol pudiera hacer eso.
La casa fue construida
sus venas la rodearon,
su forma les dio sombra
en el verano cuando
la niña jugó junto a él.
La lluvia lavará la tierra
el olvido es un recurso
para los réprobos,
pero cada línea de su tronco
recuerda los hechos,
testigo mudo que
ha conocido el silencio
del tiempo.
XLVIII)
Cuando baja el sol
retumban entre las paredes,
del derrumbado castillo,
los golpes de las espadas al chocar.
El uno un señor moro
el otro un caballero de Valencia,
peleando su guerra en la eternidad
para que cuando el sol al salir
quiebre las sombras, reposando
hasta el anochecer en donde
continuaran esta confrontación
sin final ni vencedor.
XLIX)
Y él vive,
sus martillos suenan hermanados
como uno solo,
una extensión de sus dos brazos,
parte de su alma y su corazón
en ese retumbar de tambores.
La batería anuncia la batalla,
como un cuerno llamando a
los hermanos hacia la llanura
en donde cumpliremos
el destino que los Dioses
no pueden cambiar.
Aquí yacemos esperando
que los lobos engullan al sol
y a la luna, el día rojo ha llegado
para blandir nuestros aceros
una última vez,
matando gigantes y almas caídas
antes de que el mundo se destruya
para resurgir de nuevo,
mientras esos tambores traen
una vez más los ecos del pasado.
L)
Tu casa, mi refugio,
el lecho tibio que señala
tu ausencia en las mañanas.
Los libros se acumulan,
un poco menos que las botellas vacías
de todas esas batallas gloriosamente ganadas.
Un mazo de cartas,
hechizos, criaturas y elementos
señalando el encuentro,
obsequio del Barba,
igual que los tomos del arte de la guerra,
la mitología y la fantasía, todas juntas
al lado de los libros de nombres
y ese recetario de Tomasa, que como
sabe su nieta es una gran mujer
y mi amor incondicional.
Incluso das tus primeros pasos
por éste, mi universo favorito,
al que puedo ir cuando quiera
aun en medio de los conflictos
que se amontonan en casilleros marcados,
tratando de darle sentido al caos.
Y ella hace juego con esto,
su andar por el patio
deja más daños que una batalla,
cuidándote de pisar en terreno firme,
no sea cosa que te caigas
y Pietra te mueva la cola
mientras huye hacia su cubil.
LI)
No recuerdo nada,
es como si el tiempo se hubiera borrado
pero sin embargo se olvidó de llevarse la
lluvia de estos últimos años.
Y así es como me encuentro ahora
al lado de éste fuego que se negaba a venir
en la helada mañana de esta, mi pequeña
isla en medio del océano.
Tu nombre no lo recuerdo
la niebla me oculta esas facciones,
soplando el viento helado del sur
para que todo sea barrido.
Ni sarrasón ni rostro,
todo ha sido disipado por
esta gélida brisa que me recuerda
que ya es tiempo de atizar el fuego
y ver como lo pasado se consume,
mientras todo queda atrás
perdido en el mar del olvido.
Nota: del lugar de donde vengo la sarrasón es el nombre
que le dan a la bruma marina (o al menos así es como
yo la recuerdo).
LII)
Tu voz,
tu existencia,
resisten el olvido,
a los que ayudaste
se les fue la memoria,
los demás parecen ocupados
como si fuera un día más.
Gris se puso el cielo
vi algunas lágrimas en el camino,
tus cenizas en el viento,
sin embargo tu imagen parece
sacada de una tempestad.
No ceder nunca,
yendo hacia adelante con una mueca
en los labios y sonando tu risa
gruesa como la tormenta
que ahora empapa la calle.
LIII)
Jugábamos en esa enorme jungla
peleando con enemigos imaginarios,
con maderas y proyectiles de aire.
El suelo se veía quemado
pero la vegetación estaba inalterable
y nos cubría la cabeza.
La voz de nuestra madre sonaba lejana
cuando era la hora de cenar
y dejábamos atrás ese lugar maravilloso.
Ha quedado
perdido en el tiempo,
le lanzo una bocanada a la luna
única testigo de esta noche nostálgica
mientras ya nada queda de nuestro patio de juego.
Si hasta la panadería que impregnaba el aire
de dulces aromas ha dejado su lugar
a un montón de locales en donde las personas
van y vienen como hormigas en esa vorágine
consumista y un nudo en la garganta
precede a las lágrimas derramadas por
la niñez que se nos fue.
LIV)
Cuando te duermes dejando tu cabeza
sobre mi hombro todo lo demás pierde sentido,
somos pequeños desprendimientos
de algo más grande que nosotros
aunque algunos crean estar seguros
en el mar de la abundancia y la arrogancia.
Sólo esto importa,
el tiempo que compartimos
el mejor de nuestras vidas,
las horas pasan despacio.
La lluvia, el viento y esa tormenta
que anda dando vueltas
no completan sino el paisaje,
mientras la luna nos acompaña
cuando huimos de todo
hacia éste pequeño refugio
llamado hogar.
LV)
Se alejó del rebaño,
fuera de la luz que
caía sobre esos verdes prados.
Se escurrió hacia la noche
y fue mutando, de cordero
a lobo, en medio del páramo
que sustituyó a la planicie.
La luna era el único recuerdo
de la luz que lo rodeaba
en ese tiempo tan remoto.
Olió a los demonios
y le aulló a su Padre,
quien mantenía ese último
farol encendido en un manto oscuro
para llevar a casa a los hijos perdidos.
Atacó moviéndose por todo ese
campo de batalla como un fuego
purgador, acabando con legiones
de caídos y dejando sólo silencio.
Se detuvo herido y exhausto
para contemplar ese amanecer
que finalmente llegaba para él,
tras una eternidad en la oscuridad.
Un rayo de sol lo acarició
y se adormeció para despertar
al lado del Hacedor.
LVI)
He visto al roció
acariciando las rosas
después de la última lluvia,
sabedor de que su dueño el sol
lo fulminará en un instante.
He visto esas dos estrellas
esta noche helada
resplandeciendo como cada
parte de mi alma,
cuando te crucé la primera vez
y mi corazón fue uno con el mar
latiendo sólo por ti mientras
pasaste a mi lado.
LVII)
Cuando me desperté me encontraba cubierto de arena
y el sol del desierto quemaba la superficie,
sólo un loco se atrevería a andar por ése lugar.
Arrastré la mochila, la cual solo llevaba una buena
provisión de Malbec pero era un pequeño
tesoro que no quería abandonar.
Al cabo de mucho andar, subiendo y bajando ésas
dunas enormes, que se asemejaban a los senos
de una diosa esperando a su guerrero,
me encontré con el oasis.
Bebí hasta saciarme y nadé en esas hermosas
aguas que parecían estar en el centro del mismo
infierno, si no fuera porque aún no he de sopesar
mis actos en la balanza.
Y entonces las dos figuras se me aparecieron,
ella me mostró su anillo que resplandeció
eclipsando al sol y el cielo se volvió negro.
Él dijo que debía obedecerlos,
ellos eran los emperadores del páramo
y a él la corona le había dejado un enorme
claro sobre la cabeza.
Necesitaban sirvientes
ya no abundaban por allí,
me reí a carcajadas
un reino de dos les dije
y ella lanzó un grito que asustaría
a una banshee pero mis oídos estaban llenos
de arena y paz por el baño.
La tormenta de arena comenzó a caer sobre
el espejo de agua, una trampa para los incautos,
te atraen cuando estás necesitados y luego
pretenden que seas su esclavo.
Tomé la mochila y corrí tan rápido
yendo a dar con el globo que me había traído,
estaba intacto así que el viento de la tempestad
me lanzó lejos de ahí y mientras oía sus gritos
en la tormenta descorché un Malbec
bebiendo a la salud de los que han pasado
por lo mismo, viviendo para contarlo.
Qué ironía,
en toda la historia es la primera vez que oigo
hablar de un reino de dos.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
martes
Otros escritos III (06 - 12)
XXV)
La leña crepita,
la habitación yace a oscuras,
sólo los rojos carbones
dan un tono apagado
que corta las tinieblas.
El humo de la pipa asciende
cubriendo la atmósfera,
mientras el hombre se
acurruca para descansar.
Afuera la lluvia no cesa,
un año atrás ese rostro,
ahora olvidado,
era su desgracia más profunda.
La tormenta lavó la herida,
el fuego la cicatrizó
disipándose el recuerdo,
como el humo en la noche
que envuelve el cuarto.
Los amigos están lejos
los conflictos en cualquier parte,
los recuerdos de buenos momentos
se transforman en lo único
que perdura, no siendo
consumido ni borrado.
El pergamino está casi listo,
los sueños intactos
aguardando la marea que
le permita llevarlos a cabo.
El fuego arde,
la lluvia de afuera
no puede calmarlo y
el viento frío del invierno
no lo hace cesar,
igual al alma que
yace en nosotros.
XXVI)
Siempre ha sido así
los nobles portan espadas y excusas,
para ser que al resto sólo le queda
conformarse con lo que les toca
mientras los de arriba se cobran su tajada
para seguir vistiendo elegantes.
Tantos templos colosales
para rendirle tributo a un carpintero,
creyendo que tienen derecho a decirte
como vivir cuando atentan contra
la existencia misma, cobrando diezmos
y vendiendo perdones a cambio del vil metal.
Se han apoderado del mundo con mentiras,
comercio y personas martirizadas,
escondiéndose como asesinos detrás de las capuchas,
señalando inquisidora al que se aparta
de la ley que invocan para castigar
pero que ellos no cumplen.
Y es entonces que quizás sea cierto
que aquel cuyo hijo se sacrificó por nosotros
se haya sentado, dándonos la espalda
mientras trata de entender como su creación
pudo llegar a esto.
Al menos una parte de Él se acuerda,
cada tanto, de los que sufren
teniendo limpia el alma
y la conciencia en paz.
XXVII)
Migajas sobre la mesa,
textos nuevos para recorrer
un mundo que ansía ser explorado
como cada segundo de nuestra vida.
La última cebada deja una estela
en el recipiente, despojos del naufragio,
señal de que se ha enfriado.
El frío no se quiere ir
el alma es un volcán
que nos mantiene activos,
derritiendo tanta indiferencia
y siguiendo el camino trazado
por esa mano llamada destino,
irónico destino.
XXVIII)
Uno no elige
simplemente se siente,
es un tambor de guerra
resonando en lo profundo.
Con el tiempo cosas nuevas,
muchas de ellas pequeñas,
nos hacen sentir vivos.
Pero sin dudas
el sentir un amor incondicional
por tu pueblo es una de las
mejores, incluso cuando
no naciste ahí.
Nacer es un accidente
y a la vez un acto maravilloso,
por eso te amo pueblo mío
con las calles de tosca,
tus noches frías coronadas
de estrellas lejanas
y el vaivén del mar
que marca el paso de las horas
en el reloj eterno de arena y sal.
XXIX)
Tres inviernos
siguieron a otros tres,
todo el paisaje fundido
en un manto blanco.
El fuego apenas vive,
la capa cubriendo
el escudo y la espada.
Algo se mueve lejos
de la entrada de la caverna,
el acero se apresta
debajo del manto.
El sol ha estado eclipsado
demasiado tiempo
tras una cortina gris,
que cubrió el cielo
cuando la nieve vino.
Sabe que lo que merodea
viene hacia él,
tornándose visible frente
a la llama, pero no hay
sombra en ella.
Sus cabellos se agitan
levanta su mano,
murmurando un nombre.
Alguien se irá,
espera a que pronto desaparezca
fundiéndose ella con el viento
y la nieve eterna.
Mantiene viva la llama
sabedor de que la banshee
sólo puede anunciar una partida.
Ahora solo le queda esperar
que la tempestad cese,
para alcanzar la villa
y que le sea revelado
quién siguió la senda
de las valquirias.
XXX)
Qué son sino sueños estos momentos
que presencio al calor de la noche,
mientras afuera el lobo custodia
el lugar acurrucado en su cubil.
Caras conocidas de otros tiempos,
quizás algunas ya hayan partido
hacia donde moran los Dioses
y sin embargo se ven tan jóvenes.
Un apretón de manos viejo amigo
¿a dónde habrá ido a parar tu estrella?
y mientras tanto otro rostro se cruza
ante mi aunque tenga un nombre diferente
hay algo que me es tan familiar.
Luego el amanecer me saca de ese mundo,
el lecho yace caliente porque estás aquí
y perdido en tus brazos de mujer
toda otra noción que no sea tu respiración dormida
desaparece, pese a que la mañana nos llama
a unirnos al resto de los vagabundos
que recorren éste mundo persiguiendo
sueños y cosas que ya no son.
XXXI)
La nieve cruje debajo de mis pasos,
mientras la niebla se disipa para
dar paso al puente.
Una extraña calma me cubre,
seguida de una sensación de calidez
que recuerda al hogar, sentados
junto a la fogata oyendo la lluvia caer.
Mi espada va conmigo
cuando cruzo el antiguo paso
encontrándome frente a la puerta de acero.
Se abre sola dando lugar a los salones
imperecederos, en donde guerreros
de todas partes han sido reunidos
traídos por una senda que bajó
del cielo a la tierra, cruzando
el campo de batalla.
Un aleteo hace que me vuelva
para ver a los hermanos
que se posan sobre los hombros
de aquel que es nuestro único Padre.
XXXII)
Entraba y un aire familiar
me recibía mientras buscaba
fichas para meterle a la máquina del fulbito.
Al otro lado del salón Argentina y Brasil
jugaban la final de Qatar 1995
mientras yo me quedaba en el quinto juego,
es que el equipo azul oscuro era difícil de vencer.
Así entre fichas y juegos de los Hermanos Mario
las horas pasaban, esperando que el viejo
colectivo verde nos llevara de vuelta hacia casa.
Y ahora algo de eso queda
mientras el camino polvoriento me recibe
una vez más, casas grises, recuerdos a color
y ese mar inmenso que guarda la memoria
de tantas historias en su barrido incesante.
XXXIII)
Debo ir
la marea roja me lleva,
sabe a Malbec y a flores
como la primavera que
golpea a tu puerta.
Deja atrás el invierno
el alba nos está llamando,
será una mañana clara
porque al atardecer
el cielo púrpura vendrá,
como éste vino que hoy
no debo dejar pasar.
XXXIV)
La línea azul une la nación de la costa,
marcadas en ellas las huellas de cientos
que la han atravesado rumbo hacia
la ciudad de la niebla.
Las luces se ven tenues,
luciérnagas eléctricas alzándose,
cortando la oscuridad que le gana
la pulseada a la tarde otoñal.
Algunos edificios han cambiado, renovados,
otros simplemente fueron demolidos,
quedando recuerdos de una década atrás
cuando el sol de septiembre templaba
la urbe, mientras cruzaba la plaza
del centro viendo todos los colores
resplandecer en torno a la fuente.
Era una época en la que conocí la felicidad,
atrapada ahora detrás de las paredes
de la torre devorada por la niebla,
apenas una luz roja en lo alto
marcando que aún su forma física
esta aquí pero el éxodo nos envío
fuera cerrándose el portón y desapareciendo.
Algunos se quedaron cerca
ya no son sólo dos,
los críos corretean por las calles cercanas
al lugar en donde nos conocimos,
las que hoy nos vuelven a juntar
aunque sea un instante en medio
de la vorágine que no se pudo
llevar los lazos.
XXXV)
Creo que toda mi suerte se irá
el día en que ya no te tenga,
como si el sol naufragara
por siempre en el mar
y toda esa tibieza que traes
tras las tormentas se volviera
una ventisca helada y cortante.
Le han puesto rótulos a todo
que amar ya es algo con
fecha de vencimiento,
como si llevar una pena dentro
fuera una enfermedad y hubiera
que darle de comer a un montón
de alimañas que se alimentan de
la única cosa que no tiene valor pero
es inmensa, el alma humana.
XXXVI)
La ciudad queda atrás
las llamas la devoran,
la pena que le llena el corazón
debe ahogarse en el mar.
Sombras distorsionadas,
voces de ancianos, mujeres y niños,
las barcas esperan para dejar lejos
esa tierra que se hunde en el tiempo.
No da la vuelta para verlo
las ordenes son impartidas,
frías y rápidas
pero el mantiene consigo
el fuego de los suyos.
Mientras haya uno de nosotros
la llama seguirá pasando
de Padre a Hijo
y de nuevo nos guiara
cuando todas las luces
parezcan haberse apagado.
La leña crepita,
la habitación yace a oscuras,
sólo los rojos carbones
dan un tono apagado
que corta las tinieblas.
El humo de la pipa asciende
cubriendo la atmósfera,
mientras el hombre se
acurruca para descansar.
Afuera la lluvia no cesa,
un año atrás ese rostro,
ahora olvidado,
era su desgracia más profunda.
La tormenta lavó la herida,
el fuego la cicatrizó
disipándose el recuerdo,
como el humo en la noche
que envuelve el cuarto.
Los amigos están lejos
los conflictos en cualquier parte,
los recuerdos de buenos momentos
se transforman en lo único
que perdura, no siendo
consumido ni borrado.
El pergamino está casi listo,
los sueños intactos
aguardando la marea que
le permita llevarlos a cabo.
El fuego arde,
la lluvia de afuera
no puede calmarlo y
el viento frío del invierno
no lo hace cesar,
igual al alma que
yace en nosotros.
XXVI)
Siempre ha sido así
los nobles portan espadas y excusas,
para ser que al resto sólo le queda
conformarse con lo que les toca
mientras los de arriba se cobran su tajada
para seguir vistiendo elegantes.
Tantos templos colosales
para rendirle tributo a un carpintero,
creyendo que tienen derecho a decirte
como vivir cuando atentan contra
la existencia misma, cobrando diezmos
y vendiendo perdones a cambio del vil metal.
Se han apoderado del mundo con mentiras,
comercio y personas martirizadas,
escondiéndose como asesinos detrás de las capuchas,
señalando inquisidora al que se aparta
de la ley que invocan para castigar
pero que ellos no cumplen.
Y es entonces que quizás sea cierto
que aquel cuyo hijo se sacrificó por nosotros
se haya sentado, dándonos la espalda
mientras trata de entender como su creación
pudo llegar a esto.
Al menos una parte de Él se acuerda,
cada tanto, de los que sufren
teniendo limpia el alma
y la conciencia en paz.
XXVII)
Migajas sobre la mesa,
textos nuevos para recorrer
un mundo que ansía ser explorado
como cada segundo de nuestra vida.
La última cebada deja una estela
en el recipiente, despojos del naufragio,
señal de que se ha enfriado.
El frío no se quiere ir
el alma es un volcán
que nos mantiene activos,
derritiendo tanta indiferencia
y siguiendo el camino trazado
por esa mano llamada destino,
irónico destino.
XXVIII)
Uno no elige
simplemente se siente,
es un tambor de guerra
resonando en lo profundo.
Con el tiempo cosas nuevas,
muchas de ellas pequeñas,
nos hacen sentir vivos.
Pero sin dudas
el sentir un amor incondicional
por tu pueblo es una de las
mejores, incluso cuando
no naciste ahí.
Nacer es un accidente
y a la vez un acto maravilloso,
por eso te amo pueblo mío
con las calles de tosca,
tus noches frías coronadas
de estrellas lejanas
y el vaivén del mar
que marca el paso de las horas
en el reloj eterno de arena y sal.
XXIX)
Tres inviernos
siguieron a otros tres,
todo el paisaje fundido
en un manto blanco.
El fuego apenas vive,
la capa cubriendo
el escudo y la espada.
Algo se mueve lejos
de la entrada de la caverna,
el acero se apresta
debajo del manto.
El sol ha estado eclipsado
demasiado tiempo
tras una cortina gris,
que cubrió el cielo
cuando la nieve vino.
Sabe que lo que merodea
viene hacia él,
tornándose visible frente
a la llama, pero no hay
sombra en ella.
Sus cabellos se agitan
levanta su mano,
murmurando un nombre.
Alguien se irá,
espera a que pronto desaparezca
fundiéndose ella con el viento
y la nieve eterna.
Mantiene viva la llama
sabedor de que la banshee
sólo puede anunciar una partida.
Ahora solo le queda esperar
que la tempestad cese,
para alcanzar la villa
y que le sea revelado
quién siguió la senda
de las valquirias.
XXX)
Qué son sino sueños estos momentos
que presencio al calor de la noche,
mientras afuera el lobo custodia
el lugar acurrucado en su cubil.
Caras conocidas de otros tiempos,
quizás algunas ya hayan partido
hacia donde moran los Dioses
y sin embargo se ven tan jóvenes.
Un apretón de manos viejo amigo
¿a dónde habrá ido a parar tu estrella?
y mientras tanto otro rostro se cruza
ante mi aunque tenga un nombre diferente
hay algo que me es tan familiar.
Luego el amanecer me saca de ese mundo,
el lecho yace caliente porque estás aquí
y perdido en tus brazos de mujer
toda otra noción que no sea tu respiración dormida
desaparece, pese a que la mañana nos llama
a unirnos al resto de los vagabundos
que recorren éste mundo persiguiendo
sueños y cosas que ya no son.
XXXI)
La nieve cruje debajo de mis pasos,
mientras la niebla se disipa para
dar paso al puente.
Una extraña calma me cubre,
seguida de una sensación de calidez
que recuerda al hogar, sentados
junto a la fogata oyendo la lluvia caer.
Mi espada va conmigo
cuando cruzo el antiguo paso
encontrándome frente a la puerta de acero.
Se abre sola dando lugar a los salones
imperecederos, en donde guerreros
de todas partes han sido reunidos
traídos por una senda que bajó
del cielo a la tierra, cruzando
el campo de batalla.
Un aleteo hace que me vuelva
para ver a los hermanos
que se posan sobre los hombros
de aquel que es nuestro único Padre.
XXXII)
Entraba y un aire familiar
me recibía mientras buscaba
fichas para meterle a la máquina del fulbito.
Al otro lado del salón Argentina y Brasil
jugaban la final de Qatar 1995
mientras yo me quedaba en el quinto juego,
es que el equipo azul oscuro era difícil de vencer.
Así entre fichas y juegos de los Hermanos Mario
las horas pasaban, esperando que el viejo
colectivo verde nos llevara de vuelta hacia casa.
Y ahora algo de eso queda
mientras el camino polvoriento me recibe
una vez más, casas grises, recuerdos a color
y ese mar inmenso que guarda la memoria
de tantas historias en su barrido incesante.
XXXIII)
Debo ir
la marea roja me lleva,
sabe a Malbec y a flores
como la primavera que
golpea a tu puerta.
Deja atrás el invierno
el alba nos está llamando,
será una mañana clara
porque al atardecer
el cielo púrpura vendrá,
como éste vino que hoy
no debo dejar pasar.
XXXIV)
La línea azul une la nación de la costa,
marcadas en ellas las huellas de cientos
que la han atravesado rumbo hacia
la ciudad de la niebla.
Las luces se ven tenues,
luciérnagas eléctricas alzándose,
cortando la oscuridad que le gana
la pulseada a la tarde otoñal.
Algunos edificios han cambiado, renovados,
otros simplemente fueron demolidos,
quedando recuerdos de una década atrás
cuando el sol de septiembre templaba
la urbe, mientras cruzaba la plaza
del centro viendo todos los colores
resplandecer en torno a la fuente.
Era una época en la que conocí la felicidad,
atrapada ahora detrás de las paredes
de la torre devorada por la niebla,
apenas una luz roja en lo alto
marcando que aún su forma física
esta aquí pero el éxodo nos envío
fuera cerrándose el portón y desapareciendo.
Algunos se quedaron cerca
ya no son sólo dos,
los críos corretean por las calles cercanas
al lugar en donde nos conocimos,
las que hoy nos vuelven a juntar
aunque sea un instante en medio
de la vorágine que no se pudo
llevar los lazos.
XXXV)
Creo que toda mi suerte se irá
el día en que ya no te tenga,
como si el sol naufragara
por siempre en el mar
y toda esa tibieza que traes
tras las tormentas se volviera
una ventisca helada y cortante.
Le han puesto rótulos a todo
que amar ya es algo con
fecha de vencimiento,
como si llevar una pena dentro
fuera una enfermedad y hubiera
que darle de comer a un montón
de alimañas que se alimentan de
la única cosa que no tiene valor pero
es inmensa, el alma humana.
XXXVI)
La ciudad queda atrás
las llamas la devoran,
la pena que le llena el corazón
debe ahogarse en el mar.
Sombras distorsionadas,
voces de ancianos, mujeres y niños,
las barcas esperan para dejar lejos
esa tierra que se hunde en el tiempo.
No da la vuelta para verlo
las ordenes son impartidas,
frías y rápidas
pero el mantiene consigo
el fuego de los suyos.
Mientras haya uno de nosotros
la llama seguirá pasando
de Padre a Hijo
y de nuevo nos guiara
cuando todas las luces
parezcan haberse apagado.
Otros escritos II (06 - 12)
XIII)
Al principio no era más que una masa uniforme
esperando su tiempo, que le llegó a golpes de
picos quitando la tierra que la mantenía
en la oscuridad desde hacía miles de años.
Después fue el calor de la forja pasando
de naranja a rojo, en un reflejo de soles
distantes mientras se deslizaba hacia el
molde, convirtiéndose en un filo.
Golpes de martillo, yunque,
el agua cayendo como una lluvia purificadora,
de rojo a gris en cuestión de segundos,
durmiendo, esperando.
Se deslizó por el aire dejando un rastro rojo
en su recorrido, renaciendo cada día
en un nuevo amanecer cuando el cuerno
de batalla anuncia otra carga hacia la gloria.
XIV)
La taza se rompió
en cuanto bajé en la estación,
otra de las tantas veces
en las que he ido a través de la costa.
Llovía a cantaros,
la inundación barrió
la ciudad en la que creciste
y así se fue rumbo al mar
nuestra amistad para naufragar
en los escombros que la tormenta
arrastró, mientras tu impávida
ves el agua correr como el humo
de tu eterno cigarrillo
se va hacia el vació.
XV)
La calle se ve húmeda,
tus labios resecos,
el frío los ha cortado
pero ya no sientes nada.
La imagen parece sacada
de otra época como si
fuera un mal sueño,
pero no es así.
Roto el vínculo
sólo quedan algunas llamas,
que se van convirtiendo
en cenizas y en nada.
¿Eso no era lo que teníamos
hace un año atrás?
o soy el único que estaba dándose
cuenta mientras todo se iba
rumbo a un precipicio disfrazado
con tu vanidad y tu decadencia.
Todos somos culpables,
esto de no hacerse cargo
ya no me sirve
subiendo un peldaño más
en la escalera llamada vida.
Eres lo que te he permitido ser,
soy lo que tú no eres,
un par de náufragos en
medio de la tormenta
olvidándonos el uno del otro
mientras buscamos cobijo.
XVI)
Si tuviera un deseo
querría volver a tener
casi veinte, mientras esa torre se alzaba
ante mí y sus puertas se abrían.
Maravilloso tiempo
que se ha ido añorando las cosas
que pude hacer
y que se quedaron en eso.
Grandes momentos,
traiciones ocultas en el azul profundo
y los jinetes cabalgando por siempre
en la tempestad que nos unió.
Y aún hoy perdura…
XVII)
Todo ardía,
las llamas alcanzaban el cielo,
las sombras de los guerreros
se distorsionaban ante el muro de fuego.
Una horda enceguecida caía
sobre nosotros, apenas contenida
por el filo de nuestros aceros
hermanados en un último intento.
Sangrando por mil heridas,
los escudos golpeando enemigos,
enviándolos al suelo
para que otro surgiera en su lugar.
Sólo esta marea de odio
era contenida por la sangre
que corría por nuestras venas,
haciéndonos vencer
cuando todos los demás
estuvieran rindiéndose.
Nuestros brazos se fundían con
el acero trabajando como uno solo,
llevándolos hacia el océano
de llamas que se alzaba al otro lado.
XVIII)
Observó su imagen en el espejo
y sonrió satisfecha viendo
como abajo cientos de sirvientes
se movían atareados, terminando
los preparativos de la coronación.
Sus manos estaban recubiertas de
anillos, su cuello exhibía un collar
de perlas ofrenda de los pueblos
de las falas que fueron subyugados.
Pronto estaría en el lugar
que le correspondía después
de tanto trabajar,
su pasado no tenía más
de diez minutos.
En la parte baja de aquella
tierra los aldeanos continuaban
su lucha contra la crecida
del río, que venía más cargado
por el deshielo de la primavera
y las grandes lluvias en
las cumbres.
La torre podía observarse
desde allí en una mañana
soleada como aquella.
Las mujeres del poblado
terminaban de armar la
precaria mesa para el festejo.
El anciano cumplía un siglo,
había visto venir al mundo
y partir a demasiados amigos.
Ahora se sentaba en el umbral
de su casa de madera con
un grupo de niños a los
que eclipsaba con sus historias.
Una mujer llamó a almorzar,
el anciano miró hacia el oeste
en donde se alzaba la torre blanca.
La había visto nacer, crecer,
partir y olvidarlos,
eran demasiados simples.
Tomo el cayado y se dirigió
a la mesa llevado por
una pequeña.
XIX)
Se detuvo al borde del abismo
llamado locura, brotándole una carcajada
que retumbó en el páramo desolado
y oscuro al que ella llamaba existencia.
Sólo una luz dorada marcaba el lugar
en donde hizo alzar su castillo,
una moneda de oro por cada vida que se
fue, levantando un monumento a la vanidad
de la Emperatriz de las tierras devastadas.
Ahora únicamente quedaba ella
sentada en su trono, bebiendo su vino,
jalando cada tanto de las cuerdas
de sus súbditos para hacerse complacer,
drenándoles la vida de a poco
en cada sorbo que ingiere
mientras uno de los lugares
de esa enorme mesa permanece vacío
denotando una ausencia.
XX)
Gotas pequeñas,
un tono dorado
que quema en el descenso,
el invierno se fue
y es hora de reencontrarnos.
Cuánto tiempo te he esperado
mientras indiferente seguías
por ése camino peligroso que tomaste,
dejando una rosa blanca marchitándose.
XXI)
Las primeras imágenes
de un sitio cálido
al que llamamos hogar,
el instinto nos indica
la cercanía de nuestros hermanos
mientras deambulábamos entre
sombras y sueños.
Un invitado no deseado,
las garras abriendo heridas,
nuestra madre se levanta
como un escudo de acero.
Subiendo la cuesta, siguiendo
un rastro mientras las hojas
nos golpean mecidas por el viento.
Deslizándonos entre la hierba
al acecho de la presa,
recubiertos de marcas
que muestran el camino en donde
nos separamos de esa calidez
para convertirnos en unos completos
desconocidos, vagabundeando.
XXII)
La noche de enero está fría
contrastando con el calor de la casa,
el silencio se apodera del pueblo
que se ha vuelto una isla a donde
ocasionalmente un náufrago llega,
buscando refugio de la tormenta
que arrastra a los que viven en la ciudad.
Es la hora de reposar a la espera del alba
que como un martillo anunciará que esa
calma se ha roto de nuevo y entonces
recorreremos las arenas junto a nuestro
viejo e inseparable amigo.
XXIII)
Sobre ese lugar
la luna se mueve en un
cielo despejado, alejando
las últimas nubes que rondaban
en una noche apacible de verano.
Las voces se apagan en la oscuridad,
apenas se siente la brisa del mar
traída por un viento susurrante
que eleva en remolinos el humo,
esparciendo su aroma por los aires.
Abajo la misma escena se repite,
deslizándose los granos de arena
en el reloj, mientras desde aquí se ven
cuan pequeños son esos anhelos
cargados de olvido y de mentiras.
XXIV)
He visto la esperanza
en la forma de un pequeño
que corretea por la plaza,
cuyo único objetivo es
volar hacia lo alto
despreocupado de cualquier
otra cosa, mientras sonríe pleno.
Las personas a su alrededor
se mueven veloces como
si huyeran de un depredador,
sólo algunos captan esos
pequeños momentos,
el resto cae en la rutina
siendo llevados por la corriente.
Cada vez que estoy lejos
ansió esos pequeños momentos,
una forma de saber que estoy vivo
lejos de la vorágine que a muchos
se lleva, dándole importancia
a cosas que no la tienen
cuando lo más bonito está
en la sonrisa de un niño
jugando a esconderse del gigante,
pero llamándolo para que lo encuentre.
Al principio no era más que una masa uniforme
esperando su tiempo, que le llegó a golpes de
picos quitando la tierra que la mantenía
en la oscuridad desde hacía miles de años.
Después fue el calor de la forja pasando
de naranja a rojo, en un reflejo de soles
distantes mientras se deslizaba hacia el
molde, convirtiéndose en un filo.
Golpes de martillo, yunque,
el agua cayendo como una lluvia purificadora,
de rojo a gris en cuestión de segundos,
durmiendo, esperando.
Se deslizó por el aire dejando un rastro rojo
en su recorrido, renaciendo cada día
en un nuevo amanecer cuando el cuerno
de batalla anuncia otra carga hacia la gloria.
XIV)
La taza se rompió
en cuanto bajé en la estación,
otra de las tantas veces
en las que he ido a través de la costa.
Llovía a cantaros,
la inundación barrió
la ciudad en la que creciste
y así se fue rumbo al mar
nuestra amistad para naufragar
en los escombros que la tormenta
arrastró, mientras tu impávida
ves el agua correr como el humo
de tu eterno cigarrillo
se va hacia el vació.
XV)
La calle se ve húmeda,
tus labios resecos,
el frío los ha cortado
pero ya no sientes nada.
La imagen parece sacada
de otra época como si
fuera un mal sueño,
pero no es así.
Roto el vínculo
sólo quedan algunas llamas,
que se van convirtiendo
en cenizas y en nada.
¿Eso no era lo que teníamos
hace un año atrás?
o soy el único que estaba dándose
cuenta mientras todo se iba
rumbo a un precipicio disfrazado
con tu vanidad y tu decadencia.
Todos somos culpables,
esto de no hacerse cargo
ya no me sirve
subiendo un peldaño más
en la escalera llamada vida.
Eres lo que te he permitido ser,
soy lo que tú no eres,
un par de náufragos en
medio de la tormenta
olvidándonos el uno del otro
mientras buscamos cobijo.
XVI)
Si tuviera un deseo
querría volver a tener
casi veinte, mientras esa torre se alzaba
ante mí y sus puertas se abrían.
Maravilloso tiempo
que se ha ido añorando las cosas
que pude hacer
y que se quedaron en eso.
Grandes momentos,
traiciones ocultas en el azul profundo
y los jinetes cabalgando por siempre
en la tempestad que nos unió.
Y aún hoy perdura…
XVII)
Todo ardía,
las llamas alcanzaban el cielo,
las sombras de los guerreros
se distorsionaban ante el muro de fuego.
Una horda enceguecida caía
sobre nosotros, apenas contenida
por el filo de nuestros aceros
hermanados en un último intento.
Sangrando por mil heridas,
los escudos golpeando enemigos,
enviándolos al suelo
para que otro surgiera en su lugar.
Sólo esta marea de odio
era contenida por la sangre
que corría por nuestras venas,
haciéndonos vencer
cuando todos los demás
estuvieran rindiéndose.
Nuestros brazos se fundían con
el acero trabajando como uno solo,
llevándolos hacia el océano
de llamas que se alzaba al otro lado.
XVIII)
Observó su imagen en el espejo
y sonrió satisfecha viendo
como abajo cientos de sirvientes
se movían atareados, terminando
los preparativos de la coronación.
Sus manos estaban recubiertas de
anillos, su cuello exhibía un collar
de perlas ofrenda de los pueblos
de las falas que fueron subyugados.
Pronto estaría en el lugar
que le correspondía después
de tanto trabajar,
su pasado no tenía más
de diez minutos.
En la parte baja de aquella
tierra los aldeanos continuaban
su lucha contra la crecida
del río, que venía más cargado
por el deshielo de la primavera
y las grandes lluvias en
las cumbres.
La torre podía observarse
desde allí en una mañana
soleada como aquella.
Las mujeres del poblado
terminaban de armar la
precaria mesa para el festejo.
El anciano cumplía un siglo,
había visto venir al mundo
y partir a demasiados amigos.
Ahora se sentaba en el umbral
de su casa de madera con
un grupo de niños a los
que eclipsaba con sus historias.
Una mujer llamó a almorzar,
el anciano miró hacia el oeste
en donde se alzaba la torre blanca.
La había visto nacer, crecer,
partir y olvidarlos,
eran demasiados simples.
Tomo el cayado y se dirigió
a la mesa llevado por
una pequeña.
XIX)
Se detuvo al borde del abismo
llamado locura, brotándole una carcajada
que retumbó en el páramo desolado
y oscuro al que ella llamaba existencia.
Sólo una luz dorada marcaba el lugar
en donde hizo alzar su castillo,
una moneda de oro por cada vida que se
fue, levantando un monumento a la vanidad
de la Emperatriz de las tierras devastadas.
Ahora únicamente quedaba ella
sentada en su trono, bebiendo su vino,
jalando cada tanto de las cuerdas
de sus súbditos para hacerse complacer,
drenándoles la vida de a poco
en cada sorbo que ingiere
mientras uno de los lugares
de esa enorme mesa permanece vacío
denotando una ausencia.
XX)
Gotas pequeñas,
un tono dorado
que quema en el descenso,
el invierno se fue
y es hora de reencontrarnos.
Cuánto tiempo te he esperado
mientras indiferente seguías
por ése camino peligroso que tomaste,
dejando una rosa blanca marchitándose.
XXI)
Las primeras imágenes
de un sitio cálido
al que llamamos hogar,
el instinto nos indica
la cercanía de nuestros hermanos
mientras deambulábamos entre
sombras y sueños.
Un invitado no deseado,
las garras abriendo heridas,
nuestra madre se levanta
como un escudo de acero.
Subiendo la cuesta, siguiendo
un rastro mientras las hojas
nos golpean mecidas por el viento.
Deslizándonos entre la hierba
al acecho de la presa,
recubiertos de marcas
que muestran el camino en donde
nos separamos de esa calidez
para convertirnos en unos completos
desconocidos, vagabundeando.
XXII)
La noche de enero está fría
contrastando con el calor de la casa,
el silencio se apodera del pueblo
que se ha vuelto una isla a donde
ocasionalmente un náufrago llega,
buscando refugio de la tormenta
que arrastra a los que viven en la ciudad.
Es la hora de reposar a la espera del alba
que como un martillo anunciará que esa
calma se ha roto de nuevo y entonces
recorreremos las arenas junto a nuestro
viejo e inseparable amigo.
XXIII)
Sobre ese lugar
la luna se mueve en un
cielo despejado, alejando
las últimas nubes que rondaban
en una noche apacible de verano.
Las voces se apagan en la oscuridad,
apenas se siente la brisa del mar
traída por un viento susurrante
que eleva en remolinos el humo,
esparciendo su aroma por los aires.
Abajo la misma escena se repite,
deslizándose los granos de arena
en el reloj, mientras desde aquí se ven
cuan pequeños son esos anhelos
cargados de olvido y de mentiras.
XXIV)
He visto la esperanza
en la forma de un pequeño
que corretea por la plaza,
cuyo único objetivo es
volar hacia lo alto
despreocupado de cualquier
otra cosa, mientras sonríe pleno.
Las personas a su alrededor
se mueven veloces como
si huyeran de un depredador,
sólo algunos captan esos
pequeños momentos,
el resto cae en la rutina
siendo llevados por la corriente.
Cada vez que estoy lejos
ansió esos pequeños momentos,
una forma de saber que estoy vivo
lejos de la vorágine que a muchos
se lleva, dándole importancia
a cosas que no la tienen
cuando lo más bonito está
en la sonrisa de un niño
jugando a esconderse del gigante,
pero llamándolo para que lo encuentre.
Otros escritos I (06-12)
I)
El sol de la mañana convirtió el desierto
de arena en un mar de fuego, previo
a las olas que marcaban el comienzo
del reino del eterno océano.
Cruzamos entre las brasas como
tantas otras veces en nuestras vidas
y al final el húmedo oasis nos
recibió, para con sus brazos tomar las huellas
que dejábamos en la olla que se formaba
y aliviar el calor del viento del norte
que tantas mañanas ha azotado
la costa de éste, mi lugar en el mundo.
II)
El sol resquebraja la tierra seca,
el viento del sur trae alivio,
apenas unas gotas de esperanza
seguidas de un arcoíris que marca
el final de la tormenta que nunca cae.
Enero corre suavemente
por el mar del tiempo dejando atrás
la resaca de diciembre,
navegando hacia el faro
del año nuevo.
Los recuerdos se apilan tomando el lugar
de otros momentos, pero consumidos
como el papel por los que se volvieron
brasas ardientes que nunca se extinguirán.
En sueños te apareces,
una niña que se volvió mujer mientras
veía hacia otro lado,
te ríes y sigues de largo
dejando desolación.
Las tardes son templadas,
en esta costa crecí y por éste mar
me he ido cada vez más lejos
buscando algo que aún sigue esquivo.
III)
Sentado, envuelto entre nubes,
señal de su estado de ánimo,
cada tanto su ira se traducía
en temblores y rayos que azotaban
a la tierra hasta que perdía
el interés retornando a su soledad.
Cuando sus lágrimas caían
la lluvia cubría los campos,
una cortina cálida para el mundo
hasta que comenzaba a dar vueltas
por el recinto haciendo que
el viento se levantará trayendo
la nieve, marcando el paso del invierno.
Al regresar ella, retomaba la calma
habitual llegando la primavera,
el tiempo juntos se volvía el verano
caluroso y húmedo que perduraba
hasta que se separaban.
Luego la melancolía del otoño,
cada hoja se marchitaba
en un recuerdo a la espera
del reencuentro.
IV)
No me vengas con consuelos baratos
que faldas no faltaron,
lo que no abundan son recuerdos
de cosas que no fueron ni serán.
La esencia estaba definida
y el rastro que dejó lo confirma.
mientras sigue el camino recordando
rostros que aguardan en el lecho
a quién nunca llegó.
V)
Brindemos,
la cosecha es buena
sabe a frutas y gloria,
hoy los que no están regresan
en nuestros recuerdos y evocaciones.
El viejo guerrero deja de lado
el fusil cubierto de barro y sangre,
Julia se sienta en el porche
bajo el cobertizo adonde se ha ido
una vez más la pelota roja, blanca, roja
como éste vino que sabe a rapsodia
y nostalgia una vez más.
Hay un rostro que casi no conozco
pero que es tan parte mía como de
la historia que en esta mañana trazo
sobre las hojas blancas,
para no perder la costumbre
y escaparme de la pantalla
que aunque me guste
no hay nada mejor que los afectos
y un buen Malbec cosecha 2010.
Un golpe de frío,
no más de cinco minutos
para que los ángeles vuelen.
Conservo los recuerdos
de tiempos que han sido buenos,
pequeñas cosas de personas
que han partido o ya no están
y las luces en el cielo se han
quedado huérfanas
porque los dos faroles azules
ya no volverán, excepto en algunos
instantes en el que la memoria
resurja en medio del océano violeta.
VI)
Una ciudad dormida
los gritos de algunos
corriendo tras un balón,
la escena borroneada
por la niebla que rodea
nuestra existencia caótica.
Pasamos desapercibidos
en éste mundo que va
demasiado rápido,
los besos que me das van
despacio como el agua
de la cálida lluvia de verano.
Mi canción suena apacible
aunque sea tan estrepitosa,
los días me han pintado
canas y tú me has pintado
la palabra Amarte en el alma.
Somos dos, uno solo,
yendo por esta ruta
hacia un horizonte desconocido
pero sintiendo que podemos
con lo que sea que aguarde ahí.
VII)
Extendió la tarjeta y el enorme guardia le abrió la puerta negra, más oscura
que la noche que lo precedía.
- Otro cuervo de las tempestades dijo la Emperatriz.
- No cualquier cuervo, respondió el rápidamente, Rojas Rojas es mi apellido.
- ¿Y a que debo su visita Señor Rojas? dijo ella mientras acariciaba a la
mascota que dormía en su regazo.
- Me han dicho que recientemente ha tenido problemas materiales.
- Nada que mis marionetas no puedan resolver, la reconstrucción del palacio
tomará sólo unos meses dada mi extensa fortuna.
- Los bienes tienden a ir y volver dijo entonces Rojas Rojas.
- En mi caso siempre se quedan, me he asegurado a futuro y siempre gracias
a mi mejor fórmula.
- ¿Y usted se refiere a meter a sus amantes por la puerta de atrás, pero
sin que su marioneta maestra se dé cuenta?.
- Algo así dijo ella, no te sirve acostarte con un tipo en la primer acita.
Bueno, en realidad esa es mi excusa favorita, así el oficial nunca se entera
y está siempre dispuesto a satisfacer mis demandas a cambio de ciertos
débitos de mi parte.
- Usted le acaba de dar significado a la palabra materialismo respondió el Señor
Rojas Rojas.
- El materialismo no existe dijo ella sin perturbarse, uno busca soluciones.
- Otro sinónimo de materialismo entonces.
- ¿Aún no sé por qué está usted aquí?, tengo asuntos más importantes
que atender.
- ¿Será acaso administrar un reino de dos?
- No suelo darle explicaciones a nadie, menos a desconocidos así que simplemente
váyase. Es lo mejor para todos.
- Dirás para vos le respondió el Señor Rojas Rojas.
- Esto lo he vivido antes, ¿acaso es una broma?.
- No lo es dijo Rojas Rojas, uno debe hacerse cargo de lo que hace.
Es inevitable que haya consecuencias a la larga.
- ¿En qué piensa? preguntó H.H.
- En cómo es que llegué a éste punto en mi vida dijo su invitado.
- Las acciones te llevan hacia un lugar u otro, nadie está obligado a hacer aquello que no quiere.
- ¿Qué pasará con ella?
- Seguirá ahí hasta que se dé cuenta de lo que hizo, todos tienen derecho a una segunda oportunidad dijo H.H. y soltó una risita.
- ¿Acaso es uno de tus habituales chistes? preguntó el invitado.
- No, es que me parece gracioso decir “derecho” frente a un cuervo de las tempestades.
- Uno elige y luego termina metido en un lío o puede vivir en paz. Todo es relativo.
- Hablando de líos, mejor me vuelvo a ver si los ravioles no se pasaron o la Sacerdotisa puede enojarse dijo H.H..
- ¿Adónde ha ido? le pregunté.
- Se fue a la marmolería de Carrara con el fiel Dolafo, dijo que necesita reformar la casa.
Lo seguí a través del extenso salón blanco y antes de entrar a la cocina miré la habitación en donde ella sigue justificando lo que hizo. No basta con decir lo siento, hay que sentirlo.
VIII)
Y los jinetes se fueron,
dejando la fortaleza
uno a uno.
Entre aquellos muros el
último escribió una leyenda,
para recordar su paso por
aquel lugar.
Después se dirigió a la niebla
viendo como la fortaleza
parecía desaparecer.
Los años pasaron,
los lazos se estrecharon
en toda esta distancia
que ahora nos separa,
pero que de alguna forma
nos mantiene unidos
como al principio hace
una década.
Y la pequeña crece día a día
en la costa lejana.
IX)
Si te he herido de alguna forma,
varias veces estoy seguro, perdóname.
Tú eres la tibieza que viene tras el frío
de la tempestad, las lágrimas que coronan
a las rosas blancas y alguien le echa
la culpa al rocío, pero es que no saben
que sólo es el llanto del amor desconsolado.
Cada noche cuando estalla la tormenta
quebrando el martillo el cielo
y llenándolo de cicatrices,
tu simplemente estás en paz
como si recién despertaras
y nada de esto hubiera ocurrido.
Así discurren los días
entre el cielo melas que refleja mi ánimo,
carácter y condena,
y la calma que envuelve
tu existencia silenciosa.
X)
Sus manos entumecidas
se apoyaron en la pared
de la gruta, avanzando a tientas,
sintiendo como aquel lugar
parecía latir a través de la roca.
Tropezó varias veces
evitando caer, sabedor
de que no dejaría esa prisión,
sus fauces oscuras
lo engullirían volviéndolo polvo
como a tantos otros.
Una eternidad en la noche,
al final se dio cuenta
de que el aire se hacía más limpio
y salió a la superficie
encontrando a la luna.
El mar debajo lo llamaba,
un símbolo de libertad,
lo invadió una energía
que creía extinguida en él.
Buscó refugio en una desmantelada
choza de pescadores y se durmió,
el sol le dio la bienvenida
cuando partió en la pequeña nave,
una sola vela blanca
se infló como sus pulmones
al sentir la brisa marina.
La libertad se veía inmensa
al igual que el océano,
navegando a donde
el viento lo llevara.
XI)
El viento agita la pequeña llama,
resiste en una lucha titánica,
no hay respiro, cruel ironía,
la batalla continua.
El que le dio el impulso
para existir ahora pretende
apagarla, como un puño gigante
azotando la tierra de los hombres
ante la ausencia de su protector.
Cuando retumben los cielos,
desgarrándose en cientos
de venas azules en un mar negro,
entonces huirán temerosos
hasta que el mazo caiga sobre ellos,
extinguiéndolos mientras vuela
de regreso a su portador.
XII)
La marea estrellándose
contra el muro del quebranto,
esto parece no tener fin.
Las almas de los caídos
yacen aprisionadas a esta
contienda interminable.
Oscuros hechiceros
traen oscuros sirvientes,
enfrentándose a su némesis
en medio de la nieve.
La balanza no se inclina,
la eternidad para ellos
obligados a caer y levantarse
no sintiendo, no muriendo,
mientras los señores de la guerra
siguen midiéndose una y otra vez.
El sol de la mañana convirtió el desierto
de arena en un mar de fuego, previo
a las olas que marcaban el comienzo
del reino del eterno océano.
Cruzamos entre las brasas como
tantas otras veces en nuestras vidas
y al final el húmedo oasis nos
recibió, para con sus brazos tomar las huellas
que dejábamos en la olla que se formaba
y aliviar el calor del viento del norte
que tantas mañanas ha azotado
la costa de éste, mi lugar en el mundo.
II)
El sol resquebraja la tierra seca,
el viento del sur trae alivio,
apenas unas gotas de esperanza
seguidas de un arcoíris que marca
el final de la tormenta que nunca cae.
Enero corre suavemente
por el mar del tiempo dejando atrás
la resaca de diciembre,
navegando hacia el faro
del año nuevo.
Los recuerdos se apilan tomando el lugar
de otros momentos, pero consumidos
como el papel por los que se volvieron
brasas ardientes que nunca se extinguirán.
En sueños te apareces,
una niña que se volvió mujer mientras
veía hacia otro lado,
te ríes y sigues de largo
dejando desolación.
Las tardes son templadas,
en esta costa crecí y por éste mar
me he ido cada vez más lejos
buscando algo que aún sigue esquivo.
III)
Sentado, envuelto entre nubes,
señal de su estado de ánimo,
cada tanto su ira se traducía
en temblores y rayos que azotaban
a la tierra hasta que perdía
el interés retornando a su soledad.
Cuando sus lágrimas caían
la lluvia cubría los campos,
una cortina cálida para el mundo
hasta que comenzaba a dar vueltas
por el recinto haciendo que
el viento se levantará trayendo
la nieve, marcando el paso del invierno.
Al regresar ella, retomaba la calma
habitual llegando la primavera,
el tiempo juntos se volvía el verano
caluroso y húmedo que perduraba
hasta que se separaban.
Luego la melancolía del otoño,
cada hoja se marchitaba
en un recuerdo a la espera
del reencuentro.
IV)
No me vengas con consuelos baratos
que faldas no faltaron,
lo que no abundan son recuerdos
de cosas que no fueron ni serán.
La esencia estaba definida
y el rastro que dejó lo confirma.
mientras sigue el camino recordando
rostros que aguardan en el lecho
a quién nunca llegó.
V)
Brindemos,
la cosecha es buena
sabe a frutas y gloria,
hoy los que no están regresan
en nuestros recuerdos y evocaciones.
El viejo guerrero deja de lado
el fusil cubierto de barro y sangre,
Julia se sienta en el porche
bajo el cobertizo adonde se ha ido
una vez más la pelota roja, blanca, roja
como éste vino que sabe a rapsodia
y nostalgia una vez más.
Hay un rostro que casi no conozco
pero que es tan parte mía como de
la historia que en esta mañana trazo
sobre las hojas blancas,
para no perder la costumbre
y escaparme de la pantalla
que aunque me guste
no hay nada mejor que los afectos
y un buen Malbec cosecha 2010.
Un golpe de frío,
no más de cinco minutos
para que los ángeles vuelen.
Conservo los recuerdos
de tiempos que han sido buenos,
pequeñas cosas de personas
que han partido o ya no están
y las luces en el cielo se han
quedado huérfanas
porque los dos faroles azules
ya no volverán, excepto en algunos
instantes en el que la memoria
resurja en medio del océano violeta.
VI)
Una ciudad dormida
los gritos de algunos
corriendo tras un balón,
la escena borroneada
por la niebla que rodea
nuestra existencia caótica.
Pasamos desapercibidos
en éste mundo que va
demasiado rápido,
los besos que me das van
despacio como el agua
de la cálida lluvia de verano.
Mi canción suena apacible
aunque sea tan estrepitosa,
los días me han pintado
canas y tú me has pintado
la palabra Amarte en el alma.
Somos dos, uno solo,
yendo por esta ruta
hacia un horizonte desconocido
pero sintiendo que podemos
con lo que sea que aguarde ahí.
VII)
Extendió la tarjeta y el enorme guardia le abrió la puerta negra, más oscura
que la noche que lo precedía.
- Otro cuervo de las tempestades dijo la Emperatriz.
- No cualquier cuervo, respondió el rápidamente, Rojas Rojas es mi apellido.
- ¿Y a que debo su visita Señor Rojas? dijo ella mientras acariciaba a la
mascota que dormía en su regazo.
- Me han dicho que recientemente ha tenido problemas materiales.
- Nada que mis marionetas no puedan resolver, la reconstrucción del palacio
tomará sólo unos meses dada mi extensa fortuna.
- Los bienes tienden a ir y volver dijo entonces Rojas Rojas.
- En mi caso siempre se quedan, me he asegurado a futuro y siempre gracias
a mi mejor fórmula.
- ¿Y usted se refiere a meter a sus amantes por la puerta de atrás, pero
sin que su marioneta maestra se dé cuenta?.
- Algo así dijo ella, no te sirve acostarte con un tipo en la primer acita.
Bueno, en realidad esa es mi excusa favorita, así el oficial nunca se entera
y está siempre dispuesto a satisfacer mis demandas a cambio de ciertos
débitos de mi parte.
- Usted le acaba de dar significado a la palabra materialismo respondió el Señor
Rojas Rojas.
- El materialismo no existe dijo ella sin perturbarse, uno busca soluciones.
- Otro sinónimo de materialismo entonces.
- ¿Aún no sé por qué está usted aquí?, tengo asuntos más importantes
que atender.
- ¿Será acaso administrar un reino de dos?
- No suelo darle explicaciones a nadie, menos a desconocidos así que simplemente
váyase. Es lo mejor para todos.
- Dirás para vos le respondió el Señor Rojas Rojas.
- Esto lo he vivido antes, ¿acaso es una broma?.
- No lo es dijo Rojas Rojas, uno debe hacerse cargo de lo que hace.
Es inevitable que haya consecuencias a la larga.
- ¿En qué piensa? preguntó H.H.
- En cómo es que llegué a éste punto en mi vida dijo su invitado.
- Las acciones te llevan hacia un lugar u otro, nadie está obligado a hacer aquello que no quiere.
- ¿Qué pasará con ella?
- Seguirá ahí hasta que se dé cuenta de lo que hizo, todos tienen derecho a una segunda oportunidad dijo H.H. y soltó una risita.
- ¿Acaso es uno de tus habituales chistes? preguntó el invitado.
- No, es que me parece gracioso decir “derecho” frente a un cuervo de las tempestades.
- Uno elige y luego termina metido en un lío o puede vivir en paz. Todo es relativo.
- Hablando de líos, mejor me vuelvo a ver si los ravioles no se pasaron o la Sacerdotisa puede enojarse dijo H.H..
- ¿Adónde ha ido? le pregunté.
- Se fue a la marmolería de Carrara con el fiel Dolafo, dijo que necesita reformar la casa.
Lo seguí a través del extenso salón blanco y antes de entrar a la cocina miré la habitación en donde ella sigue justificando lo que hizo. No basta con decir lo siento, hay que sentirlo.
VIII)
Y los jinetes se fueron,
dejando la fortaleza
uno a uno.
Entre aquellos muros el
último escribió una leyenda,
para recordar su paso por
aquel lugar.
Después se dirigió a la niebla
viendo como la fortaleza
parecía desaparecer.
Los años pasaron,
los lazos se estrecharon
en toda esta distancia
que ahora nos separa,
pero que de alguna forma
nos mantiene unidos
como al principio hace
una década.
Y la pequeña crece día a día
en la costa lejana.
IX)
Si te he herido de alguna forma,
varias veces estoy seguro, perdóname.
Tú eres la tibieza que viene tras el frío
de la tempestad, las lágrimas que coronan
a las rosas blancas y alguien le echa
la culpa al rocío, pero es que no saben
que sólo es el llanto del amor desconsolado.
Cada noche cuando estalla la tormenta
quebrando el martillo el cielo
y llenándolo de cicatrices,
tu simplemente estás en paz
como si recién despertaras
y nada de esto hubiera ocurrido.
Así discurren los días
entre el cielo melas que refleja mi ánimo,
carácter y condena,
y la calma que envuelve
tu existencia silenciosa.
X)
Sus manos entumecidas
se apoyaron en la pared
de la gruta, avanzando a tientas,
sintiendo como aquel lugar
parecía latir a través de la roca.
Tropezó varias veces
evitando caer, sabedor
de que no dejaría esa prisión,
sus fauces oscuras
lo engullirían volviéndolo polvo
como a tantos otros.
Una eternidad en la noche,
al final se dio cuenta
de que el aire se hacía más limpio
y salió a la superficie
encontrando a la luna.
El mar debajo lo llamaba,
un símbolo de libertad,
lo invadió una energía
que creía extinguida en él.
Buscó refugio en una desmantelada
choza de pescadores y se durmió,
el sol le dio la bienvenida
cuando partió en la pequeña nave,
una sola vela blanca
se infló como sus pulmones
al sentir la brisa marina.
La libertad se veía inmensa
al igual que el océano,
navegando a donde
el viento lo llevara.
XI)
El viento agita la pequeña llama,
resiste en una lucha titánica,
no hay respiro, cruel ironía,
la batalla continua.
El que le dio el impulso
para existir ahora pretende
apagarla, como un puño gigante
azotando la tierra de los hombres
ante la ausencia de su protector.
Cuando retumben los cielos,
desgarrándose en cientos
de venas azules en un mar negro,
entonces huirán temerosos
hasta que el mazo caiga sobre ellos,
extinguiéndolos mientras vuela
de regreso a su portador.
XII)
La marea estrellándose
contra el muro del quebranto,
esto parece no tener fin.
Las almas de los caídos
yacen aprisionadas a esta
contienda interminable.
Oscuros hechiceros
traen oscuros sirvientes,
enfrentándose a su némesis
en medio de la nieve.
La balanza no se inclina,
la eternidad para ellos
obligados a caer y levantarse
no sintiendo, no muriendo,
mientras los señores de la guerra
siguen midiéndose una y otra vez.
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