jueves

Womankind (Cuentos)

  FUEGOS

Cuando llegaron a la cima encendieron unos cuantos fuegos cosa de que los de abajo supieran que iniciaba una nueva era y como símbolo del cambio de fuerzas en el trono, aunque a los del barro poco les importaba esto. Esas luces lejanas parecían las festividades de los ricos en tanto el mendrugo bajaba como un meteoro hacia el oscuro vacío al que ninguna antorcha llega, entonces el cerebro consumido añoraba la vuelta de los exiliados como única forma de traer algo más a la mesa de todo los días. La tabla ya no estaba, usada como leña desapareció en dos noches heladas a la que siguieron las cortinas, los marcos y los mangos de ciertos utensilios. Luego las sillas, al final se sentaron en la oscuridad absoluta iniciando una ronda de sueños interrumpida por los sonidos de los estómagos hambrientos. El frío encontró lugar en cada rincón, las luces de las estrellas eran como hielos en medio del firmamento surcado de las lágrimas de los ancestros ante tanta desolación. Cada minuto una agonía esperando el milagro, el maná que vendría del cielo cuando la libertad personificada regresara y en tanto se dedicaron a roer las sobras que caían de lo alto del muro. Los que estaban arriba tras los muros debatían sobre la posibilidad de aumentar los tributos con los que mantener la maquinaria funcionando y pronto el funcionario gordo plenipotenciario bajó a una de las casas derruidas. Allí se instaló con un montón de asesores que recibían una parte del botín, confiscando la pobreza de las manos de aquellos que carecían de nada y retirando hasta las migas con las que pretendían ilusamente alimentar a sus familias. Un porcentaje alto llegaba hasta el bastión que se encontraba en reparación, aunque por el camino partes del metal se quedaban en cada una de las etapas del control y a la larga los números seguían en rojo. Pasó el invierno, los aldeanos emparcharon sus propiedades ajadas que se asemejaban a piedras secas de las que pretendían sacar un cobre, destinando las mismas a alquileres durante el estío. Olvidaron pronto las penurias, la situación repetida hasta hartar al hartazgo, los aprietes al bolsillo y la mano del Estado que caían con rigor sobre la masa desarmada así como el otro brazo que parecía agujereado de tanto dar para mantener a la horda acallada. Midieron el instante en el que existían sin ninguna consideración por un futuro no tan lejano, lograron encender sus fogatas con los sueños de los más pequeños a los que no les dejarían nada excepto el conformismo de saber que esto no cambiaría nunca. El problema radicaba en que para que un estado de cosas se modifique no hay que esperar a que por arte de magia o designio de los dioses ello ocurra, sino modificar las conductas con miras a obtener un resultado distinto. Lo contrario es un aval a todas las acciones llevadas a cabo por los sucesivos amos, los que deberían recordar que la fuente de su poder no son sus riquezas o sus armas sino aquellos que moran ahí en el llano. Pero desde los muros el mundo se ve distinto, apenas unos puntos semejantes a pixeles que se mueven debajo y un hilo de baba que de cerca seguro sea un río impetuoso. El mismo ímpetu con el que los últimos gobernantes son desalojados, entonces la enorme fuerza entra en escena aunque no es más que una vuelta al pasado y se dedica a derribar los estandartes de sus predecesores. Luego la mano huesuda toma una de las teas que cuelga de las torres arrojándola a las manos de uno de los tantos esbirros, el que se ocupa de hacer correr la voz sobre el regreso de los días más felices y enciende fuegos en diversos lugares, pero nunca les enseña a generar el mismo sin la ayuda de arriba. Ahí aquellos que han recibido los embates de los recortes se acercan a hacer la enorme fila para poder finalmente calentar las tripas, en el tazón que reciben está tallada la imagen del líder infalible en los tiempos difíciles. Todos los pecados yacen perdonados, basta con inclinar la cabeza ante su majestuosidad y dejar el momento retratado en los libros de historia, a los cuales sólo algunos eruditos acceden. Entonan viejas canciones vitoreando al movimiento eterno que se ocupa de no renovar nada, administrando los faltantes dado que se los han llevado como parte del saqueo de despedida y ahora los emplean a los fines de poder seguir con el curro. El cuento es semejante al de un manual de adoctrinamiento, solamente con ellos es posible que el asunto marche rumbo a un éxito asegurado vendido a lo largo de tres cuartos de siglo. El de pensar que únicamente los colores propios son los que sirven a la hora de evitar el arrecife, pero negando el hecho de que ya el barco ha encallado sin posibilidad alguna de retorno. Ahora a esperar que la marea se ocupe de romper en pedazos los maderos, usando estos para encender un nuevo fuego en la playa y calentarse mientras los demás se hunden. Caníbales que sacrifican a los de su propia especie, sin remordimientos y con la conciencia limpia dado que jamás han tenido una que los acompañe. Entre las paredes húmedas cuelga el retrato del salvador supremo rioplatense, cuya cara cambia deteriorándose producto de la corrupción del poder y esto se extiende como una mancha hasta los verdes campos que de a poco mueren.    

NEGRAS

Al viejo le reventaron la mandíbula con la culata de un fusil, tras esto lo arrastraron afuera de la casa y lo fusilaron. La esposa no tuvo tiempo de despedirse, mucho menos contarle de que tendrían otro integrante en los meses venideros, al día siguiente estaba camino a la población vecina en la que moraba su hermana y ahí la encontraría el alumbramiento. Luego el final de la guerra, la reconstrucción que no verían dado que sus hijos ya mayores decidieron hacerse la América y largarse de ahí, del norte se dirigieron al sur hasta el puerto que se abría al mundo. Se respiraba otro aire, las manos pronto se vieron ocupadas y el dinero comenzó a llegarle a la madre que se defendía como modista, cosiendo para cierto sector de la alta sociedad. No existían los privilegios de sangre en los papeles, pero en la práctica otro era el asunto y esto se notaba seguido. Unos cuantos billetes cubrían las necesidades, el resto podía ser derrochado durante la semana para terminar pidiendo perdón el domingo temprano. Hacia la tarde la iglesia se llenaba de los más necesitados, ya a los fines de que la mente los dejara tranquilos habían hecho la donación que no llegaría a destino excepto para tapar las goteras que existían ahí en lo alto. Las manos se volvieron caminos infinitos, las arrugas reemplazaron a esa tela lisa que alguna vez fue su piel y los cabellos negros se tornaron del color de la nieve. Blanca nieve que no volvería a ver, aunque en esos momentos de sueño alcanzaba a recibir una caricia del gélido viento que la llamaba de regreso a su infancia. Ahí se quedó, los hijos decidieron enterrarla sin más preámbulos que los terrones cayendo sobre el ataúd y cada uno por su lado, algunas esquelas cada tanto pero finalmente la nada misma. Uno encontró la paz en un lugar lejano, allá contra la costa en el sur de la provincia en la que el viento todavía le corta el rostro. El otro se embarcó rumbo a tierras desconocidas, adquiriendo la adicción por la sal que lo llevó a irse a pique con la nave y las botas puestas. El último vivió en medio del frenesí de la ciudad, la que no se parecía en nada a la que los recibió pero su memoria pronto también quedaría sumida en la niebla que recubre al olvido. Su descendencia heredó el mundo, este que ellos recibieron en otro momento de la historia y vieron derruirse una vez más. Del otro lado, en la dimensión lejana, las casas destruidas comenzaban a levantarse nuevamente hasta recubrir las heridas de los campos de batalla con la esperanza de que esto no se repitiera nunca más. Por acá se copiaban siempre los malos ejemplos, se repetían las mismas fórmulas del desastre pero se pretendía un resultado diferente. Se miraba con asombro las torres que habían sido destruidas levantándose una vez más, los trenes que corrían de un lado para el otro, las vías relucientes y las rutas nuevas que permitían el traslado de la prosperidad. Ante la impotencia de los fracasos culpa de los demás se decidieron a vender las locomotoras, el hierro de las vías y se pusieron como durmientes a vivir de los beneficios de ese momento. Momentos, nada más, visión de futuro más allá de mañana ninguna, discursos baratos de parte de dirigentes sin ninguna consideración por el bienestar general. Repetición de las mismas frases cada cuatro años, oscuridad, corridas, personas que se esfuman, juicios sumarísimos, listas de desaparecidos que fueron importantes para alguien. Entonces la validación de la disnomia, cualquier forma de autoridad debe ser discutida excepto que se alce en un palco bajando un mensaje a la masa de zombis. Aquel que piense distinto debe ser erradicado, marcado y expulsado, de ser posible que no se exprese de ninguna forma empleando a la policía del pensamiento que viene en formatos nuevos. Fogueando a sectores de impensantes a los fines de que sirvan de línea de combate, chocando contra todo lo que no tenga la camiseta propia, bandera negra levantada para tapar los colores del cielo. Un sol rojo sobre un fondo oscuro, las manos abiertas por parte del jefe quien saluda a la multitud que lo ovaciona y espera el mensaje clemente, el que les permita tener un peso más en el bolsillo sin importar las deudas que esto implique. Masa bárbara que emite sonidos guturales, golpes secos sobre el suelo para que los herejes sepan que acá mandan ellos y que siempre pueden volver, el único voto útil es el que beneficia al amo supremo. En este momento su excelentísimo se dedica a ver las últimas noticias en su dispositivo móvil, limpiando su faena con el contrato social y yendo a sentarse en el despacho que le volverá a pertenecer en un rato. Ahí deja un par de documentos firmados por el que varios de sus más leales súbditos son ascendidos a cargos estratégicos en la estructura que por ahora abandonan. Confiando con que en un tiempo corto se reclame su regreso, como el héroe que viene a libertar a los oprimidos y a aquellos que desean no tener que hacer demasiado para recibir lo que les corresponde. Derechos sí, las obligaciones las tienen los otros que han de asegurar esos privilegios de la misma manera que antaño y las protestas comienzan cuando vienen las exigencias. Ahí las odiosas comparaciones entre la antigua democracia y el nuevo régimen saltan a la luz, la vuelta de los amos hará que las personas cambien pronto el discurso alegrándose ya que el final del exilio implica que les darán una parte del vuelto del saqueo institucionalizado. Y a los fines de avalar el retorno de los reyes ni dudan en darles el aporte al cien por ciento, incluso aquellos que heredaron la tierra en la que sus ancestros dejaron la carne y la sangre por oponerse a las camisas negras devenidas ahora en agrupaciones con nombres de próceres así como de alguno que tuvo un momento de gloria orquestando la puesta en escena de la obra teatral repetida. Pero no asocian el asunto, sólo ven el confort que está al alcance de las manos una vez más pasando por encima de los sueños de varios más que son únicamente opositores a los que aplastar. Del viejo tronco no queda nada excepto el aserrín que llena esa cavidad desde la que gestar otras formas, las que una vez más son destinadas a la nada y el retroceso a ese eterno momento feliz.

MÁCULA

Tiraron la llave y apagaron la luz cosa de que ninguno supiera realmente lo que allí había, al guardia ciego se le asignó dejar un pedazo de pan con un poco de agua que ni un perro tomaría, dos veces al día. Nada más, el hombre estaba acostumbrado a moverse entre las mazmorras, el preso vitalicio devenido en guardián de sus congéneres a los que llegaba a conocer dado que estarían de por vida ahí. O eso es lo que decían, porque no se acordaba si alguno realmente había pasado toda una existencia metido entre las paredes con los barrotes sirviendo de metáfora acerca del final de la libertad y de hacer lo que uno quiera. Apenas recordaba una parte de su infancia, la mayoría de los años hasta llegar a ser casi un anciano se los pasó metido en una celda acusado de haber apagado el hambre con una gallina flaca. La noche llegó antes de que alguno se acordara de sacarlo así que mataron dos pájaros de un tiro, terminó siendo el vigilador perfecto a la hora de no saber la identidad de los ocupantes de cada una de las celdas. De hecho ignoraba la propia, el día de la semana, apenas se contentaba con poder llevar un pedazo de carne o eso le decían que era cuando en el cuarto un poco iluminado le dejaban las provisiones para los inquilinos de esas mazmorras. De afuera no llegaban otros sonidos excepto algunas corridas nocturnas cada cuatro o cinco años, suficientes para llevarse a alguno cuyo nombre no significaba nada para él. Así no podría aseverar que aquello estaba bien o mal, el poder parecía cambiar cada tanto de manera que bien poco le importaba el resultado de esto. Los mismos que construyeron aquella prisión habían soltado a los presos luego para provocar los incendios, metiéndolos de nuevo en esas cajas contenedoras de vidas y soltándolos cuando el clamor popular era la vuelta de lo de antes. Ahí el mayordomo cegado les suministraba la llave gigante con la que acceder a la puerta interior, la palanca giraba y a golpe de esta se abrían aquellos recintos dejando salir a ciertos personajes. Útiles que luego serían descartados, pozos bien cavados para esconder la historia y contar una bien diferente, anónimos que producían el caos del que alguno se beneficiaba. Y estaba la persona encerrada en un cuarto cuyo número no figuraba en los registros, de arriba llegaban murmullos de ciertas deliberaciones a los fines de decidir la fortuna de unos cuantos. Fortuna que se traducía en miseria, en recaudar para cometer el peor de todos los robos posibles como es el saqueo de los ahorros propios, entonces el apriete en la cintura que seguía casi siempre estaría debidamente legalizado. Adentro con algún esbirro, al resto un pacto de no agresión cosa de que si el viento cambiara nadie saldría lastimado aunque a veces esto también se olvida y la noche engulle al confiado. Pero el cancerbero ignoraba todo esto, en parte porque no les veía los rostros a sus escasos interlocutores o el simple hecho de recibir lo mínimo que necesitaba. Si se le pasaba la hora de darles la comida bien podían irse sin que nadie los extrañara, excepto esa última celda al fondo en el que su ocupante devoraba cada miga del mendrugo verde. Nunca le temía a su situación, acariciaba las arrugas de las paredes húmedas, percibía a los roedores escabulléndose ante su cercanía para regresar a por ese pan abandonado por una mano piadosa que en un último ataque de impotencia lo arrojó a través de los barrotes. Rutinas, hábitos repetidos, golpes en los escalones cuando alguno venía a controlar que todo estuviera en orden y la orden era llevarse a cierto individuo para arriba. Al fondo, sacaron al desconocido quien antes de regresar a la luz tocó la mano más arrugada de su carcelero dejándole la sensación del frío que lo invadía por la falta de calor de muy pequeño. Luego el silencio nuevamente, las gotas de la lluvia o alguna filtración que sonaban allá en la oscuridad de las celdas que en su mayoría yacían desiertas. Apenas algún que otro suspiro o tal vez el último estertor antes de la partida, la comida bien podía ser pasto de las ratas aunque se le hacía que otros seres podían estar en ese mar negro y denso. En ocasiones soñaba con criaturas que se movían en una especie de estanque en cuyo centro se hallaba su catre, devoraban de a poco la humanidad del durmiente que no oponía resistencia alguna excepto que sentía el dolor que le significaba esto pero aun así no se dignaba a tratar de salir de ahí. Luego despertar aunque la oscuridad siguiera, un portazo anunciaba que alguno lo había esperado por demasiado tiempo y finalmente se atrevía a llevarse a otro recluso sin firmar ninguna constancia o al menos decirle en cuál celda no debería dejar alimento alguno. Tras esto no hubo más incidentes, excepto por el día en el que el sol decidió bajar hasta esa instalación en las cloacas del mundo y antorcha en mano trajo la luz a aquellos recintos desprovistos de la misma. La mano ya no era tan fría después de todo, dejándose conducir cuesta arriba hasta recibir el aire frío de la noche y luego el olor a carne quemándose. 

BLANCO

Mantuvieron las reglas en el frente pero de fondo empezó el borrado de cada uno de los renglones, se aseguraron de que esas normas no les fueran aplicadas a fuerza de quitarlas. El primer renglón sufrió el ataque que lo eliminaría de este plano, luego saltaron al tercero, el quinto, séptimo y noveno, cuando los pares pensaron que tendrían mejor suerte también fueron erradicados. Las líneas horizontales y verticales que formaban los márgenes de la hoja en la que las reglas estaban estampadas no resistieron la presión de la maquinaria pesada usada para quitarlas. Entonces en la noche siguiente darían rienda suelta al saqueo, mientras el pueblo dormía amparado en normas que carecían de las garantías de fondo pero el ejército que velaba por la justicia sería enviado a combatir a los difamadores en cada uno de los frentes. Ahí empezaría la batalla nueva, verdades que ya no lo eran si podían ser tapadas por un montón de publicaciones que olían mal pero en tanto hubiera algún cobre en el bolsillo poco importaba. Los de antes habían hecho todo mal, ahí estaba el nuevo soberano poniéndose la capa de la soberbia y la inmortalidad del poder que sólo pide el alma a cambio, pero como no lo veo poco ha de importar. Las antorchas se encendieron empezando la cacería de aquel que tuvo la osadía de no creer en el regreso de los bienaventurados, la isla debía seguir escondida detrás de la niebla pero ahí enviaban las reservas por si les tocaba el exilio. Unos cuantos adeptos de alto rango manejarían la barca hasta el muelle, allí los dejarían cuidando la enorme embarcación mientras refugiados en la seguridad de las hojas reforzadas esperarían que las voces lejanas clamaran su regreso. Entonces romperían las cerraduras de las mazmorras, despertarían al guardián ciego y lo pondrían al frente de la nueva administración, cualquier cosa la culpa la tuvo éste último por no ver el arrecife. Con la promesa de un futuro mejor llegaría la luz del nuevo día, los labriegos se ocuparían de enviar los cereales para que alguien se beneficiara en su comercio vendiéndoles los derivados a precios altos ante la anuencia del mandamás. Ahora el ciego toma el mejor de los vinos cosechados en las montañas del norte, en un lugar que desconocen los poderosos dado que siempre están yéndose lejos de aquí. Al trabajador los derechos, las obligaciones han sido borradas en el fondo pero siguen escritas aunque nadie lee esas instrucciones y se dedica a esperar que desde el cielo venga un sucesor para ese mesías que sigue empleando la fórmula vieja. Nada de esto ha sido culpa de los que hemos recientemente llegado, escuchando el llamado de los dioses y el destino que nos aguarda, la niebla se parece a ciertos lapsus de la memoria en la que caemos seguido. El hierro del calabozo rechina para meter a la justicia sacando la venganza a la calle, los golpes llegan en la noche dado que así actúan los cobardes y emulan épocas tan oscuras como estas en las que se usa un disfraz diferente pero el olor es inconfundible. En tanto ahí en ese lugar en el que la señora sostiene la balanza alguien se ha ocupado de dinamitar la base reduciendo su estatua a una mera pila de escombros, mientras piensan la manera en reparar esto sus ingenieros comienzan a hacer experimentos. El grupo de la mañana inicia las tareas de construcción usando las fotografías  en las que las balanzas no están en equilibrio, los de la tarde más descansados desarman la estructura montada a dichos fines y los trasnochados ponen manos a la obra cuando todos duermen, realizando un proyecto nuevo. Entonces vienen los matutinos, desalojan a las patadas a los de ayer para tirar abajo esa porquería dejándole los escombros a los tardíos los que llegan presentándole las quejas al altísimo que no se encuentra ahí arriba. Luego viene el expediente del fracaso, se ha decidido por el sistema más justo (dedocracia) terminar con esos gastos innecesarios aunque ahí figura que levantaron una docena de estatuas que nunca fueron entregadas. La justicia permanece en las sombras, es el caballo de batalla de varios verborrágicos aunque enseguida la mandan de regreso a la oficina de utilería perdiéndose entre los miles de inventarios que se apilan encima de los anteriores y viene a la postre el telón cubriendo el cadáver. Días de duelo se viven, luego sigue la jarana en las murallas altas tirándole a los de abajo los restos de la opulencia para que no trepen un poco por esas escaleras sin vigías contemplando cómo sus esfuerzos se esfuman en los esquifes que cargan a la nave insignia. Desplegado en el viento el estandarte de los intolerantes, aunque los necrófagos no pueden distinguir nada de esto dado que sólo quieren un poco de carne fresca y sus almas ya les han sido arrancadas así que ahora carecen de voluntad. Cuando amanezca serán los de siempre, solidarios y alegres aunque su risa se vea tan forzada como esas reglas que no se pueden sostener porque los que deberían dar el ejemplo están buscando una excusa más. 

JUEGOS

Culminada la interpretación de Katyusha el premier Salenko abandonó el salón en el que se encontraba cruzando la enorme plaza sin seguridad alguna, su doble era escoltado por la puerta principal en tanto él disfrutaba del frío de la noche. La velada lo aburría excepto por las miradas del resto del mundo, sabedores del poder que irradiaba el cual lo acercaba a otros personajes históricos cuyos cuadros adornaban su sala secreta. Allí introdujo el código de confirmación ingresando a una sala amueblada con reliquias de la guerra fría, le gustaba tener esa sensación del momento de mayor esplendor del viejo imperio que sucedió al anterior monopolio del poder. En cierta forma la historia es repetitiva, sube uno en tantos cientos se despeñan sin tiempo a emplear la escalera de emergencia y al grito de por qué esto a mí. Pero esos pensamientos no podían alcanzar a alguien que se encontraba en la cima del mundo, tironeando los estandartes ajenos para dejar únicamente el propio. Sabía incluso que debía haber un enemigo aunque fuera un simple esparrin que pusiera la cara para que su mano menos hábil le volara la sonrisa rápidamente, cuestión de mantener la idea de equilibrio de poder aunque este no admitía balance alguno. Debía ser liberado soltando los impulsos contenidos, reprimidos por ciertas imposiciones que ahora estaban siendo pateadas cuesta abajo y arrastradas como la nieve que se desprende de la montaña. Su cresta puntiaguda equivalía al surgimiento de los instintos más básicos que reventaban las reglas, esas normas eran para los súbditos denominados con el eufemismo de ciudadanos. Al hijo del dios todopoderoso no lo podían alcanzar las mismas imposiciones, después de todo alguien debía hacer las leyes poniéndose por encima del resto de las hormigas que ante su sombra huían al confort de sus casitas. Podía aplastarlas sin que tuvieran noción de lo qué había ocurrido, pero mejor dejar ese pasatiempo cuando el otro podía ser aprovechado atento que su clon se dirigía a sustituirlo en todas esas labores diplomáticas que tanto lo aburrían. Debajo de su escritorio había un pequeño botón de color rojo, muy conveniente para la ocasión, al presionarlo era enviado por un conducto a unos dos mil metros debajo del suelo. Ese era su salón de recreación, en el centro del mismo la vieja máquina de arcade se encendía ante su cercanía iniciando la banda sonora tan conocida desde pequeño. El crédito era infinito así que tal vez podría llegar hasta el tedioso nivel en el que la mano debía moverse mucho antes de que el cerebro procesara las indicaciones y de esa manera evitar el final del juego. Las primeras líneas fueron las más sencillas, le recordaban a su dominio del público que lo observaba con devoción cual deidad encarnada en ese perfecto cuerpo humano que mantenía con tanto esfuerzo. Los niveles posteriores un poco más complicados, semejantes a ciertas tensiones en sus fronteras producto del desplazamiento de ciertas capas de nieve muy nutritivas que culminaban en manos de separatistas. Una línea doble, el problema ha sido resuelto pensó siguiendo con el desparramo de habilidades igual a un astro en un campo de fútbol pese a que sus héroes aparecían en ocasiones a través de la historia. Una triple, milagro para despejar el bastión que surgía de fondo pudiendo contemplarlo con una sonrisa que no se permitía a la luz del sol mientras las cortinas también rojas descendían anunciando su triunfo. La siguiente pantalla requería de una fría concentración, semejante a la que mostraba cuando cazaba osos con únicamente sus dos manos para bañarse en la sangre de estas bestias con las que creía estar emparentado. Eliminando problemas de a grupos, cuatro, cinco, seis en un instante para obtener las banderas blancas desplegándose desde la torre más alta de sus enemigos. Ahí soltó la carcajada triunfal, la que sonó repetida por las paredes de aquella caverna en la que se mostraba tal cual era sin las máscaras que exhibía a la luz de los flashes. Le pareció entonces sentir un golpe que provenía de arriba, luego otro y otro más hasta darse cuenta de que la sala parecía hundirse viendo caer los guijarros que rebotaron hasta la punta de sus zapatos inmaculados. Ahora el monitor le mostraba una enorme barra de metal sólido que venía bajando aplastando sus defensas, destrozaba las líneas que había puesto para intentar detener el avance de aquella abominación quebranta récords. Lo primera que había desaparecido era precisamente su marca reciente, el contador de niveles giraba enloquecido como un reloj regresando la cuenta atrás. Al final cuando únicamente le quedaba una línea apretó en un acto instintivo la palanca hacia arriba sintiendo el peso de toneladas que sorpresivamente aflojaron. Cesaron los temblores, tal vez todo había sido un sueño, el juego mostraba la pantalla de bienvenida una vez más y la sensación de ser poderoso, condenado a trepar hasta la montaña más alta para contemplar a los demás como un dios olímpico lo volvió a cubrir. Luego el derrumbe, la muerte bajo miles de rocas que nunca serían removidas y la vida arriba que seguía su curso, el doble de riesgo ocuparía su lugar siguiendo los mandamientos del poder dado que a este no le importa quién es el que sale a escena. Se mantiene por detrás del escenario cerrando acuerdos que le permitan subsistir a cuesta de miles de vida, enviando a sus títeres a realizar los trabajos difíciles pero matándolos luego cosa de que no se crean más de lo que son. Ahora la máquina refulge en la oscuridad, dándole la bienvenida al fantasma del anteriormente poderoso que busca en vano alcanzar la última pantalla y con ella la salida de ese laberinto.

FESTÍN

En la noche nos hemos dado un banquete con las cosechas almacenadas para tiempos difíciles y las sobras se han ido muro abajo para que las recojan aquellos que moran en las sombras, cuando venga la luz del amanecer los que plantan esos campos saldrán a alimentar nuestra hoguera futura. Sus lomos con el manual de los esclavos vueltos ciudadanos quedarán marcados y se arquearán como ciertas columnas que deben soportar demasiado peso, marcándose pero sin terminar de perder la estructura. Tal vez algún pedazo se desprenda pero han de resistir, su sacrificio es el que mantiene alimentado el fuego de la ignorancia frente al que danzan los nigromantes y los necrófagos ahí en las penumbras esperan que les sea entregado algo de lo que queda del enorme granero que sangra los frutos del prado verde. Allá a lo lejos los espinazos crujen, los engranajes del sistema siguen siendo aceitados con sangre de los paganos que pertenecen a otro credo y la camiseta propia es elevada en lo alto de los muros, la fiesta sigue por días y días hasta que ha llegado el momento del descanso. Después de tantos agasajos es necesaria una pausa, el recaudador flaco se ha instalado en una casita lo suficientemente cómoda y ahí prepara a los herederos que han de continuar con el legado de alimentarse de los otros. Estiran las garras sobre la mesa que está cada vez más vacía a excepción de la marioneta que ocupa la cabecera, los susurros de la oscuridad le cantan la canción que quiere oír aquel que ha permanecido tanto tiempo con el manto de la sombra enfriándole el alma. Vendida esta, si alguna vez la tuvo, sólo le queda levantar la copa que no contiene vino sino algo mucho más espeso y brindar con los espíritus desgraciados que se congratulan con este festín de vidas que han de ser apagadas de la peor forma posible. Quitando los sueños de a poco con tenazas invisibles, dejando que sigan acarreando el grano que les será entregado a las huestes ocupadas en custodiar la entrada al paraíso de las tinieblas. A veces algún afortunado cae por ahí pero luego de la primera puerta viene el escarmiento siendo regresado por las fuerzas del desorden al barro en el que vivía y multados los progenitores por no tomar los recaudos necesarios. Aumentados los tributos por obtener dos gotas más de aire, bastante viciado está el asunto de todas formas pero los mejores tratamientos sólo se aplican a aquellos que están en lo alto y entre el polvo del olvido lo recibido es mejor que nada. Las lágrimas no pueden apagar estos fuegos, ya nada cae de esos dos ojos que alguna vez vieron llanuras verdes y trenes rebosantes de alimentos rumbo al puerto desde el que se alimentaba al mundo. Ahora no es más que un montón de escombros con algunas torres lujosas que explotan la pobreza, cobrando por atracar las naves en los pocos espacios que quedan y atracándose con los precios extras. Detrás de esas cortinas de contaminación se encuentra el bastión en el que unos pocos chocan las copas, otros aduladores esperan puertas afuera bastante lejos de ese cuchillo que corta el pescado fresco obtenido con la carnada humana que de por sí es bastante fácil de conseguir. La basura al océano por darnos tanto sin pedir nada a cambio, es como escupirle el rostro a aquel que ha extendido la mano para permitirnos volver a estar de pie dejándolo con la sorpresa atravesando su mirada. Entonces el mar de no muertos continúa caminando por las calles recubiertas de la tierra que el viento levanta, en ocasiones una brizna de pasto que aún no se ha secado les corta el rostro. Ahí el último río sale a la luz, la marea que se resiste a quedarse quieta le hará frente a la noche eterna en la que los brujos ofrecen soluciones para tener encendido el fuego que prendieron y algunas almas se entregan para mantenerlo así. Brillará eclipsando a ese montón de rescoldos que han de ir enfriándose mientras las criaturas regresan a los agujeros de los que emergieron, pero será mejor no olvidar que aún se encuentran en esos pasadizos esperando la menor oportunidad para volver a salir. Ya la puerta de la mazmorra se ha cerrado y el ciego vigía ha vuelto a sus funciones, las que son bastante acorde a lo que realmente puede dar en tanto la venda permanezca sobre el tabique evitando reconocer lo que ocurre alrededor. Los rostros involucrados, la mano que se lleva a la túnica una manzana más sin alarmarse cuando alguno canta la falta de ella en el inventario de los bienes que han de repartirse entre los ciudadanos que esperan afuera. El mismo cuento de siempre.

 

Pódcast: https://anchor.fm/p-g-fiori.

Obras: amazon.com/author/pgfiori

Memorias de un vagabundo

Una resma de hojas comprada con los últimos billetes que le quedaban en el bolsillo, luego se haría a la mar en medio de esa jungla de edificios que no tenían nada parecido al océano excepto la sangre que se derramaba todos los días intentando parecer una sociedad civilizada. Pero estaba lejos de eso tanto como las lágrimas del creador cayendo sobre los rascacielos, para encontrar el concreto debajo y luego simplemente desaparecer. Aunque a veces se filtraban por una hendidura haciendo crecer un pequeño árbol que se elevaría al cielo, la leyenda urbana dice que un día ese monstruo verde eclipsará al edificio más alto marcando el final de los tiempos del ser humano. Pero por ahora esto parece lejano, la ciudad alberga los desechos de la humanidad en una inmensa pila de restos que ocupan cada hendija que se encuentra sin morador. Se produce para luego tirar volviendo a adquirir un nuevo boleto al paraíso, un pedazo de material que no logrará pasar la Estigia en el descenso hacia el otro lado. Pero de qué lado me hablan, si acá llegó el organismo salido de ese lago de agua salada para alzarse sobre los demás seres vivos en una especie de autoproclamación en divinidad, empezando por las pinturas en las cavernas hasta alcanzar su máxima expresión con la fotito de cada momento en el que se respira. Luego el silencio, los anónimos son cada vez menos, el resto parece excesivamente concentrado en un juego de espías e indignaciones. No hay nada peor que saber que al otro, contacto, le está yendo bien cuando la basura empieza a apoderarse de nuestra realidad. Así que el tipo que laburaba en la papelera no prestó atención a ese vagabundo que dilapidaba sus últimos ahorros en un montón de hojas vacías, a quién carajo le podían importar esas cosas en este momento de digitalización. Ni siquiera se percató de lo gastado de los billetes, el buen día se quedó sin llegar a buen puerto, luego el sonido del timbre en la puerta cuando el náufrago se alejó y ese fue todo el contacto humano que recibió. Lo demás serían mensajes virtuales sin señales de humo, aunque el incendio estaba ahí latente esperando que los homo sapiens le arrojaran un poco más de leña a los fines de poder comenzar a arder. Sería tarde cuando las sirenas comenzaran a sonar, la última esperanza de evitar el arrecife yacía huyendo calle abajo con un montón de papel inmaculado y una sonrisa semejante a una mueca. Él más que nadie comprendía el rumbo que sus hermanos habían tomado, así que simplemente se dedicaba a intentar dejar grabado en alguna parte un mensaje de despedida que en realidad era la marca de su existencia, escribo porque existo. Respiro en la profundidad de esos campos blancos, siempre nevados hasta que la tinta viene a derretirlos volviéndolos un bosque literario que se esparce rápidamente. Finalmente, en el acto de cierre ese verde prado se queda atrás en tanto encaramos la siguiente obra buscando ocupar las rajaduras que se extienden por todas partes de esta estructura decadente que recibe el nombre de sociedad. Parece ser que he llegado tarde nuevamente para quedarme afuera de la obra que ha de desarrollarse sin mí como protagonista, previa paga de los tributos necesarios a los fines de acceder a este universo monetario que nos deja un par de gotas de agua para sobrevivir. Lo necesario sumado a una resma que pierde su virginidad de a pedazos, lo que tardo en mancillar el blanco puro con estos brazos de metal forjados en un lugar remoto. -

Tuvo en un tiempo alguien que lo cuidaba, las imágenes eran ahora fugaces dado que los años se dedicaban a amontonar los recuerdos en una especie de biblioteca que carece de cuidador y un buen día la sala llena de luz se cubrió de tinieblas que danzaron sobre esos manuscritos que contenían viejas escenas. Una foto de la escuela, un paseo por la montaña, la espuma agitada por el viento en una orilla lejana, vida cubierta de grises y blancos, el negro mejor dejarlo para otro momento. Julio había sido docente en otra época que recordaba vagamente, es como si al momento de darle la baja atravesó un límite imaginario perdiendo la noción de cuántos días, meses, años, estuvo convertido en una especie de zombie que poco a poco se fue quedando solo. La humanidad abandonaba a sus viejos detrás de costumbres bien estudiadas, pobrecito el abuelo que ahora necesita cuidados especiales y seguro no un poco de la memoria de aquellos a los que crió. Pero eso ya era una estación de paso, él se había largado antes del amanecer llevando el viejo maletín junto a otra sobreviviente que aún tenía todos los dientes en su lugar. Ahí ya veía una ventaja de parte de la señora de verde, aparte de que sus brazos eran incansables en tanto alguien estuviera dispuesta a trabajar a la par de ella sin importar el lugar en el que se encontrara. Pidió un café en un bar llamado “El Averno” ahí cerca de un campo de fútbol, el cual resultó más agua que otra cosa pero peor era el líquido que lo recibía todas las mañanas durante más de un cuarto de siglo en la otrora estación escolar. Las teclas empezaron a emitir un sonido de lamento en la medida que la primera historia salió al escenario, luego simplemente se calentaron y los viejos reumas de metal se fueron alejando. La concurrencia de aquel lugar se componía de beodos, solitarios y náufragos de la urbe, así que pasó bastante desapercibido el tiempo que estuvo ahí creando la primera de esas viñetas en tanto el sol se iba dejando el cuarto sumido en una luz trémula. Tal vez por esas épocas lo único que tenía un tembleque era el último rayo del sol despidiéndose, aunque pronto las mañas se le fueron pegando y le costó más darle a la tecla. El paso de los vagones por las supuestamente interminables estaciones de la existencia, hasta que se produce el descarrilamiento y simplemente se es uno más en ese camino de olvido en tanto los rostros se desdibujan. Aunque las manos recordaban la manera en la que esa locomotora debía ser conducida, inmediatamente el teclado despedía una sinfonía que iniciaba allá a lo lejos en el pueblo del nacimiento. Entre los cardos y las aves despegando al atardecer, algún corte en el suministro eléctrico cualquier día que se les antojara  mientras el cardo hacía escapar a su simiente en una nave que se trasladaría al campo vecino. Justo ahí del límite entre Océano y Las Avutardas, habría de crecer en todo su esplendor con los colores de un atardecer ventoso pero también con la las espinas que simbolizan los rayos de la tormenta. Vuelta a los comienzos, a la época de quedarse jugando en la calle hasta entrada la noche sin más contacto que el de otro ser humano, carne y huesos, lágrimas, alguna eventual raspadura en las rodillas, tarde de potrero pero también de rayuelas. Alguno se ha olvidado la piedra en el quinto casillero, tal vez encontró una manera más fácil de llegar al cielo y escapó con el secreto bajo el brazo, igual que la pelota desinflada que marcó el final del partido.-

Allá a lo lejos, en medio del campo de Las Avutardas hay una antigua casa abandonada y sujeta a la mano inclemente de los elementos. Se puede observar su fachada desde el actual camino asfaltado que atraviesa lo que antes eran campos de pastoreo, varios kilómetros después yace la herrería dejada a su suerte. Los hierros que formaron la estructura de los galpones cerealeros surgieron del corazón de la fragua, ocurrió lo mismo con las vías del tren que ya no viene más y con la estación convertida ahora en centro de información turística. Pero regresando a la casa de la cual sólo quedan tres paredes, había una bomba de agua en el fondo por medio de la cual accedíamos al  tesoro oculto en las entrañas de la tierra, es cierto que no se trataba únicamente de agua sino que en varias ocasiones cuando se asentaban las partículas de arena podíamos observar pequeños restos de caracoles de la época en la que esos enormes lagartos poblaban éste mundo. Incluso imaginábamos que en las cáscaras que yacían en el fondo del balde de metal se podían distinguir las formas de algunos de esos dinosaurios, como si la naturaleza en un intento desesperado hubiera transmitido ese mensaje para luego llamarse a silencio. Eso hasta que la nube de polvo se asentó, entonces le extendió la mano al sol y este se la besó luego de la larga noche de la reconstrucción, al fin un brote, luego otro, el verde se esparció por el mundo encontrando un límite en el océano. Pero por debajo también hay vida, en las profundidades del agua las corrientes emulan al viento haciendo que la vegetación se balancee y de esa manera no extrañe la época en la que se encontraba bajo el ardiente cielo. De un golpe volvemos al momento de la victoria, el agua fría nos reconforta igual que el pecho materno y sentimos una sensación de liberación. La tierra nos deja beber de sus entrañas, nadie excepto una madre hace eso por cualquiera de los que estamos aquí y es por ello que necesariamente siempre hay un vínculo con todas esas sensaciones. La memoria puede empezar a fallar, pero el afecto recibido perdura como un rescoldo ardiendo en medio de un aguacero, a esto no le puedo sacar una foto así que lo único que queda será describirlo de la mejor manera posible. Las rocas que el mar arroja cada tanto en uno de sus ataques de ira son viejos carbones que finalmente se apagaron, dejando una huella que se deshace de a poco pero también marca una lección: alguna vez fuimos las brasas, el fuego y el calor en medio de la agitación. Luego pasamos a la etapa de la serenidad, las partidas en todas direcciones como chispas que surgen de una fogata cuando aceleramos el proceso de ignición con un secador de pelo abandonado por alguno al que el cabello le dijo adiós, igual a las semillas de esa planta perdida en el corazón verde. La casa quedó en silencio, los dos viejos dormían desde varios años atrás en un lugar cercano un par de curvas más adelante. Pero la entrada al santuario acuático sigue intacta, pude usarla una vez más cuando aún tenía gente que se preocupaba por uno y encender un cigarrillo en tanto mis nietos disfrutaban de ese brebaje, luego vino la inquisición bajo la forma de una nuera iniciando el viaje de regreso. Ahí me di cuenta que era necesario huir de ese mundo de limitaciones, usando la imaginación a cuenta de la cordura dado que aquí son todos normales, buenos ciudadanos y que se demuestre lo contrario.-

Llevaba pocas cosas consigo, una pipa que heredó de su tío, el tabaco comprado antaño aunque siempre sabía a nuevo, la máquina y un despertador al que generalmente le encontraba las baterías arrojadas en los tachos de basura. Una pila de libros le servía de almohada, aparte de cubrirse con ellos en las noches de invierno rogando que el fuego encendido con la basura que se arrojaba de la civilización no se apagara. Un café pagado con las monedas juntadas en uno y otro lugar, la lluvia podía pasar si había un puente o un alero cercano que permitiera ver el espectáculo hídrico. Los ciudadanos que aún podían pagar las rentas del omnipresente mandamás, corrían intentando eludir sin éxito las balas de agua que caían impiadosas. Luego todo quedaba rejuvenecido, excepto la miseria de los de abajo muchas veces barrida por la correntada para que se tornara un poco menos que antes. Ahí dejaba la chimenea portátil, ocupando el tambor vacío al que previamente había inclinado para poder desalojar al agua, una pila de esas obras encontradas le servía de silla e iniciaba la continuación de la obra inconclusa. Marcaba las hojas con la fuerza que le quedaba, las líneas de tinta se llevaban el resto de esa energía aunque no tenía noción de ello, una tecla a la vez se drenaba la fuerza en un intento desmedido de dejar las huellas en alguna parte. Es que se llega a la edad de pasar desapercibido, en otras épocas sería una mera carga así que mejor seguir adelante, los demás estarían ocupados en resolver el rompecabezas y repartir las sobras con una presunción de fallecimiento. Poco le importaba su condición fiscal, firmar certificados de supervivencia era una tarea intrascendente, lo único realmente importante era invertir su capital más preciado en escribir. La existencia se justifica en las letras, en cualquier forma de arte aunque nadie esté viendo el esfuerzo o simplemente se detenga a criticar la labor que implica dedicarse únicamente a crear. El sol brillaba al otro lado del puente, en las horas de mayor calor se sacaba el sobretodo para ponerse a leer obras de artistas olvidados y pulir un poco más el lenguaje. Las horas pasaban, los sueños del mundo exterior se atascaban en rutinas de trabajo, en colas interminables para conseguir un sánguche y en la ira contenida cuando al llegar a la línea de cajas ya se pasó el horario para obtener el suministro de alcohol. Pero a él eso no le importaba en lo absoluto, podía conseguir algo de comida entre los despojos de la rotisería abarrotada de clientela pero también de otras visitas. Ratas y cucarachas proliferaban más allá de la avenida principal, un mundo viviente se escurría por debajo del asfalto usando las alcantarillas como un subte a todas partes, si se conseguían evitar las trampas rústicas o el gas asesino. De la misma manera los seres sin techo sobrevivían, siendo corridos de todos los lugares públicos como si fueran alimañas para terminar en los loqueros disfrazados de asistencia social. Los censos no los reflejaban, estaban en una especie de dimensión paralela en la que todavía se leía y se creaban lenguajes inentendibles para los normales. Oía muchas veces hablar dormido a su vecino inmediato, un tipo de la calle que no recordaba nada excepto el día en el que vivía para luego olvidar en la siguiente mañana. Los gatos también moraban por ahí, tal vez por eso las ratas se mantenían lejos aunque las cucarachas llegaban planeando hasta la cubierta del único libro intacto. Las andanzas de un caballero español devenido en paria, el mismo destino que vivía el escritor que cada tanto trataba de conseguir un precioso botín a costa de varios improperios. Pedazos de pan duro, restos de la pasta en una bandeja de plástico, la verdura que aún estaba verde y algún pedazo de carne con hueso que terminaba en poder de los felinos. En la otra punta estaban los vagabundos de la raza canina, el viejo les daba de beber el agua cortando bidones abandonados en los fondos de los supermercados y usando la fuente ilimitada de una canilla de plaza. De esa forma todos ellos saciaban la sed interminable, a cuesta de los palos de la seguridad representada por las fuerzas del orden que escondía a los golpes las privaciones de muchos. Incluso así seguía escribiendo, las historias que volvían de repente al amanecer y era necesario dejar el sueño para abocarse a ello.-

Recordaba el primer día de clase, los rostros de sus compañeros estaban borrados en esa historia, lo que le quedaba era una sensación de frustración producto del resultado de esa jornada. Un intento de dibujar círculos que culminaba con la hoja perforada, los demás lo veían raro ya en ese tiempo. Es como que los otros justifican su existencia en el espejo en el que se ven, intentando evitar el hundimiento a toda costa para detenerse bajo la luz del sol a contemplar como al que quedó atrás se le cae con todo el peso del sistema. A mediados de ese año sería calificado por debajo de la media, no había un gráfico que demostrara esto pero su padre se hizo a la idea de que no pasaría el primer año. Una mancha inaceptable, incluso podía percibir el gris que se le había puesto el guardapolvos contrastando con el blanco de sus compañeros que miraban hacia adelante con un atisbo de triunfo y soberbia. En esas horas de angustia aparecería una solución, en tanto el padre hablaba con la directora la madre se ponía en contacto con una joven docente que se ocupaba de los niños de ocho y nueve años. Tomó al pequeño bajo su tutela por encargo de los padres, para que la nave con nuevo timonel evitara el arrecife y comenzara la aventura. Las páginas de esas viejas novelas se iban abriendo rápido, las letras recubrían ciertos campos amarillos y la imaginación reinaba en lugar de los fracasos. En los años siguientes fue su maestra de grado, incluso al final de la primaria le sugirió que se dedicara a escribir aunque Julio en ese tiempo no tenía una idea concreta de lo qué las palabras pueden lograr. Al final de cuentas no las valoraba tanto en ese momento, así que debieron pasar décadas antes de que finalmente se decidiera a pulir el método para sí mismo y ya no por encargo de otros. Atravesó por entre las tormentas de los siguientes años, viendo naufragios lingüísticos y a la prepotencia reemplazando lo que en otras épocas eran valores. Ahora a los vivos sólo les quedaba el acto de enterrar a sus muertos, todas las demás responsabilidades se reducían a encerrarlos en depósitos de personas bajo el eufemismo de asilos. Sin embargo el auxilio que requerían tanto él como los demás era a los fines de que sus pares no los olvidaran, aunque nadie oía ese llamado. Al menos nadie excepto los perros, que se mantenían cerca incluso en las épocas de las tormentas cuando otros abandonaban el barco corriendo temerosos aunque no sirviera de nada. No hay manera de protegerse de aquello que viene desde el agua o el cielo, la tierra no era un lugar seguro antes y mucho menos ahora luego del abandono al que se somete a los que la trabajaron.- 

Debajo del puente corría el río de un negro espeso, poca vida quedaba en su interior otrora lleno de la misma, ahora vuelto un montón de agua que se alejaba rumbo al mar a llevarle el veneno que en la ciudad producían. Aún algunos pibes dejaban correr las barcas de papel que terminaban hundiéndose en medio del turbio espejo en el que la humanidad no se miraba, escondidos los pecados de generaciones de arrojar desechos a cualquier parte con la esperanza de que la correntada los haga desaparecer. Pero el monstruo seguía esperando en lo profundo el día en el que vendrá a cobrarse tantas ofensas juntas, metiéndose por cada grieta en la que la estupidez del hombre ha dejado abierta las venas de la tierra y volviéndola una tumba definitiva. Hasta entonces solamente era el agua que corría hasta la siguiente parada, un océano lleno de desperdicios pero que todavía mantenía a sus moradores originales encerrados a la espera de que el hierro se volviera costra. La costra una cáscara que se desprende y las bestias entonces liberadas para poder cumplir con la venganza de la más antigua fuente de vida. Cada barco de papel lleva un mensaje esperanzador con el fin de retrasar ese día final, incluso los más fervientes creyentes evitan enterrar a sus muertos con las uñas largas. Los de la calle, Julio entre ellos, tienen esta costumbre bien arraigada pese a la poca simpatía que las señoras con enorme poder adquisitivo le tienen, ellos se cortan las pezuñas cosa de no darle impulso a todo este asunto oscuro. El resto que haga lo que quiera, de todas formas esto ya es inevitable y en algún momento vendrá el enorme barco cargando todos los errores, horrores y pecados que nos serán arrojados encima. Luego el silencio absoluto, ni siquiera el viento soplará sobre la tierra finalmente en calma, así que mejor aprovechar el instante de contemplación y quedarse con la idea de que las barcas llegarán a destino demorando la conclusión. Ya el sol empieza a largar sus sombras ahí en donde los rayos no llegan, es la hora de los seres del atardecer que preceden a la misteriosa oscuridad. Cuando la gente del mundo exterior piensa que es la hora de irse a dormir, los que viven alejados de la comodidad de esas torres empiezan a danzar en las penumbras. En las calles menos iluminadas se arma el enorme colectivo de almas que buscan algo con que calmar el hambre, las bolsas negras equivalen al oro negro o a un momento de calor cuando su contenido es volcado en los barriles de metal, en los que se genera el fuego purificador. A veces las fuerzas del orden salen a evitar éste tipo de manifestaciones, tributo a Prometeo, invocando el auxilio de los carros hilarantes aunque es tanta la basura que se usa de carbón que a la larga ellos también regresan a lo seguro de sus fortificaciones. Entonces como hormigas retornan los dueños de esos lugares, los únicos que realmente tienen algo que les es propio y conservan en tanto las demás son ovejas de corral. La libertad atada a meros tributos no es más que una fantasía, pero aquí en las calles ella ocupa el único altar existente en las manos de cada una de esas almas.-

En bicicleta, por el camino de tosca rumbo a la secundaria, el alba aún no llegaba así que mejor darse prisa no sea cosa que por llegar tarde terminara con alguna sanción que venía en forma de escarmiento. Las demás personas allí reunidas contemplaban el castigo en espera de poder pasar al salón más acogedor, pero eso era una mera ilusión dado que las siguientes horas se exprimían los cerebros hasta hacerlos reventar. Entre sus pertenencias llevaba un viejo diccionario envuelto en una bolsa de tela, el que al parecer de la profesora de lengua estaba demasiado descuidado y cubierto de polvo. Ella no podía entender que para llegar hasta la institución era necesario atravesar unos quince kilómetros de lunes a viernes, evitando varios peligros entre los que se encontraban los pozos escondidos por las sombras que en más de una ocasión dieron por tierra con el biciclenauta. El traje de presidiario quedaba todo manchado aparte de las rodillas marcadas y esto podía dificultar el resto de las tareas, pero con el paso de los años el pequeño piloto lograría simplemente ser un nombre más en una planilla más fría que las madrugadas de invierno en la que los campos se veían blancos y las sanguinarias avutardas se refugiaban a la espera del sol de las nueve de la mañana. Entonces se dedicaban a reclamar el aire así como el suelo que les pertenecía, expulsando a las demás aves que no integraban su estatus. Ello hasta la llegada de las golondrinas, ahí a las aves locales no les quedaba más remedio que ceder su lugar en el alambre y resignarse esperando que el otoño les devuelva el privilegio perdido. En tanto el año calendario seguía su curso, las pruebas, trabajos y exámenes sorpresa se acumulaban tornando tediosa la existencia de quienes lo sufrían. Sería una utopía concebir a un sistema inspirado en una fábrica que deje de ser una mera línea de ensamblado, con divisiones conforma a la etapa de desarrollo del producto y guardia cárceles que cuidaban recelosos las funciones asignadas. Cada uno de ellos había pasado por la fusta del procedimiento de adoctrinamiento en el que las opiniones diferentes eran signo de estigma, mejor que no pensaran demasiado no sea cosa que se les ocurra quitarles su posición. A soportar las pesadas cargas ahora, mañana y siempre, nada de andar quejándose o enseguida vendría la reprimenda, educando para el conformismo de tener un cacho de tierra pero sabiendo que el señor feudal entrena a otros que habrán de sucederlo bajo la forma de una elección obligatoria. Debidamente arreglado el resultado entre los dos más poderosos, igual a una lista de honor que apestaba a reconocer los éxitos de pocos y el fracaso del resto. Delgada línea entre estar dentro o ser de afuera, ahí no existía distinción alguna entre el origen de una persona, simplemente se trataba de una reducción de promedios. Los demás se encontraban fuera del sitio de privilegios, cruel enfermedad de saberse en el ranking para luego caer en las fauces del infierno y del olvido llamado diciembre.-

En su tiempo docente no olvidaría esto, simplemente tendría la mirada del alumno sobreviviente que no aprendía la lección que pretendieron inculcarle y mucho menos repetiría los hábitos. Sin embargo al panóptico omnipresente le interesaba mantener el orden de las cosas, con lo cual atosigaba a los docentes con planillas, notas semanales, informes, reuniones sorpresa, inspecciones, más planillas, interrupciones reiteradas y todo en pos de lograr que la cabeza del curso estuviera debidamente controlada. Luego vino el cambio de frente, se redujeron los manuales de orientación para los dicentes y se les siguió exigiendo a los docentes de la misma manera de antes. Antes el punto era controlar a la manada que llegaba con una absoluta carencia de conocimiento, ahora se reducía a reconocer que efectivamente venían con cultura debajo del brazo y por lo tanto el profesor no estaba en condiciones de imponerles nada. Pero por las dudas dejaron las viejas grillas de posicionamiento disfrazadas de notas, que no eran más que una forma de control para que nada cambiara. Nada permitía filtrar el caudal de tareas que directa o indirectamente alguien que recorriera un aula tenía que cumplir, mayor cantidad de trabajo a cambio de la misma suma. Por su parte los defensores de este tipo de labores llenaban sus arcas con la perpetuidad al mando del gremio en cuestión, llevando reclamos y discursos trillados en las manifestaciones que únicamente marcaban la intención de no laburar de parte de algunos. El resto que siguiera soportando el peso como las columnas de una enorme casa en cuyo comedor cabían pocos, pero la horda iba detrás apuntalando el poder con un lenguaje bien aprendido y permisos para no asistir a sus lugares de trabajo con el certificado expedido por algún conocido. En tanto el ya no tan joven maestro se ocupaba de resolver la falta de material de sus oyentes, aunque en algunos casos simplemente estaban ahí porque era el único lugar con un techo y un poco de calor. El tiempo tornaría esto en algo crónico, repetido hasta que se gastó tanto como la hoja del anteriormente alumno el primer día de clase, una suerte de enfermedad que estaba hasta los huesos del cuerpo social. A nadie le interesaba que esto cambiara, era mejor dejarlo todo como estaba y convencerlos de que ante todo poseían derechos que debían ejercer cada dos años. Luego podrían regresar a sus vidas, nóminas de esclavos sin cadenas que vagaban hasta donde la soga los dejaba como un perro en un corredero al que la cadena le aprieta sin asfixiarlo. Alguien tiene que cuidar el castillo de posibles intrusos y tributar al mismo tiempo, los únicos exentos de esto son los que lo han perdido todo para sólo conservar la habilitación electoral.-

Conoció en la adolescencia a quien sería una especie de mentora, aunque de manera involuntaria pensaría ya más grande, meramente era una profesora de informática con una enorme fascinación por un equipo del fútbol apodado como Los Gauchos. Aunque sus detractores que lucían otros colores alternaban la primera y segunda vocal para desprestigiar las gloriosas hazañas de esa escuadra, en una conducta que se repetía con otros componentes en gran parte de la civilización platense. Pues bien, Zulma era una especie de navegante en ese mundo imaginario que es el ciberespacio aunque el término no se le podía aplicar en aquella época. Ella sería la que abriría la puerta del caos, la ventana hacia un montón de datos que se almacenaban en inmensos discos que no tenían fin alguno. Simplemente con unos cuantos años de clase lo hizo amar hasta el olvido aquella forma de expresión, saltando entre mazmorras y caracteres que generaban una respuesta en el cursor siempre titilante de la pantalla naranja. Luego llegaron versiones mejoradas, nuevos sistemas operativos que permitieron un mejor trabajo sobre todo para los que buscaban volcar ideas bajo la forma de textos. Al final ella se fue de la escuela dejándole un recuerdo imborrable, había aprendido mucho en ese corto tiempo y el resto sería una cuestión de probar. Prueba y error, no alcanzar el resultado deseado se traduce en volver a probar de otra manera, hasta que se llega al objetivo deseado. Sus manos iniciaron el recorrido de ese teclado cuyos resortes lucían nuevos, luego el tiempo los fue endureciendo llegando a la necesidad de cambiar incluso el ratón. El viejo diccionario fue reemplazado por versiones en línea, aunque esto es algo que no logró que otros alcanzaran por estar inmersos en conductas y  épocas diferentes. Los últimos años de su carrera recordaría los cambios que se habían suscitado de manera rápida, cuestiones que antes tardaban décadas ahora se producían en un instante. De pronto sus nietos tenían al alcance bibliotecas enteras aunque preferían ir por otros caminos, desde luego que esto no se notaba al principio aunque también la pantalla servía para entretenerlos. Tarde notó que esto se volvía un estándar, los últimos estudiantes lo veían como un resabio del pasado al que pronto olvidarían. Dado que estaba en los primeros años de la secundaria, al llegar al ahora sexto y último año, simplemente no recordaban su rostro así que la jubilación sirvió para ponerle un final a esto. Aunque enseguida notaría que se encontraba fuera del mundo, por poseer demasiados años y ninguna utilidad.- 

Los golpes se coordinaban sobre el encadenado, habían usado hierro del catorce a los fines de que no se viniera abajo fácilmente aunque al viejo Marco le pareció una exageración haber tomado semejantes precauciones. Tampoco le resultaba agradable ver como esa parte del pasado se deshacía con los mazazos que propinaban sus dos hijos a la antigua construcción, las escaleras que debió sortear a los fines de encontrar a su hermano inerte se deshicieron ante sus ojos aquella última mañana. Apenas quedaba algo reconocible del hogar de sus padres, un pequeño cuarto que servía de depósito era la única parte aún en pie aunque ya las venas de la destrucción se extendían hacia esa parte también. Ahí tomó la maza de cinco kilos dándole el golpe de gracia a la estructura que se derrumbó plegándose sobre sí misma como un libro que se cierra finalmente, incluso ya tenía los tonos amarillos de las obras viejas. Así las cuatro paredes se redujeron a cascotes, ya nada quedaba excepto los recuerdos y ese murciélago que voló buscando refugio en medio del mediodía de una jornada veraniega en la que finalmente los dos laburantes se fueron al mar. Ahí calmaron la sed de la piel con el agua del océano para luego quedarse almorzando en un viejo balneario que les sirvió de refugio, incluso ahora podía sentir el calor del sol sobre la piel y el brillo cegador en los ojos. La arena y la sal se secaban producto de esa luz inmensa, permitiéndole apreciar una especie de espejismos cada vez que miraba hacia el oeste hasta que el globo se ocultó en el mar. O al menos es lo que quiso que creyeran aquellos mortales que se desplazaban ante sus ojos, pidiendo su presencia en el invierno pero maldiciéndolo durante el estío. Las contradicciones de la humanidad, tirar abajo la cuna en la que crecieron para luego lamentarse frente a los escombros e intentar recuperar lo que ya no está. Los médanos siguen ahí, tal vez los habitantes que fueron sus amigos y compañeros en los primeros tiempos tengan un poco más de soga cuando finalmente venga el avance definitivo de las aguas. Por ello los pobladores más longevos llaman al lugar por su nombre original, incluso las lápidas muestran esto en el sector más antiguo del cementerio que se encuentra a unos pasos de Las Avutardas y en el que pese a las diferencias se han hermanado un montón de historias. Ahí el viento susurra sobre los pinos, cuando una aguja finalmente cae al suelo le cuenta una historia nueva a la flor joven del cardo que todavía ignora que igual que el ser de la noche ha de irse lejos a buscar un hogar nuevo.-

La ciudad era inmensa, una metrópolis que había secado todos los ríos y lagos para poder asentar sus cimientos continuando expandiéndose hasta donde la vista se perdía. Enormes edificios se alzaban como los pilares de una obra infinita, culto al ego de los hombres que debía ser admirado incluso por los dioses que ahora habían sido sustituidos por imágenes de la carne humana exhibiendo cada momento personal. Las tormentas podían apreciarse desde los enormes cristales de los pisos más altos, era como tocar los dedos de aquella divinidad escondida detrás de un montón de efectos climáticos. Viento, truenos, relámpagos, destellos y temblores, todo por un precio accesible a cualquier bolsillo que pudiera pagarlo e incluso frecuentado por quienes buscaban una experiencia más allá de los alucinógenos que la mayoría podía conseguir. Todos los miércoles se organizaban enormes procesiones hacia la torre mayor, desde la cual podían apreciarse estos fenómenos como lo último de lo último en entretenimiento para los ciudadanos de aquella urbe. Para los habitantes de los barrios marginales apenas se apreciaba la luz roja en lo alto de la mayor de aquellas atalayas, el resto no eran más que rumores acerca de lo que realmente existía en la cima. Algunos escritores surgidos de esas ruinas humanas diseñaron historietas sobre la presencia de una cofradía de héroes que en último momento salvarían a los humanos, las que fueron empleadas por el titiritero siempre presente a los fines de generar sentimientos nacionalistas. El uso de símbolos patrios, estrellas y escudos se adaptó a aquellos guiones, tornando a esos personajes de las afueras de la sociedad en emblemas que serían seguidos por millones. Viajero del éter que combatía contra los lobos del hombre, uniendo a las masas a los fines de alcanzar un objetivo común, mentes adoctrinadas por la imagen del bizarro que atraviesa los campos infectados de conflictos y sale victorioso, enarbolando la bandera del todopoderoso Estado que sólo exige sacrificios alcanzables. Los creadores de héroes se mudaron a casas suntuosas, alejados de la contaminación que había en las afueras producto de las sobras que los del centro arrojaban sobre la periferia. Desde allí volvieron a ese personaje marginal en un ser que negociaba la paz mediante sutiles aprietes a cambio de unos cuantos créditos, justificando el proceder de la clase de muy arriba que se llenaba los bolsillos no sólo con contemplaciones de tormentas sino con monedas que se obtenían de cualquier manera. Debían seguir al personaje, fuera cual fuera la dirección que éste tomara o fenecer en el olvido, siendo escupidos por la cadena propagandista por no cantar el himno de la sumisión en el momento conveniente. Hasta las oficinas del gobierno estaban impregnadas con esta idea, mostrando una enorme imagen de aquel ser al que se seguiría a cualquier precio o mejor aún, por la debida cantidad hasta lograr la unión de todos los pensamientos en sólo un propósito. Nada de libre albedrío, la objeción de conciencia implicaba tener a la misma atada a las líneas argumentales que se distribuían en cadena con el héroe de fondo y el recuerdo de que los días más felices nos fueron asignados por un poder superior. El resto se callaba la boca en tanto le tiraran algún hueso, marchando detrás de un montón de criminales sin que importaran realmente los delitos cometidos. Sólo el triunfo del plan sistemático sobre los deseos de sectores menores a los que compraron con el tiempo, en tanto los adoradores buscaban a los desviados en esas oficinas rellenas de historias que poco importaban.-    

Al principio se ubicó en una de las pequeñas habitaciones de un vetusto edificio, parecía que una enorme paleta de colores se había caído desde el cielo e impregnado esas paredes con diversos tonos. Amarillo, naranja, verde, rojo e incluso rosa sobre las chapas dobladas como consecuencia de los elementos, los pasillos eran una mezcla de oscuridad y humedad. En las penumbras podían apreciarse una serie de vapores que se escapaban de cada uno de esos hogares, generando la sensación de que los antiguos moradores aún vagaban por esos lugares. En las tardes calurosas se mezclaban todos los aromas posibles, originando una densa niebla que no era más que vapor condensado entre los pisos de aquel lugar y haciendo difícil la respiración. El humo de los cigarrillos negros iba acompañado del tango, los mates y candombes rioplatenses, aparte de la mezcla de términos al juntarse tanos y gallegos. En esa época Julio vivía allí, los fondos que colectaba al trabajar en un laboratorio de edición de películas le permitían sostener sus necesidades básicas, eran las épocas de la censura previa a toda la digitalización que hizo caer las barreras permitiendo que circulara cualquier material posible. En su ámbito de trabajo lo habían etiquetado de raro, en el sentido moderno que se le asigna a la palabra bizarro, menos de una semana de estar viendo negativos y ya el solo hecho de haber definido las películas de la diva del momento como una porquería le hicieron ganar el mote. Incluso cargaría con alguna que otra culpa cuando alguno de sus compañeros de laburo le mostraría las nuevas filmaciones que estaban por ser cortadas, estrenando ciertos equipos que generaban un mejor sonido y escuchándose los gemidos hasta en la parte trasera del edificio. Su jefe se encontraba en ese momento observándolos desde las penumbras, el otro fue más ligero y se largó a tiempo para evitar la reprimenda. Julio simplemente se dedicó a escucharla mientras la filmación seguía en un bodrio de repetición del argumento y culminaba con un montón de equinos huyendo de una tormenta, ya para ese entonces la tempestad había pasado. Entonces regresó a sus labores sintiendo como alguno de sus vecinos más próximos le dirigían ciertas bromas, a la larga sería olvidado el incidente aunque no sin antes propinarle un par de magullones a uno de ellos. Luego ya nadie se metería en su vida, desde ese instante pasaría desapercibido hasta que en algún momento desapareció sin dejar rastro alguno. Excepto por los pedazos de películas cortadas, las notas garabateadas en hojas de un bloc húmedo y unos cuantos lápices que tenían la punta muy cerca del final del recorrido. Aunque mientras estuvo por ahí, un par de décadas apenas, se dedicó a cortar las partes feas de las filmaciones como quien mantiene un árbol con las ramas más altas pero le quita las inferiores para que crezca con fuerza. Se descubrió entrando en los treinta sabiendo que el cuento de los veintitantos era ya una mera ilusión, aunque lo que realmente le empezó a hacer ruido fue el nacimiento de su primera sobrina. Dos dedos pequeños que apretaban una mano gigante como la de su hermano, luego los gritos sosegados por un abrazo caluroso y los pequeños labios buscando el pezón, baluarte último de la energía con la que el nuevo sol abrirá sus ojos para iluminar las sombras de los que se encontraban en esa habitación.-  

Pero pronto el hermano partiría con la motocicleta y la familia en la parte trasera, cruzando hacia las tierras charrúas para perderse rumbo a lo profundo de las tierras de color preto, en las que ya no se hablaba la misma lengua materna con variantes. Un cambio completo de cultura sintiendo sin embargo que se es extranjero, aunque no esté el reproche visible se ve en ciertas costumbres arraigadas aquí y allá. Uno no es más que el pajuerano que ha venido de alguna parte más al sur, encima con otros condimentos culturales que vienen a darle más color al asunto y volverlo un tema que siempre se encuentra a flor de piel. Aunque al viajero eso no le importaba demasiado, en menos de dos meses se encontraba laburando y echando raíces como habían hecho sus abuelos, tratando de alejarse de los hábitos mal aprendidos en “la America dei pappagalli” para fundirse un poco cada día con esos extraños. El apellido fue lo último que sobrevivió, hasta ser reemplazado por uno de origen luso y mimetizarse con el resto de la población aunque la sangre siempre termine bombeando el molino que alimenta las pasiones. Por ello a la larga ha de salir a la luz el pasado, los de acá ven a los de allá con cierta desconfianza y lo miden desde ese lado. El de agitar un pañuelo con los colores amados, sin importar que los insultos le sean propinados a alguno que podría ser familiar lejano o simplemente un amigo al que no se ve hace mucho, pero todo vale con tal de marcar las diferencias. No son estas puentes que han de unirnos lamentablemente, más bien sirven para  justificar las barbaridades diarias en una especie de fundamentalismo crónico que no se termina nunca. Esos que se han quedado despotrican contra los que se volvieron, sin ver más allá de sus propias limitaciones a la hora de percatarse de que no son sino una parte de lo mismo, pero por si acaso mejor diferenciarse. Ninguno es autóctono, tal vez para encontrarlo deberíamos irnos hacia el pasado, muy atrás hasta los barcos que arrojaban a los marginados de ese satélite al que todavía vemos y tomamos como ejemplo, aunque muchas veces nos percatamos de ciertas deficiencias que no son tapa de ninguna revista. Varios siglos más adelante se seguirán adorando a esos falsos ídolos o tal vez no, pero el ego siempre tendrá un lugar reservado para desterrar todo aquello que no sea bonito y lujoso. Desde el que está abajo hasta la cumbre, el dedo señala a los inadaptados y se ríe de ellos en tanto toma decisiones, él que puede, a los fines de mantenerlos sometidos. Y para ello no hay mejor fuerza de choque que aquel del mismo lodo, el que por unos cobres es capaz de arrancar el alma convencido de que esto es posible. Del sudoeste y del noreste, la posición geográfica no es la única diferencia pese a todos los hechos que nos unen en cierta forma. Tanto como la vieja moto capitaneada por una desconocida, un híbrido que trae recuerdos de otros tiempos y que en este punto ha regresado a encontrarse con un tío viejo.-

Pódcast: https://anchor.fm/p-g-fiori.

Obras: amazon.com/author/pgfiori


Tiempo: Desde Plaza Galo

No todo está en el museo, como ya se habrán dado cuenta, lo mejor es recorrer el terreno y para eso necesitaremos el último invento de la tecnología. Algo que en estos tiempos se puede conseguir con la misma facilidad que un perdón por anticipado, me la mando seguro pero tengo la garantía por si acaso. Para ello contaremos con la ayuda del versátil maquinista repara vehículos averiados, léase el bicicletero del lugar, el que religiosamente trabaja desde las 16:00 hs. hasta que la noche ha entrado a su taller. Él es el encargado de acudir al auxilio de los niños en apuros a los que se les salió la cadena por esquivar el ataque bravío de un can de esos que llenan las calles, del pequeño que estrenó su regalo de cumpleaños con una pinchadura o el baqueano que dejó su caballo hace rato sustituyéndolo por las dos ruedas, aunque el equino no se desinflaba nunca. Cuando se hace un rato en sus labores deja la pista de juegos debidamente apisonada, no hay nada peor que una caída producto de una tosca que salió de su reducto para provocar esa clase de siniestros. De esa forma se evita la ira en formato de madre, todo lisito y que los topos se busquen otro túnel de salida. Los días de sol se dedica a su otra pasión, empieza con un poco de fuerza sobre los bordes de la lata y culmina con una nueva obra magistral. El marco es el adecuado, pronto la pintura del cuadro rejuvenecido se secará y habrá que montar la creación sobre el escenario preparado a tal efecto. Las ruedas besan el suelo agradeciendo el regreso a casa, eso de volar por los aires únicamente es bueno cuando el piloto está al mando. Miran siempre con desconfianza al personal de mantenimiento, será porque sus manos callosas les recuerdan al roce del camino y la lluvia pétrea que suelen recibir de ese envidioso, que está siempre en el mismo lugar. Los caminos viven de las historias de aquellos que los surcan, pero son incapaces de crear las propias. Pues bien, esta tarde le daré la razón al caballo de batalla que he adquirido y me lanzaré más allá de los límites del pueblo, siguiendo la vía pero sabiendo que en algún punto el trazado del camino es mío en su totalidad. Mi destino se ubica a unos cinco kilómetros hacia el sudeste de la villa, es fácil llegar allí a través de la ruta balnearia pero dado que decidí hurgar en los alrededores me he ido en bicicleta. Tomé el viejo camino vecinal que durante tanto tiempo sirvió para unir las localidades, se encontraba en buenas condiciones dada la falta de lluvia y el hecho de la labor de mi vecino. Me ha contado que para emparejar el camino hacen falta dos cosas, mates con suficiente azúcar dado que para amarguras están otras cosas y la interminable radio, afuera manda el motor del monstruo alisador de piedras salvajes y cicatrices producto de lluvias impertinentes. Pero adentro son los dominios de la ruidosa frecuencia que emite descargas, en su lengua le está diciendo al monstruo que hasta ahí manda él. El sol se encontraba pegándole a la ventana del comedor cuando inicié mi peregrinación, ataviado con una campera liviana, la mochila y una fusta construida con una de las cañas que afloran detrás de casa. El último adminículo cumplía la función de disuadir a las patrullas caninas que tomaban la costumbre de los asalta caminos, persiguiendo un largo rato a los indefensos transeúntes. Dejé atrás el puesto de vigilancia emplazado a dos kilómetros del pueblo, tomando por la pendiente que me llevó atravesando el campo como si se tratara de una arteria de tierra. La vegetación de cardos le lanzaba sus mensajeros al cielo, irían lejos a llevar un anuncio de perpetuidad, flor violeta de las pampas que mejor no llevo en el ojal. Las cortaderas son parte del paisaje en una clara disputa con las totoras por el dominio de la zona más baja, aunque incluso las he visto a ambas reclamar más y más de los terrenos en una especie de codicia vegetal. Por las noches se susurran mensajes en una lengua verde indescifrable, al amanecer empieza la trifulca dado que el junco violó el pacto de paz y todo ha quedado pasado por agua. La pelea no parece tener fin salvo en las épocas de sequía, ahí las hostilidades cesan dado que el humor no es el mejor para ponerse a discutir por algo que no se tiene. Incluso las dos contendientes economizan lágrimas ante la caída de un compañero de cofradía, no sea cosa que terminen dándole a la otra agua de beber producto de ese acto plagado de sentimentalismo. Recorrí el camino sin prisa, pensaba pasar la noche en la única hostería del lugar así que no iba con apuro. Un simple mensaje bastó para confirmar la reserva, luego la señal se esfumó llevada por el viento hacia otro agraciado, el invento me ha servido para lo justo y necesario. Las ruedas del vehículo levantaban una lluvia de piedras pequeñas que golpeaban los rayos en una suerte de venganza de la tierra al cielo, por tener que bancarse las descargas iracundas de la bóveda celeste. Aunque también he sabido que estos rayos metalizados sólo le temen a la madre de esa fraternidad de cabezas duras, que cual lobos de veredas se lanzan sobre el primer osado que encuentran tapándoles el sol. Una conducta reiterada en nuestra sociedad, pegarle al que es diferente sólo por el hecho de que lo vemos así. Diferente, disidente, ni guardar silencio se puede dado que es interpretado como un gesto de reconocimiento. Callo y otorgo, hablo y me opongo, no hay nada que le venga bien a nadie, por eso me he alejado de la ciudad al cruzar ese último puente. Ahora soy libre, vago por la llanura sin bocinas asesinas, esquivo los lugares concurridos en el estío y asunto concluido. Incluso por lo bajo me alegró cuando los veo alejarse, claro que éste es un lugar turístico y dicho pensamiento es una especie de pecado. Vuelvo a la idea original, si no es porque lo digo será porque callo, prefiero sacar el entripado y seguir adelante. El camino me lleva de a poco, al cabo de unos cuantos minutos encuentro la bifurcación, hacia la ruta asfaltada no voy dado la cantidad de asesinos en potencia al volante, sigo por el camino de la derecha que yace bastante poceado. La jurisdicción del maquinista termina en esa secesión de caminos, una advertencia de que me encuentro librado a mi propia suerte o tal vez el llamado de la aventura. Los campos están cultivados, elevados en relación al camino, ovejas, caballos, vacas, un toro reposando bajo un álamo, un perro guardián mirándolo receloso y por lo tanto no se percata de mi paso por el camino empedrado. O tal vez sea que está en una posición elevada en relación a los demás, incluso los perros del pueblo no están en una situación más alta que su par del campo. Pero lo ignoran dado que no salen de ese lugar, excepto acaso cuando las tormentas salvajes los obligan a huir a buscar refugio en cualquier otra parte.

La niebla nuevamente y sin querer ser reiterativo venía desde el mar, esperé un rato largo en la playa la vuelta de las naves de pesca. La mayoría de los navíos tenían nombres que referían a la tradición escandinava, Yggdrasil, Thorvalsson, Donnar, Niord, Tyr, Woden, Allvather, Vinlandsaga y Villar. Se mezclaban en el viejo puerto con nombres más terrenales, los que no citaré dado que no son de mi interés o simplemente no he tomado debida nota. En fin, la cuestión es que dada la cantidad de bruma que se había formado al principio pensé que era uno de esos engaños que el viento dibuja al manipular la sarrasón. Pero no, se trataba de nueve barcos que regresaban a la costa con sus arcas repletas de tesoros y esperanzas para los que esperaban desde hacía varios días por ese momento. Algunos familiares salían a recibir a los recién llegados, detrás de la hostería había pequeñas habitaciones que servían de refugio para los ocasionales huéspedes lo cual resultaba ser mi caso. El capitán del Thorvalsson, la nave insignia de la flota tenía unos cuarenta y cinco años, sus cabellos rubios eran acompañados por una barba más clara todavía, las manos callosas señalaban las marcas del oficio que desempeñaba si bien ahora se dedicaba a conducir la embarcación manteniendo a la tripulación ocupada. Sabía que la diferencia estaba en la cantidad de mercadería que transportaban, dado que el pase por tantas manos en la línea de producción del pescado los dejaba relegados.

—Laburamos por centavos, otros que tienen barcos fábricas depredan ahí en el límite del mar nuestro y a veces más adentro. Al final de cuentas nos terminan castigando más a nosotros que a esos saqueadores, pagamos con nuestro trabajo a una parte de la sociedad que no hace ni una changa. No sé si esto fue siempre así, mis abuelos se trasladaron desde Dinamarca a estos lares y sembraron esta tierra, muchos de mis primos viven en la zona de Las Avutardas, el único que se dedica a la pesca todavía soy yo. Igual este arte se salteó una generación, mi padre prefirió hacer surcos en la tierra en lugar de arar los mares. Pero no tengo motivos de queja, dentro de todo me mantengo a flote todavía en medio de una mar de incertidumbres. Los que no están en esto de deslomarse ven la vida con otros ojos, a veces ni siquiera salen a la puerta de la casa. Es como si se tratara de dos realidades distintas, una dimensión para los que buscan el mango y otra para quienes esperan que les caiga el depósito, como si fuera un limonero la vida. No cuidamos nuestro entorno, mucho menos a aquel que está del otro lado de la vereda, el mar es un cementerio de la basura de los que viven acá pero piensan que esto es un enorme cesto líquido y los de afuera que traen su locura para aquí, dejándonos los envoltorios. 

Las palabras resonaban en mi cabeza en la mañana soleada, nada hacía pensar que ayer la borrasca nos tuvo refugiados desde el mediodía. Apenas se veía a dos metros de distancia, incluso el humo de los cigarrillos de todos los comensales portó parte de esa niebla al interior. Ahora el sol estaba radiante como un borracho después de dormir la mona y darse una ducha helada, encendí la vieja Forja que me obsequiaron al regresar esas cartas. He adquirido el mal hábito de encender esa chimenea en horas avanzadas de la noche, lo que implica una reprimenda y se traduce en los refunfuños de la otra moradora de la casa. Bien, sentado estaba en un monolito blanco que le daba fin a una línea de siete, conteniendo los otros seis las fechas de diferentes naufragios. Le pregunté a un pescador el sentido de que ese no tuviera nada esculpido y se limitó a decir:

—Nunca se sabe quiénes serán los siguientes, lo único cierto es la tumba de sal.

Dicho lo cual se retiró hacia la dársena, lo vi perderse en el horizonte como si desapareciera de esta realidad para dirigirse a la dimensión de los que no esperan a que el gallo cante, para empezar a recorrer el camino rumbo a las tareas diarias. Me quedé la mayor parte de la mañana meditando las palabras de ese vikingo, la locura de la ciudad se curaba junto al mar, pero la falta de voluntad para salir adelante sin esperar las migajas definitivamente requería de un esfuerzo cotidiano. Eufemismos, diplomacia a los fines de no estropear el encuentro de los fines de semana, silencio, seguro no, hablar, mucho menos, a lo sumo será cuestión de jugar al truco con sotas y mentiras a los fines de evitar la discusión innecesaria. Hipocresía pura, sin ningún tipo de aditivos más que algo de agua para tragársela. Igual a ese efecto del mar haciendo creer que se llevó a los barcos por siempre, pero los esconde en el horizonte lejano.

La última noche no la pasé en el hotel, me dirigí por un camino entre las dunas rumbo al faro. Eran unos cien escalones hasta llegar a la base, ahí se encontraba la torre de metal como la estatua de Alfonsina haciéndole frente al impiadoso viento que sopla desde el sudeste. Gregorio es uno de esos personajes de animé japonés que sale de la nada y desaparece exactamente a mitad de la escena, no lo ven llegar mucho menos irse. Una parte de su vida transcurre en esa torre solitaria, con el reloj marino marcando que las hojas del calendario se van. El mar se toma esto muy en serio, deshoja todo lo que encuentra a su paso, usa la arena como munición infinita y su lengua hídrica para comerse la piedra. Un lento asesinato presenciado por el único ojo visible, la víctima ve el enorme peligro que la acecha como una fiera sedienta de sangre. Aunque muchas veces decide sacrificarse para salvar las embarcaciones de los peligros que el océano encierra en sus fauces, rocas afiladas, restos de otros barcos e hipotermia. La luz sigue haciendo falta en este mundo de tinieblas en el que las ganancias son más importantes que las pérdidas humanas, total hay otros que pueden servir de repuestos y pagar por una vida es mucho más fácil cuando quedan pocos restos de su existencia. El materialismo ha hecho que todo se mida en monedas, las capacidades no son necesarias a la hora de ser la primera fila de combatientes. En alguna parte muy cómodo espera alguien, en una de esas torres vidriadas recibirá un informe sobre las ganancias y los gastos de sepelio, nada más. Esa es todo el registro, el resto se lo lleva el mar o se lo come el ejército de cuervos que sale a la defensa de esos intereses. El faro sigue ahí, igual que los menhires con fechas que las balas de sílice han ido haciendo desaparecer. La falta de piedad se refleja en los elementos también, el único que tiene algún registro de estos acontecimientos es el guardián del lugar. Sus cabellos canosos han tomado el color de la sal, las manos están un poco mejor que la de los pescadores tal vez porque alguien se ocupa de ello, la piel refleja el color de la arena. He llegado jadeando a la base de la torre, el viento me empujaba como si fuera un títere, la pesada puerta de la fortaleza marina se cerró detrás mío dando paso a un ambiente confortable. Arriba la enorme baliza cortaba el telón brumoso, emitiendo un quejido semejante al de las sirenas pero advirtiendo la cercanía de la costa. Por lo visto Odiseo las hizo cambiar de opinión y ahora se dedican a salvar vidas, alertando que las fauces de la bestia están abiertas.

Inauguraron el faro un 10 de septiembre de 1915, los registros de esa época son confusos dado el paso del tiempo. No obstante ello hay algunas anotaciones en exhibición en la edificación que yace más abajo, refugiada entre una arboleda que ha sabido sobrevivir al fragor del fuego eólico. El resto de los alrededores sólo son dunas con tamariscos encorvados por la difícil tarea de reunir a la manada de granos, resistiendo el látigo que viene del mar y creando pequeños herederos que logran salir a la superficie, pese al intento de ahogo de parte de la estampida de arena. Aparte está la casa del guardián, equipada con una salamandra y una cafetera que sirve para calentarse así como mantenerse despierto en las peores ocasiones. La computadora se encuentra conectada a internet, con esto Goyo sabe cuándo se acerca un verdadero problema y en qué momento puede relajarse un poco. Los turnos son de dos meses, sesenta días alejado del calor de su hogar y de las lamidas de los perros de la calle que se ha dedicado a cobijar. Claro que su labor es tan imposible como la de los tamariscos reuniendo la arena, demasiados canes moran en las calles abandonados a su suerte dado que carecen de humanidad.

—Imaginá que se invierte poco en mantener a salvo a las personas de este mundo, de esa manera esto explica la escasa atención que les damos a los perros. Sin embargo ellos son una muestra de fidelidad absoluta, basta con regresar a la casa luego de un día terrible y vienen a recibirte con esa cordialidad que es propia de muy pocas personas. Siento que la humanidad ha perdido una parte de sus sentimientos y estos se han convertido en las almas de los perros, es suficiente con verlos a los ojos para saber que ellos lo entienden todo pese a que se les ha atribuido la falta de razón. Con la razón el ser humano ha intentado limitar sin éxito sus propios instintos, pero ante tanta violencia ahí afuera me parece que fracasaron rotundamente. La esperanza es lo último que quedó en esa caja vacía llamada existencia, ya que le hemos dado valor al vil metal, a los billetes antes que a los principios morales, a las posesiones antes que nuestros vecinos como si esto fuera a detener el paso del tiempo. Una estúpida empresa directo a los arrecifes, pero mientras el resplandor del oro nos siga cegando poco se puede hacer. Vivimos viendo hacia otra parte pero el problema está justo frente a nosotros, cuestión de mirar a cualquier lugar para no reconocernos como los actores principales de esa escena. 

Me quedé toda la noche escuchando al viento en lo que parecía el fin de este mundo, la sirena del faro emitía un sonido lastimero semejante al de los perros cuando oyen la de los bomberos. Era cierto todo lo que Gregorio me había dicho, incluso en un mal día la Negra vendría hasta el portón a lamerme la mano, mientras trataba de encontrar la llave que por alguna regla física siempre estaba en el bolsillo correspondiente a mi mano menos hábil. La humanidad ha ido perdiendo partes de su sensibilidad en esta era de cosas rápidas, inmediatez digital, fenómenos pasajeros que se vuelven a vender con otra letra pero la misma música. Basta con tomar algunos de los hits del momento para comprobar esta idea, claro que a los despistados que viven en las nubes (virtuales) les resultará lo último de lo último. Un eufemismo para referirnos a un producto igual pero con un empaque diferente y un número nuevo, 2013, 2014, 2015, ad infinitum. Esa es la existencia que tenemos, cuando realmente hay un mensaje que vale la pena no falta el troll literario que comenta cualquier tontería y desvirtúa nuestro más profundo sentir, prueben con poner una foto con una reflexión filosófica y verán a los neohedonistas salir de sus cavernas con la tea en la mano. El conde Vlad no es el único sediento de sangre, esta era digital ha dado lugar a varios seguidores y lo peor de todo es que los mismos enseñan los hábitos a sus fieles, los que en lugar de cerebro tienen un teclado virtual. Me levanté sentándome al lado de la estufa, Goyo había salido dado que la situación afuera estaba complicada, yo seguía al calor de mis pensamientos escondido de la tormenta pero sintiendo que otra crecía dentro de mí. Tomé el cuaderno maltratado que llevaba en la mochila como un salvavidas dedicándome a escribir hasta que aclaró, luego me dormí por un rato entre sueños extraños. El tren de pensamientos me llevó a que esas formas oníricas surgieran durante las horas de reposo, precisamente se trataba de un tren que recorría los campos dormidos en un lugar parecido a aquel en el que vivo. Era una monotonía en medio de la noche, la máquina guiada por una única luz pero sin emitir sonido alguno, la vida que nos ha tocado en silencio pero con la fuerza arrolladora de una locomotora. Una línea recta sin ninguna mancha que alterara esas formas, nada de nada, las sombras hacen ver todo así pero encierran trampas. En la curva cercana al hogar apareció una figura de blanco, apenas perceptible para cualquier ojo excepto el del maquinista que sabía que no podría hacer absolutamente nada para evitar la tragedia. Pero así como la actriz entró en escena en este sueño desapareció tan rápido como había saltado al escenario, despertándome en ese mismo momento. El golpe de la puerta de entrada me indicó que el guardián había regresado, el sueño me resultó suficiente dada la noche agitada que había tenido y omití citarle el episodio a mi anfitrión. La lluvia me sorprendió cerca del puesto de policía, tuve que apurar la marcha con el viento de costado mojándome cada parte de mi ser. El cuaderno se secó con el resto de mi ropa, terminé en cama durante dos días producto de la gripe que me invadió. Ella se quejó al verme en ese estado, me la pasaba demasiado tiempo por ahí sin dar señales de vida y el resto de las sobras frente a una pantalla sobre la que volcaba letras sacadas vaya a saber de dónde. Todo era cierto, pero me sentía como una locomotora que ha dejado los vagones innecesarios en las estaciones por las que pasó y por lo tanto corre ligera por las pampas, libre al fin de las cadenas que suponen estar diciéndole a todo el mundo qué es lo que hago en este mismo momento. Apenas una luz que emite un sonido cada cierto intervalo para que los que están interesados realmente sepan que todo está bien, sin naufragios ni peligros inminentes cerca. Aproveché el parate motivado por el resfrío para empezar a escribir las notas restantes, aunque sé que con esto no es suficiente. La nave debe recargar combustible, las ruedas claman aire y mi alma también. Así que no será raro que en algunos de los oasis llamados recesos parta hacia el otro extremo del pueblo, a la ciudad en el sur, a intentar descifrar los secretos de esa barca que yace amarrada por siempre en la costa e irónicamente lejos del mar que la llama. Al océano a ver si puedo sacarle una entrevista que me permita entender éste rompecabezas que significa saber un poco más del lugar que amo con locura, porque realmente aquí he descubierto lo qué es estar vivo y rodeado de otros seres que muestran la poca empatía que le queda al mundo. Poca pero suficiente para mí, es demasiado pedir creo. Hoy es el día del amigo, aunque los amigos de verdad son pocos y están demasiado lejos, los lazos que he construido aquí requieren de una inversión infinita de ese capital interminable que es el tiempo. Requieren del cuidado que les damos a nuestros cachorros, sabiendo que no son nuestros realmente pero no por eso tenemos que bajar la guardia. Es paciencia, una infinita paciencia para que las frustraciones no hagan que nos olvidemos de ellos, quienes han elegido caminos diferentes. Tal vez esta tecnología asesina para lo único bueno que sirve es para saber un poco de aquellos a los que queremos, suficiente con enterarme que están sanos, las redes no curan las enfermedades pero sirven para atenuar sus efectos. Aunque demasiada conexión no significa estar comunicados, aquí me encuentro nuevamente tirando líneas en formato de gripe literaria que espero transmitir a aquellos a los que les llegue esta epístola en versión historia inventada o ficción. Pero algo de todo esto que he contado es cierto, ocurre que debería recurrir a un cazador de sueños a los fines de poner a esas ideas de la madrugada en un corral y ver cómo crecen de a poco. Pero esto es tan imposible como evitar que las siguientes generaciones sigan mandando mensajes violando todas las reglas del lenguaje, será porque la batalla en cuestión está pérdida y pronto el nuestro tendrá un lugar al lado de una máquina de escribir. La fiebre de las letras me ha invadido, no tiene ninguna cura ni tampoco se puede diagnosticar a tiempo. Lamentablemente estoy enfermo de ella y no quiero que me sanen, sigan siendo normales ustedes que pueden.

Pódcast: https://anchor.fm/p-g-fiori.

Obras: amazon.com/author/pgfiori

Dulces


 

Mercader

 


Kcymaerxthaere, un universo paralelo que puedes descubrir viajando por toda la Tierra

El avión descendió entre las montañas de la Tierra del Fuego produciendo una sacudida que a más de uno le generó problemas gástricos, teniendo que dejar de lado el ataque programado a la centolla. La ciudad de Oshovia alternaba turistas como días soleados y nublados, los veinte grados del primer domingo fueron una exageración para la mayoría acostumbrada a temperaturas más bajas. El clima variaba rápido con vientos que sorprendían a los viajeros al cruzar las esquinas, nubes gruesas cubriendo el cerro de Susana y la bruma que hacía desaparecer de un pincelazo los picos más lejanos. Aún así decidieron aventurarse hacia la Laguna Esmeralda, teniendo que conseguir el calzado necesario ya que el ascenso planteaba sus exigencias. La camioneta blanca los pasó a buscar el martes temprano, integrándose al grupo de expedicionarios que provenían de distintas partes del mundo e intercambiaban mensajes en idiomas varios. Depositados en la entrada al Valle de los Lobos el contingente comenzó su periplo atravesando el bosque de lengas, provistos de un alfajor y una manzana envueltas en papel madera con el logo de la compañía: una hormiga equipada con los pertrechos de un legionario. La lluvia comenzó su canción siendo hamacada por las hojas de los árboles que jugaban con las gotas, hasta que estas se escurrían como lágrimas. Había leído que la presencia de hormigas era una rareza en el lugar, acostumbrado a tener que verlas invadir su casa pese a las precauciones que acostumbraba a tomar. Cruzaron una pasarela sobre la turba contemplando una enorme pila que le llamó la atención, parecía un antiguo basamento hecho con carbón fósil. El grupo en tanto ya dejaba la senda de madera para adentrarse en el segundo tramo de bosque, iniciando el ascenso de doscientos metros hasta toparse con su objetivo que parecía querer alejarse más y más. Se quitó los guantes acercando la mano desnuda a aquel monumento de la naturaleza, alcanzando a ver a una minúscula vigía con el fusil incluido justo antes de ser engullido por una colosal fuerza. Cuando despertó estaba rodeado de himenópteros enfurecidos, que sostenían diversas armas semejantes a la de los humanos justo frente a su rostro. Por algún motivo había quedado más pequeño que sus captores, siendo conducido por ante el tribunal del hormiguero que se ocupó de leer los cargos: destrucción de hogares, alevosía por el uso de agua hirviendo, empleo de veneno que las asesinadas confundieron con un dulce y puñetazos sobre las desprevenidas trabajadoras. Cincuenta mil años de trabajos forzados en el cementerio debajo del nido, siendo armado con un pico para luego ser llevado al sitio de su condena comenzando con la tarea de cavar los nichos. Cientos de ellas venían a diario para ser depositadas allí con honores, pétalos de rosas y malvones, condecoraciones con hojas rojas de lenga a las más valientes en la interminable labor de cruzar por el mundo de los humanos. Descansó un rato al lado de un manantial que le proporcionaba el medio para saciar la sed, él que a la larga le daría la fuente de escape al derrumbarse las paredes por una crecida en las montañas y ser arrasada la prisión. Se encontró cubierto de barro siendo observado por el guía que le dedicó un sermón por salirse del recorrido, olvidando todo ello al estar frente a la salamandra y un guiso de lentejas.    


Gracias a la gente de Publisuites por hacerme ver la luz del conocimiento, por lo visto no conocen las lengas ni la Tierra del Fuego. Nota aparte para las expresiones aún (incluso) confundida con aun (todavía) y fúsil (fusible) erróneamente asimilada a fusil (arma de fuego). Lástima que no soy un autómata, una pena que aquellos que leen no saben realmente qué significa escribir. Aius Locutius presta servicios allí. 


miércoles

Último verano

La ciudad nos dejó ir después de encontrarnos tras estar perdidos entre sus laberintos de locura y concreto. La ruta se abrió sin oponer resistencia a excepción de los restos de alguna presencia sumada a los reclamos de los desamparados. La playa nublada nos recibió junto con otros extraños quedando las huellas marcadas en la arena, con varias hogueras encendidas en el último episodio de paz. La chimenea soltó la sinfonía bajo su alero teniendo de recompensa el fresco de la noche estrellada. Un tren pasó con sus luces espantando a los insectos, levantando el polvo de la tosca que se asentó sobre las sandalias bajando al centro por esa calle de los adioses.

Celosía

El mundo se desvaneció al compás de los ladridos lejanos y la sierra invadiendo a la madera, la celosía entornó sus ojos dejando que un único rayo pasara para pegarle al sofá naranja volviéndolo el sol artificial que contempló un instante ese durmiente.