Primera escena
El hombre despertó
sobresaltado, como si de pronto emergiera de una pesadilla y el mar le recordó
la borrachera pasada. La mujer lo observaba desde la cima de un pequeño médano,
se dio cuenta de que los nuevos huéspedes ya habían llegado.
Escuchó con paciencia,
mientras el sol le quemaba la espalda, una enorme reprimenda de la recién
llegada. Pudo ver que usaba uno de esos anteojos de sol que le cubrían gran
parte del rostro, la vio perderse dentro de la casa mientras él limpiaba la
bajada para el vehículo.
El consorte de la mujer dejó
abierto el baúl del automóvil en señal de que deseaba que le descargara el
equipaje, al culminar con la tarea se le pidió que preparará el fuego para la
cena de esa noche.
Ella descendió hacia la playa
harta de esperar a los amigos de su pareja, mientras éste leía un libro sobre
historia política y degustaba un vino en el interior de la casa. La luna
comenzaba a ocultarse detrás de gruesas nubes negras, dejando al mar como un
gigantesco espejo eclipsado.
Apenas fue un golpe, frío y
certero, tras lo cual se cubrió el cuerpo con la sangre de su víctima y dejo
que el fuego cubriera aquel lugar de perdición. Cuando ella regresó observó
cómo su futuro se hacía humo, atravesando un mar de llamas y cenizas hasta
encontrar el cuerpo de su amado.
También halló a su victimario,
manchado de rojo, las uñas le desgarraron las vestiduras y descubrieron la piel
blanca debajo. Pudo ver el terror en sus ojos cuando penetró en ella, con cada
movimiento de la tormenta desatada supo de las historias anteriores a ese
momento y al final al calmarse la ventisca bebió del mar rojo que la recorría,
hasta saciarse completamente.
Luego al abrigo de las llamas
corrió hacia el océano que le lavó las manchas, mientras la arena se tragaba
aquel lugar y él bebía en la playa a la espera de la siguiente marea.
Segunda escena
El traje lo hacía sentirse
como una sardina enlatada, tantas formalidades le parecían un exceso pero así
funcionaba éste mundo. El lugar estaba repleto de personas a las que no se
cruzaba durante el resto del año, tal vez porque su clase era la de los viernes
a última hora y el resto ya estaba pensando en el fin de semana.
Contempló el mar de
directivos, políticos, sindicalistas, docentes, alumnos y padres, vio a varios
niños jugando entre las sombras que proyectaba la institución. La ocasión de
aquella reunión era la inauguración de una nueva ampliación, lo que permitiría
admitir más estudiantes en esa comunidad costera.
El año aún no tocaba a su fin,
así que tanta sociabilidad le molestaba de sobremanera y más aún tener que
estar de gala. El viento anunciaba la tormenta que estaba por venir, la
sarrasón comenzaba a cubrir el aire. Notó entonces en toda esa atmosfera gris
un revoleo de faldas verdes y a su portadora.
Apenas habían intercambiado
unas palabras en todo el año, recordaba un par de insinuaciones a las que no le
dio importancia y la historia quedo ahí. Volvió a cruzar su mirada con ella,
todo lo demás pareció desvanecerse.
Atrás quedaron las risas, las
voces de los otros, las sombras los cubrieron y él fue a su encuentro. Bebió
hasta saciarse en el mar de sus labios recostándola sobre el material remanente
de la ampliación, levantándole la falda a la vez que descubría su pecho. Una
oleada violenta invadió a la mujer, la noche engulló sus gemidos mientras los
movimientos se hacían más frenéticos, hasta alcanzar el éxtasis definitivo.
Contempló su reloj y supo que
era la hora de ponerle punto final a la clase.
—La moral varía con el tiempo,
así lo que hoy está prohibido mañana puede ser permitido sentenció. Sus
estudiantes comenzaron a marcharse, notando como ahora esa otra persona formaba
parte del paisaje gris de la indiferencia.
Tercera escena
Febrero se iba, las personas
parecían correr presurosas tras los días que se les venían encima y el hombre
contemplaba esto con total desinterés. Lanzó la colilla a la acera, cerrando la
puerta de su oficina y saliendo al corredor interno.
El aire estaba viciado de los
olores que provenían de afuera, pero en particular de la humedad, el encierro y
los años del edificio. Una atmosfera vetusta pensó, mientras abría la puerta
del pequeño cuarto. Verificó que la cámara estuviera debidamente enfocada sobre
el lecho, luego se sentó a esperar que sonara el timbre.
El viejo chirrido lo sacó de
su ensimismamiento, su visitante acababa de llegar. No hubo preámbulos, ni
bienvenidas, ella ingreso por el pasillo y se introdujo en el cuarto. Se
desvistieron sin intercambiar palabra alguna, llevados por una vorágine que los
dejó exhaustos.
Sin embargo ella no se detuvo
un instante, se vistió y volvió por donde había venido. Entonces él, tras
recuperar el aliento, apagó la cámara, vistiéndose y volviendo a su oficina. El
viejo ordenador soltó un sonido al encender, descargó el contenido de la
filmación en el disco duro y contempló la escena.
Todo comenzaba suave,
acelerándose luego hasta convertirse en una acción violenta. Ella arqueaba
levemente su cuello con cada embate, apenas emitiendo un gemido que quedaba
sofocado cuando el encontraba su boca. Al final tomó el pequeño disco recién
grabado, bebió el caballito blanco que escondía debajo de le mesada y se
dirigió hacia la costanera.
Cuarta escena
Era un día caluroso, las
calles de tierra levantaban una polvareda y dañaban la vista. Todo parecía un
gran espejismo, lamentablemente la falta de dinero era lo único real. Se detuvo
a la entrada de su casa, colgando el saco en el viejo árbol y tomó el último
cigarrillo, mientras estrujaba el paquete vacío.
La situación al otro lado de
la calle era totalmente diferente, siempre parecía reinar un clima de fiesta y
de holgura. La única hija de sus vecinos se encontraba generalmente rodeada de
aduladores, sin embargo esa tarde tomaba el sol semidesnuda en una reposera.
Una sombra cruzó en ese
momento por su mente, terminó de fumar y se dirigió hacia el otro lado. La tomó
de un brazo mientras ella lanzaba un grito ahogado, llevándola hacia la
construcción que se levantaba detrás de la casa. Se desprendió la corbata y la
empleo para sujetarle las manos, al tiempo que la arrojaba sobre un
desvencijado catre.
Las pocas prendas que ella
llevaba quedaron a un costado, el descargó toda su furia sobre su cuerpo y
luego los dos entraron en los reinos de Morfeo. Un ruido en la entrada a la
obra la despertó, contempló cómo los empleados empezaban a despejar el lugar
del material que no servía.
Horrorizada deseó no ser
encontrada allí con un extraño, pero no atinó a reaccionar. Su acompañante
había despertado con el primer sonido y comenzó a hurgar debajo de su cintura,
invadiendo aquel recinto sombrío mientras ella ahogaba sus gemidos.
Cuando el último de los
obreros se retiró él se vistió sin prisa, dirigiéndose hacia su casa y
llevándose los cigarrillos que ella dejó a un lado de la reposera.
Quinta escena
Marzo transcurre lentamente,
el verano toca a su fin y los pocos turistas que aún quedan invaden la ciudad
tras la niebla. En esa tarde calurosa él espera que ella salga de trabajar,
observando el ir y venir de las camareras en el restaurante que se encuentra
enfrente.
Llevan un tiempo sin verse,
los recuerdos afloran haciendo la espera más corta. Un traje de baño
excesivamente pequeño para sus dotes cae al piso, ella lo introduce en un mundo
que ha desconocido y que ni siquiera podía imaginarse.
Ahora, varios meses después,
volverán a verse. Ella necesita buscar un lugar en dónde vivir el resto del
año, él ha prometido acompañarla. El pequeño ascensor los llevó hacia el cuarto
piso, el administrador del edificio los dejó solos para que vieran el
departamento.
El lugar era pequeño, una
cocina, un baño y una cama en el living, el costo tal vez era alto pero
más barato que en otros lados. Ella se sentó sobre el cubrecama rojo, él la
contemplo igual que en su primer encuentro y no tuvieron que decirse nada más.
Jaló de la ropa interior de su
amante, invadido por la excitación y el deseo, fue algo rápido temiendo ser
descubiertos. Apenas un instante más para recuperarse del reciente convite y
luego salieron al pasillo, el cuarto quedó solo como al principio.
Sexta escena
No sabía que creer, sin
embargo eso no era lo peor. Consultó a otros colegas y al final terminó
marcando el último número en la lista, el de su expareja.
Ella acudió a la cita
producida como siempre, una forma de demostrarle que seguía adelante y tratar
de desmerecerlo.
El planteó el caso sin
demasiadas vueltas, un paciente internado de cuyo diario surgían en detalle
distintas relaciones a través del tiempo y que podían haber terminados con más
de una muerte.
Ella encendió un cigarrillo
sabiendo que el odiaba que fumara en un espacio cerrado, sin embargo no se lo
demostró. Simplemente le acercó un cenicero y espero que ella le diera una
respuesta.
—Como
tantos otros, muchas veces solo se animan a contar aquello que habrían deseado
que ocurriera y por ser unos reprimidos simplemente no lo hicieron. Después de
todo la moral no va con el sexo y tampoco conmigo, dijo ella mientras cruzaba
las piernas.
El entendió la provocación
detrás de aquella frase, corrió la mesita que los separaba y se abalanzó sobre
la mujer, jalando de su blusa mientras buscaba debajo de su falda. Descubrió
algunos cambios en relación a otros encuentros, colocando sus piernas sobre sus
hombros al tiempo que violentaba su seno.
Con un último estertor se
sació por completo, no dejó que ella se recuperara, la tomó del brazo y la
llevó a la rastra hasta afuera, cerrando la puerta de su consultorio. Luego se
dirigió hacia la mesita y procedió a vaciar el cenicero.
Séptima escena
Era curioso, todo alrededor
parecía haber cambiado pero aquel lugar estaba como en la época en la que se
conocieron. La mujer había vuelto sola, su pareja se encontraba a unos miles de
kilómetros de allí junto a sus críos.
Por su parte él no había
formado una familia, simplemente deambulaba de aquí para allá y cada tanto
pasaba a visitar a todos los sobrinos que tenía en la vieja ciudad. La niebla
que cubría a la escollera parecía darle la bienvenida en cada vuelta.
Eran cerca de las dos de la
mañana cuando olfateo el olor a tabaco, ella fumaba en el balcón con la mirada
perdida en la noche. El aceptó una pitada tras años de no encender uno solo de
esos cilindros cancerígenos.
Cuando estaban volviendo a la
casa la tomó por detrás y la giró hacia él, sus ojos brillaban señal del llanto
que la había invadido. Besó esos labios carnosos como en el pasado, recibiendo
una respuesta automática de parte de la mujer.
No llegaron al cuarto que se
encontraba al otro lado, la mesa de la pequeña sala les sirvió de lecho
improvisado. Contempló las curvas de aquel viejo templo sumergiéndose en ella,
la lluvia se llevó los jadeos de ambos y los sumió en un sopor que el alba
cortó.
Cuando despertó vio a los dos
pequeños, ella conversaba animada con su esposo y él se preparó para poner la
farsa en escena. Era hora de conocer a sus nuevos sobrinos.
Octava escena
Era un antro oscuro, la mujer
se llamaba Sandra y en esa noche habría de curarle el mal más grande para un
hombre de este tiempo. Apenas recordaría luego cómo es qué se dejó llevar hacia
ese lugar, parecía ser que existía una exigencia social en todo aquello.
La mujer se movía lentamente,
aunque él estaba embriagado así que todo iba más lento y no supo cuándo fue que
aquel asunto llegó a su fin.
Recordaría el camino de ida y
el de vuelta, la sonrisa cómplice de ella mientras esperaba a un nuevo cliente
y algunas palabras de sus amigos al día siguiente.
Todo lo demás quedó olvidado
en las ruinas de su virginidad, lo que lamentaría por muchísimo tiempo.
Última escena
Sintió el frío de las
baldosas, el aire fresco de la mañana que se colaba por la ventana del cuarto.
Pensó en esa piel blanca, esos dos ojos azules que lo condenaban siempre, una
cabellera teñida en los extremos, el rostro de la mujer que le expedía los comprobantes
de pago, la sonrisa de alguna de las estudiantes o las ocurrencias de las
demás.
Todo pasó frente a sus ojos en
un resplandor, su primera vez, el llanto por un amor no correspondido, las
heridas que sangraban sin ser visibles, una mirada huidiza, un ramo de rosas
mojado por la lluvia y la pregunta de siempre: ¿por qué?
Al final simplemente se dejó
llevar por el deseo, él cual nunca encontraba un cuerpo que lo saciará y
contempló como el remolino arrastraba los restos del naufragio. Luego la
lluvia, ardiente lluvia, vino a lavar sus heridas y a mantenerlo en este mundo.
Extremos
En lugar de recibir el aire de
la mañana le cayó una bofetada y un ramillete de insultos dirigidos hacia su
humanidad. No podía entender cómo hacía solo unos momentos estaba bebiendo
café, rodeado de una paz enorme y ahora le ocurría esto.
Tuvo que sujetarle las muñecas
y evitar que le diera con las rodillas, al final optó por arrastrarla hacia
adentro no sea cosa que los vecinos se enterarán de ese incidente.
Cuando finalmente se calmó,
pudo contemplar que se trataba de una mujer de unos cuarenta y cinco años (sólo
una probabilidad, mejor no joder mucho con la edad de del sexo femenino).
—Sos un hijo de puta, vos sos
el depravado que se acuesta con mi hija.
La miró incrédulo, aún no
salía de su asombro cuando ella lo escupió literalmente en la cara y él aflojó
la presión sobre sus manos. Luego, se dirigió a la cocina y se secó. Ella se
quedó observándome desde el living.
—No sé quién es tu hija
comenzó a decir.
—Sos un degenerado, sólo tiene
quince años.
—Señora, yo vivo solo. Ni
siquiera tengo un perro en la casa. Los únicos que vienen son los gatos sobre
el tejado…
—Claro y no te basta con
ellos. Necesitas destruirle la inocencia a una piba. Vas a pagar las
consecuencias y le arrojó uno de los gruesos tomos de historia que tenía de la
época de la primaria.
Antes de que siguiera
lanzándole proyectiles se acercó a ella, esta le cayó encima golpeándolo con
sus pequeñas manos. Nuevamente trató de trabarla y cayeron al suelo. Entonces,
en medio de toda la agitación que los rodeaba él la besó. Al principio se resistió
para luego aflojar toda la tensión, inmersos en un mar de brazos y piernas
desparramados.
Se arrastraron hasta el lecho,
el mundo afuera dormía y el sopor los envolvió.
—No conozco a tu hija le dijo,
no sé quién sos vos.
—Yo si se quién sos, fuimos
juntos a la secundaria.
— Ah ¿si?.
—Yo me sentaba detrás tuyo,
eras el único que estaba callado la mayor parte de la clase.
—Vos sos Laura le dijo, qué
distinta que estás.
—Un matrimonio, tres hijas, un
divorcio y varias elecciones desastrosas. Ayer vi a mi hija, entrando a Este
lugar. Luego vos saliste y yo saqué conclusiones.
—Detrás de la casa hay un
predio del Club Océano que se usa para campamentos, tu hija no entró nunca a
éste lugar.
—Mejor para vos entonces me
dijo, mientras se vestía y salía. Escuchó la puerta cerrándose y se adormeció.
A media mañana despertó, se
dio una ducha y preparó café de nuevo. Había llovido en el lapso en el que
estuvo durmiendo, así que el aire fresco se colaba por la ventana.
Levantó la pesada enciclopedia
Estudiantil que Laura le había arrojado, recordando a una chica de cabellos
enrulados que nunca le dirigía la palabra. Sus gafas le daban un aspecto de nerd,
siempre había sido así.
Abrió la puerta, sintió al mar
rugir al otro lado de los médanos y al terminar la taza se dirigió de nuevo
hacia el interior. Sintió unos pasos detrás de suyo, tuvo el tiempo justo de
darse vuelta y detener a la gacela que se abalanzó sobre su persona.
—Me acabó de ratear de la
escuela, creo que no notarán mi ausencia por un rato.
Instintivamente sus manos
habían rodeado su cintura, notó que debajo de la falda no llevaba nada. Ella se
percató también de su asombro y le susurró al oído:
—Así será más rápido.
Dicho eso se dirigió hacia el
interior de la casa, dejando su atuendo esparcido a lo largo de la senda que
recorría.
Y él seguía sin comprender cómo
hacía sólo unos momentos estaba bebiendo su café, rodeado de una paz enorme y
ahora le ocurría esto.
Restos de una lluvia de fuego
I)
Despertar,
sabiendo que el mundo se ha destruido en miles de pedazos, recordando cómo los
sueños que tenía se convirtieron en una pesadilla. Peor aún hacerlo en terapia
intensiva, el miembro inferior izquierdo amputado, los otros sólo el de arriba
sabrá. Durante una eternidad maldijo su suerte, la de los que estaban con él y
al final descubrió que no moriría por ello. Tal vez los otros habían tenido
mejor destino, mala época para andar tullido por el mundo y sin un centavo en
el bolsillo.
Con
el tiempo aprendió a distinguir a las enfermeras del pabellón, escuchaba
quejidos acompañados del llanto al otro lado de las cortinas. Cuando tuvo
conciencia de que su hora no había llegado hizo mentalmente una lista de cosas
que le quedaban pendientes. Y para su sorpresa era más de una, aunque algunas
le parecieron imposible pronto estaba poniéndolas en práctica.
La
primera mujer le respondió con una bofetada, las demás se contentaron con
ignorarlo pero tras una larga espera consiguió lo qué quería. A la medianoche
terminaban los turnos de la tarde, media hora antes la enfermera que lo cuidaba
corrió las cortinas cubriendo el catre en donde se alojaba.
Se
montó sobre el a horcajadas haciéndole sentir coómo una parte cobraba vida de
pronto, ahogó los gemidos saboreándola por completo, recorriendo con su mano
útil la totalidad de aquel cuerpo juvenil.
Al
final apretó fuerte su cintura sintiendo como el placer alcanzaba su máxima
expresión, para luego abandonarlo.
II)
Al
menos, los primeros momentos fueron de euforia. Luego se calmó sabiendo que
estaba logrando lo qué había deseado, ni bien la tuvo a su merced sobre la mesa
del living y los restos del desayuno, que aún no había levantado, se
sacudieron.
Lo
qué descubrió superó a lo qué imaginaba, se sació hasta llegar casi al final y
se detuvo girándola para comenzar a descender por su espalda. Luego se tomó el
tiempo necesario para incursionar una vez más en ese cuerpo, desatando una
fuerte tormenta que llegó a un doloroso epílogo.
Después
se sentó del otro lado de la casa, a la espera de que su mujer llegará con los
niños y encontrará a su amiga aguardándola.
III)
Nos
deslizamos hacia afuera dejando atrás el bullicio de la fiesta, pero no fuimos
al mercado que estaba enfrente al edificio.
Desatamos
la tormenta un piso más arriba, hurgando entre su ropa y desprendiendo el
sostén. Los únicos limones de esa noche serían aquellos sobre los que cerraría
mis manos.
Hurgando
entre lo más bello, saciando en un frenesí todas las fantasías acumuladas y
conteniendo la respiración, jadeante, cuando escuchamos las voces debajo.
Luego
nos calmamos, volviendo por separado y notando que nadie se había dado cuenta
de nuestra ausencia.
IV)
Se
puso el casco y se aferró al atril, en medio de un círculo de velas negras que
llameaban jóvenes. Su iniciador se despojó de la túnica oscura, rasgando la
gasa a la altura de la cintura y comenzando a beber de aquellas curvas durante
un buen rato.
Comenzó
a hurgar dentro de ella hasta que estuvo satisfecho, luego la asió con fuerza
de la cintura y redujo a ruinas el santuario hasta que la marea lo invadió.
Se
alejó del círculo dejando que la iniciada se recobrara, abandonado aquella
torre como tantas otras noches.